Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 80
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80: Advertencias 80: Advertencias En medio de un pequeño altercado entre dos Alfas, por un rechazo inesperado, logre escabullirme de Lucian, su cercanía me estaba asfixiando, no sé qué me pasaba esta noche, pero tenerlo tan cerca me estaba provocando pensamientos no propios de una señorita.
Caminé rápidamente hacia los baños indicados por una señorita del servicio, pero en el camino me detuve al ver un balcón abierto que daba al bosque circundante que actualmente se encontraba nevado.
El son apenas había comenzado a descender, recibiendo con los ojos cerrados recibiendo el dulce calor que este emanaba, El aire fresco golpeó mis mejillas y me estremecí ligeramente; el contraste con el calor que la cercanía con Lucian me hacía sentir era abrumadora.
Me apoyé en la barandilla y cerré los ojos, dejando que el viento acariciara mi rostro.
Por un momento, todo pareció detenerse los murmullos del salón detrás de mí, las tensiones acumuladas, incluso la presencia abrumadora de Lucian en mi mente.
Pero la calma no duró mucho.
La interrupción furiosa llegó en forma de Selene, la morena de cabello largo que había conocido en el vestíbulo.
Su presencia era como una tormenta, su mirada ardía con rabia y celos.
Selene me advirtió con voz cortante.
—Aunque Lucian te tome como su compañera y te convierta en su Luna, él jamás se deshará de mí porque me ama.
Yo le daré el heredero que tanto desea.
Antes de poder reaccionar, Selene se lanzó sobre mí con una furia descontrolada.
Sus manos se aferraron a mi moño, tirando con fuerza, pretendiendo arrancarme el cabello.
Con unas uñas afiladas rasgó mi mejilla, haciendo que esta sangrara.
El dolor fue agudo y la advertencia clara.
—No te atrevas a pensar que puedes ocupar mi lugar —gruñó Selene, su voz era un veneno que se infiltraba en cada palabra—.
Lucian es mío, y no dejaré que una intrusa como tú me lo arrebate.
La rabia en su voz resonaba con fuerza, cada palabra era como un latigazo.
No había espacio para la duda; Selene estaba dispuesta a luchar por lo que consideraba suyo.
La intensidad de su odio era palpable, una energía oscura que parecía envolvernos.
Mi propia ira comenzó a burbujear dentro de mí.
No iba a dejarme intimidar por ella ni por sus amenazas.
Lucian había sido claro en sus intenciones hacia mí, y aunque su cercanía era abrumadora, no iba a permitir que nadie me tratara de esta manera, sobre todo cuando él fue quien decidió declararme su compañera frente a todos.
—No tienes idea de lo que soy capaz —le respondí con firmeza, sintiendo cómo mi propia fuerza interior se despertaba—.
No me subestimes, Selene.
No soy alguien que se deje pisotear.
—Tú eres solo una pobre mestiza sin lobo —en eso ella tenía razón, no tenía lobo—.
No hay nada que tú, mocosa sin desarrollarse, puedas ofrecerle a un hombre.
Me soltó el cabello por fin y este cayó en cascada por mi espalda.
—Podrás tener una cara bonita, pero eso no es lo único que los hombres aman —dijo mientras hacía referencia a mis voluptuosos atributos—.
Los hombres quieren mujeres con carne y experiencia, no una niña tonta.
Trató de darme una bofetada, pero detuve su mano en el aire y con un movimiento rápido saqué una de las dagas que tenía en mis botas; nunca salía sin ellas.
—No sé quién crees que soy —dije mientras presionaba la daga en su cuello—.
Mira una falsa cadena de oro con diamantes.
Dije con una sonrisa burlona al notar que su cara se contraía.
—Claro que no —dijo con tremendo horror en el rostro—.
Es un carísimo collar que me obsequió Lucian.
La solté mientras la empujaba a un lado; aún seguía un poco atónita por mi comentario del collar.
—Es obvio que el supuesto amor que dices que él te tiene es tan falso como ese collar que ostentas con tanto alarde.
Me di la vuelta y me dispuse a volver al salón, solo para encontrarme con mi padre.
Su rostro se veía preocupado y eso causaba un conflicto dentro de mí.
No sabía si me reprendería o dejaría pasar la falta; nunca había sentido tanta expectativa en mi vida.
Ronan no dijo nada por un momento, como si estuviera midiendo las palabras que debía dirigirme.
Yo me sentía terriblemente expuesta, como si cada uno de mis pensamientos estuviera escrito en mi rostro.
—Sé que puede ser abrumador —dijo finalmente, su sonrisa cargada de una tristeza que no alcanzaba sus ojos—, sobre todo porque no cuentas con un lobo activo.
No respondí; simplemente lo dejé continuar.
—Puede que esta unión sea un proble… —lo interrumpí.
—¿Tendré que casarme?
—mi voz tembló, reflejando el caos que sentía en mi interior.
—Sé que es mucho pedir —admitió Ronan—, pero estas son nuestras tradiciones.
Respiré hondo y asentí lentamente.
Nunca había tenido un padre conmigo y no quería decepcionarlo; además, ¿no era este mi deber por ser la princesa de la manada?
—Lo haré —respondí finalmente, aunque mi voz apenas era un susurro—Lo haré —respondí finalmente, aunque mi voz apenas era un susurro.
Mi padre se acercó a mí y me dio un beso en la frente, tome su brazo mientras me acompañaba a mi habitación; según la extraña costumbre de los lobos, una vez que se han enlazado deben separarse para pensar su decisión, y mañana era el día decisivo.
Caminar por los pasillos del castillo junto a mi padre era reconfortante y a la vez aterrador; sabía que estaba molesto, pero no dijo nada.
Cada paso resonaba en el silencio, como si las paredes mismas susurraran secretos antiguos y decisiones que pronto cambiarían mi vida para siempre.
La noche comenzaba a caer y la cena sería servida en nuestras respectivas habitaciones.
Mantenía la mirada baja, consciente del peso de las expectativas que recaían sobre mí, de las tradiciones que me ataban a un destino que me aterraba.
Ronan me miró con una mezcla de preocupación y cariño.
En sus ojos, vi reflejada una tristeza profunda, pero también una esperanza silenciosa que me instaba a encontrar mi propio camino.
—Eliza —dijo con voz suave pero firme—, quiero que sepas que siempre tienes la opción de rechazar a Lucian.
No estás obligada a aceptar este destino si no lo deseas.
Levanté la vista lentamente, encontrándome con su mirada llena de comprensión.
Mis sentimientos por Lucian eran un torbellino confuso y contradictorio, una atracción inexplicable que no podía ignorar.
—Papá…
—susurré, mi voz temblando ligeramente—, no sé cómo explicarlo, pero siento cosas…
inexplicables por Lucian.
Hay algo en él que me atrae, algo que me hace querer estar a su lado.
Ronan asintió lentamente, su comprensión era un bálsamo para mis inquietudes.
Sabía que debía apoyarme en lo que decidiera, aunque el camino fuera incierto.
—Ese solo puede ser el lazo de compañeros —respondió con ternura—.
Si él es quien te hace sentir así, entonces sigue tu corazón.
Pero recuerda, siempre tienes el poder de decidir.
Asentí, sintiendo una mezcla de alivio y determinación.
Sabía que el camino por delante estaría lleno de desafíos y emociones intensas, pero estaba dispuesta a enfrentar lo que fuera necesario para descubrir mi propio destino.
Con una última mirada de apoyo, Papá me dejó sola en mi habitación.
Cerré la puerta detrás de él y me quedé a solas con mis pensamientos, contemplando el futuro incierto que se extendía ante mí.
Me quedé un momento apoyándome en la puerta, pensando en cómo toda mi vida continuaba cambiando.
El recuerdo de él llamándome compañera frente a todos provocó que me ruborizara; sacudí mi cabeza para alejar esa imagen de mi cerebro.
Con pasos casi mecánicos me dirigí al baño, preparé la bañera con agua caliente y agregué sales aromáticas.
Tomé unas con olor a melocotón y las añadí.
Fui por mi bata de baño, me quité la ropa y me sumergí en la bañera; el agua era tan reconfortante.
Mi mejilla ardió un poco al momento en que el agua caliente estuvo en contacto con mi piel.
Estaba tan agotada, que no me di cuenta en el momento en que me quedé dormida.
Un pequeño toque en la puerta del baño me despertó de mi delicioso sueño.
Ahora que estaba en el castillo de Lucian, los sueños extraños no habían aparecido, lo cual fue un alivio para mí.
—Señorita…
Giré mi cabeza hacia la entrada y mi mirada se posó en una chica vestida con traje negro y blanco, como el resto de los que atendían a la hora de la comida.
—¿Se encuentra bien?
—Su tono era de preocupación— ¿Necesita ayuda?
—No, digo sí… —Solté un suspiro mientras tomaba mi bata y salía de la tina— Estoy bien, muchas gracias.
—Excelente —indicó con una sonrisa— Su cena.
Dijo mientras se hacía a un lado y dejaba ver un carrito, el cual sospechosamente contaba con una tabla de quesos y carnes frías, con un poco de fruta, pan tostado, mantequilla, una bandeja llena de fresas y una fuente de chocolate.
Había también una botella de champagne enfriándose y dos copas.
—Muchas gracias —dije mientras tomaba otra toalla y comenzaba a secar mi cabello.
—Las indicaciones para mañana son no salir de su habitación hasta que sea llamada a la cena —Mi cara de sorpresa debió decirle que no la comprendía— Es para la preparación del ritual.
¿Ritual?
Me sentía en blanco.
—Enviarán a alguien a hablar con usted al respecto.
—¿Puedo ver a alguien de mi manada?
—Tenía muchas dudas y quería hablar con Luna.
—Las interacciones antes del ritual están prohibidas.
La chica me dio una reverencia y salió de mi habitación dejándome atónita.
Cepillé mi cabello y lo sequé un poco más; apliqué mis productos de belleza en el rostro mientras esperaba que mi mejilla no quedara con una horrible marca por culpa de esa maldita perra.
Una vez que cepillé mi cabello rebusqué entre mis cosas y saqué mi pijama; era un conjunto de seda con pantalón largo y camisa manga larga con botones al frente.
Por fin me dirigí al carrito que la chica había dejado para mí; tomé la botella que aún estaba enfriándose, logrando abrirla con un sonido sordo mientras me apresuraba a beberla para evitar que esta se desbordara.
Cuando iba por mi segunda copa sentí unas cosquillas en mi cuello.
La habitación parecía oscurecerse aún más, como si las sombras tomaran forma propia.
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando percibí una presencia cercana.
—Eliza…
—La voz era suave pero resonante, envolviendo cada rincón del cuarto.
Me giré rápidamente, encontrándome con Lucian emergiendo desde las sombras.
Su presencia era imponente, sus ojos dorados brillaban con una intensidad sobrenatural.
—No es propio de un caballero entrar así o de cualquier manera en la habitación de una dama —dije intentando mantener firmeza en mi voz mientras lo miraba directamente.
Lucian sonrió ligeramente, un gesto oscuro y seductor.
—Mis disculpas —respondió— No pude resistir la tentación de verte antes del ritual.
Mi corazón latía con fuerza ante su cercanía; había algo en él que me atraía irremediablemente.
—Quiero asegurarme de que entiendas lo que significa este ritual para nosotros.
Lucian dio un paso más hacia mí, su silueta alta y oscura apenas iluminada por la tenue luz de las velas encendidas en la habitación.
Llevaba una camisa negra desabrochada en el cuello, que dejaba ver parte de su clavícula y un colgante de plata con un símbolo antiguo que no reconocía.
Su presencia no solo llenaba la habitación, sino que parecía oprimirla, como si el aire mismo se negara a fluir correctamente a su alrededor.
—¿Qué quieres de mí, Lucian?
—pregunté, con la copa aún en la mano y el rubor subiéndome por el cuello.
No sabía si era el alcohol, el calor residual del baño o simplemente él.
Lucian ladeó la cabeza con una sonrisa perezosa.
Caminó hasta el carrito de comida, tomó una fresa bañada en chocolate y se la llevó a los labios sin romper el contacto visual.
Sus dedos se mancharon ligeramente del dulce líquido oscuro.
—Quiero que te des la oportunidad de conocerme… de conocer lo que podríamos ser juntos —dijo en voz baja, como si sus palabras fueran un secreto íntimo compartido entre los dos.
Se acercó más, y me di cuenta de que un fino polvo dorado se había esparcido sobre mi piel.
Un residuo del baño, tal vez, pero Lucian lo notó de inmediato.
—Tienes melocotón en la piel —dijo, alzando una ceja mientras sus ojos recorrían lentamente mi cuello, mis clavículas, la línea expuesta del escote de la pijama—.
Hueles a fruta dulce… te juro que es un castigo.
—Entonces aléjate —le advertí con voz baja pero firme—.
Nadie te obliga a estar aquí, Lucian.
—Tú lo haces —murmuró, con esa seguridad inquietante suya—.
Tu aroma, tu esencia…
cada vez que trato de alejarme, me arrastras de vuelta.
Se sirvió una copa de champagne, como si estuviera en su propia habitación.
Bebió lentamente, sin apartar la mirada de mí, y luego dejó la copa a medio camino, como si cambiara de idea.
—¿Sabes por qué nuestra manada se llama los Hermanos de la Sombra?
—preguntó, su tono bajó, ahora casi reflexivo.
Negué con la cabeza.
Tomé asiento en el sillón junto al ventanal, fingiendo desinterés mientras en realidad me aferraba al borde de la copa.
—Fuimos exiliados hace generaciones —comenzó—.
Nuestros antepasados de hace siglos, traicionados por quienes debían protegerlos, huyeron a las montañas del norte.
Se refugiaron entre la niebla, entre la sombra, ocultos del mundo que los rechazó.
Y ahí, entre la oscuridad, aprendieron a sobrevivir, a fortalecerse.
Dejaron atrás el nombre de sus ancestros y se convirtieron en algo nuevo.
Una hermandad forjada en el exilio… leales solo a los suyos.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—pregunté, aunque su historia había logrado despertar mi interés.
Lucian se agachó frente a mí, sus ojos brillaban como brasas.
Tomó con suavidad un mechón de mi cabello y lo pasó entre sus dedos.
—Tú me perteneces — Dándome esa media sonrisa que tanto odiaba — Y te quedaras conmigo, para que te proteja y seas mi Luna.
Sentí cómo mi garganta se cerraba.
Había algo en su voz, en su promesa, que golpeaba las paredes de mi alma.
El miedo, la atracción, la rabia… todo se mezclaba en una tormenta emocional imposible de descifrar.
—No necesito que nadie me proteja —respondí, no sin esfuerzo—.
Puedo defenderme sola.
Él asintió, una sonrisa orgullosa dibujándose en sus labios.
—Y esa es una de las razones por las que te quiero como mi Luna.
No necesito a una muñeca que diga que sí a todo.
Necesito a una reina…
a alguien que me rete, que me haga desear más.
Tomó otra fresa, esta vez la acercó a mis labios.
—¿Me vas a dejar alimentarte… o también vas a pelear por eso?
Lo miré con una mezcla de asombro y fastidio.
Sus provocaciones eran constantes, cada una calculada para romper mis defensas.
Pero en el fondo, muy en el fondo… una parte de mí disfrutaba el juego.
Abrí los labios lentamente y acepté la fresa, sin apartar la vista de sus ojos dorados.
—Eso no significa que te pertenezco, Lucian.
Su sonrisa se ensanchó, satisfecha.
—No todavía —susurró.
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