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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 86

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  4. Capítulo 86 - 86 Como un Ángel en la Torre
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86: Como un Ángel en la Torre 86: Como un Ángel en la Torre La habitación nupcial, ubicada en la torre más alta del castillo de Lucian, era un espacio tan hermoso como intimidante.

De forma circular, con muros de piedra clara y vitrales encantados que tenían la luz de la tarde en tonos suaves de rosa, dorado y lavanda, parecía un santuario de ensueño.

Todo estaba impregnado de una calma etérea… salvo por el corazón de Eliza, que latía con la fuerza de un tambor de guerra.

Ella se encontraba en el centro, sobre un pedestal de mármol blanco, inmóvil como una estatua sagrada.

Tres sirvientas se movían a su alrededor con la destreza de costureras que ya habían vestido a muchas Lunas, ajustando, alisando y rematando los últimos detalles del vestido.

A pesar de su estado de shock, lo había escogido con precisión instintiva era un vestido de princesa ceñido al torso, con bordados en hilo de plata que parecían dibujar constelaciones, y una falda amplia hecha de capas y capas de tul vaporoso.

El escote, en forma de corazón, se combinaba con una capa de encaje suave que acariciaba sus hombros como un suspiro.

Desde una peineta de cristales caía el velo, largo y transparente, como un río de luz que acompañaba el dorado de su cabello suelto.

Una florista, junto al gran ventanal, terminaba de preparar el ramo rosas negras, lirios de sangre y orquídeas blancas.

En la tradición de la Luna Carmesí, no era inusual que las parejas marcadas formalizaran su unión en matrimonio la misma noche en que se sellaba el vínculo.

Especialmente si pertenecían a manadas distintas.

Era una forma simbólica de unir no solo cuerpos y almas, sino también linajes.

Por eso, una de las alas del gran salón estaba consagrada exclusivamente a las bodas, vestidores llenos de trajes y vestidos encantados, altares decorados con flores de ambas regiones, anillos imbuidos con hechizos de fidelidad, y banquetes preparados por los mejores chefs de ambas manadas.

Todo dispuesto para desplegarse en cuestión de horas, como si una voluntad ancestral impulsara el ritual con su propia magia.

Lucian, por supuesto, lo había organizado todo.

Sin preguntarle a Eliza.

Sin ofrecerle opción.

Y sin embargo, había tenido un gesto inesperado; hizo traer desde su ciudad a la madre de Eliza… y a su abuelo.

Aquel hombre frágil, con la memoria deshilachada por el alzhéimer, pero cuyos ojos recuperaban destellos de lucidez cada vez que miraban a su nieta.

—Mírala —dijo el anciano, con una sonrisa temblorosa y desdentada, observando a Eliza sobre el pedestal de mármol—.

Es mi princesa… mi pequeña.

Te ves como un ángel.

Las palabras le rasgaron el pecho.

Eliza sintió que el corazón se le apretaba, y las lágrimas amenazaron con desbordarse.

Sus labios temblaban mientras las sirvientas ajustaban con manos expertas los últimos broches del corset.

La seda tirante parecía comprimirle no solo el cuerpo, sino también el alma.

Su madre la miraba desde una esquina de la sala, vestida con un traje verde esmeralda que resaltaba el enrojecimiento de sus ojos.

Pero no lloraba de emoción.

No había orgullo en su rostro.

Ni aceptación.

Solo un dolor silencioso, hundido y antiguo, como si cargara la culpa de cada decisión.

Había hecho todo lo posible por alejar a Eliza de este destino.

De las manadas.

De los lobos.

De la guerra entre alfas.

Le ofreció la ciudad, estabilidad, aunque a base de mentiras, apostó todo por un futuro distinto para su hija.

Y sin embargo, el destino se la estaba arrebatando igual.

Sabía, en el fondo, que permitirle estudiar en Stanford fue un error.

Lo supo desde el primer día, cuando la despidió en el aeropuerto con una sonrisa rota.

Pero no tuvo corazón para negárselo.

No cuando ella le habló de sus sueños con tanta ilusión.

Ahora, su hija estaba ahí.

Vestida de blanco.

A punto de casarse con el Alfa que para la opinión de muchos era despiadado como un demonio.

Con un hombre que la había marcado ante todos, dejando de lado los rituales sagrados y la había convertido en un trofeo.

Y ella… no podía hacer nada.

Solo mirar.

Mirar como su hija era arrebatada por estas personas de quien juro protegerla.

POV Eliza —Te ves como una reina —dijo mi madre, aunque no se veía feliz.

Yo no pude evitar sonreír.

Estaba feliz… aunque por dentro algo me oprimía el pecho.

Todo se sentía demasiado irreal.

Demasiado rápido.

Demasiado fuera de mi control.

En la esquina del salón, Damián estaba de pie, con los brazos cruzados, rígido como una estatua de piedra.

A su lado, el mi padre intentaba, por enésima vez, hacerlo entrar en razón.

—Esto puede poner fin a generaciones de odio —murmuró Ronan con tono grave, bajo, solo para él— La unión no solo es inevitable, es lo mejor.

Para ella.

Para nosotros.

Para la manada entera.

—¿Lo mejor?

—repitió Damián con una risa amarga—.

¿Casarla con un monstruo que la marcó como si fuera una maldita propiedad?

¿Eso es lo mejor, padre?

—Lucian es más que eso.

Tiene poder, control.

Y ella…

ella es fuerte.

Juntos pueden estabilizar lo que nuestros ancestros nunca lograron.

—No sabes con quién la estás obligando a casarse —espetó Damián, —Nadie me está obligando a nada — intervine y vi el enojo en su mirada.

—Esto nos puede traer por fin la paz que tanto hemos buscado — Trato de razonar nuevamente mi padre  —Él no es paz.

Él es guerra con piel de cordero.

Un maldito.

Y tú lo sabes.

Fue entonces cuando la puerta del salón se abrió, interrumpiendo la tensión.

Jaxon entró con paso seguro.

En sus manos, un ramo.

Tulipanes rojos.

El mundo se detuvo.

Mi pecho se encogió.

Nadie sabía lo que esos tulipanes significaban para mí.

—El Alfa me pidió que le entregara esto —dijo Jaxon, tendiéndome el ramo con formalidad.

Tomé la tarjeta.

Mis mejillas se encendieron.

“Dicen que los tulipanes rojos significan amor eterno.

Yo los elegí porque no hay flor que represente mejor lo que pienso hacerte esta noche.

Rojo como tus mejillas cuando gimes mi nombre.

Como las marcas que voy a dejar en tu piel para que no olvides a quién perteneces.

Como la sangre que corría por mi cuerpo el día que te vi… y supe que ibas a ser mía.

Para siempre.

Con amor, hambre… y un poco de impaciencia.

L.” Era un descarado.

Un maldito posesivo.

Pero dentro de mí… una parte ardía de felicidad.

Me deseaba.

Me amaba.

O más le valía que me amara.

Porque yo… creo que lo amo.

Una de las sirvientas se acercó en silencio y tomó un par de tulipanes, integrándolos con cuidado en el ramo de novia.

Mientras sin que me diera cuenta Damián y me la arrancó de las manos sin miramientos y leyó cada palabra.

Su rostro se transformó con cada línea.

El dolor, el odio, la impotencia…

todo lo atravesó como una herida abierta.

—Ese maldito— La furia en su mirada era evidente.

—Damián…

—empecé, pero él retrocedió un paso como si mi voz lo quemara.

—¡Te va a destruir!

—gritó—.

¡Ese bastardo no tiene alma!

Lo he visto en batalla, sé lo que es.

No puedes casarte con él, no puedes entregarte a ese malnacido…

—¡Suficiente!

—intervino Ronan, con voz de Alfa.

Pero Damián no se detuvo.

—No es suficiente —gruño—.

Ustedes no entienden.

No es solo política.

¡Es mi hermana!

¡Ella no es un peón para sacrificar por una tregua vacía!

Y entonces me miró.

Directo.

Y fue como si me atravesara.

—pensé que eras más sensata— Su voz estaba llena de tristeza — pero te estas entregando al enemigo en bandeja de plata.

Me fulminó con una última mirada.

Ya no había rabia.

Solo dolor.

Y sin más, dio media vuelta, empujó las puertas y desapareció del salón con una furia silenciosa.

Como si huyera de su propia herida.

El silencio que dejó Damián tras de sí fue más ruidoso que cualquier grito.

Me quedé quieta, con los tulipanes apretados contra el pecho, mientras sentía cómo la sala entera se deshacía en una niebla pesada.

Las sirvientas seguían moviéndose, ajustando, corrigiendo, colocando flores en mi cabello como si nada hubiera pasado.

Como si yo no acabara de ver romperse algo sagrado frente a mí.

—No te preocupes — Luna se acerco y tomo los tulipanes de mis manos— En dos días será nuestra boda.

En casa.

Mi humor mejoro al instante.

—Que gusto me da que la Diosa Luna por fin los haya bendecido — Dije mientras le daba un medio abrazo.

—Resulta que era yo misma saboteándome— dijo con un susurro y las mejillas enrojecidas.

—Me da gusto que las cosas funcionaran para ustedes.

Se alejo y coloco los tulipanes en un jarrón en una mesa alejada, me sentía eufórica, aunque las cosas se estaban dando tan rápido, sabia que estaba haciendo lo correcto.

Mi corazón y mi alma no reclamarían tanto a Lucian si el no fuera para mí.

—Ya casi es Hora — Dijo mi Jaxon parado en la puerta — Esta a punto de comenzar la ceremonia.

Todos comenzaron a Salir; mi madre y Ronan se quedaron atrás, el para entregarme y ella, imagino que para compartir ese ultimo momento madre e hija del que tanto he escuchado.

Se acerco a mí, con la mirada triste, desde que llego sabia que no estaba contenta con todo lo que está pasando.

No dijo nada.

Ronan suspiró, y se fue sin agregar una palabra más.

—¿Sabes lo que pensé cuando naciste?

—susurró, como si lo estuviera recordando apenas ahora, después de tantos años—.

Que ibas a ser libre.

—Lo intentaste —dije en voz baja, con un nudo en la garganta.

Ella asintió, mordiéndose los labios para no dejar salir el dolor.

—Lo hice.

Aposté todo por eso.

Cuando te mentí sobre tu padre… cuando me alejé de todo.

Era mi forma de protegerte.

De alejarte de esto.

De ellos.

De los que quieren moldearnos como si fuéramos piezas de ajedrez.

—Y fallaste —murmuré, no con reproche, sino con ternura triste.

—Fallé —repitió, una lágrima cayó por su mejilla—.

Y ahora vas a casarte con un Alfa enemigo.

Con un hombre que te marcó frente a todos, como si fueras un premio.

Negué con la cabeza.

Y aunque me dolía admitirlo, lo hice.

—No elegí esto… pero no puedo odiarlo.

Mi madre cerró los ojos.

Fue como si esas palabras la atravesaran.

—No necesitas justificarlo, hija —susurró, con una dulzura que solo una madre puede tener— Si es lo que tu corazón desea.

Tragué saliva.

Los ojos me ardían.

Y cuando por fin pude mirarla, ya no lo aguanté más.

—Lo amo madre — sentí las lágrimas picar detrás de mis ojos — ¿Y si el no me ama de la misma manera?

Mi madre me vio con ternura.

—Tienes que ser fuerte— dijo mientras sus manos se posaban en mis hombros — No dejes que te rompa.

—¿Crees que me va a romper?

Me tomó el rostro entre las manos, como cuando era niña.

Su tacto era cálido, tembloroso, lleno de miedo.

—Sí.

Va a romperte.

Porque tú amas con todo lo que tienes.

Porque perdonas incluso cuando no deberías.

Porque confías en alguien que aprendió a devorar antes que a amar.

Las lágrimas finalmente se me escaparon.

Cayeron, silenciosas, sin escándalo.

Como esas verdades que ya no se pueden ocultar.

—¿Y qué hago cuando pase?

—Sobrevives —respondió sin dudar—.

Te levantas.

Te reconstruyes.

Y si algún día necesitas irte… te vas.

Sin mirar atrás.

No pidas permiso.

No expliques.

Solo vete.

Y yo voy a esperarte.

Siempre.

Me abrazó.

Con fuerza.

Con desesperación.

Como si quisiera fundirme con ella, esconderme de todo lo que estaba a punto de suceder.

Me aferré a su cintura como una niña.

—Mamá… —susurré, apenas audible— Te amo.

Sentí cómo su cuerpo se sacudía por un sollozo.

Me sostuvo más fuerte, y yo cerré los ojos mientras las lágrimas me picaban como fuego en la piel.

—Yo también, mi amor.

Eres mi vida entera.

Y lo serás siempre.

Pase lo que pase allá afuera… no olvides quién eres.

Ni quién te ama.

Entonces una voz se escuchó desde afuera: —Es hora.

Nos separamos, a regañadientes.

Ella me acomodó el velo con manos temblorosas y me dio un beso en la frente.

—Camina con la cabeza en alto.

Si este es tu infierno… que todos crean que lo elegiste con orgullo.

Asentí, limpiándome las lágrimas.

Respiré hondo.

Y crucé la puerta.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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