En Algún Lugar en Limbo - Capítulo 3
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- Capítulo 3 - 3 Capitulo 3 -Hierro en la Arena
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3: Capitulo 3 -Hierro en la Arena 3: Capitulo 3 -Hierro en la Arena El vehículo avanzaba sobre la arena caliente, dejando tras de sí un rastro serpenteante de polvo y chatarra levantada por el viento.
Matt, con su máscara inmutable y las manos firmes en los controles, parecía relajado… hasta que una alerta parpadeó en uno de sus sensores.
Una línea roja cruzó el mapa holográfico frente a él.
La lectura indicaba un objeto masivo, metálico, aproximándose a gran velocidad.
Matt inclinó la cabeza, como si lo que veía en la pantalla fuera un viejo conocido.
—Vaya… —murmuró, con un tono casi divertido—.
Parece que hoy es su día de suerte.
Kaelis, que iba en el asiento trasero, lo miró con el ceño fruncido.
—¿Suerte?
¿Qué quieres decir?
Matt no respondió de inmediato.
Solo redujo un poco la velocidad y giró la pantalla holográfica para que ambos pudieran ver.
—Prepárense.
Están a punto de conocer a unas personas… muy especiales de Limbo.
Veyrion, sentado en el techo del vehículo, se inclinó hacia adelante para ver mejor.
—¿Personas especiales?
Eso no me suena a nada bueno viniendo de ti.
Matt sonrió detrás de la máscara, o al menos eso sugirió el tono sarcástico de su voz.
—Miren al frente, novatos.
Una nube de polvo comenzó a elevarse en el horizonte, cada vez más grande.
De entre el vendaval apareció algo que no parecía encajar con ninguna lógica arquitectónica.
Una estructura colosal, como si cientos de fragmentos de metal, placas oxidadas, vigas torcidas, engranajes y cadenas como si hubieran sido arrancados de distintos lugares y unidos a la fuerza.
Todo se mantenía cohesionado como si un imán invisible lo mantuviera en su lugar.
El gigante se movía sobre la arena como un titán deforme, chirriando y rechinando, y a cada paso soltaba chispas y ecos metálicos.
Veyrion arqueó una ceja.
—¿Qué diablos es eso?
Matt no apartó la vista del camino.
—El Clan del Metal —respondió con calma—.
Un grupo de lunáticos adictos a la adrenalina.
Les encanta pelear contra cualquier cosa que respire… o que se mueva.
Viven en ese gigante ambulante, y quien lo maneja lo usa como si fuera su propio cuerpo.
—¿Y quién está a cargo?
—preguntó Veyrion, ajustándose la capa para que no le golpeara el viento.
—Su líder, la Bruja Hierro.
Malisa —dijo Matt, pronunciando el nombre como si estuviera presentando a una atracción de feria—.
Una mujer alta, completamente cubierta de acero, con una máscara sonriente que parece a punto de devorarte.
Y, créeme… si se ríe, es porque va a hacer algo terriblemente divertido para ella y desastroso para los demás.
Kaelis se incorporó en su asiento, mirándolo con sospecha.
—¿Una bruja de acero?
Entonces… ¿usa algún tipo de magia?
Matt negó con la cabeza.
—No exactamente.
Malisa no es común.
Lo que tiene es una habilidad innata… como un imán viviente.
Puede manipular cualquier tipo de metal a voluntad, darle forma, lanzarlo como proyectiles o aplastarte con él.
Y créeme, disfruta hacerlo.
El vehículo tembló ligeramente cuando una onda sorda llegó desde la mole que avanzaba hacia ellos.
Era como si un martillazo gigante hubiera retumbado en la arena.
Veyrion, con los ojos brillando de curiosidad, se inclinó hacia Matt.
—¿Y cómo es que ella puede usar su habilidad aquí si yo apenas puedo invocar un par de chispas de mi magia?
La concentración de maná en este lugar es prácticamente inexistente.
—Porque no es magia —contestó Matt, girando levemente el volante para esquivar una roca semienterrada—.
No depende de maná.
Es… parte de lo que ella es.
Algunos que llegan aquí tienen este tipo de poderes o no, otros se lo implantan, y unos pocos… bueno se vuelven locos simplemente.
Kaelis apretó los puños.
—Si son bandidos, tenemos que detenerlos.
No podemos dejar que hagan daño a otros inocentes.
Matt soltó una carcajada seca.
—”Inocentes”, dice… —miró por el retrovisor para asegurarse de que ella captara el sarcasmo—.
No existe el término de inocencia en Limbo.
Aquí, solo los fuertes dictan las reglas… y los demás las siguen o desaparecen bajo tierra.
—Eso es un error —replicó Kaelis con firmeza—.
Sin leyes ni justicia, lo único que reina es el caos.
—Exactamente —asintió Matt—.
Bienvenida a Limbo.
Un chirrido ensordecedor atravesó el aire cuando la mole metálica del Clan del Metal cambió de dirección, alineándose directamente hacia ellos.
Entre las placas y cadenas, Kaelis pudo distinguir siluetas: hombres y mujeres con armaduras improvisadas, cuerpos cubiertos de cicatrices y piezas metálicas incrustadas en su piel.
Algunos llevaban lanzas hechas de tuberías oxidadas, otros pistolas ensambladas con restos de chatarra.
Veyrion sonrió apenas, como si la amenaza no le inquietara, sino que lo intrigara más.
—¿Y dices que viven ahí dentro?
—Así es —confirmó Matt—.
Comen, duermen y pelean en esa misma estructura.
Para ellos, el mundo exterior es solo un lugar donde conseguir más metal… o más presas.
Kaelis se inclinó hacia adelante, con la mano en la empuñadura de su espada.
—No pienso quedarme sentada esperando que ellos decidan si somos presas o no.
—Tranquila, heroína —dijo Matt, acelerando un poco más—.
Aún no han decidido si quieren aplastarnos… o invitarnos a jugar.
La mole del Clan del Metal rugió como una criatura viva, y desde su parte frontal se desplegaron largos brazos mecánicos que golpeaban la arena levantando columnas de polvo.
En la cima de la estructura, una figura alta y delgada se recortaba contra el sol: un cuerpo cubierto de placas de acero pulido, con una máscara sonriente deformada.
Aunque estaba lejos, el eco de su risa llegó como un cuchillo oxidado que rasga el silencio.
Kaelis tragó saliva.
—Déjame adivinar… —Sí —dijo Matt—.
Malisa.
Y está de buen humor.
El gigante de metal avanzaba con un chirrido ensordecedor, como si mil planchas de acero fueran arrastradas por un huracán invisible.
Trozos sueltos giraban y se encajaban entre sí, reorganizándose constantemente en una arquitectura caótica que parecía viva.
El vehículo de Matt comenzó a temblar.
Una presión invisible intentaba arrastrarlo hacia la estructura.
El sonido del metal frotándose contra metal era como un coro de cuchillas.
—Y ahí viene… —dijo Matt con un tono tan relajado que parecía que hablaba del clima—.
Les dije que tenían suerte.
La atracción aumentó, pero de pronto un campo de energía azulada rodeó el vehículo.
La fuerza magnética perdió intensidad y las vibraciones cesaron.
—Protección contra ladrones de chatarra —comentó Matt, como si estuviera explicando la función de un electrodoméstico.
Giró el volante bruscamente para alejarse, pero justo entonces, desde la mole, enormes placas de acero emergieron del suelo como muros, bloqueando la ruta de escape.
El vehículo quedó encajonado, frente a frente con el monstruo metálico.
Matt soltó una risa breve, mientras en su máscara se proyectaba un icono sonriente de dientes afilados.
—Supongo que no quieren tomar el té… —murmuró.
Luego giró la cabeza hacia atrás—.
Bajen.
Kaelis y Veyrion intercambiaron una mirada.
Ella frunció el ceño, él simplemente se encogió de hombros.
Apenas tocaron el suelo, el vehículo de Matt comenzó a plegarse sobre sí mismo, reduciéndose a un artefacto compacto que terminó anclado a su espalda como una mochila futurista.
Kaelis parpadeó, sorprendida.
—¿Cómo…?
—Practicidad —intervino Veyrion con una sonrisa ladeada—.
Yo hacía lo mismo con mis pertenencias cuando todavía era humano.
No tan elegante… pero igual de útil.
Matt se acercó a ellos y, sin ceremonia, puso en las manos de Kaelis su espada y arrojó el libro a Veyrion.
—Los van a necesitar —dijo mientras ajustaba la mochila—.
Escuchen bien: si no quieren ser enterrados vivos bajo toneladas de metal, atraviesen esa cosa hasta salir por el otro lado.
Kaelis abrió la boca para responder, pero Matt levantó un dedo para interrumpirla.
—Y no se preocupen por “herir” a nadie.
Aquí en Limbo nadie puede morir.
Así que… diviértanse.
En la máscara de Matt apareció un emoticono de guiño.
Luego flexionó las piernas y saltó.
El impulso fue tal que desapareció de su posición en un instante, cayendo en medio de la mole de metal.
El sonido de acero rompiéndose resonó en la distancia, seguido de gritos y carcajadas desquiciadas de sus atacantes.
Veyrion observó la estructura con los ojos entrecerrados.
—La líder debe estar en el núcleo… Veamos qué tan real es esa “Bruja Hierro”.
Su cuerpo se elevó suavemente del suelo, rodeado de un aura etérea.
—Supongo que tú buscarás tu propio camino —le dijo a Kaelis antes de impulsarse hacia arriba y desaparecer entre las placas móviles.
Kaelis quedó sola frente a la muralla metálica que se retorcía como una criatura respirando.
Respiró hondo.
—Diosa mía… Sus manos se posaron sobre el pomo de su espada.
Murmuró palabras antiguas, y una luz tenue descendió sobre ella como un manto.
Las grietas y rasgaduras en su armadura comenzaron a cerrarse, el metal recuperando su brillo.
Sintió el peso de la bendición recorrerle el cuerpo, llenando sus músculos de fuerza renovada.
—Gracias por no abandonarme… —susurró con los ojos cerrados—.
Te juro que saldré de este lugar y cumpliré con mi deber… protegeré mi mundo, aunque este lugar extraño intente retenerme.
El metal frente a ella se movió, como si hubiera escuchado sus palabras y respondiera con un gruñido de acero.
Kaelis alzó la vista, apretó los dientes y dio el primer paso hacia el laberinto viviente.
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