En Algún Lugar en Limbo - Capítulo 7
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7: Capítulo 7 – Gran escala.
7: Capítulo 7 – Gran escala.
El silencio dentro de la mente de Malica era sofocante.
El aire olía a óxido y ceniza, y bajo los pies de Veyrion se extendía un océano infinito de chatarra: engranajes rotos, cuchillas oxidadas, columnas retorcidas de hierro ennegrecido.
El Lich avanzó lentamente, su túnica flotando con un vaivén espectral.
Frente a él, la niña de piel pálida lo observaba en silencio.
Su cabello rojo se agitaba como si una brisa invisible lo acariciara, y sus ojos, de un azul cristalino, lo atravesaban con una frialdad inquietante.
De pronto, Veyrion sintió un dolor punzante recorrerle el cuerpo.
Era como si miles de agujas invisibles se clavaran en su piel, penetrando hasta el hueso.
Su cuerpo espectral se estremeció, pero no retrocedió.
–Tch…
–murmuró, con voz ronca–.
Molesto… pero tolerable.
Con una calma que desmentía el tormento, se inclinó levemente hacia ella.
–Dime… ¿puedes dejarme salir?
–preguntó, sus ojos ardiendo en llamas verdes–.
Este lugar no tiene salida… al menos no una que pueda ver.
La niña ladeó la cabeza, sonriendo con una dulzura extraña.
Su voz, ligera como un canto infantil, rompió el silencio.
–¿Quieres ser mi muñeco?
Antes de que pudiera responder, Veyrion miró sus propias manos… y dejó escapar un gruñido de sorpresa.
Su cuerpo ya no era el mismo: brazos y piernas cosidos torpemente, costuras visibles y botones por ojos.
Un peluche maltrecho descansaba ahora entre los brazos de la niña.
–¡¡Basta!!
–rugió.
Un círculo de runas oscuras estalló bajo sus pies, y el peluche se deshizo en un torbellino de humo negro.
Su figura espectral regresó, respirando con fuerza, su libro apretado contra el pecho.
–Imposible… –susurró, la excitación encendiendo su voz–.
Nunca antes… nunca me habían dominado dentro de una mente ajena.
Sus llamas verdes se intensificaron.
No era miedo lo que sentía, sino una euforia peligrosa.
–Eres fascinante –continuó, dando un paso hacia ella–.
¡Más que cualquier experimento, más que cualquier alma!
Quiero… estudiarte.
Quiero desentrañarte pieza por pieza… La niña inclinó el rostro, como si no comprendiera.
Luego sonrió aún más amplio.
–¿Quieres jugar conmigo?
–preguntó con inocencia–.
Podemos jugar… a las atrapadas.
El suelo tembló.
El vertedero entero comenzó a retorcerse, como un monstruo que despertaba.
Torres de chatarra se doblaron, convertidas en brazos metálicos que golpeaban el aire, mientras las cuchillas rotas chillaban al arrastrarse contra el hierro.
Veyrion extendió una mano hacia el caos.
–Jugar… ¿eh?
–susurró, divertido–.
Bien.
Hasta encontrar la salida… jugaré contigo.
Y observaré cada detalle.
Las agujas volvieron a clavarse en su cuerpo, pero esta vez las aceptó con una sonrisa siniestra.
Sus ojos de fuego brillaron como faros en la penumbra, ansiosos.
–Veamos qué secretos escondes, niña… El juego acababa de comenzar.
—────────────◇────────────— Fuera de la mente de Malica, el caos no se detenía.
En la cima del coloso metálico, Matt se mantenía de pie, la máscara proyectando una expresión de fastidio.
El viento del desierto levantaba nubes de polvo mientras la mole chirriaba y temblaba bajo sus pies.
De pronto, alzó la vista.
Algo en el firmamento lo inquietó.
Una silueta descendía lentamente, acompañada de una risa que desbocaba superioridad.
–Tch… y aqui viene Mister Músculos –murmuró.
Con calma, Matt giró hacia las cajas apiladas detrás de él.
Extendió una mano y, desde su palma, emergió una esfera negra que pulsaba como un corazón.
La energía absorbió los contenedores uno por uno hasta que no quedó rastro alguno.
–Más vale prevenir… –dijo, su máscara mostrando una boca sonriente.
Un disparo cortó el aire.
La bala rebotó contra un escudo invisible que chisporroteó alrededor de su cuerpo.
A unos pasos de distancia, Scarlet bajó su arma lentamente, la mirada cansada fija en él.
–No vas a escapar, Matt.
No con él aquí –advirtió, su tono más serio que de costumbre.
Matt ladeó la cabeza, como si fuera un chiste viejo.
–¿Escapar?
—solto una carcajada.— No, Scarlet…ya sabes qur yo inventé las cortinas de humo.
De su muñeca emergió un dispositivo cilíndrico, un frasquito que brillaba débilmente.
Lo sostuvo con despreocupación frente a ella.
Los ojos de Scarlet se entrecerraron.
Dio una calada al cigarro apagado que nunca prendía, y suspiró.
–No me jodas… eso es demasiado ¿Por qué tienes algo tan peligroso encima?
Antes de que pudiera decir algo más, el mundo se sacudió.
Un estruendo partió el aire: algo se estrelló contra el coloso metálico, atravesando su estructura como si fuera papel.
La mole vibró con violencia, y del boquete abierto emergió una figura envuelta en luz.
La voz que siguió era grave, solemne, ensayada para resonar como un juramento.
–¡El representante de la justicia, la ley y la bondad está aquí!
Entre chispas y acero retorcido apareció un hombre de proporciones sobrehumanas.
Músculos tensos como columnas, traje amarillo y azul adornado con líneas que parecían brillar, una capa ondeando en el viento.
Su cabello rubio, perfectamente peinado, brillaba bajo el sol.
–Soy Super Justicia, defensor de Ciudad Paz y de su gente.
Y he venido a recuperar lo que jamás debió ser arrebatado de mis cuidados.
Scarlet sonrió con ironía, murmurando por lo bajo: –Ya era hora de que aparecieras, idiota brillante.
Matt, en cambio, levantó una mano y lo saludó como si estuviera viendo a un viejo colega en un bar.
–¡Mira nada más!
Si no es el héroe de los músculos imposibles.
–Su máscara mostró una cara sorprendida–.
Te ves más ancho que la última vez, ¿estás probando nueva proteína?
El héroe lo fulminó con la mirada.
En un parpadeo desapareció de donde estaba y reapareció detrás de Matt, sujetándole el cuello con una fuerza descomunal.
–Viejos conocidos o no –tronó Super Justicia–, ¡jamás perdonaré a quienes rompen la ley creada en este mundo para la paz!
¡Ni siquiera a uno de sus creadores!
La presión en su cuello habría roto el cuerpo de cualquier otro.
Matt, sin embargo, se limitó a inclinar la cabeza y mostrar un emoticón de sarcasmo en su máscara: un rostro con lengua afuera.
–Oh, vamos.
Ni un “hola” primero… qué maleducado.
En su mano libre, el frasquito todavía brillaba.
Con un gesto despreocupado, lo hizo trizas contra el suelo metálico.
Un humo espeso y oscuro se elevó de inmediato, extendiéndose como un manto.
No era humo común.
Tenía densidad, peso, y un aroma tan penetrante que la tierra misma pareció estremecerse.
Super Justicia aflojó levemente el agarre, sus cejas fruncidas.
Scarlet retrocedió un paso, bajando la mirada con un gesto de resignación.
–Esto empieza a molestar… –susurró Scarlet, entre toses.
El coloso entero vibró como si respondiera a esa extraña sustancia, el metal resonando con un eco profundo.
En medio de aquel caos, la máscara de Matt mostró una amplia sonrisa burlona.
El frasco estalló contra el suelo y, en un suspiro, el humo se expandió como un manto viviente.
Era espeso, pesado, casi líquido.
El aire se impregnó con un aroma metálico que irritaba los pulmones.
El gigante de acero chirrió con violencia.
La arena del desierto comenzó a vibrar como si algo enorme despertara bajo la superficie.
Super Justicia aflojó su agarre y soltó a Matt.
Su ceño se frunció con molestia.
–No me impresionas –gruñó, flotando hacia atrás con gracia impecable–.
Si no fuera porque tengo asuntos más importantes, no me importaría lanzarte hasta las montañas.
Sin perder más palabras, el héroe descendió en picada hacia el desierto, dejando tras de sí una estela luminosa.
Matt, inmóvil sobre el coloso, mostró en su máscara un emoticón burlón de una carita silbando.
–Siempre tan dramático…
–murmuró, puso sus dedos a un lado de su máscara y marcó una llamada.— Oye, es hora de irnos.
— dijo llamando a alguien.
Abajo en la arena del desierto.
Kaelis quien estaba con Arthur, apenas tuvo tiempo de reaccionar, cuando vio a un hombre musculoso volando a gran velocidad hacia ellos.
Super Justicia aterrizar frente a Arthur con la violencia de un rayo.
El héroe rubio no dudó: lanzó un puñetazo directo al rostro del joven espadachín, con tal velocidad que el aire mismo se partió.
Arthur, sereno y firme en su mirada, levantó una mano.
–Protégeme, Miranda.
Sus guantes brillaron y se transformaron en un escudo radiante.
El golpe chocó contra él con un estruendo ensordecedor, levantando un muro de arena a su alrededor.
Aun así, el escudo resistió, firme como una muralla.
Arthur sonrió bajo la presión.
–Buen intento.
Super Justicia, con la mandíbula apretada y los ojos encendidos de ira, retrajo el brazo.
–¡Arthur!
–tronó, su voz cargada de indignación–.
Eres un criminal.
¡He venido a llevarte ante la justicia para que recibas el castigo que mereces!
Kaelis, aún en shock, observaba la escena incapaz de comprender.
Su salvador, Arthur, ahora señalado como un criminal por aquel ser que irradiaba poder y rectitud.
Su corazón se agitó.
–No… no entiendo nada se lo que esta pasando –susurró, recogiendo de la arena los fragmentos rotos de su espada.
El acero estaba frío y muerto en sus manos, pero por alguna razon su fe en Arthur se encendía.
“Si él me salvó, entonces debo ayudarlo”, repetía en su mente.
Dio un paso adelante, dispuesta a intervenir, pero en un parpadeo el mundo cambió.
El paisaje se deformó como si el suelo la hubiera expulsado.
De pronto, Kaelis ya no estaba cerca del combate: se hallaba a cientos de metros, tan lejos que el gigante de metal era apenas una silueta distante.
–¿Qué…?
–balbuceó, desconcertada.
Giró la cabeza y su confusión aumentó.
Allí, flotando inmóvil sobre la arena, estaba Veyrion.
Su túnica ondeaba con calma, los ojos verdes ardiendo en silencio, como si nada a su alrededor le importara, pero parecía como si estuviera en un trance.
Pero lo que más perturbó a Kaelis fue la figura que se erguía no muy lejos.
Un hombre desconocido.
Llevaba una máscara que cubría la mandíbula y la nariz, diseñada con dientes afilados en relieve, como una mueca devoradora.
Un par de lentes negros ocultaban su mirada.
Su cabello rubio, largo y desordenado, le caía por los hombros.
Vestía solo una camisa ajustada sin mangas y pantalones cómodos, como un viajero errante.
Lo más inquietante eran las marcas negras en forma de rayos que recorrían sus brazos y cuello, palpitando débilmente como venas vivientes.
Kaelis sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
–¿Quién eres…?
–susurró, apenas audible.
El hombre la miró fijamente.
No dijo nada.
En un parpadeo, desapareció.
Como si nunca hubiera estado allí.
Kaelis parpadeó, incrédula.
–No puede ser… Entonces, un rugido sacudió la tierra.
Del desierto comenzaron a emerger criaturas titánicas.
Gusanos colosales, de cuerpos segmentados, con bocas circulares llenas de dientes como cuchillas.
Eran tan grandes como el propio coloso metálico, algunos incluso más.
El gigante de acero rugió, levantando sus brazos y tratando de apartar a las bestias que lo envolvían.
Golpes metálicos contra carne monstruosa resonaron por todo el desierto.
Cada gusano que era aplastado, otro emergía de la arena.
Kaelis contemplaba la escena con los ojos abiertos de par en par.
Era un espectáculo imposible, un carnaval de destrucción.
La mole de metal resistía, pero los gusanos se enroscaban a su alrededor, mordiéndolo, aplastándolo con una fuerza descomunal.
Las fauces circulares se cerraban sobre las extremidades del coloso, arrancando placas y deformando su cuerpo.
El rugido metálico del gigante se mezclaba con los chillidos de las criaturas.
Kaelis cayó de rodillas, sin poder sostenerse.
–Este mundo… –murmuró, con la voz quebrada–.
Este mundo es absurdo… A lo lejos, el humo oscuro seguía expandiéndose, tiñendo el aire con un veneno invisible.
En el cielo, Super Justicia y Arthur chocaban como dos estrellas destinadas a destruirse.
Y en medio de todo, Veyrion seguía inmóvil, flotando sobre la arena, mientras su Libro escribía todo lo que sus ojos veían, un caos a escalas que magníficas.
Kaelis apretó los fragmentos de su espada rota contra su pecho, su respiración temblorosa.
Por primera vez desde su llegada a Limbo, se sintió verdaderamente pequeña e insignificante.
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