Entre el fuego y la distancia - Capítulo 19
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- Capítulo 19 - 19 CAPÍTULO 19 — NOMBRES QUE EMPIEZAN A REPETIRSE
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19: CAPÍTULO 19 — NOMBRES QUE EMPIEZAN A REPETIRSE 19: CAPÍTULO 19 — NOMBRES QUE EMPIEZAN A REPETIRSE Marcos exhaló con fuerza antes de volver a entrar.
Había contado los cinco minutos en su cabeza.
Tal vez por orgullo.
Tal vez por miedo a lo que encontraría adentro.
Golpeó suavemente la puerta y la abrió sin esperar respuesta.
Valeria levantó la vista.
Diego guardó la foto dentro del sobre con un movimiento discreto.
—Tus cinco minutos —dijo Marcos— terminaron.
Diego tensó la mandíbula, pero no dijo nada.
Valeria se levantó despacio.
Sentía las piernas como de goma.
—Necesito hablar contigo —dijo ella—.
Pero no aquí.
Marcos miró a Diego un segundo más, luego asintió.
—Te espero afuera.
Salieron al pasillo.
Valeria cerró la puerta.
El olor a hospital la golpeó de nuevo: desinfectante, café recalentado, miedo.
Caminaron hasta un rincón menos transitado.
Marcos cruzó los brazos, defensivo.
—¿Vas a decirme que todo esto “no es lo que parece”?
—preguntó él, con una media sonrisa que no le llegaba a los ojos.
Valeria respiró hondo.
—No voy a justificar nada —respondió—.
Ni lo que viste… ni lo que siento.
Marcos apretó el puño.
—Entonces hay algo que sientes —dijo, en seco.
—Claro que lo hay —respondió ella, cansada—.
No te voy a mentir.
Si Diego estuviera muerto, también estaría aquí.
Y eso dice mucho de todo lo que no resolví antes de conocerte.
Él bajó la mirada, dolido.
—¿Te has preguntado siquiera cómo me siento yo?
—preguntó—.
Te veo agarrada de la mano con el tipo que lleva meses desaparecido.
El mismo que te dejó hecha pedazos.
Y tú… te sientas a cuidarlo, a llorar por él… mientras yo… Se calló.
Valeria lo miró.
—Tú no estabas cuando me avisaron —dijo, sin reproche, solo como un hecho—.
Y cuando estabas… tampoco estabas del todo.
Marcos apretó aún más los brazos contra su pecho.
—Tenía cosas que resolver —escupió.
—Sí —respondió ella—.
Cosas con ella.
El nombre quedó flotando en el aire aunque ninguno lo dijo.
Marcos cerró los ojos un segundo, como si estuviera reuniendo valor para tirarse a un pozo.
—No voy a negar que Claudia ha sido importante —dijo—.
Ni que volvió… ni que me tiene agarrado del cuello.
Valeria asintió despacio.
—Lo sé —dijo—.
Y eso es precisamente lo que no puedo vivir ignorando.
Hubo un silencio largo.
Marcos la miró fijamente.
—¿Estás terminando conmigo?
—preguntó, con una honestidad desarmante.
Valeria sintió el golpe en el estómago, pero no retrocedió.
—Estoy terminando con la versión de mi vida donde finjo que no pasa nada —respondió—.
No puedo sostener una relación donde tú miras por encima del hombro a ver si alguien te está amenazando… y yo miro por encima del hombro a ver si todavía te importa.
Él tragó saliva.
—Valeria… yo te quiero.
—Lo sé —dijo ella—.
Y por eso te lo digo así.
No quiero que esto se convierta en una guerra entre tú, yo y un pasado que no controlo.
Pero tampoco puedo quedarme al lado de alguien que está más asustado de una mujer que de perderme a mí.
Marcos sintió cómo esa frase le partía algo por dentro.
Apoyó la espalda en la pared, derrotado.
—No entiendes quién es ella —dijo, bajando la voz—.
Ni lo que sabe.
Ni con quién se mueve.
Valeria se tensó.
—Explícame —pidió.
Marcos dudó.
Miró hacia ambos lados del pasillo, como si temiera que las paredes tuvieran oídos.
—Claudia no es solo una ex —confesó—.
Trabajé con gente… peligrosa.
Antes de conocerte.
Creí que me había salido.
Creí que todo estaba enterrado.
Pero ella volvió con nombres, documentos… y contactos que no deberían estar vivos.
Valeria sintió un escalofrío.
—¿Qué clase de contactos?
Marcos la miró directamente a los ojos.
—Los mismos nombres que empecé a oír cuando Diego apareció en nuestras vidas —dijo—.
Los mismos que están detrás del incendio del que todos hablan en susurros.
Los mismos que ahora le dejan sobres negros a tu puerta.
Valeria sintió cómo el corazón le dio un vuelco.
—¿Sabes quiénes son?
—preguntó, casi sin aire.
—Sé que no se acercan a nadie sin motivo —respondió él—.
Y que no repiten advertencias muchas veces.
Ella sintió que el suelo se le movía.
—¿Y nunca pensaste en decírmelo antes?
—susurró, herida.
—Cada vez que iba a hacerlo… —Marcos suspiró— aparecía algún recordatorio de lo que podían hacerme si hablaba.
No solo a mí.
A mi familia.
A ti.
Valeria apretó los labios.
—¿Y crees que callando me has protegido?
Él no respondió.
—Te lo pregunto porque ya no estamos hablando solo de tus negocios sucios, Marcos —añadió ella—.
Ya no es tu reputación.
Ya no es si pierdes una inversión.
Me dejaron una foto en la puerta.
Me siguieron.
Casi matan a Diego por la espalda.
Y tú te quedaste en medio, sin decir nada.
Marcos se pasó una mano por la cara.
—Tienes razón —admitió—.
Pero no sé cómo salir de esto sin arrastrarte también.
Ella lo miró con una tristeza que no era odio, pero sí distancia.
—Tal vez ya es tarde para eso —dijo—.
Para ti.
Para mí.
Para todos.
Pero eso no significa que tenga que seguir contigo en el mismo barco.
Marcos sintió que algo se le terminaba de romper.
—Entonces… ¿esto es un adiós?
—preguntó.
Valeria respiró hondo.
—Es un “hasta que seas libre de verdad”.
De ella.
De ellos.
De ti mismo.
Pero no puedo prometerte que voy a estar esperando del otro lado.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloró.
Marcos asintió, con la mirada perdida.
—Al menos ahora sé dónde piso —dijo, intentando sostenerse.
Se giró para irse, pero antes de dar el primer paso, añadió: —Ten cuidado, Valeria.
Cuando ellos empiezan a aparecer en los alrededores… es porque ya tienen el mapa completo.
Y tú estás en él.
Sus palabras se quedaron rebotando en su mente mientras ella regresaba hacia la habitación.
A varios kilómetros de allí, en un despacho que no aparecía en ningún registro oficial, un hombre observaba una pantalla.
En ella, una imagen congelada: Valeria frente a la puerta de su departamento.
Diego, unos pasos detrás, mirándola con urgencia.
El sobre negro entre sus manos.
El hombre apagó la pantalla y abrió una carpeta.
Dentro había varias fotos más: un almacén en llamas, un cuerpo sacado en camilla, la fachada de un café, la terraza de un edificio, un hospital.
Y diferentes personas en todas ellas.
Diego.
Valeria.
Lucas.
Brandon.
Luna.
Nombres que empezaban a repetirse demasiado.
—Demasiados hilos sueltos —murmuró.
El encapuchado que había ido al departamento de Valeria se sentó frente a él, ahora sin máscara.
El rostro seguía siendo igual de inquietante sin ocultarse.
—El mensaje está entregado —dijo—.
Pero no está aprendiendo.
—Nunca aprende —respondió el hombre del despacho—.
Por eso es útil.
Y peligroso.
Se quedó pensando unos segundos.
—Quiero que prepares el siguiente movimiento —ordenó—.
Uno que lo obligue a elegir.
No entre su vida y la de ella… Sonrió, sin humor.
—Entre ella… y alguien más.
El encapuchado levantó una ceja.
—¿Ya tienes a ese “alguien más”?
El hombre abrió una foto y la dejó sobre el escritorio.
No era Diego.
No era Valeria.
Era otro rostro.
Una mujer que servía cafés.
Un hombre apoyado en una barra.
Una terraza.
Una noche cualquiera.
—No son solo ellos dos —dijo—.
Hay más jugadores en la mesa.
Y algunos todavía creen que lo suyo es solo una historia de amor complicada.
Dejó caer otra fotografía.
Otra ciudad.
Otro hospital.
Otro corazón en la mira.
—Es hora de que todos empiecen a entender que están en la misma partida.
Encendió la pantalla otra vez.
Varias caras aparecieron al mismo tiempo.
Y con un gesto leve, marcó dos de ellas.
Diego.
Brandon.
—Empecemos por sus puntos débiles —concluyó—.
Si ellos caen… los demás se vendrán abajo solos.
Apagó la luz del despacho.
La oscuridad no necesitaba presentación.
Y en algún lugar, sin saberlo, Valeria y Luna se fueron a dormir esa noche con una misma sensación en el pecho: Algo se acerca.
Y no viene solo.
REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna Creation is hard, cheer me up!
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