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En Algún Lugar en Limbo - Capítulo 6

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6: Capítulo 6 – Conocidos.

6: Capítulo 6 – Conocidos.

El filo del hacha descendía como un trueno.

Kaelis, aún de rodillas, apenas levantaba la mirada para ver cómo la hoja partida de su espada caía a un lado, inútil.

La sensación era devastadora.

–…Mi Espada… –susurró con un hilo de voz.

Por un instante, la guerrera cerró los ojos.

Dentro de su pecho un torbellino de emociones se agitaba, pero todas incompletas.

Sabía que debía sentir devoción hacia su diosa, tristeza por perder el vínculo divino… incluso recordar los rostros de aquellos a quienes alguna vez había amado.

Pero en su mente todo era niebla, recuerdos desdibujados, como pinturas lavadas por la lluvia.

La resignación la envolvió.

Aun consciente de que en Limbo no existía la muerte definitiva, se sintió vacía.

“¿Qué sentido tiene luchar si no recuerdo a quién le debo mis pasos…?”, pensó con amargura.

El rugido del hacha cortando el aire marcó el final.

¡¡CLANG!!

El estruendo no provenía de su cuerpo siendo partido en dos, sino del choque de dos armas.

Kaelis abrió los ojos sorprendida.

Frente a ella, un hombre joven sostenía una espada larga y brillante, deteniendo la embestida de Orlok.

Su cabello oscuro, alborotado y puntiagudo, se agitaba con el viento.

Sobre sus ojos llevaba unas gafas de aviador que reflejaban un destello dorado.

Sonreía con la confianza desbordante de quien siempre llega a tiempo.

–¡No temas!

–dijo el recién llegado, con voz firme–.

Mientras yo esté aquí, ningún villano pondrá un dedo sobre ti.

Kaelis apenas pudo parpadear, atónita.

Orlok gruñó con furia, retrocediendo un paso y abriendo los ojos de par en par.

–¡¡Arthur!!

–bramó, apretando el mango de su hacha con tanta fuerza que los nudillos se tornaron blancos–.

Pequeño bastardo ¿Qué demonios haces aquí?

Arthur empujó con su espada hacia arriba, obligando a Orlok a retroceder unos pasos.

Luego, sin apartar la mirada del enemigo, bajó levemente la cabeza hacia Kaelis y guiñó un ojo.

–Una dama nunca debe quedar desprotegida ante la crueldad –dijo, con un tono casi teatral–.

Y yo jamás abandonaré a los débiles ni a los inocentes.

Esa es mi promesa.

El aire alrededor pareció tensarse.

Kaelis sintió un calor extraño recorriéndole el pecho.

No entendía si era esperanza, admiración o algo más, pero las palabras del joven héroe resonaban con un poder que ella no podía ignorar.

Orlok soltó una carcajada amarga.

–¡Tonterías heroicas!

¡Eres solo una burla, Arthur!

–rugió, levantando su gigantesca hacha con ambas manos–.

¡Voy a triturarte en mil pedazos y acabar contigo!

Con un salto, se lanzó contra el muchacho, blandiendo la hoja en un arco mortal.

Arthur, sin inmutarse, sostuvo su espada con ambas manos.

Su mirada se volvió más intensa, como si el mundo entero desapareciera y solo quedaran él y su enemigo.

–…Castiga al Mal, mi amada.

–su voz resonó clara y suave, como un juramento.

Un aura dorada estalló alrededor de su espada.

La luz era tan radiante que iluminó las ruinas alrededor, proyectando sombras largas.

La hoja pareció crecer, vibrando con energía divina.

¡¡¡ZAAASH!!!

El choque fue brutal.

La luz envolvió por completo a Orlok, que apenas tuvo tiempo de gritar antes de ser desintegrado en pedazos.

La hacha se fragmentó en miles de chispas negras, que se disiparon en el aire como humo.

El silencio posterior fue absoluto.

Solo el eco del ataque quedó flotando en el ambiente.

Arthur bajó lentamente su espada, aún resplandeciente, y respiró hondo.

Sus palabras fueron firmes, cargadas de determinación: –La próxima vez que nos crucemos… seré más fuerte.

Kaelis lo observaba desde el suelo, incapaz de apartar la vista de aquella figura.

Había algo en él… una determinación pura, sin grietas, como si todo su ser se definiera por esa misión de proteger.

En su interior nació un pensamiento casi automático: “Él es alguien digno de ser seguido”.

Arthur caminó hacia ella y extendió una mano.

–Levántate –dijo, con voz amable–.

Este mundo es cruel, pero juntos podemos enfrentarlo.

El rostro de Arthur se deformó por un segundo como la estática al decir esas palabras.

Kaelis, aún temblorosa, alzó lentamente su brazo.

Pero antes de que sus dedos rozaran la palma del héroe, un sonido inesperado interrumpió el momento.

Una carcajada.

Una carcajada enorme, exagerada, estruendosa que resonó a lo lejos como si el mismo cielo se burlara de ellos.

—¡¡HAAAA-HA-HA-HA!!

Arthur se detuvo.

Levantó la vista hacia el horizonte, sonriendo de nuevo, esta vez con un brillo desafiante en los ojos.

–…Interesante –murmuró–.

Parece que esto se pondrá mas divertido.

La risa continuó, repitiéndose como un eco burlón que se extendía por todo el lugar.

Kaelis, todavía apoyada en su rodilla, lo miró con una mezcla de desconcierto y expectación.

El encuentro había terminado, pero la sensación era clara: una nueva amenaza, aún más grande, se acercaba.

—────────────◇────────────— Dentro del gigante de acero, el silencio era apenas interrumpido por el rugido metálico de la maquinaria.

El ambiente olía a óxido y aceite, con vibraciones constantes recorriendo los pasillos como un latido mecánico.

Matt estaba de pie sobre una plataforma elevada, observando desde lo alto a Veyrion, que seguía en su silencio casi ritual, rodeado por runas verdes que flotaban débilmente alrededor de él.

Detrás de Matt, alineadas con orden frío, se encontraban contenedores y cajas selladas con un blindaje robusto.

La luz tenue parpadeaba sobre su armadura, proyectando destellos en la máscara que, en ese momento, mostraba un símbolo caricaturesco de aburrimiento: dos líneas rectas por ojos y una boca torcida hacia abajo.

De pronto, un sonido de pasos interrumpió la monotonía.

Alguien se acercaba por el lateral de la plataforma.

La máscara de Matt reaccionó al instante, desplegando un símbolo de exclamación brillante en el visor, como si se tratara de un gesto exagerado de sorpresa.

—¿Así que aquí estabas?

—dijo una voz femenina, grave, arrastrada, con un dejo burlón.

Matt giró el rostro y la vio.

Una mujer de porte elegante, piel oscura y rastas en su cabeza, cubierta por una gabardina oscura que rozaba el suelo.

En su cabeza llevaba un sombrero de ala ancha, y entre sus labios descansaba un cigarro apagado, sostenido con la naturalidad de alguien que disfrutaba más del ritual que del humo.

Ella lo miraba con seguridad, como si ya supiera quién era él y lo que estaba haciendo allí.

—Vaya, vaya… —respondió Matt con un tono sardónico—.

Mirá quién vino a iluminarme la tarde.

La mujer sonrió de lado, una mueca que no revelaba nada y lo decía todo.

—¿Cómo has estado, Matt?

—preguntó con familiaridad, como si fueran viejos conocidos.

Matt inclinó la cabeza apenas, la pantalla de su máscara mostrando ahora un par de ojos entrecerrados con gesto irónico.

—Ya sabés… —respondió—.

Recolección por aquí, transporte por allá… lo mismo de siempre.

Monotonía inmortal.

¿Y vos?

La mujer se acomodó el sombrero, dejando que la luz reflejara en sus ojos oscuros.

—Scarlet…

Ese es mi nuevo nombre —dijo finalmente, revelando su nombre—.

Supongo que va bien con mi encanto oscuro, ¿no creés?

Matt soltó una risa seca.

—Pfff… te queda perfecto.

Si hubieras dicho “Rosa” te habría quitado seriedad.

Scarlet se rió suavemente, una risa corta, como el chisporroteo de una brasa.

Luego, su mirada se deslizó hacia las cajas alineadas detrás de Matt.

—Estoy trabajando en algo para la Ciudad Paz —comentó, dando una calada simbólica a su cigarro apagado—.

Estoy buscando lo que ese maldito Orlok se robó de la ciudad.

Matt ladeó la cabeza, la máscara mostrando ahora una ceja arqueada en gesto digital.

—¿Me estás diciendo que lo que tengo acá atrás es mercancía robada de un Vampiro de piel palida?…

Ya lo sabía.

Scarlet soltó una pequeña carcajada, casi orgullosa.

—Exactamente.

Y le molesta mucho cuando roban lo que es suyo… o lo que le pertenece a el en general.

Matt se cruzó de brazos, como si reflexionara, pero su voz cargaba con ironía.

—Qué curioso.

Porque yo también estoy buscando un “producto robado”.

Solo que en mi caso lo hago para el Reino Inmortal, al otro lado del desierto.

Qué casualidad, ¿no?

El aire se tensó.

Ambos guardaron silencio, entrelazando miradas como si intentaran descifrar qué tan lejos estaba dispuesto el otro a llegar.

El zumbido metálico del gigante de acero fue lo único que sonó durante esos segundos, haciéndolos sentir más largos de lo que eran.

Matt no parpadeaba.

Scarlet tampoco.

La tensión se volvió casi palpable, como el filo de un cuchillo presionando contra la piel.

De pronto, los dos se movieron a la vez.

Sus manos fueron rápidas como rayos, deslizándose hacia las armas.

¡BANG!

Matt disparó primero.

El proyectil impactó de lleno en la mano de Scarlet, justo donde ella sostenía su pistola, haciéndola soltar el arma con un grito ahogado.

Antes de que pudiera reaccionar, un segundo disparo atravesó su pierna izquierda.

—¡¡Aghh!!

—exclamó, cayendo de rodillas al suelo metálico con un golpe seco.

El humo del disparo se disipó lentamente en el aire enrarecido del lugar.

La máscara de Matt, inexpresiva, mostraba un rostro plano con una boca recta, casi indiferente, como si lo ocurrido no mereciera ni una emoción.

Scarlet respiraba agitada, pero en lugar de mostrar rabia o desesperación, sonrió de manera extraña, relajada, como si todo estuviera dentro de lo previsto.

—Ya esperaba este resultado… —murmuró, con voz ronca pero firme—.

Sabía que eras rápido.

Matt la observaba sin bajar el arma, su visor proyectando ahora un par de ojos semicerrados en gesto de fastidio.

—Entonces, ¿para qué arriesgarte?

—preguntó con desinterés.

Scarlet, apoyada en el suelo con una mano destrozada, levantó la otra.

La utilizó para señalarlo, como si estuviera a punto de dar una lección.

—Porque quería ver algo.

—dijo con un tono que sonaba demasiado sereno para alguien herido—.

Y ahora puedes enseñarle a tus nuevos amigos… cómo inmovilizar a un oponente inmortale.

—No son mis amigos…

No existe los amigos en Limbo.

—dijo Matt con seriedad.

Scarlet sonrió y con un movimiento brusco, sacó de su gabardina una bengala.

La encendió sin pensarlo dos veces y la lanzó hacia arriba.

El destello rojizo iluminó todo el interior del gigante de acero, tiñendo de escarlata los contenedores, las paredes metálicas y hasta la silueta de Matt.

—Pero no vine sola… —agregó Scarlet, su sonrisa torcida marcada en el rostro, incluso mientras sus heridas se curan lentamente.

La máscara de Matt se iluminó con un enorme signo de interrogación brillante, parpadeando varias veces.

El silencio volvió a invadir el lugar por un instante… hasta que, desde arriba, se escuchó una carcajada poderosa, resonante, como un trueno mezclado con júbilo.

Una risa heroica que descendía desde el cielo, atravesando el eco metálico del gigante de acero.

—¡HAAAA-HA-HA-HA!

Matt alzó lentamente la vista, aún con el arma en la mano.

La pantalla de su máscara mostró unos enormes ojos abiertos de par en par.

Y entonces lo supo: el verdadero problema apenas estaba comenzando.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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