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En Algún Lugar en Limbo - Capítulo 4

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4: Capitulo 4- Confrontación Parte 1 4: Capitulo 4- Confrontación Parte 1 El viento seco del desierto silbaba entre los huecos del coloso metálico.

Kaelis, con la arena golpeándole el rostro, avanzaba con paso firme hacia el gigante de acero oxidado.

Sus botas se hundían en la tierra agrietada mientras sus ojos, fríos como acero, permanecían fijos en su objetivo.

El sol caía a plomo, pero el resplandor que más llamaba la atención provenía del gigante mecánico que se alzaba ante ella, una amalgama de placas corroídas, engranajes expuestos y chatarra soldada con una precisión casi tribal.

Murmullos y risas comenzó a recorrer la zona.

Desde lo alto del coloso y entre los escombros circundantes, figuras humanas comenzaron a caer o descender a trompicones.

Hombres y mujeres, todos armados con cuchillos dentados, lanzas improvisadas y armas de metal forjado con piezas que parecían arrancadas de vehículos y maquinaria antigua.

Sus armaduras no eran piezas separadas, sino que parecían clavadas o fusionadas a su piel, formando una grotesca extensión de carne y acero.

Algunos llevaban placas oxidadas incrustadas en el torso, otros engranajes girando lentamente en sus hombros.

Sus rostros estaban cruzados por cicatrices y tatuajes grabados con fuego.

Uno de ellos, con media mandíbula metálica, dio un paso al frente y gritó con una voz rota: —¡¡A LA CAZA, HERMANOS!!

No hubo advertencia ni negociación.

El grito fue la señal.

Se lanzaron sobre ella, desbordando violencia y carcajadas maníacas.

El suelo retumbó bajo la estampida.

Kaelis apretó el mango de su espada, sus nudillos tensándose bajo el guantelete.

El primero que llegó a su alcance apenas pudo alzar el cuchillo: un corte limpio y su cabeza salió despedida, rodando sobre la arena.

La sangre que no existe en Limbo no salpicó; solo un vapor tenue se elevó del cuello cortado.

Eso no detuvo a los demás.

Al contrario, los ojos se les encendieron con una euforia salvaje.

Los que habían quedado atrás empezaron a chocar sus armas contra el metal, formando un ritmo tribal que avivaba la pelea.

Un círculo se cerró en torno a Kaelis.

Algunos no atacaban, solo observaban, gritando y alentando la carnicería.

El combate fue un baile de cuerpos cayendo al suelo.

Kaelis bloqueaba golpes con destreza, desviaba cuchillos con un giro de muñeca, y contraatacaba con cortes precisos que partían armas y huesos por igual.

Pero la multitud no se agotaba.

Por cada enemigo que caía, dos más ocupaban su lugar, sin temor, sin dolor, sin vacilación.

Una lanza improvisada rozó su mejilla, dejando un surco ardiendo.

Otro atacante, con un brazo entero cubierto de engranajes en movimiento, casi logró romper su defensa.

Kaelis retrocedió un paso, el corazón latiéndole con rabia.

Sus movimientos seguían siendo precisos, pero empezaba a notar el peso del asedio.

Los gritos se mezclaban con el repiqueteo metálico y el crujir de huesos bajo acero.

El aire se llenó de ese olor agrio, mezcla de óxido, sudor y algo más… algo que no pertenecía al mundo de los vivos, una sed y locura propia del infierno.

Finalmente, la frustración la alcanzó.

Su respiración se volvió profunda, su mirada ardió, y la espada comenzó a vibrar en sus manos como si respondiera a su ira.

—¡BASTA!

—rugió.— ¡Furia Abrazadora!

—grito.

Con un giro sobre sí misma, descargó un corte circular que liberó un estallido de luz y calor abrasador.

La hoja dejó un rastro incandescente y, en una fracción de segundo, todos los que la rodeaban fueron barridos por una onda ardiente.

Cuerpos y armaduras volaron varios metros, y el suelo quedó marcado con un semicírculo humeante.

El nombre hacía honor a la quemadura ardiente que devoraba a todo aquel que la recibía.

El círculo quedó vacío.

Kaelis se mantenía de pie, el pecho subiendo y bajando con fuerza.

Varias heridas marcaban sus brazos y hombros, pero su postura era la de una guerrera que no retrocedería.

El público enloqueció.

Gritos, risas, golpes contra el metal.

No había miedo en sus rostros, solo una extraña admiración.

Kaelis frunció el ceño.

Entonces lo vio: los cuerpos que había derribado comenzaban a moverse.

Uno a uno, se incorporaban, como si nada hubiera pasado.

Ni dolor, ni temor, solo la misma chispa violenta en los ojos.

Las palabras de Matt cruzaron fugaces por su mente: “Aquí nadie puede morir…” La espada bajó unos centímetros.

Por primera vez, la lucha le pareció inútil.

¿Qué sentido tenía desgastar su fuerza contra enemigos que siempre volverían a levantarse?

Pero no la atacaron de nuevo.

En su lugar, comenzaron a vitorearla, golpeando el suelo con las armas y repitiendo un nombre con creciente intensidad: —¡ORLOK!

¡ORLOK!

¡ORLOK!

Desde lo alto del coloso metálico, una sombra gigantesca se recortó contra el sol.

Un hombre enorme, cubierto por un arnés de placas brillantes y cables que chisporroteaban, dio un salto imposible y aterrizó frente a ella, haciendo temblar el suelo.

En sus manos portaba un hacha descomunal, forjada de metal puro, con gruesos cables enrollados alrededor del mango.

Cada vez que la movía, destellos de electricidad danzaban por su filo como serpientes de luz.

El zumbido que emitía recordaba al de un generador a punto de estallar.

El hombre sonrió, enseñando dientes amarillos y desgastados.

—Veamos si eres tan fuerte eres chica ardiente.—dijo, su voz grave y vibrante, mientras el hacha se encendía con un estallido eléctrico.

Kaelis ajustó el agarre de su espada.

El verdadero combate apenas comenzaba.

—────────────◇────────────— Las nubes eléctricas que cubrían la cima del gigante de metal se arremolinaban en tonos de azul y violeta, iluminando su estructura con relámpagos fugaces.

Entre el rugido metálico de las placas ajustándose y el zumbido constante de energía, una figura oscura ascendía con paso lento pero seguro.

Veyrion, envuelto en su túnica púrpura, sostenía su libro abierto en una mano mientras la otra dibujaba formas y líneas en el aire, capturando cada ángulo, cada grieta, cada vibración de la colosal máquina.

Sus ojos, dos brasas verdes flotantes bajo la capucha, registraban cada detalle con precisión casi obsesiva.

El viento azotaba su ropa y el eco del metal retumbaba bajo sus pies.

Entonces, sin advertencia, chocó contra algo invisible.

Un golpe seco, como si hubiera topado con una pared sólida hecha de cristal.

Dio un paso atrás y extendió su mano esquelética, sintiendo la resistencia de una barrera invisible que chisporroteaba al contacto.

—Interesante… —murmuró, ladeando la cabeza.

El aire alrededor vibraba con un poder extraño, no natural.

El Lich presionó con más fuerza, intentando atravesarla, pero la resistencia no cedió.

—¿Magia defensiva?

¿O tecnología?

—susurró con un matiz de entusiasmo—.

¿Será obra de la bruja de acero?

Sus dedos se curvaron lentamente, sintiendo cada partícula de energía que formaba la muralla invisible.

No era magia elemental tradicional.

Era algo híbrido, un tejido de metal, electricidad y un patrón arcano que desconocía.

En lugar de retroceder, su sonrisa oculta bajo la sombra se amplió.

—Veamos qué secretos guardas… siempre es divertido descubrirlos.

Con un movimiento fluido, dejó que su cuerpo se desvaneciera parcialmente en bruma oscura y atravesó la barrera, sintiendo un leve cosquilleo, como si millones de agujas microscópicas rozaran su forma espectral.

El interior del gigante era un laberinto vivo.

Los pasillos retumbaban con vibraciones metálicas, y las paredes, hechas de placas soldadas y tuberías expuestas, parecían respirar al ritmo de un corazón mecánico.

Una luz rojiza parpadeaba en intervalos regulares, proyectando sombras alargadas que danzaban por las esquinas.

Veyrion apenas avanzó unos metros antes de escuchar pasos apresurados y gritos apagados.

De las intersecciones surgieron figuras armadas con barras, cuchillas improvisadas y fragmentos de metal afilado.

Sus rostros mostraban cicatrices y ojos encendidos de furia.

—¡Huesistos, para mi colección!

—rugió uno, levantando su arma.

Sin inmutarse, Veyrion extendió su mano.

Una onda oscura, espesa como humo y fría como hielo, se expandió en todas direcciones.

Los atacantes fueron arrojados hacia atrás como hojas en un vendaval, golpeando contra las paredes con un estruendo metálico.

Se detuvo un segundo, mirando la energía que fluía en su palma.

—Curioso… —murmuró—.

El maná… no fue drenada, es como si no lo usará…

Mmm…

Normalmente, en los lugares carentes de energía natural, su poder debía racionarse, drenarse con cada hechizo.

Pero en Limbo, sentía su reserva intacta, perpetua, como un vaso lleno que nunca rebosaba ni se vaciaba.

—!Fascinante¡ Abrió su libro y, con la precisión de un cirujano, comenzó a escribir: “Teoría preliminar: el maná en este plano existe en un estado cerrado, desconectado de fuentes naturales pero permanece estable.

Flujo constante, sin variaciones.

Hipótesis: estructura del alma se convierte en depósito autosuficiente de mana.

Preguntás a tener en cuenta ¿Es cosa de este mundo?

¿Son así las reglas?

¿Tiene algo que ver con la inmortalidad?” Pasó la página, dibujando un esquema del circuito mágico que creía percibir.

Los pasillos lo guiaron hacia arriba, cada tramo más estrecho y sofocante.

El aire estaba impregnado de ozono y un leve aroma metálico.

A medida que avanzaba, el zumbido eléctrico se transformaba en un rugido constante.

Finalmente, llegó a una cámara amplia en el interior de la cabeza del gigante.

Allí, dos pilares de acero, conectados por gruesos cables y bobinas, lanzaban chispas azules que se entrelazaban en el aire.

Cada descarga resonaba como un latido colosal.

En medio de ese campo eléctrico, de pie sobre una plataforma circular, estaba ella.

Malica.

Su cuerpo entero estaba recubierto por un exoesqueleto de acero pulido que reflejaba los destellos de los rayos.

Las placas se adaptaban a cada curva y articulación, dándole una apariencia casi sobrehumana.

En su rostro, una máscara con una sonrisa retorcida, fija e inquietante, parecía observarlo incluso sin moverse.

Los relámpagos jugaban sobre su silueta, iluminando la figura de una guerrera y científica al mismo tiempo.

Veyrion dio un paso adelante y, en un gesto de cortesía anacrónica, se inclinó.

—Saludo a la mente que dirige este coloso —dijo con voz grave y respetuosa—.

Soy Veyrion, estudioso de lo vivo y lo muerto.

He recorrido los lugares más inospistos para aprender mas y mas.

Y ahora… —sus ojos llamearon con un brillo intenso—, deseo estudiar su alma y mente.

—sonrió con malicia.

Malica no respondió.

Su cabeza se inclinó levemente hacia un lado, la sonrisa metálica siempre fija, mientras los rayos chisporroteaban detrás de ella como si el propio gigante respirara con su energía.

El silencio se volvió espeso.

Solo el zumbido eléctrico y el golpe sordo del corazón mecánico llenaban el aire.

Veyrion esperó, paciente, como un depredador frente a su presa más interesante.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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