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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 71

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  4. Capítulo 71 - 71 Chocolate caliente
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71: Chocolate caliente 71: Chocolate caliente Eliza despertó a las ocho en punto, no recordaba como había llegado a su cama, pero despertó aun sintiendo el peso de la noche anterior aún sobre sus hombros.

El aire frío del amanecer se colaba por las rendijas de la ventana, pero no era suficiente para despejar su mente.

Sus sueños habían estado plagados de sombras, de palabras susurradas con malicia y de una presencia que no podía ignorar.

Lucian.

Su nombre resonaba en su cabeza como un eco interminable, y con él, la amenaza que había dejado caer como una daga en su corazón.

Suspiró profundamente mientras se levantaba de la cama.

Caleb le había dicho el día anterior que no sería necesaria su presencia en las actividades del domingo.

La cacería en el bosque era una tradición para los lobos, pero para ella, que no poseía un lobo interior, era simplemente un recordatorio de su diferencia, de su fragilidad en un mundo lleno de depredadores.

“Una pérdida de tiempo”, había dicho Caleb con una sonrisa amable que no logró aliviar el peso de sus inseguridades.

Eliza se deslizó fuera de las mantas y miró su reflejo en el espejo.

Su piel estaba pálida, sus ojos aún mostraban rastros del llanto que la había consumido la noche anterior.

Había algo en su mirada que no reconocía, una mezcla de miedo y determinación que se entrelazaban como hilos enredados.

Sin pensarlo demasiado, se puso su pijama más cómodo un pequeño short rosa y una blusa de tirantes del mismo color, ambos de seda.

Sus pantuflas de conejo completaban el atuendo, un contraste infantil con el caos emocional que sentía por dentro.

Sabía que el castillo estaría vacío.

Los lobos ya habrían partido al bosque para la cacería, y eso le daba una pequeña tregua para moverse sin ser observada.

Bajó las escaleras lentamente, cada paso resonando en el silencio de los pasillos.

La ausencia de ruido era casi inquietante, pero también reconfortante.

Al menos por unas horas, no tendría que enfrentarse a miradas inquisitivas ni a palabras cargadas de doble sentido.

Cuando llegó a la cocina, encontró a Margarita trabajando sola.

La mujer estaba preparando algunos platillos para la cena de la noche, menos ajetreada que otros días.

Su cabello gris estaba recogido en un moño bajo, y sus manos hábiles se movían con precisión mientras cortaba verduras sobre una tabla de madera.

—¿Qué haces bajando así?

—la voz de Margarita resonó con un tono regañón tan pronto como vio a Eliza cruzar la puerta.

Sus ojos se posaron en su atuendo con desaprobación evidente—.

¿En pijama?

¿Acaso no tienes ropa decente?

Eliza se encogió de hombros mientras se sentaba en la barra, ignorando el reproche con una sonrisa cansada.

—No hay nadie en casa —respondió con voz tranquila—.

¿Qué importa?

Margarita dejó el cuchillo sobre la tabla y se giró hacia ella con las manos en las caderas.

—Esa no es excusa —dijo con firmeza—.

Una señorita debe mantener su dignidad en todo momento, incluso si está sola.

Eliza soltó un pequeño suspiro y apoyó los codos sobre la barra.

—¿Podemos dejar mi atuendo para después?

—preguntó mientras miraba los ingredientes dispersos sobre la mesa—.

Estoy hambrienta.

Margarita negó con la cabeza, pero finalmente cedió.

Se acercó al fogón y comenzó a preparar algo para ella.

Eliza observó sus movimientos con cierta fascinación; había algo tranquilizador en la forma metódica en que Margarita trabajaba, como si cada acción estuviera cargada de propósito.

Mientras esperaba su desayuno, Eliza no pudo evitar que su mente vagara hacia los eventos recientes.

La biblioteca, las palabras de Lucian, la amenaza velada que ahora pendía sobre ella como una espada afilada.

Su pecho se tensó al recordar cómo su presencia la había desarmado por completo, cómo había jugado con sus emociones como si fueran piezas en un tablero.

Y luego estaba Damián… Su hermano mayor siempre había sido su refugio, su roca en momentos de incertidumbre, pero ahora incluso él estaba atrapado en esta red peligrosa.

—¿Qué te tiene tan pensativa?

—preguntó Margarita mientras colocaba un plato frente a ella.

Era una tostada francesa acompañada de frutas frescas y miel.

Eliza parpadeó y miró el plato antes de responder.

—Nada importante —mintió mientras tomaba el tenedor y comenzaba a comer lentamente.

Margarita no parecía convencida, pero no insistió.

En cambio, volvió a su tarea sin decir más.

El silencio entre ambas era cómodo, pero también dejaba espacio para que los pensamientos oscuros de Eliza regresaran con fuerza.

Mientras continua con su desayuno, no podía evitar preguntarse si lo de la biblioteca había sido un sueño más, ya que cuando se vio al espejo esta mañana, no tenia ninguna marca en su cuello; aunque nuevamente nunca nadie había dejado un chupetón en su piel.

Eliza se estremeció mientras un escalofrío recorría su piel.

La nieve caía con más intensidad, cubriendo el paisaje con un manto blanco que parecía absorber todo sonido.

El frío, antes un susurro distante, ahora se colaba por cada rincón del castillo, envolviéndola en una mordida helada que ni siquiera el fuego de la chimenea podía disipar.

Abrazándose a sí misma en un intento inútil de conservar calor, miró a Margarita, quien seguía ocupada en sus tareas, ajena al temblor que recorría el cuerpo de la joven.

—Margarita —llamó Eliza con voz suave, casi un susurro, ese tono que sabía que era difícil de ignorar—.

¿Podrías prepararme un chocolate caliente?

Con bombones, por favor.

Margarita se detuvo, girándose hacia ella.

Su expresión era una mezcla de exasperación y algo más profundo, algo que Eliza no pudo identificar del todo.

Sus ojos recorrieron el atuendo de la joven princesa; un pijama de seda que apenas cubría lo suficiente para protegerla del frío.

La firmeza en su voz era inconfundible cuando habló.

—¿Un chocolate caliente?

—repitió Margarita con incredulidad, cruzándose de brazos—.

¿Y qué hay de tu dignidad, joven princesa?

¿Crees que es apropiado bajar en pijama a la cocina?

Este no es un lugar para tus caprichos infantiles.

Eres la princesa de la manada ahora, y deberías comportarte como tal.

Eliza soltó un suspiro frustrado, sintiendo cómo la paciencia que había intentado mantener comenzaba a desmoronarse.

Se apoyó en la barra de la cocina, mirando a Margarita con ojos suplicantes y una pizca de desafío.

—Hasta hace poco no era princesa de nada —respondió con sarcasmo, su tono teñido de una irritación creciente—.

Y si te soy honesta, disfrutaba mis domingos en pijama hasta tarde, sin nadie que me dijera cómo debía vestirme o comportarme.

Además —añadió señalando su celular sobre la barra—, ni siquiera tengo señal aquí.

¿Internet?

Olvídalo.

Estamos en el siglo XXI, Margarita, pero este lugar parece atrapado en la Edad Media.

Margarita apretó los labios, claramente molesta por la actitud de Eliza, pero no dijo nada más.

Con un movimiento brusco, se giró hacia el fogón y comenzó a preparar el chocolate caliente.

Eliza sonrió para sí misma, saboreando su pequeña victoria.

Sin embargo, el frío seguía siendo un enemigo implacable, y su mente no dejaba de divagar en los últimos acontecimientos que habían trastocado su vida.

Justo cuando comenzaba a relajarse, un sonido suave pero firme resonó desde la entrada de la cocina.

Eliza levantó la vista y su corazón dio un vuelco al reconocer la figura que se acercaba.

Lucian.

Su presencia llenó el espacio como una tormenta silenciosa; cada paso suyo parecía resonar con autoridad y poder.

El aire se tornó pesado, casi eléctrico, y Eliza sintió cómo su respiración se volvía errática.

—Buenos días —saludó Lucian con una voz profunda y cálida que parecía envolverla como una caricia oscura.

Eliza se sintió pequeña bajo su mirada intensa, como si todo lo demás en el mundo se desvaneciera excepto él.

Era una sensación abrumadora, casi sofocante.

Antes de que pudiera responder, Lucian se acercó a ella con una calma peligrosa.

Sin pronunciar palabra alguna, se quitó el blazer negro que llevaba puesto y lo colocó sobre los hombros de Eliza.

La tela pesada y cálida la envolvió por completo, cubriendo su frágil pijama de seda.

El contraste entre ambos era casi cómico él tan grande y dominante, ella tan pequeña y vulnerable.

Pero había algo más en ese gesto, algo que hizo que el corazón de Eliza latiera con fuerza descontrolada.

—Pareces estar pasando frío —dijo Lucian mientras ajustaba el blazer sobre ella con cuidado—.

No deberías exponerte así.

Eliza abrió la boca para responder, pero las palabras se atascaron en su garganta.

La cercanía de Lucian era desarmarte; podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo incluso a través de la tela del blazer.

Su aroma —una mezcla embriagadora de madera y algo oscuro e indescriptible— la envolvía como una promesa silenciosa.

¿Acaso lo ocurrido en la biblioteca había sido solo un sueño?

La confusión nublaba sus pensamientos mientras trataba de reconciliar al hombre peligroso y amenazante de anoche con este Lucian inesperadamente gentil.

Margarita observaba la escena en silencio desde su lugar junto al fogón.

Sus ojos delataban algo más que simple sorpresa: había una mezcla de nostalgia y tristeza en ellos, como si estuviera reviviendo recuerdos enterrados hace mucho tiempo.

Para Margarita, ver a Lucian mostrar esa gentileza era como mirar al niño que solía correr por los pasillos del castillo junto a la pequeña princesa Sofía.

Sofía… El nombre resonó en la mente de Margarita como un eco doloroso.

Había sido una niña luminosa, destinada a grandes cosas, pero su vida había sido truncada demasiado pronto.

Sofía había sido la hermana menor de Damián y también quien probablemente seria la compañera predestinada de Lucian.

Su muerte había dejado cicatrices profundas en todos ellos, pero especialmente en Lucian.

Luego la muerte de su padre, quien se decía había sido asesinado por el Alfa Ronan, aunque Margarita sabía que eso era una vil mentira, pero el pequeño había creído esas viles mentiras, ella recordaba cómo él había cambiado tras aquellos trágicos eventos, el niño dulce y protector se había convertido en un alfa despiadado y frío, incapaz de mostrar sentimientos.

Pero ahora… ahora parecía haber un destello del Lucian que ella creía perdido para siempre.

—Margarita —dijo Lucian con una sonrisa amable mientras se giraba hacia ella—.

¿Podrías prepararme también un chocolate caliente?

Con bombones, si es posible.

La mujer parpadeó sorprendida por su tono educado y respetuoso.

Era como si estuviera viendo al pequeño Lucian nuevamente, al niño que solía agradecerle cada vez que le preparaba sus comidas favoritas.

Una sonrisa cálida se dibujó en sus labios mientras asentía.

—Por supuesto —respondió mientras comenzaba a preparar otra taza.

Eliza observaba todo en silencio, atrapada en un torbellino de emociones contradictorias.

La presencia de Lucian era abrumadora; cada gesto suyo parecía calculado para desarmarla, para hacerla sentir segura y vulnerable al mismo tiempo.

Pero bajo esa fachada gentil había algo oscuro, algo peligroso que no podía ignorar.

Recordó las palabras que él había pronunciado en la biblioteca: una amenaza velada que aún pesaba sobre ella como una espada afilada.

Cuando Margarita colocó las dos tazas frente a ellos, Lucian tomó la suya y le dedicó un leve asentimiento en agradecimiento antes de girarse hacia Eliza.

—Espero que esto te reconforte —dijo mientras levantaba su taza.

Eliza asintió lentamente y tomó la suya entre las manos temblorosas.

El calor del chocolate fue un alivio inmediato contra el frío exterior, pero no bastaba para calmar el caos dentro de ella.

Mientras bebía en silencio, no podía evitar preguntarse qué juego estaba jugando Lucian… y si alguna vez tendría la fuerza para enfrentarlo.

Lucian la miraba con intensidad, sus ojos dorados brillando como brasas bajo las luces tenues de la cocina.

Había algo depredador en esa mirada, algo que prometía devorarla si no tenía cuidado.

Y sin embargo, también estaba ese calor inesperado, esa protección implícita que hacía que Eliza se sintiera atrapada entre dos mundos; uno donde podía confiar en él… y otro donde debía temerle.

Margarita los observaba desde la distancia con el corazón apretado.

Sabía lo peligrosa que podía ser esa conexión entre ellos; conocía demasiado bien el dolor que Lucian cargaba consigo desde la muerte de Sofía y cómo había culpado a Damián por ello.

Pero también sabía que si alguien podía sanar las heridas del alfa despiadado era Eliza… siempre y cuando ambos fueran lo suficientemente fuertes para enfrentar los fantasmas del pasado juntos.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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