En Algún Lugar en Limbo - Capítulo 9
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9: Capítulo 9 – Ciudad Inmortal 9: Capítulo 9 – Ciudad Inmortal Después de un trayecto muy largo por las dunas abrasadoras, el horizonte comenzó a cambiar.
Las arenas doradas dieron paso a una línea verde, tan densa y viva que parecía un espejismo.
Árboles descomunales se alzaban en el borde del desierto, sus raíces retorcidas se hundían en la tierra húmeda, y una neblina espesa se arrastraba desde el interior del bosque.
El zumbido del vehículo se detuvo lentamente.
Matt observaba en silencio los monitores holográficos que proyectaban información del entorno.
Kaelis, agotada, se inclinó hacia adelante con asombro.
—¿Eso es… el bosque?
—preguntó, con la voz baja.
—Sí —respondió Matt—.
El límite del desierto.
Detrás de esos árboles está la Ciudad Inmortal.
El aire cambió de golpe.
Veyrion fue el primero en notarlo.
Giró la cabeza, sus ojos llameantes se estrecharon y el libro flotó frente a él, abriéndose solo.
—Hay algo que viene hacia nosotros —dijo, con calma.
Matt levantó la vista hacia el radar holográfico y, en efecto, varios puntos rojos aparecieron moviéndose a gran velocidad desde el bosque.
—Genial —murmuró, mostrando en la pantalla una imagen ampliada—.
Simios rojos… Kaelis frunció el ceño.
—¿Simios?
Matt soltó una risa seca.
—Simios rojos de colmillos largos y ojos blancos.
Muy simpáticos… hasta que te arrancan un brazo.
—Hizo un gesto burlón—.
Son violentos con cualquier cosa viva, a pero si no encuentran comida, se conforman con lo que respira.
Kaelis apretó los puños.
—Entonces, ¿qué hacemos para evitarlos?
Matt apagó la pantalla y se levantó del asiento.
—Lo de siempre.
—Abrió un compartimiento del vehículo, sacó una bengala metálica y la examinó brevemente—.
Cuando no puedes evitar el peligro… haces que venga alguien más a recibirlo.
Saltó del vehículo con un movimiento rápido, dejando que la arena se levantara a su alrededor.
La máscara mostró un rostro confiado con una sonrisa exagerada.
Levantó el brazo y disparó la bengala al cielo.
Un destello rojo cruzó el aire, explotando con un rugido seco que resonó por todo el borde del bosque.
Kaelis, intrigada, bajó también del vehículo.
—¿Eso los espantará?
Matt negó con un movimiento de cabeza.
—No.
—Su tono fue casi divertido—.
Eso llama a alguien que sí puede hacerlo.
Los rugidos comenzaron a escucharse a lo lejos.
Sombras rojas se movían entre los árboles, cada vez más cerca, más rápidas.
Kaelis sintió el corazón acelerar.
Su instinto de paladín le pedía prepararse para pelear, pero dudaba.
No sabía si sus fuerzas bastarían esta vez.
Veyrion, sin inmutarse, flotó levemente sobre el suelo mientras su pluma espectral escribía sola en el aire.
—Curioso… depredadores gregarios con comportamiento suicida.
—Apuntó sin apartar la vista de la estampida—.
Esto supera mis expectativas de lo irracional.
Kaelis desenvainó su espada rota, sosteniéndola con ambas manos.
Matt la observó por el rabillo del ojo y negó lentamente.
—No lo hagas.
Solo… mira.
El rugido colectivo de los simios estalló.
Decenas, quizás cientos, emergieron del bosque, cubiertos de un pelaje carmesí y con dientes blancos como hueso.
Corrían en cuatro patas, levantando polvo y agitando las ramas.
Kaelis dio un paso adelante… pero entonces el cielo se iluminó.
Una columna de luz descendió desde lo alto, impactando el suelo frente a ellos.
La arena se levantó en una onda expansiva que hizo retroceder a los simios.
Kaelis levantó un brazo para cubrirse del resplandor.
Cuando la luz se disipó, una figura se alzaba en medio del polvo.
Medía más de dos metros, cubierto por una armadura de placas negras y doradas que reflejaba el sol como fuego líquido.
En su rostro, una máscara demoníaca de mandíbula afilada ocultaba toda expresión.
En sus manos sostenía una lanza ornamentada, cuya punta tenía la forma de un dragón rugiente.
El aire alrededor de ella vibraba con una fuerza invisible.
El desconocido giró la lanza con un solo movimiento fluido.
La tierra frente a él se levantó como una ola.
En un instante, toda la primera línea de simios fue arrasada por una corriente invisible.
Las criaturas desaparecieron en el aire, convertidas en polvo o arrastradas más allá del bosque.
El silencio cayó de golpe.
Kaelis lo miró con asombro absoluto.
—¿Qué… es eso?
Matt sonrió detrás de la máscara, proyectando una expresión de alivio fingido.
—Eso, querida, es lo que en Limbo se conoce como “Un peso pesado” El silencio que siguió al cataclismo fue casi abrumador.
Solo el viento del desierto soplaba, arrastrando granos de arena que caían como polvo dorado sobre los restos de los simios rojos.
Kaelis y Veyrion observaban con asombro el lugar donde momentos antes había una estampida.
Lo que quedaba era una llanura vacía y el eco de una fuerza imposible.
—Cada vez me sorprendo menos —susurró Kaelis, entre asombro y resignación.
—La adaptación es el primer signo de locura —respondió Veyrion, tomando nota en su libro con una calma casi perturbadora.
Matt caminó hacia la figura aún envuelta en polvo.
Su voz, modulada por la máscara, resonó con familiaridad.
—No pensé que seguirías usando esa entrada tan dramática… Reika.
La guerrera se giró hacia él.
Con un movimiento lento, se llevó la mano a la máscara demoníaca y la retiró.
Bajo ella, se reveló un rostro joven y sereno, de facciones suaves, ojos color miel y cabello negro que caía en mechones brillantes sobre su armadura.
Su presencia contrastaba con la brutalidad de su poder.
Reika inclinó la cabeza con respeto y respondió con una sonrisa tranquila: —Hace mucho que no nos veíamos, Padre.
Kaelis y Veyrion se quedaron inmóviles, intercambiando miradas incrédulas.
Matt se tensó, su máscara proyectó un símbolo de enojo.
—Ya te dije que no me llames así, —replicó con tono cortante—.
No soy tu padre, Reika.
Ella bajó la mirada por un instante, sin perder la compostura.
—Lo sé… pero no puedo evitar verlo así.
Después de todo, tú me diste guía en es mundo.
—Su tono era sereno, casi nostálgico.
Kaelis y Veyrion, incapaces de contener su curiosidad, se acercaron unos pasos.
—¿Padre?
—repitió Kaelis en voz baja.
Veyrion cruzó los brazos.
—Si la mitad de lo que dice es cierto, me interesa saber con qué tipo de criatura… o persona… tuvo esa relación.
—Sus ojos verdes ardían con curiosidad morbosa—.
¿Una gigante, tal vez?
¿Una semi-diosa caída?
Kaelis asintió, tratando de disimular la incomodidad.
—En este mundo, nada me sorprendería ya.
De pronto, una voz profunda y distorsionada resonó detrás de ellos: —Los niños no existen en Limbo, y mucho menos los nacimientos.
Los tres se giraron al unísono.
Detrás de ellos se alzaba una figura cubierta por una túnica adornada con símbolos dorados, su rostro oculto bajo un velo que distorsionaba la luz.
La arena a su alrededor parecía flotar, suspendida por una fuerza invisible.
La figura extendió una mano esquelética y, con un movimiento suave, arrebató el libro de Veyrion.
El Lich no se movió, solo observó con interés.
El extraño hojeó lentamente el grimorio, murmurando con voz grave pero amistosa: —Una obra magnífica… bitácora, enciclopedia o quizá una confesión.
¿La escribiste tú, pequeño Lich?
—Sí —respondió Veyrion con una reverencia burlona—.
Es mi intento por entender lo incomprensible.
La figura asintió lentamente, cerrando el libro con un gesto cuidadoso.
—Entonces, me agradas.
Matt se adelantó, su tono se tornó más serio de lo habitual.
—No pensé verte fuera de tus templos, Mei-lin.
¿Qué te trae hasta el borde del bosque?
El aire pareció tensarse.
Incluso Reika giró la cabeza hacia la recién llegada, mostrando respeto.
Mei-lin inclinó la cabeza con una sonrisa que no podía verse, pero se sentía en su voz.
—El viento sopla de forma distinta, Matt.
Y cuando Limbo se agita, los sabios no pueden quedarse quietos.
Kaelis dio un paso atrás, murmurando para sí: —¿Sabios…?
Matt se llevó una mano a la máscara y suspiró.
—Sí… —dijo con un dejo de fastidio—.
Y justo ahora, no es buena señal que uno aparezca.
El silencio volvió a extenderse entre ellos.
El bosque aguardaba, oscuro y vivo, mientras la figura de Mei-lin cerraba los dedos sobre el libro de Veyrion, como si sostuviera un secreto que nadie más debía conocer.
Matt cruzó los brazos, la luz azul de su máscara parpadeando en un gesto burlón.
—Vaya suerte la de ustedes —dijo con tono seco—.
Conocer a un Sabio es una de las peores desgracias que puede pasarte en Limbo.
Kaelis frunció el ceño, mientras Veyrion se adelantaba un paso, su libro flotando a su lado.
—¿Sabio, dijiste?
—preguntó con genuina curiosidad—.
¿Entonces tú, Mei-lin, eres uno de ellos?
Meilin inclinó la cabeza con suavidad.
—No, no lo soy.
—Su voz era distorsionada, pero calmada, casi maternal—.
Los Sabios son… más viejos, más oscuros en apariencia, y mucho más inestables que yo.
Kaelis la observó en silencio, sus ojos aún cargados de desconfianza.
—¿Y por qué dices que es malo conocer a uno?
—preguntó finalmente.
Antes de que Mei-lin pudiera responder, Reika habló, ajustando la máscara demoníaca sobre su rostro.
—Si quieres averiguarlo… —dijo con un tono frío, apenas audible bajo el metal de su armadura— …tendrás que conocerlo en persona.
Kaelis frunció el ceño ante la respuesta vaga, pero no insistió.
Reika giró su lanza y la clavó en el suelo, creando una leve onda de energía.
—Hablaremos mejor en la ciudad —añadió—.
No es prudente quedarse aquí.
Mei-lin asintió.
Levantó una mano pálida adornada con anillos antiguos y la deslizó en el aire.
De su palma surgió una luz suave líquida, que se extendió como un velo.
En un instante, la luz los envolvió a todos, incluyendo el vehículo de Matt.
Veyrion, atrapado dentro del resplandor, trató de analizar lo que veía.
—Un hechizo de transporte… pero… —murmuró, apretando su libro que vibraba bajo sus dedos—.
¡No logro distinguir ni una sola fórmula!
Era tan veloz, tan perfecto, que apenas pudo registrar un eco de energía arcana.
Aun así, lo reconoció: magia de movimiento instantáneo, una técnica básica… ejecutada con precisión divina.
Cuando la luz se disipó, el entorno había cambiado.
El aire del desierto fue reemplazado por una brisa húmeda y el aroma a incienso.
Frente a ellos se alzaba un templo colosal, de madera negra y techos curvados, rodeado de faroles que flotaban en el aire con una luz azul.
Las estructuras eran de una arquitectura feudal, con caminos de piedra y jardines ordenados.
Y al fondo, más allá del templo, una muralla gigantesca se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
Parecía tocar el cielo, tan inmensa que eclipsaba el sol.
Kaelis observó maravillada, sin poder pronunciar palabra.
Veyrion giraba sobre sí mismo, anotando con rapidez, los ojos brillando como antorchas verdes.
—¿Dónde… estamos?
—susurró Kaelis.
Mei-lin dio un paso al frente.
Su túnica ondeó suavemente, dejando ver una sonrisa apenas perceptible bajo el velo.
—Bienvenidos… —dijo con solemnidad— …a la Ciudad Inmortal.
Antes de que nadie pudiera responder, un estruendo retumbó detrás de ellos.
El templo que acababan de atravesar estalló en llamas, una explosión de energía azul y polvo sagrado que iluminó el cielo.
Kaelis se cubrió el rostro del viento ardiente, mirando a Mei-lin con los ojos abiertos de par en par.
—¿Eso… es normal?
Matt se encogió de hombros.
—Para ser Limbo, es un recibimiento bastante tranquilo.
Reika giró su lanza, lista para avanzar.
—Será mejor movernos antes de que el siguiente “bienvenida” nos caiga encima.
Veyrion cerró su libro, observando las ruinas humeantes del templo.
—Una ciudad inmortal que comienza con fuego… interesante metáfora.
Mei-lin solo sonrió en silencio bajo su túnica, mientras la muralla titánica proyectaba su sombra sobre todos ellos.
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