En Algún Lugar en Limbo - Capítulo 12
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo
12: Capítulo 12 – Latido.
12: Capítulo 12 – Latido.
El sol permanecía inmóvil en lo alto del cielo, como si Limbo se negara a conceder siquiera la ilusión del paso del tiempo.
Su luz caía con crudeza sobre Kaelis, que apenas se mantenía en pie.
Su armadura estaba abierta en varios puntos, empapada de sudor, y sus manos temblaban mientras sostenía la silla donde Reika descansaba con absoluta tranquilidad.
Reika bebía té con movimientos lentos, elegantes, como si no hubiera nada más importante en el mundo que la temperatura correcta del líquido.
El vapor ascendía en pequeñas espirales, contrastando con el cuerpo exhausto de Kaelis.
—¿Puedo… descansar ya?
—preguntó Kaelis al fin, con la voz quebrada, sin fuerza para ocultar el ruego.
Reika dio un pequeño sorbo antes de responder.
—Solo llevas veinte días —dijo con calma—.
Es mejor que la última vez.
Kaelis apretó los dientes.
—No siento mis brazos… —murmuró—.
Apenas puedo mantenerme despierta.
Reika dejó la taza sobre una pequeña mesa de piedra y la observó con atención, como si evaluara una herramienta a medio romper.
—Aún te falta mucho —continuó—.
Sigues durmiendo.
Sigues comiendo.
Sigues aferrada a hábitos inútiles.
En Limbo, depender de lo mortal es una debilidad.
Kaelis bajó la cabeza.
—¿Cuándo… cuándo me dejarás ir?
—preguntó, sin levantar la mirada.
Reika se puso de pie.
El sonido de su armadura resonó con un peso autoritario.
—Cuando aceptes el método de tortura.
Kaelis alzó la vista de golpe.
—Eso no es entrenamiento —respondió con un hilo de indignación—.
La tortura es para criminales.
Yo no he cometido ningún crimen.
Reika suspiró, visiblemente cansada de la discusión.
Dio unos pasos y se colocó frente a Kaelis.
—No hablo de castigo —dijo—.
Hablo de adaptación.
Limbo no te rompe el cuerpo primero… te rompe la mente.
La tortura acelera ese proceso.
Te ahorra años de fatiga, miedo y negación.
Kaelis no respondió.
Sus piernas cedieron y cayó sentada al suelo, jadeando.
Las ojeras negras bajo sus ojos eran profundas, su piel pálida, y su cuerpo temblaba como si estuviera a punto de colapsar.
Reika la observó unos segundos más, luego levantó su lanza y la apoyó contra el suelo.
—Prepárate para pelear.
Kaelis se levantó lentamente, sin una palabra.
No había rabia en su rostro.
Tampoco miedo.
Solo una obediencia vacía, mecánica.
Reika alzó la lanza y pronunció una sola frase: —Ejército rojo.
El aire vibró.
Un aura carmesí brotó de su cuerpo y se expandió como una marea sangrienta.
De ella surgieron soldados con armaduras antiguas, espadas, hachas, escudos.
No eran ilusiones: pisaban el suelo con peso real, sus armas brillaban con filo auténtico.
Eran muchos.
Demasiados.
Reika lanzó una espada al suelo frente a Kaelis.
—Úsala.
Kaelis la miró apenas un instante… y negó con la cabeza.
En su lugar, desenvainó su espada rota.
Se arrodilló levemente y comenzó a orar en silencio, sus labios moviéndose sin sonido.
Reika frunció el ceño.
—Tercera advertencia —dijo—.
Atacad.
El ejército se lanzó al mismo tiempo.
No hubo honor ni turnos.
Kaelis apenas logró reaccionar.
Con movimientos torpes, desvió a dos soldados usando solo sus manos, esquivó un corte por reflejo, pero otro impacto la alcanzó en la espalda.
Un hacha la hizo caer al suelo, y antes de poder incorporarse, una espada se hundió en su cuello.
Todo se detuvo.
Los soldados retrocedieron.
Kaelis abrió los ojos.
Llevó la mano a su cuello, esperando encontrar sangre, calor, muerte.
Pero no había nada.
Solo piel intacta.
Solo una sensación de vacío.
Se levantó otra vez, tambaleante.
Su postura era incorrecta, sus brazos colgaban sin fuerza, la mirada perdida en un punto inexistente.
En su mente había un rostro… uno que no podía recordar.
—Otra vez —ordenó Reika.
Los soldados avanzaron.
Kaelis no levantó la espada.
Solo observó cómo un hacha descendía desde lo alto.
Cerró los ojos y esperó el golpe.
El golpe nunca llegó.
Un sonido metálico seco resonó en el aire, como si el hacha hubiera chocado contra una muralla invisible.
El arma fue desviada con violencia hacia un costado, arrancando arena y levantando polvo.
Los soldados del Ejército Rojo se detuvieron al unísono, inmóviles, a la espera de una nueva orden.
Reika frunció el ceño y giró la cabeza hacia la dirección del impacto.
Allí estaba Matt.
Caminaba con las manos en los bolsillos, sin prisa, como si hubiera llegado tarde a una conversación aburrida.
El aura roja del campo de entrenamiento se ondulaba a su alrededor sin tocarlo, rechazándolo de forma instintiva.
—¿En serio?
—preguntó con voz tranquila—.
¿Por qué intentas romper algo que ya está roto?
Reika lo miró fijamente.
Su lanza descendió apenas un centímetro, pero no lo suficiente como para relajarse.
—Porque es necesario —respondió—.
Para renacer.
Para abandonar las ideas mortales.
Para trascender.
No había duda en sus palabras.
Ninguna grieta.
Su determinación era absoluta, casi fanática.
—Limbo no acepta a los débiles —continuó—.
Solo a quienes están dispuestos a dejarlo todo atrás.
Matt ladeó la cabeza, como si estuviera evaluando una pieza defectuosa.
Luego giró la mirada hacia Kaelis.
Ella estaba de rodillas, apenas con la cabeza alzada.
Sus ojos eran opacos, apagados, como si la luz hubiera decidido no reflejarse en ellos.
No había ira.
No había miedo.
No había nada.
Matt suspiró.
En su máscara apareció una expresión de lástima exagerada.
—Wow… sí que te pasaste —murmuró—.
La dejaste en modo decoración.
Se acercó a Kaelis sin pedir permiso.
Reika no se movió, observando con atención, midiendo cada paso.
Matt se inclinó frente a Kaelis.
—Oye —dijo con un tono casi amistoso—.
¿Quieres aprender a darle una paliza a la grandota que tienes atrás?
Kaelis no respondió.
Ni siquiera parpadeó.
Matt chasqueó la lengua.
—Eso me temía.
Se agachó aún más y activó un compartimento en su muñeca.
Un pequeño tubo metálico emergió con un leve clic.
Sin dudarlo, lo apoyó contra el cuello de Kaelis e inyectó su contenido.
El cuerpo de Kaelis se tensó de inmediato.
Sus ojos se abrieron de par en par.
Un escalofrío recorrió su columna y, de pronto, el cansancio desapareció como si nunca hubiera existido.
Una oleada de energía ardiente se expandió desde su pecho hacia cada rincón de su cuerpo.
Matt retiró el dispositivo.
—Recuerda —dijo simplemente.
La palabra cayó como un detonante.
Kaelis jadeó.
Imágenes comenzaron a surgir en su mente, caóticas al principio, luego cada vez más claras.
Una melodía de piano resonando en una sala iluminada por velas.
El sonido de pasos girando en un baile torpe pero sincero.
Una sonrisa cálida.
Un latido firme, constante, como una llama que se niega a apagarse.
—Yo… —susurró.
El aura a su alrededor cambió.
Un resplandor ardiente envolvió su cuerpo, cálido pero feroz.
Su armadura, antes desgastada y rota, comenzó a recomponerse, las grietas sellándose con líneas de luz, volviéndose más sólida, más viva que antes.
Kaelis miró sus manos, sorprendiéndose de sentirlas firmes otra vez.
Luego alzó la vista y miró a Matt.
Él la observó en silencio durante un segundo, como si confirmara que el resultado era el esperado.
—Puedo arreglar tu espada —dijo al fin—.
Incluso dejarla mejor que antes.
Pero vas a tener que hacer algo por mí.
Kaelis sintió algo extraño al mirarlo.
No lo veía como un extraño.
No lo veía como un mercenario, ni como un monstruo de Limbo.
La sensación que emanaba de él era familiar.
Sólida.
Como la presencia de alguien en quien se podía confiar sin entender por qué.
Le recordó a su padre.
A su rey.
A una figura firme en un mundo que se desmoronaba.
Sin pensarlo, Kaelis se arrodilló frente a él.
—Dime cuál es tu orden —dijo con voz clara.
A lo lejos, Reika observaba la escena.
Su respiración se aceleró.
Algo estaba cambiando.
Lo sentía en la piel, en la presión del aire, en la forma en que Limbo parecía reaccionar.
Una emoción descontrolada le recorrió el cuerpo y una sonrisa torcida, desagradable, se dibujó bajo su máscara.
Con un movimiento lento, se la colocó.
—Interesante… —murmuró—.
Muy interesante, Papa.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com