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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 85

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  4. Capítulo 85 - 85 Ella Florecerá en la Oscuridad
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85: Ella Florecerá en la Oscuridad 85: Ella Florecerá en la Oscuridad El despacho olía a cuero curtido, a polvo antiguo y madera de cedro recién pulida.

Cada rincón exhalaba autoridad.

La única luz provenía del fuego que crepitaba en la chimenea de piedra negra, proyectando sombras alargadas que danzaban sobre estanterías atiborradas de libros encuadernados en piel, pergaminos arcaicos y reliquias de guerras olvidadas.

A través del ventanal alto y angosto, la luna llena se colaba teñida de carmesí por los vitrales encantados.

Era una noche para sellar pactos.

Para cometer errores que no pueden deshacerse.

Me serví un trago del licor más oscuro que tenía, uno añejo que mordía la lengua y ardía al descender, como el sabor todavía presente de la victoria.

De la sumisión.

Eliza.

Mi compañera.

Mi enemiga.

Mi presa.

El juego ya no era seducirla, sino devorarla a fuego lento.

Desde que la marqué —desde que tembló bajo mí con esa docilidad que rayaba en la desesperación—, algo cambió en mi interior.

Su aroma dejó de ser un veneno que nublaba mis sentidos.

Su sola cercanía ya no me arrastraba al borde del frenesí.

Era como si mi lobo, hambriento y salvaje, hubiese exhalado al fin un suspiro satisfecho.

Ella ya nos pertenecía.

Conquistarla ya no era un reto.

Romperla… sí.

Y ese desafío me fascinaba.

Quería verla florecer en mis manos.

Quería alimentarla de ternura fingida, de palabras suaves, hasta que creyera que me amaba.

Hasta que no pudiera respirar sin mi nombre.

Y justo entonces, cuando su alma fuese una ofrenda entre mis dedos, la destrozaría.

Sin rabia.

Sin culpa.

Con la delicadeza con la que se aplasta una flor bajo una bota.

Porque ella es la llave.

La grieta más débil en la muralla de la manada que me arrebató todo.

El hilo que, al romperse, haría caer el telar completo.

Entonces, la puerta se abrió sin que nadie llamara.

No necesitaba girarme para saber quién era.

Selene.

Siempre aparecía como un fantasma oportuno, enredada en su propio veneno.

—¿Celebrando, Lucian?

—su voz era una caricia con filo, terciopelo manchado de hiel.

No respondí al instante.

En lugar de eso, me recosté con una languidez medida en la silla detrás de mi escritorio, cruzando una pierna con la calma precisa que sabía que la enloquecía.

Levanté el vaso con parsimonia y lo hice girar entre mis dedos.

—Depende —musité al fin—.

¿Vienes a felicitarme… o a envenenarme?

Selene cerró la puerta con un chasquido seco.

Su vestido negro de encaje se aferraba a su cuerpo como una promesa no cumplida, y cada paso que daba sobre el suelo de madera resonaba como una advertencia.

Rodeó el escritorio como un depredador midiendo a su igual, hasta quedar a ambos lados de mi sillón, invadiendo mi espacio con la seguridad de quien se cree imprescindible.

—¿Cómo pudiste aceptar esa unión?

—escupió, su voz ahora temblando de furia contenida—.

Esa híbrida maldita no es tu igual.

No es como yo.

No te conoce como yo lo hago.

La miré entonces, apenas girando el rostro.

—Precisamente por eso —dije con la frialdad de una hoja recién afilada—.

Porque aún cree en los cuentos.

Y eso la hace… maleable.

Útil.

Vi cómo la herida se dibujaba fugaz en su rostro.

Un destello apenas perceptible antes de que la máscara volviera a cubrir su orgullo herido.

Siempre pensó que era insustituible.

Pero yo no amaba.

Yo manipulaba.

Selene tragó su rabia como veneno caliente, pero no retrocedió.

Bajó la voz, la suavizó, la tiñó de deseo.

—¿Y después?

—susurró, inclinándose junto a mi oído—.

¿Después de las promesas vacías, de la boda con esa criatura?

Giré apenas hasta que nuestras miradas se encontraron.

Sus ojos, llenos de fuego contenido, buscaban respuestas.

Yo solo ofrecí hielo.

—Después… me iré de luna de miel, Pero no con ella.

Una chispa encendió su mirada.

Sonrió, como si mis palabras fuesen un anzuelo lanzado solo para ella.

—¿Conmigo?

Asentí, sin sonreír.

—¿Lo dudas?

Su cuerpo se inclinó más.

Sus labios rozaron mi mandíbula con la suavidad de un cuchillo envainado, mientras su mano descendía por mi pecho con un hambre conocida.

Sus dedos encontraron la dureza bajo la tela, la apretaron como si aún tuvieran derecho… Y entonces, la puerta se abrió de golpe.

—Alfa —la voz de Jaxon cortó el aire como una flecha.

Firme.

Urgente.

Sin rodeos ni disculpas.

El ambiente se tensó al instante.

Selene se irguió como un resorte, retrocediendo con lentitud, ocultando su frustración tras la arrogancia de una reina destronada.

Se giró con la gracia de quien no concede derrotas… aunque sangren por dentro.

—Qué oportuna visita —musitó, su tono impregnado de veneno.

Yo solo alcé la ceja y apuré el resto del licor.

—Lucian, tenemos un problema —continuó Jaxon, sin siquiera mirarla—.

Es sobre tu hermano.

Mi cuerpo se tensó.

Fruncí el ceño.

—¿Qué pasa con él?

—Dicen que ha regresado al continente.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Me puse de pie, dejando el vaso a un lado, los músculos alertas, la mandíbula apretada.

—¿Estás seguro?

—Demasiado.

El mismo estandarte.

El mismo rostro.

Aterrizó esta mañana en el puerto de la frontera norte.

Y no está solo.

Mi hermano.

El legítimo heredero.

El que renunció al trono por principios que jamás entendí… y me dejó a mí lidiar con la sangre, las guerras, las consecuencias.

Siempre fue el favorito.

El niño dorado.

Amado por todos.

Respetado incluso por nuestros enemigos.

Yo… yo solo fui necesario.

Y ahora, después de tantos años… volvía.

¿Para qué?

¿Para reclamar lo que nunca quiso?

¿Para arrebatarme lo que me gané con sangre?

No lo odiaba.

Pero le temía.

Porque donde yo inspiraba lealtad a base de miedo, él despertaba devoción sin pedirla.

Porque incluso después de abdicar, los súbditos aún lo llamaban mi rey.

Y eso… eso era mucho más peligroso que el odio.

que me gané con sangre?

—¿Está solo?

—pregunté, mi voz tan filosa como el filo de una daga.

Jaxon asintió, con la mandíbula tensa.

—Completamente.

Sin guardia, sin estandarte.

Solo su caballo, su capa negra… y ese aire de arrogancia tranquila que siempre lo rodea.

Cabalgó desde el norte y ya partió rumbo al sur.

Pero lo vimos.

No fue una aparición casual.

Quiso que lo supiéramos.

Claro que lo quiso.

Él nunca hacía nada sin intención.

Cada paso, cada palabra suya era una maldita jugada en un tablero que ni siquiera reconocía que compartíamos.

—¿Lo invitas a la boda?

—preguntó Jaxon entonces, cargando la cabeza con una mueca socarrona que no disimulaba la tensión de su cuerpo.

Antes de que pudiera responder, Selene chasqueó la lengua con fastidio.

—En serio vamos a hacer esto una reunión familiar?

—espetó con veneno—.

¿Qué sigue?

¿El brindis con sangre compartida?

La ignoraré.

Ni siquiera giré la cabeza.

Selene odiaba ser ignorada más que ser rechazada, y eso era precisamente lo que la mantenía a raya.

—No, Jaxon —respondí con calma—.

Mi querido hermano quiso jugar al pícaro… quiso hacer una aparición dramática, una visita fugaz, un mensaje sin palabras.

Mis labios se curvaron con lentitud, sin alegría.

—Así que respetaré su decisión.

No lo buscaré.

No lo invitaré.

No lo arrastraré de vuelta a este mundo que eligió abandonar.

Que juegue en su pantano de principios.

Que observa desde lejos cómo ardo yo… cómo arde ella.

Él quiso desaparecer.

Y yo… acepto su deseo.

Jaxon ascendió, aunque sus ojos brillaban con la misma duda que aún me cruzaba por dentro.

Porque si mi hermano había regresado, no era por nostalgia.

Era por algo y descubriría porque había vuelto.

Jaxon ascendió y se quedó en silencio unos segundos más, como si esperara una orden que no llegaba.

Finalmente, cuando entendió que mi atención ya no estaba en su presencia, hizo una leve reverencia y se giró hacia la puerta.

—Jaxon —lo detuve justo antes de que cruzara el umbral.

Se volvió expectante.

—Entrega esto a Eliza —dije, alzando ligeramente una mano hacia el escritorio.

Sobre la madera, reposaba un ramo impecable de tulipanes rojos.

Los había hecho traer esa mañana, frescos, recién recogidos de los invernaderos de la frontera.

Nada de rosas.

Nada de orquídeas.

Tulipanes.

Porque los tulipanes rojos no gritaban “romance”, sino “obsesión”.

El sabía que eran sus favoritos, ella decía que significaba amor eterno, me reía internamente mientras disfrutaba como mi plan salía a la perfección, tenia a Eliza comiendo de la palma de mi mano, perdidamente enamorada de mí.

—Asegúrate que lo reciba frente a todos los que le importa —añadí— de preferencia cuando en la prueba del vestido.

Jaxon no preguntó nada.

Sabía que no era prudente.

Tomó el ramo con ambas manos, inclinó la cabeza y se marchó en silencio.

Cuando la puerta se cerró, el leve eco de los tacones de Selene volvió a golpear el suelo.

No la miré.

No tenía por qué hacerlo.

Podía sentir su furia latiendo como un tambor impaciente detrás de mí.

La respiración contenida.

Los celos filtrándose como veneno bajo su piel dorada.

—¿Tulipanes?

—masculló finalmente, con desprecio—.

¿Te has vuelto poeta ahora?

Me sirvió otro trago.

El licor sabía mejor con su amargura en el aire.

—Estoy siendo paciente —respondí, girando el vaso entre mis dedos—.

Las flores abren con el sol.

Pero Eliza…

Eliza florecerá con la oscuridad.

Pude ver cómo Selene apretaba los dientes, el orgullo herido, la rabia tan deliciosa que tanto amaba; con lentitud saqué mi miembro únicamente, dejándolo erecto al aire mientras la veía con desafío.

La lujuria reemplazó el enojo.

Lo vi en la forma en que sus labios se curvaron apenas, como una máscara que se resquebrajaba bajo el deseo.

Me recosté sin decir palabra, dejando que tomara la iniciativa, como siempre hacía cuando buscaba recordarme que aún tenía poder sobre algo.

No protesté cuando se arrodillo frente a mí.

Que creyera que su boca podía hacerme olvidar mis planos era, en sí, una distracción deliciosa.

Cerré los ojos y déjé que el momento pasara como una sombra cálida… sin involucrarme, sin darle más de lo necesario.

Ella no tardó en treparse sobre mí, guiada por el impulso de poseerme, de reclamar lo que pensaba que le pertenecía.

Se movía como si buscara amor.

Pero yo solo ofrecía castigo.

—Ahhhhhh— Emitió un largo gemido cuando se empalo por completo con mi miembro.

Se sostuvo por un momento del escritorio, perdí la paciencia y me levanté, comenzó a embestirla duro, sin piedad.

Sabia que esto era lo que ella quería, amaba que me la cogiera por cualquier parte del castillo.

Tome su cabello y la jale con fuerza, ella grito mas de dolor que de placer.

No me importo aumentar el ritmo sin importarme si ella tuviera o no un orgasmo, solo buscaba mi propia liberación.

Sentí que estaba por venirme, saque mi miembro, termine en cabello, cuello y media cara, sentí su frustración, pero no me importo.

La empujé suavemente a un lado, indiferente al temblor contenido en sus manos o al silencio furioso que le apretaba la garganta.

Su rostro, manchado y humillado, no despertó en mí ni una chispa de culpa.

Solo satisfacción.

—A veces olvido cuán cruel puedes ser —susurró, su voz temblando con una mezcla de rabia y humillación.

Me quité la camisa con calma, en dirección al baño.

—No mereces que disfruté tu cuerpo —dije sin mirarla—.

Vete.

Ella se incorporó con torpeza, alisando su vestido mientras la furia se encendía detrás de sus ojos dorados.

—Y no quiero que molestes a Eliza mientras las manadas estén aquí —agregué, alzando la voz lo suficiente para que cada palabra la atravesara—.

Mejor aún…

te prohíbo salir de tu habitación.

El golpe fue más efectivo que una bofetada.

Selene se quedó quieta por un segundo, conteniendo un grito que no se atrevió a liberar.

Luego giró sobre sus talones y salió, dejando tras de sí una estela de perfume y veneno.

Cuando la puerta se cerró, sonreí.

Todo iba según el plan.

Eliza recibiría las flores.

Selene estaba furiosa Y la Luna, seria testigo de mi venganza.

Justo como lo había planeado.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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