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En Algún Lugar en Limbo - Capítulo 11

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11: Capitulo 11 — Avanzando.

11: Capitulo 11 — Avanzando.

Las calles de Ciudad Inmortal eran silenciosas como un templo abandonado.

Cada paso de Veyrion resonaba con un murmullo extraño, como si la piedra misma recordara otras vidas.

A cada lado del camino, figuras humanas caminaban, trabajaban, saludaban… pero sin alma.

Movimientos repetitivos, miradas perdidas, expresiones vacías.

Veyrion, con su libro abierto y su pluma bailando en sus dedos huesudos, observaba cada detalle con deleite científico.

Mei-lin caminaba a su lado, en completo silencio, su túnica adornada ondeando suavemente, su rostro oculto por el velo.

Finalmente, Veyrion se detuvo.

—Disculpa la pregunta —dijo, mirando a una mujer que repetía una reverencia una y otra vez—, pero… ¿te has dado cuenta?

Esta gente no está aquí.

Son como cascarones vacías… vasijas rotas.

Mei-lin bajó la mirada hacia él.

—Lo notaste antes de lo que esperaba.

—Explícame —respondió Veyrion, con esa chispa perturbadora encendiéndose en sus ojos.

Mei-lin levantó una linterna azul que flotaba suavemente sobre un poste.

—Sus almas están aquí dentro.

Todas.

Cada linterna guarda un mundo perfecto que sus dueños imaginaron.

Allí viven una vida eterna… feliz, sin dolor, sin Limbo.

—Y sus cuerpos… —preguntó Veyrion, volviendo a mirar las figuras sin vida real—.

—Solo imitan los movimientos de sus yo astrales —completó Mei-lin—.

Son marionetas sin propósito.

Veyrion soltó una carcajada suave, fascinada.

—Una prisión disfrazada de paraíso.

Qué magnífico experimento.

Mei-lin continuó: —Por eso la ciudad está amurallada.

No para defenderse del exterior… sino para evitar que los habitantes salgan.

Si sus cuerpos cruzan la muralla, quien sabe lo que les pueda pasar.

Veyrion abrió los ojos con una mezcla de asombro y absoluta emoción malsana.

—¡Fascinante!

Extendió la mano hacia la linterna azul.

Una llama verde surgió de su palma y envolvió el artefacto.

La linterna tembló, la luz dentro parpadeó… y entonces, un grito desgarrador, humano pero distante, resonó desde su interior.

Mei-lin lo observó en silencio mientras Veyrion sonreía como un niño descubriendo un nuevo juguete nuevo.

—¿Qué haces?

—preguntó, su voz suave pero con un filo peligroso.

Veyrion soltó una risa eufórica mientras apuntaba a otras linternas.

—¡Puedo verlos!

Puedo ver sus mundos… mundos enteros quemándose… ¡maravilloso!

Varias linternas empezaron a gritar, sus luces azuladas temblando mientras eran devoradas por el fuego verde.

—Esto es… magnífico —murmuró—.

Sufrimiento puro.

Un conocimiento valioso.

La anatomía del alma expuesta ante mí… ¡en un nuevo mundo!

—Suficiente.

La voz de Mei-lin cayó como una espada.

En un instante, todas las llamas verdes se apagaron.

Su mirada —oculta bajo el velo— se volvió tan pesada que Veyrion sintió sus huesos vibrar.

Un aura asesina emanaba de Mei-lin, tan densa que el aire se volvió frío.

—No vuelvas a hacer algo que me moleste —dijo con calma mortal—.

Puedo hacer lo que quiera contigo.

Desdé que llego a Limbo, Veyrion experimentó algo cercano al miedo mas de una vez.

Inclinó la cabeza.

—Mis disculpas.

No pretendía ofenderte… solo… investigar.

El dolor y el sufrimiento son parte indispensable del estudio del alma…

De mi estudio personal.

Mei-lin no respondió.

Solo lo miró… por debajo del velo.

Y levantó una mano.

En un parpadeo, Veyrion ya no estaba de pie.

Estaba boca abajo.

Sus manos y pies estaban atados, suspendido del techo por gruesas cuerdas negras que parecían hechas de sombras solidificadas.

La sala era estrecha pero luminosa, iluminada por decenas de velas que ardían con una llama blanca imposible.

Las paredes estaban cubiertas de pinturas hechas con tinta negra, dibujos de mundos, personas y símbolos que parecían moverse cuando uno no miraba directamente.

Mei-lin estaba sentada en una silla frente a él, como si hubiese estado allí desde siempre.

Con la misma calma que si estuviera en una ceremonia del té.

Veyrion trató de incorporarse, pero estaba totalmente inmovilizado.

—¿Qué… ha pasado?

—Comenzaremos un juego —dijo ella, cruzando las manos sobre su regazo—.

Las reglas son simples.

Veyrion detuvo su lucha contra las cuerdas y escuchó.

—Yo te haré una pregunta —continuó Mei-lin—.

Si tu respuesta me agrada, podrás hacerme una pregunta a cambio.

Veyrion sonrió.

—Intercambio de conocimiento.

Justo como me gusta.

Mei-lin inclinó la cabeza levemente.

—Pero… si tu respuesta no me agrada… sentirás un dolor tan grande… que desearás estar muerto de verdad.

Las velas parpadearon.

La sala se estrechó.

Y desde que llegó a Limbo, Veyrion sintió una punzada real de nerviosismo y ansiedad.

—Bueno… —dijo con una risa tensa—.

Parece que esto… tomará su tiempo.

Mei-lin sonrió bajo el velo.

—Entonces empecemos.

Y el sonido del primer chasquido de energía llenó la habitación.

El silencio que le seguía en la sala era tan denso que parecía tener peso propio.

Mei-lin, sentada en su silla, inclinó apenas el rostro bajo el velo y cruzó las manos con elegancia.

—Primera pregunta —dijo—.

¿Cuánto sabes de Limbo?

Veyrion, aún colgando boca abajo, sonrió como si aquello fuera un examen menor.

—Muy poco —respondió—.

Pero sé lo suficiente para apreciarlo.

Este mundo es… estimulante.

Mei-lin asintió levemente, como si la respuesta fuese de su agrado.

—Segunda pregunta.

¿Cuál es tu nombre?

—Veyrion —respondió sin dudar.

Una llama blanca de las velas brilló más fuerte, como si confirmara la verdad.

Mei-lin inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Por qué te obsesiona el conocimiento?

Esta vez, Veyrion tardó un segundo en responder.

—El conocimiento es… lo desconocido tomando forma.

Es amor puro por aquello que aún no entiendo.

Pero al pronunciar la palabra “amor”, sus ojos se abrieron de par en par.

—Espera… —susurró—.

El amor… por el conocimiento.

Un destello de euforia cruzó su rostro.

—Las emociones hacia seres vivos son borradas en Limbo.

Pero hacia objetos, ideas, conceptos… no.

Sus manos temblaron, extasiado.

—¡Amor, deseo, fascinación por lo no humano!

¡No están prohibidos!

Mei-lin dejó escapar una risa suave, casi maternal.

—Correcto.

Ella chasqueó los dedos y las cuerdas negras se deshicieron como humo.

Veyrion cayó al suelo de espaldas, pero ni siquiera se quejó; se puso de pie al instante, acercándose a Mei-lin con pasos rápidos.

—¿Puedo hacer mis preguntas ya?

—dijo con ansiedad juvenil.

—Una por cada una mía —respondió Mei-lin.

Veyrion respiró hondo, como quien está por abrir un libro sagrado.

—Primera pregunta: ¿Qué es Limbo?

Mei-lin lo observó unos segundos antes de responder.

—Limbo es un mundo detenido en un punto especial del espacio-tiempo.

Vivimos en un fragmento eterno de nuestra existencia.

Estamos congelados en una versión de nosotros mismos… y nunca avanzamos.

Los ojos de Veyrion brillaron como brasas verdes.

—Un laboratorio perfecto —murmuró.

Mei-lin levantó un dedo.

—Mi turno.

¿Cómo murió tu mundo?

Veyrion se encogió levemente de hombros, como si hablara sin importancia.

—Yo lo maté.

Un silencio espeso cubrió la habitación, pero Mei-lin no mostró sorpresa; solo aceptó la respuesta.

—Pregunta —dijo él enseguida—: ¿Qué tipo de tecnología existe aquí y de dónde proviene?

—De todos los mundos que llegan a Limbo —respondió Mei-lin—.

Algunos habitantes traen conocimientos suficientes para recrearla.

Otros… simplemente crean con imaginación.

Limbo permite ambas cosas.

Mei-lin entrelazó sus dedos.

—Mi turno.

¿Quién fue la persona más importante para ti?

Veyrion cerró los ojos.

Revisó su mente como quien recorre un pasillo lleno de estantes de libros.

No encontró rostros.

Ni nombres.

Ni voces.

Su expresión se torció en frustración.

—No lo recuerdo —dijo con irritación—.

Y eso… eso sí me molesta.

Perder conocimiento por culpa de una fuerza mayor… es repugnante.

Sin respirar, lanzó su siguiente pregunta: —¿Qué dios dirige este mundo?

Mei-lin levantó lentamente la mirada hacia él.

El aire cambió.

La luz tembló.

—El nombre es… —comenzó a responder.

Pero no hubo sonido.

La forma de las palabras se movió en sus labios, pero para Veyrion fue como ver a un mudo tratar de hablar.

El sonido desapareció antes de existir.

Veyrion dio un paso atrás, sorprendido.

—¿Qué…?

Mei-lin bajó la mano.

—Hay verdades que Limbo no permite pronunciar —dijo con serenidad.

Veyrion apretó los puños, mezclando ira y fascinación.

—Interesante… muy interesante.

Y así continuaron.

Durante horas.

Luego días.

Luego una semana entera.

Sin comer, sin dormir, sin detenerse ni un instante.

Las velas nunca se apagaron.

La habitación nunca cambió.

Y cada pregunta revelaba una pieza más del rompecabezas inmenso que era Limbo.

Hablaron de ciudades ocultas en la jungla, de los Diez Grandes y sus hazañas imposibles, de criaturas que existían fuera de la lógica, de peronas atrapadas en Limbo de otros mundos, de verdades que solo podían existir en un sitio como ese.

Asi las semanas pasaron como una larga conversación.

El aire fresco golpeó el rostro de Veyrion como un recordatorio de que, tras días encerrado en aquella sala de preguntas y respuestas, el mundo exterior seguía existiendo.

Él y Mei-lin avanzaron por un jardín amplio, atravesado por pequeños puentes de madera que conectaban islas circulares cubiertas de césped.

El estanque que rodeaba todo reflejaba la luz como si estuviera vivo, poblado de peces brillantes que se movían entre lirios acuáticos abiertos como faroles.

El murmullo constante de insectos y ranas ponía una calma artificial al ambiente, una calma que contrastaba con la energía intensa de todo lo que habían discutido durante semanas.

Veyrion anotaba meticulosamente cada detalle del lugar en su libro: la forma de los puentes, la temperatura del aire, incluso el olor tenue del agua.

Mei-lin lo observaba caminar, manteniendo una distancia prudente pero sin dejar de seguir cada uno de sus movimientos, aun intrigada por su entusiasmo.

Finalmente, Veyrion cerró su libro con un golpe suave.

—Tengo curiosidad por la persona que me trajo aquí —dijo, sin levantar la vista—.

Su nombre era Matt.

¿Puedes decirme quién es realmente?

Mei-lin detuvo su paso.

Sus mangas largas colgaron con un ligero vaivén cuando se volteó hacia él.

—Matt… —repitió, como si el nombre arrastrara un peso difícil de sostener—.

Es una persona única en Limbo.

Alguna vez fue uno de los Diez Grandes.

Veyrion entreabrió los ojos, interesado.

—¿Antes?

Eso implica que dejó de serlo.

—Así es.

Y solo por un motivo: un evento que nunca había ocurrido en los dos mil años que llevo en este lugar —respondió Mei-lin.

Su voz sonaba casi distante, como si hablase desde el borde de un recuerdo que no lograba enfocar del todo.

Veyrion caminó un par de pasos hacia ella.

—¿Qué tipo de evento?

Mei-lin negó con la cabeza, lenta, delicadamente.

—No lo recuerdo con claridad.

En mi mente solo quedan imágenes confusas… como fragmentos que no encajan.

Sé que fue algo terrible o…

Algo hermoso, algo que cambió la estructura de Limbo.

Pero hay alguien que sí podría darte una respuesta.

Veyrion no preguntó quién.

En lugar de eso, dejó escapar una pequeña risa.

—Buscar una respuesta inmediata no es la forma correcta de investigar.

Me interesa más seguir el hilo lentamente, entenderlo… no desenredarlo de un tirón.

Mei-lin lo observó con una expresión difícil de descifrar bajo su velo.

—Si lo deseas, siempre puedes preguntarle directamente a Matt.

Aunque no deberías esperar honestidad de alguien que ya ha roto tantas de sus propias reglas —dijo.

Después inclinó un poco la cabeza—.

Dime, ¿crees en la adivinación?

Veyrion frunció el ceño.

—La adivinación no es más que una interpretación sesgada del futuro basada en observación incompleta y superstición.

En mi mundo no tenía utilidad real… y las pocas veces que la consulté, los resultados fueron lamentables.

Mei-lin sonrió apenas, como si hubiese esperado esa respuesta.

—Aun así, desde que te vi a ti y a la chica Kaelis, sentí un movimiento extraño en el tiempo estático de Limbo.

Como si algo finalmente hubiera dejado de quedarse detenido.

Se acercó a él un paso; la luz del estanque iluminó por un momento los huesos visibles de su mano.

—Es un presagio.

Algo se acerca.

Un cambio inevitable.

Si realmente amas este mundo, deberías aprovecharlo antes de que todo vuelva a cambiar —dijo con un tono suave maternal.

Y sin advertencia alguna, Mei-lin dio un paso más… y simplemente desapareció.

Como si hubiese sido tragada por el aire.

Veyrion quedó solo entre las islas, los puentes y el sonido de las ranas.

Por primera vez desde que había llegado a Limbo, sintió algo parecido a un estremecimiento.

No miedo.

No duda.

Emoción mas allá de lo que sintió antes.

Miró su libro.

Miró el agua.

Y sintió una corriente eléctrica recorrerlo, un impulso que había olvidado como se sentia en su vida de estudioso, de hechicero, de Lich.

—Quizá… este mundo está hecho para mí —susurró.

Por primera vez, Veyrion se sintió como un protagonista.

No por ego, sino porque algo en el ambiente se lo decía: Limbo estaba avanzando.

Y él avanzaría con él.

—Sí… disfrutaré este lugar antes de que llegue lo que sea que se aproxima —concluyó, cerrando los ojos mientras el viento del jardín le revolvía la túnica.

Limbo respiraba.

Y él también.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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