Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 8
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- Capítulo 8 - 8 •THE ROSE amp; CROWN
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8: •THE ROSE & CROWN
(Damián) 8: •THE ROSE & CROWN
(Damián) Damián sentía el peso de la noche sobre sus hombros mientras caminaba hacia el pub.
Había algo en el aire, un aroma que no podía identificar del todo, pero que le resultaba familiar.
Era una mezcla de madera húmeda, hojas secas y algo más, algo que le despertaba una inquietud profunda.
Su instinto estaba alerta, como si algo estuviera a punto de suceder.
Desde el momento en que Caleb le había insistido en salir esa noche, había tenido una sensación extraña, una punzada en el pecho que no lograba ignorar.
Al entrar al pub, sus ojos recorrieron el lugar con rapidez.
La atmósfera cálida contrastaba con el frío de octubre, pero él apenas lo notaba.
Sus sentidos estaban enfocados, atentos a cualquier señal.
Caleb se adelantó hacia la mesa donde los esperaban sus compañeros de la facultad, y el se derrumbo en una silla junto a él.
El olor llegó a él antes que su presencia.
Era dulce y tenue, un poco salvaje, como lo era la manada Sangre de Hierro.
Logrando que su piel se erizara al instante.
Giró la cabeza hacia la entrada y la vio.
La chica avanzaba con pasos decididos hacia la mesa, pero Damián apenas notaba sus movimientos.
Su atención estaba fija en su rostro, en la forma en que sus ojos azules brillaban bajo las luces cálidas del pub.
Había algo en ella que lo desarmaba por completo.
No era solo su apariencia; era su esencia.
Cada fibra de su ser le gritaba que ella era importante, que ella era, familiar.
Cuando sus miradas se cruzaron, el mundo pareció detenerse.
Fue un instante eterno, un choque silencioso entre dos almas que se reconocían sin entender cómo ni por qué.
Damián sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no era miedo; era algo más profundo, más primitivo.
Su lobo interior se agitó, inquieto, como si estuviera tratando de decirle algo que él aún no podía comprender.
—¡Eliza!
—La voz de Amanda rompió el hechizo, devolviéndolo a la realidad.
Damián parpadeó y apartó la mirada mientras Caleb hacía una inclinación de cabeza para saludar a la recién llegada.
Pero él no podía fingir indiferencia.
Cada movimiento de Eliza, cada palabra que decía, quedaba grabada en su mente como si fuera un eco imposible de ignorar.
—Un gusto —dijo cuando Amanda los presentó, levantándose de su asiento para apartar una silla junto a él.
Eliza aceptó el gesto con una leve inclinación de cabeza y se sentó a su lado.
Damián pudo sentir el calor de su cuerpo tan cerca del suyo, y eso solo intensificó el torbellino de emociones que lo invadía.
No podía apartar la mirada de ella; cada vez que lo hacía, sentía como si estuviera perdiendo algo crucial.
Cuando Marco mencionó la noticia sobre el cuerpo encontrado en el lago, Damián no pudo evitar sonreír.
No era una sonrisa de burla ni de alegría; era algo más oscuro, un reflejo involuntario de su mente trabajando a toda velocidad.
Sabía que aquel incidente no era casualidad.
Había demasiadas cosas sucediendo últimamente, demasiados hilos sueltos enredándose en un patrón que aún no lograba descifrar.
—¿Qué piensas tú?
—preguntó, dirigiéndose a ella por primera vez.
Su voz salió más suave de lo que esperaba, pero cargada de una intensidad que hizo que Eliza lo mirara directamente a los ojos.
En ese momento, Damián sintió una conexión tan fuerte que casi le dolió.
Había algo en ella que resonaba con cada parte de su ser, como si estuvieran hechos del mismo tejido.
—No lo sé… Es horrible pensar que algo así podría pasar tan cerca —respondió ella con cautela.
Damián asintió lentamente, estudiando cada matiz de su respuesta.
Había sinceridad en sus palabras, pero también miedo.
Y aunque no podía culparla por ello, sabía que había más detrás de su reacción.
Ella sentía algo, aunque quizás aún no lo entendiera del todo.
La conversación continuó alrededor de la mesa, pero para Damián todo lo demás se desvaneció en un segundo plano.
Su atención estaba completamente enfocada en Eliza: en la forma en que sus dedos jugueteaban nerviosamente con la botella de cerveza; en cómo sus ojos se desviaban hacia él cada tanto, como si tratara de descifrarlo; en el leve temblor de su voz cuando respondía a las preguntas triviales de los demás.
Cuando finalmente salieron del pub y comenzaron a caminar por las calles empedradas, Damián se mantuvo un paso detrás del grupo.
Observaba a Eliza con discreción, notando cada pequeño detalle: cómo su cabello rubio se movía con la brisa nocturna; cómo su risa nerviosa llenaba los silencios incómodos; cómo sus pasos parecían titubear ligeramente cada vez que Caleb le dirigía alguna palabra.
—¿Tus padres?
—preguntó finalmente, rompiendo el flujo natural de la conversación.
Eliza se detuvo un momento antes de responder.
Damián pudo ver cómo bajaba la mirada, como si buscara las palabras adecuadas para expresar algo que aún le dolía.
—Solo somos mi madre y yo —dijo en voz baja—.
Mi padre murió antes de que yo naciera.
Damián sintió un nudo formarse en su garganta al escuchar esas palabras.
Algo dentro de él resonó con fuerza, como si esa confesión hubiera tocado una fibra oculta en su alma.
Su mente comenzó a trabajar frenéticamente, conectando piezas del rompecabezas que había estado tratando de armar desde el momento en que vio a Eliza por primera vez.
—Debe haber sido difícil crecer sin tu padre —comentó después de un momento.
Eliza lo miró con cautela antes de responder.
—Lo fue —admitió finalmente.
Damián asintió lentamente, procesando cada palabra con cuidado.
Había algo en su tono que confirmaba sus sospechas: Eliza no era una desconocida para él.
No podía explicarlo aún, pero lo sabía con certeza absoluta.
Ella era parte de su historia, parte de su vida, quizás incluso parte de él mismo.
Cuando finalmente llegaron al cruce donde debían separarse, Damián se detuvo y volvió a mirarla directamente a los ojos.
—Nos vemos pronto, Eliza —dijo simplemente.
No era una pregunta ni una promesa; era una certeza.
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