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Emparejada al Alfa Enemigo - Capítulo 94

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  4. Capítulo 94 - 94 Marcada en la Oscuridad
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94: Marcada en la Oscuridad 94: Marcada en la Oscuridad POV.

LUCIAN Emergí de las sombras con Eliza en brazos, como si aquel cuarto de universidad jamás hubiese existido.

Como si ese mundo superficial, ese aire contaminado de libertad fingida y rutinas humanas, pudiera disolverse tras mis pasos y quedar reducido a cenizas.

Ella pertenecía a mi mundo ahora.

A mi territorio.

A mí.

La llevé directo a mi habitación, abriendo las puertas con un pensamiento, dejando que las sombras que me seguían sellaran la entrada tras nosotros.

La deposité sobre la cama con una delicadeza que contrastaba violentamente con el temblor contenido en mis dedos.

Como si no hubiese estado a punto de quebrarla.

Como si no hubiese sentido el impulso salvaje, ancestral, de tomarla por el cuello y recordarle quién era su Alfa.

—Mierda… —susurré, presionando con fuerza el puente de mi nariz mientras el eco de su voz aún resonaba en mis oídos.

Había desafiado mi voluntad.

Se había atrevido a escapar.

A olvidarme.

El fuego en mis venas no era solo rabia.

Era frustración.

Era deseo.

Era ese vínculo que ardía como una marca viva en mi alma, quemando todo control que tratara de sostener.

Necesitaba que mi plan se cumpliera con precisión milimétrica, pero ella…

ella me estaba volviendo loco.

Loco de rabia.

Loco de necesidad.

Apreté los dientes.

Me obligué a calmar la respiración mientras hablaba por el vínculo.

—Jaxon.

Ven ahora.

Trae al médico.

No tardes.

No esperé respuesta.

Corté la conexión antes de que pudiera hacer preguntas.

Minutos después, el aire se agitó con la presencia de Jaxon.

Entró sin tocar, flanqueado por el médico de la manada, un anciano de ojos completamente blancos, piel como pergamino viejo, pero con una energía tan densa que parecía llenar la habitación.

No necesitaba herramientas.

Su magia era suficiente.

Se inclinó sobre Eliza sin decir palabra, le tomó el pulso con dedos fríos y precisos, examinó sus pupilas, y luego extendió una mano sobre el anillo que aún brillaba débilmente en su dedo.

La energía del lazo chisporroteó, roja y volátil.

—No está herida —dijo el anciano con voz áspera—.

Solo perdió el conocimiento.

El anillo respondió al vínculo… y al conflicto emocional.

La conexión es demasiado intensa.

Demasiado pronto.

Un gruñido escapó de mi garganta.

—¿Demasiado pronto?

—Aún se resiste, Alfa —explicó sin levantar la vista—.

Su alma ha empezado a aceptar el lazo, pero su mente, su voluntad, sigue luchando.

Esa fricción interna genera dolor, rechazo físico.

Su cuerpo intenta escapar de lo que su instinto ya reconoce como inevitable.

Me quedé en silencio.

Lo odiaba por decirlo, porque era verdad.

Y porque no había nada que yo pudiera hacer para forzar el proceso sin romperla por completo.

Jaxon se acercó, colocando una mano firme sobre mi hombro.

—Ya está aquí, Lucian.

Está a salvo.

Eso es lo importante.

—¿A salvo?

—espeté—.

No lo entiendes.

Se escapó.

Volvió a ese mundo frágil que ya no le pertenece.

Intentó borrarme.

Como si esto…

como si yo fuera opcional.

—Tal vez necesita creer que lo es —murmuró Jaxon, su mano apretando un poco más—.

No puedes obligarla a amarte.

Me volví hacia él, lento, con una sonrisa torcida.

—¿Amor?

—solté, con una risa hueca—.

Esto no se trata de amor, Jaxon.

Se trata de venganza.

De justicia.

De equilibrio.

Ella es la llave.

Y yo…

el castigo.

Jaxon no replicó.

No porque estuviera de acuerdo.

Sino porque sabía que no valía la pena discutir con una bestia desatada.

El médico terminó de recoger sus cosas sin dirigirme la palabra.

Solo murmuró: —Debe descansar.

Lo demás…

llevará tiempo.

Ambos se marcharon, dejándome solo con ella.

Me quedé observando su rostro dormido.

Tan sereno.

Tan ajeno a la tormenta que me provocaba.

El anillo brillaba tenuemente, rojo como la sangre viva, como el núcleo de una llama que no muere.

Su cabello caía como oro desordenado sobre la almohada y, por un instante, no vi a mi enemiga.

Vi a mi compañera.

Vi a mi condena.

Me senté a su lado.

No para pedir perdón.

Sino para hacerle entender.

No podía seguir huyendo.

No podía seguir negándome.

El destino la había unido a mí.

Quisiera o no.

Me incliné hacia ella y, con una caricia apenas perceptible, rocé su mejilla con la yema de mis dedos.

Un roce cargado de todo lo que no estaba dispuesto a decir.

Luego me levanté, en silencio.

La cubrí con otra manta y murmuré una orden mental.

Las sombras se agruparon como centinelas al pie de la cama, obedientes solo a mí.

Me aseguré de que la habitación quedara sellada con magia antigua antes de salir.

Jaxon me esperaba en el pasillo, tenso.

—Necesito que prepares todo —dije sin rodeos—.

Partimos mañana al amanecer hacia la manada Sangre de Hierro.

Él frunció el ceño.

—¿La boda de Damián?

Asentí.

—No podemos faltar.

El Alfa Ronan sospecharía si no asistimos.

—Vendrá con nosotros.

Estará despierta antes del alba.

Mi tono era gélido.

Mi interior, no.

Dentro de mí, algo crujía.

Algo dolía.

Pero no tenía tiempo para sentir.

Jaxon tragó saliva.

—Haré los preparativos.

—Quiero todo perfecto —advertí con dureza—.

Esta será la última farsa que interpreto para esa maldita manada.

Dentro de mí, Luca rugió con fuerza.

El lobo se agitaba, incómodo, furioso.

—Esto no es justicia, gruñó.

Esto es ego.

Esto no es el modo.

Lo ignoré.

No podía darme el lujo de escucharlo ahora.

Me acerqué al ventanal del pasillo, observando la torre central de nuestra fortaleza bajo el cielo gris.

—Después de esa boda —murmuré, sin mirar a Jaxon—, no habrá más treguas.

No más mentiras.

No más juegos.

El mundo sabrá lo que ocurre cuando el Alfa enemigo decide reclamar lo que le pertenece.

Aunque tenga que arrastrarla al infierno para que lo entienda.

***** POV.

Eliza El frío fue lo primero que sentí.

No el tipo de frío que se cuela por las ventanas o se instala en los huesos cuando el mármol toca la piel desnuda.

No ese que se combate con una manta o una chimenea encendida.

Este era distinto.

Profundo.

Orgánico.

Como si naciera desde el centro de mí misma.

Como si, por un instante, mi alma hubiese abandonado el cuerpo, y al regresar, lo hiciera incompleta… trizada.

Flotaba en una especie de vacío denso, sin forma ni tiempo.

Una oscuridad espesa me abrazaba desde dentro.

Era como si despertara de un sueño antiguo y olvidado, pero con la certeza dolorosa de que algo, algo crucial, se había perdido en el proceso.

Y entonces, el ardor.

Una punzada cruel me cruzó la garganta, expandiéndose como fuego lento.

Un roce.

Una presión.

Como si algo —no, alguien— hubiese dejado una marca invisible allí, en la carne sensible donde las palabras no alcanzaban.

Mi garganta ardía.

Parpadeé, y los bordes del mundo regresaron lentamente.

Todo era bruma.

Sonidos apagados.

Olores familiares, pero distantes, como si los percibiera bajo el agua.

Me sentía atrapada entre el sueño y la vigilia, como si aún no supiera a cuál de los dos debía pertenecer.

El aire me costaba.

Respirar dolía.

Llevé una mano temblorosa a la cabeza.

Luego al cuello.

Sentí el calor bajo mis dedos, la piel sensible, palpitante.

Justo donde Lucian me había marcado hace unas noches.

Me senté, con torpeza.

El corazón me latía como si corriera por un bosque oscuro, perseguido por algo que no podía ver.

No sabía si debía levantarme o encogerme en un rincón.

No sabía si estaba a salvo o al borde del abismo.

Y entonces miré a mi alrededor.

Las sombras elegantes, la opulencia silenciosa.

El perfume del incienso, las cortinas oscuras con detalles plateados, el eco suave de mi respiración.

Lo supe en el acto.

La habitación de Lucian.

—No… —susurré, apenas un hilo de voz, como si negarlo bastara para deshacerlo.

El temblor en mi cuerpo era algo más que miedo.

Era indignación.

Dolor.

La certeza cruel de que me habían arrebatado algo en la penumbra… y que lo había permitido.

Me obligué a ponerme de pie.

Las piernas protestaron al instante.

Se doblaron.

Todo giró.

Me sostuve de la pared, los dedos aferrándose a la piedra fría como si así pudiera no desmoronarme.

No podía quedarme.

No otra vez.

A cada paso que daba, sentía el peso del lugar caer sobre mí.

Como si la habitación misma respirara, con un ritmo opuesto al mío.

Como si estuviera viva… y hambrienta.

Llegué a la puerta.

Cerrada.

No con cerrojo.

Con algo más antiguo.

Más absoluto.

Magia.

Puse la palma contra la madera.

Un calor sutil me respondió, recorriendo mis dedos, como una advertencia silenciosa.

Como un susurro: No hay salida.

Apoyé la frente allí.

Casi me rendí.

—¿Qué me hiciste…?

—murmuré, con la voz quebrada.

No supe si hablaba con él o conmigo misma.

Tal vez con esa parte de mí que aún quería entenderlo.

Que aún, estúpidamente, quería creerle.

Y entonces los recuerdos me golpearon.

Sus ojos, tan oscuros que parecían hechos de noche líquida.

Su aliento rozando mi oído.

Su voz.

Su maldita voz.

Un silencio denso, insoportable, que se asentaba en mi pecho como plomo fundido.

Como si algo se hubiera sellado dentro de mí.

Algo que ya no me pertenecía.

El sonido de pasos rompió el silencio.

No apresurados.

No amenazantes.

Solo… decididos.

Trate de alejarme rápidamente de la puerta, apenas logre moverme un par de pasos, cuando Lucian atravesó la puerta de la habitación.

El aire cambió al instante.

Se volvió más tenso.

Más pesado.

Como si su sola presencia reescribiera las reglas del espacio.

Pero esta vez no venía envuelto en sombras ni en arrogancia.

No había amenaza en su andar.

Solo una calma tensa.

Medida.

Dolorosa.

Se detuvo a unos pasos de mí, mi vista se quedó pegada en el suelo, por miedo a recibir un nuevo golpe pero podía sentir sus ojos perforándome.

Me sorprendió cuando bajo a mi nivel y tomo mi barbilla para que mis ojos lo vieran directo a sus hermosos orbes dorados.

había ¿Culpa en sus ojos?

—Eliza… no hay excusa para lo que hice.

Nada.

—Su voz, grave, tenía una grieta.

Una que antes no había oído.

No sonaba derrotado.

Sonaba… humano—.

Perder el control contigo es imperdonable.

Lo sé.

Y aun así… lo hice.

Me quedé inmóvil.

No porque no pudiera moverme, sino porque no sabía si quería.

El nudo en mi garganta era demasiado espeso para dejar pasar palabra alguna.

—El anillo… —dijo en voz baja, mientras tomaba mi mano con delicadeza y acariciaba con su dedo el centro de color rojo— Es una tradición sagrada de los hermanos de la sombra entregan a sus Lunas, para su protección en caso de que la manada caiga por un alguna guerra.

Sus dedos se retiraron con lentitud.

—Cuando llegué a casa y no te encontré me volví loco — Suspiro mientras sus ojos se posarán en mis labios — Pensé lo peor Su frente se inclinó hacia la mía, pero no llegó a tocarme.

—No sabías lo que significaba.

No te di tiempo.

No te expliqué nada.

—Cerró los ojos, respirando hondo—.

Solo reaccioné cuando sentí que te perdía.

—¿Qué querías que hiciera?

—susurré con la voz temblorosa—.

Me gritaste.

Me golpeaste.

Me hiciste sentir que era solo un objeto más en tu colección de dominio.

Lucian apretó los ojos con fuerza, como si las palabras lo azotaran.

—No, Eliza.

No eres un objeto.

No eres mi prisionera.

Eres… —abrió los ojos, fijos en los míos—.

Eres mi Luna.

Mi compañera destinada.

No hay nada en este mundo que desee más que estar contigo.

Y lo arruiné.

Por rabia, por miedo… por mis demonios.

Hubo un silencio.

El corazón me palpitaba con fuerza.

Las lágrimas seguían contenidas al borde de mis ojos.

—Seré paciente —dijo, en voz apenas audible—.

Aprenderé a amarte como mereces.

Se que no conocer nuestras tradiciones—bajó la mirada por un instante, vulnerable como nunca lo había visto—.

No me odies.

No huyas más.

Algo en mí se aflojó al oír esas palabras.

No era suficiente.

No curaba lo que sentía.

Pero por primera vez desde que todo esto comenzó, sentí que ese lobo feroz… también sangraba.

Y me miraba como si yo fuera la única capaz de detener su tormenta.

Permaneció frente a mí, la atmósfera entre nosotros densa, cargada de algo más que palabras.

Sus ojos, tan dorados y profundos, me miraban con una mezcla de deseo contenido y una ternura que nunca antes había mostrado.

Su mano, firme pero cuidadosa, se posó suavemente sobre mi mejilla, haciendo que un escalofrío recorriera mi piel.

El temblor de mis labios se intensificó, y me sorprendí a mí misma deseando que no apartara la mano.

—Nunca quise asustarte —susurró, su voz ronca llenando el silencio—.

Solo…

quería protegerte, aunque no supe cómo hacerlo sin lastimarte.

Sin apartar la mirada, se inclinó hacia mí con una lentitud calculada, como si quisiera que cada segundo se grabara en mi memoria.

Sentí su aliento cálido rozar mi piel, y entonces sus labios rozaron los míos en un beso suave, profundo, que poco a poco fue ganando intensidad.

No era solo un beso, era una promesa, una declaración silenciosa.

Sus manos, lejos de apresar, me sujetaban con respeto, explorando cada reacción mía, atento a mis dudas y miedos.

El calor entre nosotros crecía, pero Lucian mantenía un control férreo, como si estuviera luchando contra sus propios demonios para no desbordarse.

Sin embargo, su poder me envolvía, me atraía irremediablemente hacia él.

Mis manos temblorosas buscaron apoyo en su pecho, sintiendo el latido fuerte y firme bajo mis dedos.

El vínculo entre nosotros se sentía tangible, un lazo invisible que ardía con fuerza.

—No me temas —murmuró—.

Estoy aquí.

Y te amo.

En ese instante, toda la rabia y el miedo se mezclaron con un deseo inesperado, y aunque el camino que nos esperaba era oscuro y peligroso, por primera vez sentí que no estaría sola.

Lucian se apartó apenas un instante, como si quisiera asegurarse de que yo estaba allí, despierta y presente.

Sus ojos buscaban los míos, y en ellos leí la misma mezcla de tormenta y calma que sentía en mi pecho.

Su aliento seguía cálido contra mi rostro, y su mano aún sostenía mi mejilla, suave pero firme.

Con una lentitud deliberada, bajó su mano por mi cuello hasta acariciar mi clavícula, trazando círculos con el pulgar.

El roce de su piel me hizo estremecer, y la vulnerabilidad que me atenazaba comenzó a transformarse en una corriente eléctrica que me recorría entera.

—Eres mía, Eliza —susurró, la voz baja, profunda, impregnada de una pasión contenida—.

No solo por el vínculo, sino porque quiero que lo seas.

Porque te amo más de lo que creí posible.

Su declaración me derrumbó por dentro.

Quise responder, pero mi garganta se apretó.

En lugar de palabras, mis dedos se enredaron tímidamente en la camisa de su pecho, buscando sostén, queriendo aferrarme a esa fuerza que me dominaba y al mismo tiempo me protegía.

Lucian sonrió, una curva oscura y poderosa que prometía tormenta y refugio a la vez.

Sus labios descendieron para besar mi cuello, suave al principio, apenas un roce de fuego que despertó la piel bajo sus besos.

Mis ojos se cerraron, entregándome al momento, sintiendo cada latido, cada suspiro suyo.

Su mano se deslizó hasta mi cintura, atrayéndome más cerca, mientras su cuerpo se pegaba al mío con un calor abrumador.

El contraste entre su fuerza y la ternura de sus gestos me dejó sin aliento, como si me estuviera descubriendo en pedazos que nadie había visto antes.

Los susurros se mezclaron con mi respiración acelerada y los latidos frenéticos en mi pecho.

—Deja que te cuide, que te lleve donde nadie más puede —murmuró contra mi piel, su voz rasposa, llena de deseo—.

Quiero que seas mía, por completo.

Sus manos me rodearon con más firmeza, pero sin apretar, como queriendo asegurarse de que estaba allí, con él, y que no había vuelta atrás.

Un calor abrasador subió por mi cuerpo, una mezcla de miedo y anhelo, de entrega y desafío.

El tiempo pareció detenerse en esa habitación, suspendido en sus caricias y en el fuego silencioso que ardía entre nosotros.

Finalmente, con un último beso que fue tanto promesa como posesión, Lucian me abrazó con fuerza, dejando que nuestras respiraciones se mezclaran.

—Confía en mí —susurró con toda la sinceridad que pudo reunir— Nunca dejaré que te pase nada.

El abrazo de Lucian me envolvía como un refugio inexpugnable.

Sentía el latido de su corazón contra el mío, un ritmo que parecía dictar el pulso mismo de mi existencia.

Sus manos no dejaban de explorar con delicadeza, como si temiera quebrarme, pero al mismo tiempo demostraban que era suyo, que me reclamaban con una necesidad intensa.

Levantó la mirada hacia mis labios con esa sonrisa que partía el alma y, sin dejar de sostenerme, volvió a besarme, esta vez con más urgencia.

Sus labios eran cálidos, insistentes, y poco a poco me fui dejando llevar por la corriente que él generaba.

Mi cuerpo respondió a su llamado sin resistencia, como si siempre hubiera estado destinado a ese contacto.

La habitación se volvió pequeña, y el mundo exterior desapareció bajo la carga de sus besos y caricias.

Sentí su aliento en mi cuello, sus dedos recorriendo mi espalda, clavando suavemente sus uñas en mi piel, despertando sensaciones nuevas y desconocidas, pero intensamente reales.

Mi respiración se entrecortaba y mis manos buscaron su rostro, queriendo memorizar cada línea, cada rasgo que me decía que ahí estaba él, conmigo, y que nadie podría arrebatarnos ese momento.

Lucian me sostuvo con fuerza, pero también con paciencia, como si quisiera enseñarme que esa entrega no era solo de cuerpo, sino también de alma.

Sus palabras, sus susurros contra mi piel, me llenaban de una calidez que mitigaba el miedo, la vergüenza y la confusión que aún bullían dentro de mí.

Sus labios descendieron una vez más, esta vez a la curva de mi hombro, y el calor de su boca hizo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal.

Mis ojos se cerraron y me entregué sin reservas, sintiendo cómo la vulnerabilidad se transformaba en confianza.

En ese instante comprendí que él no solo era mi Alfa, mi destino marcado por la luna, por sus besos, por sus caricias, por ese anillo.

El tiempo siguió desvaneciéndose mientras nuestras sombras se entrelazaban en la penumbra, y yo sabía, sin dudas, que, aunque el camino sería difícil, no estaba sola.

Lucian era mi tormenta y mi calma.

Mi castigo y mi salvación.

Y juntos, íbamos a enfrentar lo que viniera.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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