Leer Novelas
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
Avanzado
Iniciar sesión Registrarse
  • Completadas
  • Top
    • 👁️ Top Más Vistas
    • ⭐ Top Valoradas
    • 🆕 Top Nuevas
    • 📈 Top en Tendencia
  • Configuración de usuario
Iniciar sesión Registrarse
Siguiente

Entre el fuego y la distancia - Capítulo 1

  1. Inicio
  2. Todas las novelas
  3. Entre el fuego y la distancia
  4. Capítulo 1 - 1 CAPITULO 1 - LO QUE IGNORE LA CIUDAD
Siguiente
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo

1: CAPITULO 1 – LO QUE IGNORE LA CIUDAD 1: CAPITULO 1 – LO QUE IGNORE LA CIUDAD La ciudad estaba a medio despertar cuando el taxi se detuvo frente al Hospital Central Metropolitano.

Eran las 6:05 a.

m., esa hora en la que las calles todavía guardan restos de la noche, como si nadie hubiera terminado de recoger los secretos de la madrugada.

El cielo estaba cargado de nubes, hinchadas de lluvia, como si contuvieran un llanto que no terminaba de caer.

Elena Vargas lo sintió en la piel: ese día no venía dispuesto a ser amable.

Pagó la tarifa, apretando el billete con dedos fríos, respiró hondo y caminó hacia la entrada.

El aire olía a humedad, desinfectante y café recalentado.

A su alrededor, médicos con ojeras, enfermeras apuradas y familiares con la esperanza hecha trizas se movían como sombras que ya no esperaban amanecer.

A Elena nunca le había gustado ese lugar.

Las luces eran demasiado blancas, casi agresivas.

El silencio no era silencio, sino un murmullo constante de máquinas, pasos y vidas aferradas a un hilo invisible.

Cada vez que cruzaba esas puertas, se sentía más pequeña que la ciudad que la rodeaba.

Una ciudad que no se detenía por nadie… ni siquiera cuando ella sentía que se derrumbaba por dentro.

Pero estaba ahí por Sofía.

Sofía, su hermana.

Sofía, que había pasado la noche internada después del accidente.

Desde que sonó el teléfono la tarde anterior, Elena sentía un nudo en la garganta que no se había deshecho ni un segundo.

Ajustó su bufanda, como si pudiera refugiarse en ella, y avanzó por el pasillo principal.

Y entonces lo vio.

No hubo advertencia.

No hubo tiempo para prepararse.

Un abrazo.

Uno que conocía demasiado bien.

Él.

Adrián Morel.

El latido del mundo se le desacompasó.

Estaba a pocos metros, en la sala de espera de urgencias, sosteniendo a una mujer delgada, pálida, conectada a un suero.

Adrián la rodeaba con los brazos como si fuera lo único que lo mantenía en pie.

Le acariciaba el cabello con la misma delicadeza con la que antes lo había hecho con Elena cuando ella lloraba, como si temiera quebrarla.

Elena sintió un vacío punzante bajo las costillas, como si alguien le arrancara el aire con la mano.

El corazón le retumbó en los oídos.

Las manos le empezaron a temblar.

Él levantó la mirada.

Sus ojos se encontraron de golpe, como un choque frontal entre dos historias que habían jurado no cruzarse de nuevo.

Elena parpadeó, dio un paso atrás y, antes de pensarlo siquiera, se giró y caminó en la dirección contraria.

Tenía que salir.

Tenía que poner distancia.

Tenía que arrancarse ese nudo del pecho antes de que la ahogara.

Pero Adrián la vio marcharse.

Y la siguió.

—¡Elena!

—su voz atravesó el pasillo, limpia, directa, como una flecha—.

¡Elena, espera!

No.

No quería escucharlo.

No quería comprobar que su nombre seguía sonando demasiado fuerte en su boca.

Aceleró el paso.

Él también.

Las puertas automáticas se abrieron de golpe cuando ella salió.

Afuera, la calle estaba húmeda, el cielo a punto de romperse en lluvia y los autos pasaban dejando un zumbido constante, casi hipnótico.

—¡ELENA!

—esta vez más cerca, más urgente.

Ella apretó el ritmo como si cada metro contara.

Él prácticamente corrió para alcanzarla.

La detuvo en la esquina, justo cuando el semáforo cambiaba a rojo y una fila de autos se detuvo frente a ellos.

Adrián tomó aire, casi jadeando, como si hubiera corrido mucho más de lo que en realidad había sido.

—Por favor… —dijo con voz ronca—.

Solo espera un segundo.

Elena mantuvo la mirada clavada en la ciudad, en cualquier punto que no fuera él, como si en algún edificio, en algún carro, hubiera una salida que él no pudiera seguir.

—No tengo nada que hablar contigo —respondió, cortante, intentando que su voz sonara firme, aunque las manos le temblaban.

Adrián dio un paso hacia ella.

No la tocó.

Parecía querer hacerlo, pero se frenó a mitad de camino.

—No quiero que saques conclusiones —murmuró.

Elena soltó una risa seca que le rasgó la garganta.

—¿Conclusiones?

—repitió—.

Te vi.

—Por fin lo miró a los ojos—.

Y créeme, esta vez no necesito explicaciones.

Él frunció el ceño.

En su mirada apareció algo que ella conocía: culpa… y, detrás, un miedo que no sabía nombrar.

—No es lo que piensas —dijo, aún con la respiración agitada.

—Siempre dices eso, Adrián.

—Se cruzó de brazos, como si pudiera construirse una armadura con ellos—.

Siempre tienes una versión que contar.

Y luego desapareces, como si yo fuera un borrador que el tiempo puede eliminar.

Él tragó saliva.

Se acercó lo suficiente para que ella pudiera sentir su calor, pero no tanto como para rozarla.

Su voz salió más baja, quebrada: —No puedo darte respuestas.

No todavía.

Elena levantó la barbilla, clavándose en su propio orgullo.

—¿No puedes… o no quieres?

Adrián bajó la mirada, como si buscara las palabras en el suelo mojado.

A su alrededor, los autos seguían pasando.

La ciudad rugía, indiferente a lo que se estaba rompiendo entre ellos.

—Hay cosas que no entiendes —dijo al fin—.

Cosas que no quiero que te lastimen otra vez.

Algo en el tono le apretó el pecho.

Nunca lo había escuchado sonar tan cansado.

Por un segundo, casi sintió al Adrián de antes.

El que la hacía reír, el que se sabía de memoria sus miedos.

Pero ese segundo pasó.

—Eso dijiste hace dos años —susurró—.

Y te fuiste.

Sin una palabra.

Sin una explicación.

Sin despedirte.

Él cerró los ojos un instante, como si el recuerdo también le doliera a él.

—No tenía otra opción —alcanzó a decir.

—Siempre hay opciones —respondió Elena—.

Incluso ahora.

Pero sigues eligiendo esconderte.

El semáforo cambió a verde.

Ella cruzó la calle sin mirar atrás.

Adrián dio un paso, como si fuera a seguirla, pero se quedó quieto en la acera.

Al llegar al otro lado, Elena lo sintió.

Esa mirada que se queda pegada a la espalda, esa sensación de ser, todavía, algo importante para alguien que ya no debería importarte.

Siguió caminando con la cabeza alta, como si tuviera todo bajo control.

Sabía que era mentira.

Sabía que algo se había movido por dentro, como una cicatriz que de pronto vuelve a doler.

Esa mañana iba a abrir heridas que creía cerradas.

Y tenía la certeza incómoda de que ese reencuentro no iba a desvanecerse con el café de hospital ni con el paso de las horas.

La ciudad siguió su curso.

La ciudad no mira atrás.

La ciudad finge que no ve.

Pero ella sí recordaba.

Y ahora, le gustara o no, tendría que enfrentarse a aquello que había intentado olvidar.

Fin del Capítulo 1.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

Siguiente
  • Inicio
  • Acerca de
  • Contacto
  • Política de privacidad

© 2025 LeerNovelas. Todos los derechos reservados

Iniciar sesión

¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

Registrarse

Regístrate en este sitio.

Iniciar sesión | ¿Perdiste tu contraseña?

← Volver aLeer Novelas

¿Perdiste tu contraseña?

Por favor, introduce tu nombre de usuario o dirección de correo electrónico. Recibirás un enlace para crear una nueva contraseña por correo electrónico.

← Volver aLeer Novelas

Reportar capítulo