Entre el fuego y la distancia - Capítulo 18
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- Capítulo 18 - 18 CAPÍTULO 18 — LO QUE SE ROMPE EN SILENCIO
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18: CAPÍTULO 18 — LO QUE SE ROMPE EN SILENCIO 18: CAPÍTULO 18 — LO QUE SE ROMPE EN SILENCIO El cierre de la puerta aún resonaba en la habitación cuando el silencio cayó sobre ellos.
Valeria tenía las manos frías, pero la frente ardía.
No sabía si era por la discusión con Marcos, por ver a Diego despierto, o por todo junto aplastándole el pecho.
Diego no apartaba la mirada de ella.
Tenía la piel pálida, los labios resecos, los cables del monitor enredados en su brazo, pero en sus ojos había una lucidez que la descolocaba.
—Puedes ir —dijo al fin, rompiendo el silencio—.
Si quieres, puedes ir tras él.
La frase le cayó como una bofetada suave.
—No me eches —respondió, más cansada que molesta—.
Ya tengo suficiente gente decidiendo por mí.
Diego desvió la mirada hacia el techo, como si buscara paciencia en las lámparas fluorescentes.
—No quiero decidir por ti —murmuró—.
Precisamente por eso te dije que te quedaras cinco minutos.
Para que decidas tú.
Valeria apretó las manos en el borde de la cama, intentando que dejaran de temblar.
—No puedo fingir que no ha pasado nada —dijo—.
Ni contigo… ni con Marcos.
Diego frunció el ceño apenas al oír su nombre.
—¿Te hizo algo?
—preguntó—.
Aparte de lo que ya te había hecho antes.
Ella dudó.
Recordó la cocina, la inversión, la otra mujer, la sensación de estar en segundo lugar incluso en su propia vida.
—No me golpeó, si preguntas eso —respondió—.
Pero a veces duele más donde no se ve.
Diego la miró, y en sus ojos apareció un destello que mezclaba rabia y ternura.
—Háblame de ese sobre —cambió de tema, con cuidado—.
¿Cuándo lo encontraste?
Valeria se llevó inconscientemente la mano al bolso, que había dejado en la silla.
El solo gesto hizo que la tensión en la habitación cambiara.
—Al llegar a casa —explicó—.
Estaba frente a la puerta, como si lo hubieran dejado segundos antes.
Era negro, sin nombre, solo el círculo rojo.
—¿Lo abriste?
—preguntó Diego, incorporándose apenas un poco.
El monitor protestó con un pitido más rápido.
—No —admitió—.
No llegué.
Solo lo levanté y fue cuando apareciste tú, gritando como si tuviera una bomba en las manos.
Diego cerró los ojos, recordando.
—No era una bomba —dijo—.
Pero se le parece.
Valeria tragó saliva.
—¿Quiénes son?
—preguntó—.
Dices “ellos” como si todo el mundo supiera de quién hablas.
Yo solo tengo trozos: el incendio, la operación, el almacén, las amenazas… Y ahora esto.
Diego respiró hondo, conteniendo un gesto de dolor.
—Son gente que vive de las sombras —dijo—.
No son solo delincuentes, ni solo empresarios sucios, ni solo políticos corruptos.
Son la suma de todo eso.
Y lo único que no soportan es perder el control.
—¿Y tú se los quitaste?
—preguntó Valeria.
—Lo intenté —respondió él—.
No me salió tan bien como creí.
Aquí estoy.
La forma en que lo dijo le arrancó una pequeña sonrisa triste.
—No es un chiste —susurró ella.
—Lo sé —respondió—.
Por eso me asusta más que ese sobre estuviera en tu puerta, y no en la mía.
Valeria sintió un pinchazo en el pecho.
—¿Crees que… es por mí?
—preguntó.
—No —dijo Diego—.
Es por mí.
Pero usando tu puerta.
Sus ojos se encontraron.
Ella sintió que, por primera vez, él no se estaba escondiendo detrás de ninguna falsa calma.
—Lo tengo aquí —dijo de pronto, agarrando el bolso—.
Si quieres verlo.
Diego asintió despacio.
—Tráelo —pidió—.
Pero si no te sientes lista, lo guardamos.
No quiero convertir esto en una escena de película barata.
Esto es tu vida.
Valeria dudó apenas un segundo, luego se levantó, sacó el sobre del bolso y se lo mostró.
El símbolo rojo seguía allí, una mancha perfecta y perturbadora en el centro.
Diego extendió la mano.
—¿Puedo?
Valeria se lo entregó.
Verlo en sus dedos le dio más miedo que tenerlo en los suyos.
Diego lo sostuvo como si ya supiera lo que encontraría.
Pasó el dedo por el borde.
—El papel es grueso —comentó—.
No es algo improvisado.
—¿Eso importa?
—preguntó ella.
—Con ellos sí —respondió—.
Nunca hacen nada al azar.
Abrió el sobre con cuidado.
Dentro no había más papeles, ni un texto largo, ni una amenaza detallada.
Solo una fotografía y una nota pequeña.
Valeria rodeó la cama para mirar desde el otro lado.
Era una foto de ambos.
No de ahora.
De antes.
Estaban en una terraza, riendo, con una taza de café cada uno.
Ella llevaba el cabello recogido y él la estaba mirando como si no hubiera nada más alrededor.
Alguien había tomado esa fotografía desde lejos, años atrás, sin que ninguno se diera cuenta.
La nota, escrita a mano, tenía una sola frase: Algunos lazos son difíciles de cortar.
No nos obligues a hacerlo por ti.
La mano de Valeria empezó a temblar.
—¿Desde cuándo…?
—balbuceó—.
¿Desde cuándo nos miran así?
Diego no respondió de inmediato.
—Mucho antes de que yo desapareciera —admitió al fin.
Ella lo miró, herida.
—¿Y nunca pensaste que tal vez debería saberlo?
—Por eso me fui —dijo él, con la voz rota—.
Creí que si me alejaba, te soltarían.
Pero ahora… —miró la foto otra vez— ahora es distinto.
Ya no están diciéndome que me vaya.
Valeria frunció el ceño.
—¿Entonces qué están diciendo?
Diego apretó los labios.
—Que si no dejo de intentarlo… van a cortar el lazo ellos mismos.
En el pasillo, Marcos caminaba de un lado a otro, como un animal enjaulado.
Se miró en el reflejo de la ventana: ojeras, la camisa empapada, el nudo de la corbata colgándole sin ganas.
Sacó el móvil.
Tenía un mensaje sin leer.
De ella.
Claudia.
Necesitamos hablar.
Hoy.
No me hagas ir a buscarte donde no debería.
Marcos apretó el teléfono en la mano.
Miró la puerta de la habitación donde Valeria estaba con Diego.
Sintió la rabia, el miedo, los celos, el cansancio.
Todo mezclado en un cóctel nauseabundo.
—¿Qué demonios estás haciendo, Marcos?
—murmuró para sí.
Pero no tenía respuesta.
Dentro, Valeria volvió a sentarse.
Seguía mirando la foto, como si intentara recordar el momento en que fue tomada.
—Ni siquiera recuerdo ese día —susurró—.
Solo sé que se siente limpio.
Como si fuera otra vida.
Diego la observó.
—Lo era —dijo—.
No era mejor ni peor.
Solo… más inocente.
Valeria se dejó caer un poco en la silla, agotada.
—¿Qué vamos a hacer?
—preguntó al fin.
Diego sonrió con ironía suave.
—Suena como si hubiera un “nosotros” en el plan —dijo, casi en broma.
Ella lo miró sin apartarse.
—Que lo haya o no… no cambia que ya estoy metida —respondió—.
Me dejaron el sobre a mí.
Me siguieron.
Vinieron a mi casa.
Y casi te matan afuera de mi calle.
No puedo fingir que no tiene nada que ver conmigo.
Diego la miró un largo rato.
—No quiero que te quedes por culpa —dijo—.
Ni por miedo.
Ni siquiera por lástima.
Valeria ladeó la cabeza.
—No estoy quedándome por eso —respondió—.
Me estoy quedando porque estoy harta de vivir a medias.
Contigo, sin ti, con Marcos, con dudas, con mentiras.
Prefiero saber a qué le tengo miedo… que seguir imaginando cosas peores.
Él cerró los ojos un momento, como si esas palabras le dolieran y al mismo tiempo lo sostuvieran.
—Entonces hay algo que tienes que saber —dijo al fin—.
Lo del incendio… no fue un error aislado.
Fue un mensaje.
Y tú no eres la única que está en peligro.
Valeria sintió un escalofrío.
—¿Qué quieres decir?
Diego apretó la foto entre los dedos.
—No solo van detrás de mí —respondió—.
Van detrás de cualquiera que haya estado en el lugar equivocado… cerca de la persona equivocada.
Le sostuvo la mirada.
—Y no soy el único.
Los ojos de Valeria se agrandaron.
—¿Hay más personas como tú… como nosotros… en medio de esto?
Diego asintió, despacio.
—Más de las que crees.
El monitor siguió marcando su ritmo constante.
Afuera, en el pasillo, alguien se detuvo frente a la puerta, escuchando sin ser visto.
Y mientras Valeria sentía que su mundo se encogía, otra historia, en otra parte de la ciudad, estaba a punto de cruzarse con la suya.
Aunque ninguno de los dos lo sabía todavía.
REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna I tagged this book, come and support me with a thumbs up!
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