En Algún Lugar en Limbo - Capítulo 8
- Inicio
- Todas las novelas
- En Algún Lugar en Limbo
- Capítulo 8 - 8 Capítulo 8 - Resistir a Limbo
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo
8: Capítulo 8 – Resistir a Limbo 8: Capítulo 8 – Resistir a Limbo El horizonte ardía con destellos metálicos y rugidos monstruosos.
Desde donde estaba, Kaelis apenas podía distinguir la silueta del gigante de acero hundiéndose entre gusanos colosales, pero lo que la consumía no era la batalla, sino el eco de su propio fracaso.
De rodillas en la arena, murmuró en voz baja: —Una vez… dos veces… tres… —iba contando las veces que había caído, las veces que la habían derrotado desde su llegada a Limbo.
Cada palabra era un golpe en su pecho vacío.
Recordaba que alguna vez había tenido amigos, familia, rostros que debían inspirarle fuerza… pero no podía verlos.
Eran sombras difusas, nombres borrados de un libro quemado.
Cuanto más intentaba aferrarse a ellos, más se deshacían en su mente.
Un peso de impotencia la fue arrastrando hacia un abismo de oscuridad.
Entonces, un estruendo rompió sus pensamientos.
Frente a ella cayó un cubo negra metálico de gran tamaño, levantó una nube de arena.
Del polvo emergió Matt, caminando con calma, como si nada de lo que pasara alrededor tuviera importancia.
En su máscara apareció un gesto sarcástico, un par de cejas arqueadas que simulaban diversión.
—Un buen trabajo siempre merece una buena paga, verdad Apolo?
—dijo con tono ligero.
De su mochila extrajo un objeto brillante, un cubo con grabados que parecían moverse bajo la luz.
Lo lanzó hacia un punto invisible en el aire.
De pronto, como si el espacio mismo se desgarrara, apareció una figura.
El hombre de los rayos negros en su piel, cuyo nombre era Apolo.
Apolo atrapó el cubo con una mano firme.
Su mirada seria se posó sobre Matt por un segundo, y luego sobre Kaelis.
Su cabello rubio ondeaba con la brisa, y las marcas negras en sus brazos brillaban débilmente como brasas.
Kaelis intentó apartar la vista, pero en un parpadeo él ya estaba frente a ella.
Sus manos grandes sujetaron con firmeza sus mejillas, obligándola a mirarlo a los ojos.
Un calor extraño recorrió su cuerpo.
La rigidez de sus labios se quebró cuando, sin entender por qué, sonrió.
Apolo le dio una palmada en la cabeza, seca, como si la reprendiera.
Luego se inclinó, recogió los restos de su espada rota y se los colocó entre las manos, cerrando sus dedos alrededor de la empuñadura con fuerza.
—… —no dijo nada, pero su gesto era claro: aferrate a lo que queda, aunque sea un pedazo roto.
Seguí avanzando.
Cuando la soltó, sus ojos brillaban con una intensidad que Kaelis no comprendía.
El hombre se volvió hacia el horizonte, y en un suspiro desapareció de su vista.
Matt observó la escena y soltó una risa breve.
En su máscara apareció una sonrisa torcida.
—Muy típico de él.
Siempre con sus gestos teatrales.
Se acercó a Kaelis, que aún temblaba entre la confusión y la extraña calidez que Apolo le había dejado.
—¿Ya entendés lo que es Limbo?
—preguntó con tono burlón.
Kaelis lo miró, los labios resecos, la voz quebrada.
—…Por favor… mátame.
Matt ladeó la cabeza.
Su máscara mostró un par de signos de interrogación, como si se divirtiera con la contradicción.
Sin una palabra, levantó su arma y le disparó en la frente.
El estruendo fue seco, brutal.
Kaelis cayó hacia atrás, su cuerpo inmóvil en la arena.
Pasaron unos segundos.
Entonces, con un jadeo, abrió los ojos otra vez.
La herida en su frente se desvaneció como si nunca hubiera existido.
Sus manos aún apretaban los restos de la espada.
—…Lo entiendo ahora —dijo con firmeza.
Su voz, aunque débil, cargaba una chispa renovada—.
Si no puedo morir en este mundo… entonces voy a seguir moviéndome.
Voy a salir de aquí.
Matt guardó el arma sin darle demasiada importancia.
La máscara mostró una expresión neutral, casi aburrida.
Pero en el fondo, tal vez, había un dejo de aprobación.
Giró la cabeza.
A lo lejos, entre la tormenta de arena y metal, distinguió la silueta de Veyrion, flotando en el aire como una estatua inmóvil.
—Ese condenado… —murmuró—.
¿Qué demonios estará haciendo en la mente de esa loca?
La arena vibró de nuevo.
Kaelis apretó con fuerza los fragmentos de su espada rota.
Por primera vez desde que había llegado a Limbo, ya no pensaba en morir.
Pensaba en resistir.
Kaelis permaneció de pie, respirando con dificultad, pero con la determinación brillando en sus ojos.
Después de todo lo vivido, ya no quería seguir siendo un espectador perdido en ese mundo extraño.
—Señor —dijo con voz firme, mirándolo directamente a la máscara luminosa—.
Quiero que me ayude a entender más de este lugar.
El hombre ladeó la cabeza, dejando que la pantalla de su máscara mostrara un gesto de burla exagerada.
—¿Ayudarte?
—respondió con un tono cargado de ironía—.
Aquí nadie ayuda a nadie.
En Limbo solo se aprende de la peor forma posible.
A golpes.
A la mala…
Y mi nombre es Matt.
Sin darle más vueltas, se quitó la mochila metálica de la espalda y la dejó en el suelo.
Sus dedos se movieron rápido sobre los botones de su muñeca.
Con un zumbido mecánico, el armatoste se desplegó y cambió de forma: las piezas se deslizaron y se unieron hasta convertirse en un vehículo de tres ruedas, aerodinámico y bajo, como un extraño cruce entre un auto de carreras y una bestia lista para abalanzarse.
Kaelis observó el proceso con asombro, la espada rota aún entre sus manos.
—Nunca voy a acostumbrarme a estas… cosas —dijo entre dientes, incapaz de ocultar la fascinación—.
Pero, Matt… creo que no eres tan mala persona.
Después de todo, me ayudaste cuando llegué aquí, y mi nombre es Kaelis.
— dijo mientras su buena etiqueta al hablar.
Matt guardó silencio unos segundos.
Luego desvió la mirada hacia la figura inmóvil de Veyrion, flotando como una estatua en medio del desierto.
Se acercó, lo sujetó con una cuerda reforzada y, con un tirón brusco, lo arrojó sobre uno de los asientos traseros del vehículo.
—No te equivoques —replicó al fin, su voz teñida de frialdad—.
No los ayudé.
Solo quería comprobar cuánto valen.
Aquí, cada uno es solo lo que demuestra con sus actos.
La pantalla de la máscara mostró una sonrisa torcida mientras acomodaba la cuerda alrededor del Lich inconsciente.
Kaelis apretó los dientes, ofendida.
—Pues yo valgo más que un montón de huesos flotantes.
El comentario arrancó un breve destello de risa en la máscara de Matt, aunque él no dijo nada más.
Subió al vehículo y se colocó al frente de la caja metálica que lo había acompañado desde antes.
Con un gesto, una luz azul envolvió la caja, haciéndola levitar suavemente hasta engancharse en la parte trasera.
Kaelis, con un suspiro, dio un paso adelante.
—¿A dónde vas ahora?
—preguntó, dudosa—.
¿Podrías… llevarme contigo?
Matt encendió el motor del extraño vehículo, que rugió con un tono grave y metálico.
—Súbete —dijo sin mirarla.
La máscara proyectó el símbolo de una flecha que señalaba hacia arriba, burlándose del tono de súplica en su voz—.
Vamos hacia la ciudad que está en el borde del bosque.
La llaman la Ciudad Inmortal.
Kaelis subió al vehículo, acomodándose detrás de Matt.
El aire del desierto quemaba su piel mientras se aferraba al asiento.
—¿Y allí… podrían ayudarme a escapar de este mundo?
—preguntó, dejando escapar la esperanza que aún se aferraba a su corazón.
Matt soltó una carcajada breve y hueca.
—Escapar de Limbo… —repitió, como si el mero concepto le pareciera un chiste viejo y cruel.
La máscara mostró una carita sonriente con lágrimas dibujadas—.
Solo una persona lo logró alguna vez.
Y antes de conseguirlo, le cortaron la cabeza.
El tono ya no sonaba sarcástico.
Había un filo de resentimiento en cada palabra, una carga de dolor que incluso Kaelis pudo notar.
El vehículo aceleró con un rugido, levantando nubes de arena tras ellos.
Kaelis lo miró de reojo, pero el brillo de la máscara no dejaba ver nada del hombre debajo.
Aun así, podía sentir el peso de lo que había dicho.
Matt agregó con un murmullo casi áspero, más para sí mismo que para ella: —No busques salir de Limbo.
Eso solo te dolerá más.
El silencio se adueñó del viaje mientras las dunas quedaban atrás y el horizonte se teñía de la sombra del bosque.
El vehículo rugía bajo las manos de Matt, sus ruedas cortando la arena como si arañaran el suelo mismo del desierto.
Frente a él, una pantalla holográfica proyectaba mapas e indicadores que parpadeaban en tonos azulados, guiándolo con gran precisión.
Kaelis, sentada detrás, mantenía la mirada fija en el horizonte.
El calor del desierto hacía vibrar el aire, deformando las dunas en espejismos.
Sentía cómo la inmensidad de aquel mundo la hacía parecer cada vez más pequeña, una mota de polvo perdida en un océano interminable.
De pronto, alzó la vista.
Una sombra cruzó el cielo, recortándose contra el resplandor del sol.
Un ser alado, enorme, de alas negras que parecían hechas de hierro desgarrado, volaba en dirección a las montañas lejanas.
La criatura desprendía un aura tan antigua que su mera presencia estremecía el aire.
—¿Qué… es eso?
—preguntó Kaelis, con un nudo en la garganta.
Matt también lo había notado.
La máscara proyectó un gesto de bostezo fingido antes de girarse apenas hacia ella.
—Ese, Señorita Kaelis, es uno de los llegados a Limbo.
El primero, de hecho.
—Señaló hacia la figura alada, que desaparecía entre las nubes—.
Se hace llamar Azrael, aunque algunos lo apodan el Errante de Ceniza.
El tono sarcástico no le quitaba peso a lo que decía.
—Dato curioso —añadió—: él puede atravesar el desierto entero en un solo día, de punta a punta.
A nosotros, incluso volando, nos tomaría más de un mes.
¿Qué tan loco es eso, eh?
Kaelis lo miró en silencio, el reflejo del holograma iluminando su rostro.
Finalmente, murmuró con una honestidad amarga: —Supongo que… soy solo una hormiga aquí.
—Apretó la espada rota entre sus manos, temblando un poco—.
Yo solo quiero volver a mi mundo… ser normal otra vez.
Por primera vez en mucho rato, Matt no respondió con sarcasmo.
Guardó silencio, las luces de su máscara mostrando solo una línea recta, neutral.
Fue entonces cuando una voz áspera y tranquila se escuchó desde el asiento trasero.
—Normalidad… qué concepto tan aburrido.
Kaelis se giró sorprendida.
Veyrion había regresado en si mismo.
Su figura encorvada, todavía sostenida por las cuerdas, se enderezaba con calma.
—Personalmente, prefiero estar aquí.
—Sus ojos llameantes se encendieron con fuerza—.
Este lugar es un océano de misterios.
Cientos, miles de secretos aguardando en cada sombra.
No hay mejor laboratorio que este.
Matt emitió un sonido de sorpresa; en la máscara apareció un signo de exclamación exagerado.
—¿Ya saliste del jardín mental de la loca de Malica?
—preguntó, con una mezcla de burla y curiosidad.
Veyrion inclinó su cabeza, como si recordar le diera placer.
—Salí porque quise.
Solo estábamos jugando.
Una niña encantadora… de piel pálida y cabellos rojos.
Una mente brillante, con una imaginación deliciosa.
— sus manos temblaban ligeramente.
Kaelis noto el temblor en las manos de Veyrion, con eso sabia que lo paso no fue algo agradable.
Matt, notando la tensión, zanjó la conversación.
—En fin, tanto da.
Mejor concéntrense en lo que importa.
—Aceleró el vehículo, que vibró con fuerza mientras se internaban en un nuevo mar de dunas—.
Tienen suerte.
Estamos cerca del borde del desierto.
Si no pasa nada raro —la máscara proyectó una carita irónica— llegaremos a nuestro destino en unas horas.
Kaelis parpadeó.
—¿Te refieres a La Ciudad Immortal?
—Si, La Ciudad Inmortal —respondió Matt con naturalidad—.
Prepárense para ver a una ciudad llena de violencia y la ley del mas fuerte.
Sin añadir más, presionó un botón en su muñeca.
Del tablero del vehículo emergieron varias pantallas secundarias.
En ellas comenzó a reproducirse una caricatura antigua: figuras simples, con colores chillones, peleando en situaciones absurdas.
—¿Qué… es esto?
—preguntó Kaelis, desconcertada.
—Distracción —contestó Matt encogiéndose de hombros—.
Todos necesitamos anestesia de vez en cuando.
Un zumbido se escuchó debajo de los asientos, y pronto emergieron compartimientos ocultos que ofrecían botellas de agua fría.
Kaelis la tomó con alegría, sintiendo el líquido correr por su garganta como un bálsamo de tranquilidad.
Veyrion, por su parte, tomó la suya y la observó con ironía, analizando la composición química del contenido antes de verterlo en su mano.
—Interesante —susurró, mientras escribía en su libro sin siquiera tocarlo—.
Incluso el agua aquí se siente diferente… Kaelis cerró los ojos, relajándose un poco mas.
El vehículo avanzaba velozmente, levantando columnas de arena tras ellos.
El horizonte ya mostraba la silueta oscura de árboles, la promesa del bosque y, más allá, de la misteriosa Ciudad Inmortal.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com