Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 70
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70: Acabará con lo que amo 70: Acabará con lo que amo Lucian no podía apartar la mirada de Eliza.
Allí estaba ella, junto a Caleb, conversando como si no hubiera destrozado su mundo, como si fuera ajena al caos que había sembrado desde el momento en que apareció en su vida.
Su vestido blanco contrastaba con la nieve que caía a su alrededor, haciéndola parecer etérea, casi irreal.
Y Caleb a su lado, con esa maldita sonrisa despreocupada, un maldito beta que parecía burlarse de todo lo que él representaba.
La rabia se acumulaba en su pecho como un fuego que amenazaba con consumirlo.
Los aplausos aún resonaban en el aire cuando Lucian bajó la daga con firmeza.
Sus dedos apretaron la empuñadura con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
No podía soportarlo.
El simple hecho de verla con otro hombre, de verla sonriendo, lo hacía sentir como si estuviera perdiendo el control sobre algo que, por derecho, era suyo.
El vínculo entre ellos era una maldición y una bendición al mismo tiempo.
Cada vez que la veía, cada vez que la sentía cerca, su cuerpo reaccionaba como si la necesitara para sobrevivir.
Pero ella… ella siempre desafiaba esa conexión, siempre encontraba una manera de resistirse.
Y ahora, verla tan cómoda con Caleb, tan relajada, era como un golpe directo a su orgullo.
Las miradas se encontraron brevemente, pero ella desvió la vista cuando Caleb se acercó al oído y le dijo algo que llamó su atención.
Su vista se ocupó en observar a Damián y Luna, quienes parecían atrapados en su propio universo.
Lucian aprovechó ese momento para observarla más de cerca.
Su cabello brillaba y caía en suaves ondas alrededor de su rostro; sus labios se movían mientras hablaba con Caleb, cada palabra parecía una provocación destinada únicamente a él.
Cada detalle de ella lo atraía y lo enfurecía al mismo tiempo.
Cuando los líderes comenzaron a dispersarse, Lucian hizo un esfuerzo por mantener la compostura.
No podía permitir que nadie viera cuánto le afectaba la situación.
Pero su mente ya estaba decidida, se vengaría de todos rompiéndola a ella.
Horas más tarde, cuando la multitud se había disipado y el jardín trasero estaba casi vacío, Lucian vio cómo Eliza se alejaba en dirección al castillo.
Su andar era decidido, pero había algo en su postura que delataba su frustración.
Sin pensarlo dos veces, Lucian la siguió, manteniéndose a una distancia prudente para no ser descubierto.
La encontró en la biblioteca, tratando de alcanzar un libro en la parte más alta de la estantería.
Lucian se acercó sigilosamente; ella estaba de puntillas, apenas rozando la parte baja del estante.
Fue demasiado tarde para darse cuenta de su presencia.
Lucian se movió con la precisión de un depredador, sus pasos eran suaves, calculados.
Cuando finalmente estuvo lo suficientemente cerca, tomó el libro con facilidad y lo bajó, dejando que su cuerpo se pegara al de ella en el proceso.
Eliza se estremeció al sentir su cercanía.
Su respiración se cortó y su corazón comenzó a latir con fuerza descontrolada.
Se dio la vuelta casi de inmediato, pero al intentar retroceder, su espalda chocó contra la estantería, dejándola atrapada entre la madera y la presencia imponente de Lucian.
—¿Qué pasa, Caperucita?
—la voz de Lucian era baja, profunda, cargada de una peligrosa mezcla entre burla y seducción.
Una sonrisa macabra curvaba sus labios mientras sus ojos se clavaban en los de ella con intensidad.
Eliza tragó saliva, sintiéndose como un ratón acorralado por un lobo hambriento.
—Lucian… —su nombre salió de sus labios en un susurro tembloroso, incapaz de ocultar el miedo y la atracción que él despertaba en su interior.
Lucian dejó escapar una suave risa que hizo que los vellos en la nuca de Eliza se erizaran.
—Veamos qué tenemos aquí —dijo mientras ojeaba el libro que había tomado.
Sus ojos se detuvieron en el título y una chispa de interés iluminó su mirada—.
¿Rituales?
—preguntó con tono inquisitivo, levantando una ceja mientras la observaba con sospecha.
Eliza bajó la mirada, avergonzada.
—Estaba buscando algo sobre el baile Luna Carmesí —respondió en voz baja, casi un susurro.
Lucian dejó el libro a un lado y se inclinó hacia ella, reduciendo aún más la distancia entre ellos.
Su presencia era abrumadora, como si el aire mismo se hubiera densificado a su alrededor.
—No necesitas investigar nada al respecto —dijo en un tono seductor, su voz acariciando cada palabra como si fueran promesas peligrosas—.
Ya has encontrado a tu compañero.
—¿Qué… qué quieres decir?
—preguntó Eliza con voz temblorosa mientras levantaba la mirada hacia él, confundida y nerviosa.
Lucian sonrió de manera depredadora, sus ojos brillando con una intensidad que parecía consumirla.
—Eres mía, Eliza.
Lo sabes tan bien como yo.
El día del baile Luna Carmesí no habrá dudas.
Te reclamaré frente a todos, te desposaré y te llevaré a mi castillo.
Eliza sintió que su respiración se detenía por completo.
Las palabras de Lucian eran audaces, llenas de una certeza que la desarmaba.
Pero detrás de esa fachada seductora había algo más oscuro, algo que la hacía temblar.
—Tú… tú no puedes decidir eso por mí —intentó decir con firmeza, aunque su voz temblaba.
Lucian dejó escapar otra risa suave y peligrosa.
—No necesito tu permiso, Caperucita.
La Diosa Luna ha escogido por nosotros.
Lo sientes cada vez que estoy cerca.
Esa necesidad que te consume, esa atracción que no puedes ignorar… es porque me perteneces.
—Mientes —Eliza negó con la cabeza, intentando ignorar las palabras que resonaban como verdades inevitables dentro de ella.
Lucian inclinó su rostro hacia el suyo, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento contra su piel.
—No te preocupes, pequeña.
Te enamoraré primero.
Te haré desear estar a mi lado, anhelar mi toque y mi presencia hasta que no puedas vivir sin mí.
Eliza cerró los ojos, intentando bloquear la intensidad de su mirada y las palabras que parecían envolverla como cadenas invisibles.
Pero Lucian no había terminado.
—Y cuando seas completamente mía… cuando tu espíritu y tu alma me pertenezcan por completo… entonces acabaré con todo lo que amas —susurró con una dulzura cruel en su oído haciendo que la piel se le erizara—.
Tu padre, tu hermano… toda tu maldita manada Sangre de Hierro.
Los destruiré uno por uno mientras tú me miras incapaz de detenerme.
Eliza abrió los ojos con horror ante las palabras de Lucian.
Su corazón latía desbocado, pero esta vez no era por deseo sino por miedo puro.
—Eres un monstruo… —murmuró con voz quebrada.
Lucian sonrió ampliamente, disfrutando de su reacción.
—Tal vez lo sea —admitió mientras pasaba un dedo por su mejilla con suavidad—.
Pero fueron ustedes quienes me crearon.
Eliza intentó moverse, pero sus piernas no le respondían.
La intensidad de Lucian era abrumadora y aunque cada fibra de su ser le gritaba que debía escapar, había algo en él que la mantenía atrapada.
Lucian se acercó más, aprisionándola por completo entre la estantería y su cuerpo; su olor la intoxicaba.
Podía sentir cómo su piel ardía y cómo su centro clamaba por él con una necesidad incontrolable; su respiración se agitaba.
Pero al mismo tiempo se sentía aterrada; su corazón latía frenéticamente.
Nuevamente Lucian se acercó a su oído; esta vez enterró su rostro en el cuello y aspiró profundamente su aroma.
Eliza tambaleó por un momento, pero los brazos firmes de Lucian la sostuvieron con fuerza mientras besaba su cuello arrancándole suspiros y gemidos ahogados.
Succionó suavemente dejando una pequeña marca antes de sonreírle con malicia.
—Dudo que a Damián le importe si dejo esta pequeña marca —murmuró él mientras ella lo miraba confundida.
Finalmente, él se alejó hacia la salida pero no sin antes lanzar una última amenaza —Y no puedes decir nada de mi plan, Caperucita —sonrió malévolamente— o el Consejo sabrá que mi compañera perdió la virginidad con su hermano.
Eliza sintió cómo todo el color abandonaba su rostro.
—¿Qué…?
—susurró incrédula.
—No intentes negarlo; lo sé todo —dijo mientras apartaba unos mechones de cabello de su rostro y le daba una mirada gélida—.
Y el incesto querida… es penado con la muerte.
Sin más palabras, Lucian se giró y salió de la biblioteca, dejando a Eliza temblando contra la estantería.
Su mente estaba hecha un caos; las palabras de Lucian resonaban en su cabeza como un eco interminable.
Debía haber una forma de salvar a su familia y ser feliz en el proceso.
*** Damián caminaba por los pasillos del castillo con pasos firmes, aunque su mente estaba lejos de la calma que aparentaba.
Había notado la ausencia de Eliza durante la última hora y algo en su interior no dejaba de inquietarlo.
Era una sensación persistente, como si algo oscuro se cerniera sobre ella.
No podía ignorarlo, no cuando se trataba de Eliza.
Al llegar a la biblioteca, empujó suavemente las puertas de madera tallada, dejando que el crujido del bisel rompiera el silencio sepulcral del lugar.
Sus ojos recorrieron rápidamente el espacio hasta que la encontró.
La escena lo golpeó como un puñetazo en el estómago: Eliza estaba sentada en el suelo, con la cabeza apoyada en sus rodillas y los brazos rodeándolas.
Su cuerpo parecía pequeño, frágil, como si el peso del mundo hubiera caído sobre ella.
Incluso a la distancia, Damián pudo notar que sus ojos estaban hinchados, señal inequívoca de que había llorado hasta quedarse dormida.
Se acercó a ella con cuidado, sus pasos amortiguados por la alfombra del suelo.
Al arrodillarse a su lado, sintió cómo su pecho se apretaba al verla tan vulnerable.
Con delicadeza, extendió una mano para apartar un mechón de cabello que le caía sobre el rostro.
Eliza se movió ligeramente, emitiendo un suave murmullo, pero no despertó.
—Eliza… —susurró con ternura, su voz apenas un murmullo, como si temiera romper la frágil paz de su sueño.
Ella no respondió, pero Damián no necesitaba palabras para saber que algo terrible había sucedido.
Sin pensarlo dos veces, deslizó un brazo bajo sus piernas y otro alrededor de su espalda, levantándola con facilidad.
Eliza se acurrucó instintivamente contra su pecho, buscando inconscientemente el refugio que él siempre le ofrecía.
Mientras salía de la biblioteca con ella en brazos, el eco de sus pasos resonaba en los pasillos vacíos.
Pero entonces, una presencia familiar y desagradable emergió de las sombras.
Lucian estaba apoyado contra una columna, con esa sonrisa arrogante que siempre lograba encender la ira de Damián.
—Qué conmovedor —dijo Lucian con burla, sus ojos oscuros brillando con malicia—.
El noble alfa cuidando de la pequeña Caperucita.
Qué escena tan tierna.
Damián se detuvo en seco, apretando los dientes mientras sentía cómo la rabia comenzaba a bullir en su interior.
No quería despertar a Eliza, pero tampoco podía ignorar a Lucian.
—Déjala en paz, Lucian —respondió con voz baja y peligrosa—.
Ya has hecho suficiente daño.
Lucian soltó una carcajada suave, como si las palabras de Damián le divirtieran profundamente.
—¿Daño?
Oh, Damián… lo mío apenas comienza —dijo con un tono seductoramente cruel mientras daba un paso hacia ellos—.
Aunque debo admitir que tu pequeño secreto familiar es… fascinante.
Damián sintió cómo su cuerpo se tensaba ante esas palabras.
Sabía exactamente a qué se refería Lucian y el solo hecho de que lo mencionara hacía que su sangre hirviera.
—No sabíamos nada —espetó entre dientes, sus ojos fulminando a Lucian—.
No puedes culparnos por algo que ocurrió antes de que conociéramos la verdad.
Lucian levantó una ceja, fingiendo sorpresa mientras una sonrisa burlona curvaba sus labios.
—¿Es eso lo que te dices a ti mismo para dormir por las noches?
—preguntó con tono sarcástico—.
Qué conveniente.
Pero dime, Damián… ¿crees que el Consejo será tan comprensivo como tú?
Damián dio un paso hacia él, ajustando mejor a Eliza en sus brazos para asegurarse de que no se despertara por la tensión creciente entre ellos.
—No te atrevas a involucrarla en esto —advirtió con firmeza, su voz cargada de una amenaza implícita—.
Si tienes problemas conmigo, enfréntame a mí.
Pero deja a Eliza fuera de tus juegos.
Lucian inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera considerando las palabras de Damián.
Luego soltó una risa suave y peligrosa.
—Oh, Damián… —murmuró mientras se acercaba lo suficiente como para que solo él pudiera escucharlo—.
No es un juego.
Esto es mucho más grande que tú o yo.
Pero tranquilo… disfrutaré viendo cómo todo lo que valoras se desmorona poco a poco.
Con esas palabras y una última mirada burlona, Lucian se giró y desapareció en las sombras del pasillo, dejando tras de sí una sensación de amenaza latente que parecía impregnar el aire.
Damián respiró hondo, intentando calmarse antes de continuar su camino hacia las habitaciones.
Cuando finalmente llegó a la puerta de Eliza, la abrió con cuidado y entró en la habitación iluminada tenuemente por la luz de la luna que se filtraba por las ventanas.
La depositó suavemente en su cama, asegurándose de acomodar las mantas a su alrededor para mantenerla cálida.
Por un momento se quedó observándola mientras dormía.
Su rostro todavía mostraba rastros del dolor que había sentido esa noche y eso lo llenaba de una mezcla de tristeza e impotencia.
—Te protegeré… —susurró casi inaudiblemente mientras acariciaba suavemente su cabello—.
No importa lo que cueste.
Con esa promesa grabada en su corazón, Damián se levantó y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él con cuidado.
Sabía que el camino por delante sería difícil, pero estaba dispuesto a enfrentarlo todo por ella.
Porque, aunque Lucian fuera un monstruo dispuesto a destruirlo todo, Damián no iba a permitir que ganara.
No mientras él estuviera allí para luchar por Eliza y por todo lo que amaban juntos.
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