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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 88

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  4. Capítulo 88 - 88 Bajo la Luna del Alfa
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88: Bajo la Luna del Alfa 88: Bajo la Luna del Alfa El frío se coló por la tela del vestido, acariciando mis hombros desnudos como si la brisa misma quisiera advertirme lo que estaba por venir.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Me detuve justo en el umbral del Salón, donde una neblina fantasmal flotaba sobre el suelo, como un presagio, como una frontera entre lo que fui… y lo que estaba a punto de convertirme.

Tomé aire.

Lo exhalé despacio, como si pudiera expulsar junto con él mis dudas.

Sentí la presión suave pero firme del brazo de mi padre cuando este se situó junto a mí.

—Aún estás a tiempo de decir que no —murmuró con voz baja, cálida, cargada de ¿Miedo?

Giré apenas el rostro, buscando sus ojos.

Y lo que encontré me rompió un poco por dentro.

No había dureza.

No había el juicio con el que tantos otros me mirarían esta noche.

Solo un amor cansado, envejecido por batallas, pero aún intacto… para mí.

—Si quieres huir… lo haremos.

Solo dilo.

Tengo hombres esperándote fuera.

No tienes que cargar con nada de esto.

Mi pecho se apretó.

Era tan fácil decir que no.

Volver a mi habitación.

Cambiarme.

Esconderme.

Fingir que todo esto nunca ocurrió.

Que jamás conocí a Lucian.

Que mi alma no lo había elegido.

Pero no podía.

No quería.

—No, papá —susurré.

Tragué saliva con dificultad.

Mis manos temblaban sobre el ramo, como si no fueran mías—.

Estoy segura.

No necesito escapar.

Él me estudió con una tristeza callada.

—¿Lo amas?

—preguntó, con voz casi infantil.

Como si necesitara aferrarse a una esperanza rota.

Mi rostro ardió.

Bajé la mirada, avergonzada por lo que estaba a punto de admitir.

Pero mis labios se movieron solos, como guiados por algo más grande que la razón.

—Lo amo… aunque sé que no debería.

Sus ojos se nublaron con una emoción que no logré descifrar del todo.

Luego asintió, con esa mezcla imposible de resignación y ternura que solo los padres saben usar.

Me besó la frente con una dulzura temblorosa, como si ese beso fuera una despedida.

Y sin decir más… comenzamos a caminar.

Las puertas se abrieron.

La música comenzó a sonar, solemne.

Y el murmullo del salón murió como una ola que se retira del mar.

El corazón me dio un vuelco tan violento que me aferré al brazo de mi padre sin pensarlo.

Mis ojos lo buscaron, y cuando lo encontré, el resto del mundo se desvaneció.

Al fondo, entre sombras, de pie en el altar tallado en ónix y plata, Lucian.

Ya no sentía el frío.

Ya no oía la música.

Todo era él.

Sus ojos me devoraron desde la distancia, quemando cada capa de duda que me quedaba.

No pestañeó.

No sonrió.

Solo me sostuvo con la mirada, como si yo fuera el objeto por el cual ha vivido toda su vida y por fin tendrá en sus manos.

Mis pasos resonaban suaves sobre el mármol bruñido, pero yo apenas los sentía.

Mi cuerpo caminaba, sí, pero mi alma ya estaba con él.

El velo blanco flotaba tras de mí como una nube sagrada, y sin embargo, yo me sentía una pecadora al servicio del deseo.

Sentía cada mirada sobre mí, cada tensión entre los asistentes, cada cuchicheo ahogado… pero era como si me atravesaran sin tocarme.

Solo existía él.

Caminé hacia el lobo.

Hacia mi destino.

Hacia el demonio que me había elegido y yo había elegido amar.

Extendió su mano cuando estuve lo suficientemente cerca.

Y yo la tomé sin dudar.

Su calor me invadió como fuego líquido, como si despertara algo dormido dentro de mí.

Su piel contra la mía.

Su pulgar rozando mi muñeca, despacio, como si ya conociera el ritmo de mi sangre.

Su mirada… Oh, su mirada.

Deseo.

Hambre.

Posesión.

Y algo más… algo oscuro y dulce como veneno azucarado.

Algo que solo yo parecía ver.

El Alfa Supremo comenzó a hablar, pero las palabras eran ecos lejanos.

Murmullos en un sueño del que no quería despertar.

Yo solo sentía su mano entrelazada con la mía.

Su energía envolviéndome.

Su alma, al borde de fusionarse con la mía.

Y mi cuerpo… Mi cuerpo ya se había rendido hacía mucho.

Mis muslos se apretaban con cada roce de su piel, con cada segundo que compartíamos el mismo aire.

Por primera vez en tanto tiempo, mi alma y mi cuerpo estaban en sintonía.

No había guerra entre ellos.

Solo entrega.

Yo quería ser suya.

Y Lo era, Era suya en cuerpo y alma.

Un pensamiento se coló sin permiso en mi mente, deslizándose como un susurro tierno.

Un hijo.

Uno con sus ojos y mi cabello.

O una niña con su melena obscura y mis ojos de tormenta.

El calor subió a mis mejillas.

Esperaba que no lo notara.

Que no pudiera oír los latidos de mi corazón soñando un futuro que aún no estaba escrito.

—Lucian de la manada Hermanos de la Sombra —dijo el Alfa Supremo—.

¿Aceptas a Eliza, de la manada Sangre de Hierro, como tu compañera, prometiendo protegerla, honrarla y unir tu destino al suyo bajo la bendición de la Luna?

Lucian no vaciló.

—La acepto —su voz fue un látigo de seda.

Un azote que me hizo estremecer.

Y entonces me tocó a mí.

Tragué saliva.

Mis labios temblaban.

—Lo acepto —dije con un nudo en la garganta y el corazón latiéndome tan fuerte que pensé que todos lo oirían.

Su mirada brilló.

Feroz.

Victoriosa.

Me tiene.

Y lo sabe.

El Alfa Supremo ungió nuestras frentes con vino sagrado.

Una luna invertida fue dibujada sobre mi piel.

—…puede besar a su compañera.

El mundo se detuvo.

Aunque ya había compartido su cama, mi cuerpo reaccionó como si fuera la primera vez que me tocaba.

Cada parte de mí ardía.

Lucian levantó lentamente mi velo.

Lo hizo con una reverencia que me dejó sin aliento.

Como si estuviera revelando una joya sagrada.

Vi su sonrisa al notar la marca que ardía aún fresca sobre mi cuello.

La contempló como si fuera su obra maestra.

Su trofeo.

Su victoria.

Y entonces vi en sus ojos algo que me desarmó.

Adoración.

Pero no de santo.

De bestia.

De Alfa.

Su brazo me envolvió por la cintura.

Con fuerza.

Con derecho.

Con una urgencia que era mía también.

Y me besó.

Dioses… Sus labios me devoraron.

Era un beso de fuego.

De muerte y renacimiento.

Un beso que decía “eres mía” sin que hiciera falta una palabra.

Mis manos volaron a su pecho.

Sentí los latidos debajo de su camisa.

Su pecho se alzó y cayó con un jadeo contenido.

Cuando sus labios se separaron de los míos, estaba mareada.

El corazón palpitándome en los oídos.

Mis labios, hinchados.

Mi pecho, agitado.

Pero él… él me miraba como si quisiera más.

Aunque ya me había entregado por completo a el.

—Siempre serás mía —murmuró con una sonrisa que no era cruel.

Era promesa.

Era sentencia.

Lucian no apartó su mirada de mí ni cuando el aplauso comenzó, débil al principio, como un eco inseguro.

Luego creció.

Como una ola contenida demasiado tiempo.

Pero no por todos.

Giramos lentamente hacia los asistentes, sus dedos aún entrelazados con los míos, como si quisiera que el mundo supiera —que recordara— que yo le pertenecía.

Supe en ese instante que no lo hacía por protocolo.

No por los rituales, ni siquiera por el poder.

Lo hacía por él.

Por su orgullo.

Por su instinto.

Por la bestia que exigía marcar su territorio frente a todos.

Y todos lo entendieron.

La tensión en el aire, densa y electrificada, comenzó a disiparse apenas dimos unos pasos hacia el borde del altar.

Los rostros comenzaron a suavizarse.

Las sonrisas, ensayadas y vacías, aparecieron como máscaras nuevas.

Los líderes de otras manadas intercambiaban miradas cargadas de promesas diplomáticas, como si este matrimonio fuera un presagio de una nueva era.

Como si una alianza entre Sangre de Hierro y Hermanos de la Sombra significara paz.

Las mujeres jóvenes, lobas de mirada afilada y bocas pintadas de rojo carmesí— me miraban como si yo acabara de ganar el premio más codiciado del mundo.

Sus ojos no se molestaban en disimular la envidia.

Ni los celos.

Algunas susurraban entre sí, otras simplemente me observaban como se observa a una rival difícil de derrotar.

Yo me aferré con más fuerza a Lucian.

No porque temiera… sino porque quería que todas ellas lo supieran.

Él era mío.

Mío.

Lucian alzó la barbilla con ese porte de rey salvaje que dominaba cada habitación que pisaba.

Su brazo se deslizó alrededor de mi cintura, posesivo y protector.

Se detuvo en seco, como esperando que todos lo miraran.

—Esta noche —declaró con voz profunda, con ese tono que arrastraba obediencia—, el banquete será servido bajo la luz de la luna, como símbolo de la bendición que se ha otorgado esta unión.

Coman.

Brinden.

Y recuerden que hoy… la guerra duerme.

Su mirada se endureció un instante, lo justo para que nadie olvidara que era un Alfa por derecho.

Pero cuando volvió a mirarme… el mundo pareció suavizarse.

El jardín exterior había sido transformado.

Columnas de cristal encantado sostenían hilos de luz que flotaban como luciérnagas atrapadas en una danza eterna.

Las mesas eran de madera blanca, decoradas con guirnaldas de hiedra encantada que florecían lentamente ante cada risa o brindis.

Candelabros flotantes derramaban un resplandor suave, y en el cielo, la luna parecía más grande que nunca.

Había un aroma embriagador en el aire, mezcla de flores nocturnas, especias exóticas y magia antigua.

Todo parecía sacado de una visión onírica, de un cuento donde el tiempo no existía.

Lucian y yo fuimos guiados hasta la mesa principal, elevada unos peldaños sobre el resto.

Desde allí, lo veíamos todo.

Y todos podían vernos a nosotros.

Me senté a su lado, aún aturdida por la intensidad de todo.

Y él… él se inclinó hacia mí con una sonrisa tibia, casi traviesa.

—¿Estás cansada, mi luna?

—susurró, llevando una copa de vino a mis labios antes de que yo pudiera alzarla.

Tomé un sorbo.

Él me observó como si ese gesto fuera el centro de su universo.

—Solo… abrumada —admití en voz baja.

—Entonces deja que el mundo te admire.

Yo me encargaré del resto.

Y lo hizo.

Me sirvió con sus propias manos.

Me ofreció dulces bañados en miel, frutas carmesí que solo crecían en las tierras del norte.

Me acomodó el velo detrás de la oreja con un gesto tierno que desentonaba con su reputación.

Me acarició la mano bajo la mesa, enredó nuestros dedos como si no soportara no tocarme.

Las miradas comenzaron a cambiar.

El desconcierto cruzaba los rostros de los presentes.

Las lobas más jóvenes me miraban con una mezcla punzante de celos y fascinación.

Sus ojos seguían cada caricia que Lucian me dedicaba, como si no pudieran creer que el lobo más desalmado fuera capaz de tal ternura.

Una carcajada suave sonó cerca.

Me giré justo a tiempo para ver a Luna acercarse, radiante en su vestido azul medianoche, y a Damián caminando a su lado con una expresión difícil de descifrar.

—¡Felicidades, Eliza!

—exclamó Luna, abrazándome con calidez sincera—.

Te veías como una diosa, y él… bueno —río entre dientes mientras señalaba a Lucian con la mirada—, creo que nunca lo vi tan… humano.

Lucian la observó con una ceja alzada, pero no dijo nada.

Se limitó a inclinar la cabeza con una cortesía que, viniendo de él, parecía casi una reverencia.

Luna se giró hacia él, más seria.

—Alfa Lucian, como futura Luna de la manada Sangre de Hierro y ahora cuñados — un leve sonrojo atravesó sus mejillas — quiero extenderte una invitación formal a nuestra boda —sus ojos brillaron mientras tomaba la mano de Damián—.

Será en dos días.

Y me encantaría que estuvieran presentes.

El silencio cayó por un segundo.

Yo hubiera respondido que si enseguida; pero ahora mi vida y mis decisiones estaban atadas a él.

—Aceptamos la invitación —respondió con solemnidad— Estaremos encantados de acompañarte.

Dijo mientras me acercaba a su pecho, su mirada se cruzó brevemente con la de Damián.

Hubo algo allí.

Tenso.

No resuelto de años, a lo que yo denominaría toda esta situación.

Echarle mas leña al fuego.

Pero Luna rompió el momento, volviéndose hacia mí con una sonrisa más ligera.

—Nos vemos en dos días — Dijo mientras me guiñaba un ojo — disfruta tu nueva vida de casada.

Ella y Damián se perdieron entre la multitud y cuando volví a mirar a Lucian, él ya me estaba observando, con esa mirada que me costaba descifrar.

La música cesó suavemente, dando paso a una ovación cuando el pastel fue traído al centro.

Era una obra de arte: tres pisos, decorados con flores cristalizadas, frutas encantadas que brillaban como gemas, y figuras de lobo talladas en azúcar.

Lucian tomo mi mano y nos dirigimos al centro de la pista, una sirvienta del lugar nos entregó un cuchillo, el colocó la mano sobre la mía.

Fue un gesto simple.

Pero su pulgar acariciando el dorso de mi mano… fue todo.

—Ahora todos te verán probar mi dulzura —dijo en voz baja, con una sonrisa peligrosa.

Cortamos la primera porción y él, sin soltar mi mirada, llevó un trozo a mis labios.

—Come, mi luna.

Que nunca te falte nada bajo mi protección.

Mi garganta se cerró.

Pero comí.

Y luego lo alimenté yo.

Y todo el salón aplaudió.

Aunque lo único que importaba… era cómo me miraba.

La música cambió de nuevo.

Una melodía lenta, de esas que cuentan historias sin necesidad de palabras.

Mientras se llevaban los restos del pastel y comenzaban a repartir entre los invitados, Roban se acercó con los ojos húmedos.

Extendió la mano con una pequeña reverencia que me hizo sonreír.

—¿Puedo robarle un baile a mi hija… antes de perderla?

—Padre —susurré, tragando lágrimas.

Bailamos despacio.

Sus manos eran fuertes, firmes, pero ya no eran las que me guiaban.

Ahora me despedían.

—Nunca pensé conocer y perder a mi hija en tan poco tiempo — Mi corazón se estrujo, tampoco lo esperaba.

—Creo que las cosas son como tienen que ser — sentía dentro de mi que este era el camino.

Sus ojos me escanearon con ternura.

—Estás hermosa.

Y no por el vestido… sino por la mujer en la que te convertiste —Gracias por no detenerme —susurré.

—Porque vi en tus ojos… que no estabas corriendo hacia él.

Estabas volando.

Cuando la música se desvaneció, me soltó con una sonrisa triste… y se giró hacia Lucian.

—Cuídala.

Es mi joya mas preciada — Dijo mi padre entregándome a los brazos de Lucian, con una sonrisa triste.

Lucian le hizo en reverencia y una sonrisa que no se interpretar, mi padre se internó entre los invitados y Lucian me apretó más junto a él.

—Es hora del ramo — Susurro Lucian en mi oído.

Pude ver como las lobas ya se habían agrupado en el centro del jardín encantado.

Reían, empujándose unas a otras entre nervios, risas y colmillos discretamente expuestos.

—¿Lista?

—me preguntó Lucian, besando mi hombro mientras me ayudaba a subir a una tarima rodeada de faroles flotantes.

—Nunca tanto —le sonreí.

Le di la espalda a las invitadas.

El ramo estaba hecho en parte con los hermosos tulipanes que el me había obsequiado.

Dándole la espalda a las chicas.

Conté hasta tres.

Una… Dos… ¡Tres!

Lo lancé con fuerza y gracia, girando en el aire como un cometa de luz.

Las lobas se abalanzaron.

Fue casi una batalla.

Y entonces, una risa clara estalló entre todas.

—¡Luna!

—gritaron varias.

Ella levantó el ramo, triunfante, con las mejillas encendidas y la mirada fija en Damián, que la observaba desde un rincón con los brazos cruzados… y una sonrisa contenida.

Lucian se inclinó y murmuró —Creo que van a sospechar que lo hiciste a propósito.

Me reí, aún entre brazos de mi lobo.

—Claro que no.

Rei mientras Lucian me baja, su mirada era tierna, dulce y totalmente en mi; su toque era suabe y abrazador al mismo tiempo.

No podría creer que todas las historias que se decían de el eran ciertas.

No podían serlo.

Como alguien tan cariñoso y que me ve con tanto amor podría ser tan… cruel.

Tomo con fuerza mi cintura, con su mano libre me tomo del mentón y besos mis labios nuevamente.

Estoy jodida.

Lo amo.

Como nunca pensé amar a alguien.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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