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Entre el fuego y la distancia - Capítulo 2

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  4. Capítulo 2 - 2 CAPÍTULO 2 — EL CAFÉ DONDE TODO SE ROMPE
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2: CAPÍTULO 2 — EL CAFÉ DONDE TODO SE ROMPE 2: CAPÍTULO 2 — EL CAFÉ DONDE TODO SE ROMPE A la mañana siguiente la ciudad parecía más ruidosa que de costumbre.

O quizá era solo el corazón de Valeria, golpeándole el pecho como si quisiera salirse por su propia voluntad.

No había dormido.

No después de haberlo visto.

No después de que su memoria encendiera, de golpe, una tormenta entera alrededor de Él.

Intentó convencerse de que había sido una coincidencia.

Una mala jugada del destino.

Una ilusión.

Pero el mensaje llegó a las 8:12 a.

m.

De un número desconocido.

Un mensaje corto, casi tímido, como si quien lo enviaba hubiera borrado y reescrito varias veces antes de apretar “enviar”: “Podemos hablar hoy.

Café Sorella, 10:00.

—D.” D.

Diego.

El nombre que alguna vez había sonado a refugio.

Y que ahora le sabía a herida mal cerrada.

Valeria se repitió muchas veces que podía decir que no.

Que no tenía ninguna obligación.

Que ya no eran nada.

A las 9:58 estaba empujando la puerta del café.

El Café Sorella siempre olía a pan recién horneado y a café fuerte, pero ese día, para ella, olía a algo más: a pasado, a nostalgia pegajosa, a promesas que nadie se había molestado en enterrar bien.

Él ya estaba allí, sentado en una mesa junto a la ventana.

Tenía las manos alrededor de la taza, sin beber, moviendo los dedos con esa inquietud mínima que ella conocía de memoria.

Levantó la mirada y por un segundo fue como si el ruido del local se apagara, y solo quedaran sus ojos y la forma en que la miraban.

Había cambiado.

No era solo el corte de cabello o la ropa.

Había una dureza nueva en su postura, un cansancio marcado en la mandíbula tensa, una culpa que se le notaba en el cuerpo entero.

Cuando la vio entrar, se puso de pie tan rápido que estuvo a punto de volcar el café.

No dijo su nombre de inmediato.

Solo la miró, como quien ve algo que no esperaba volver a ver, algo que duele y al mismo tiempo trae un poco de aire.

—Valeria… —susurró al fin.

Ella tragó saliva.

Sentía los dedos fríos, la garganta seca.

Odiaba la facilidad con la que su cuerpo reaccionaba a él.

A la forma en que la miraba.

A la manera en que su voz todavía encontraba eco en algún lugar que creía apagado.

—Hola, Diego —respondió, intentando sonar neutral.

El silencio que cayó después no fue vacío.

Entre los dos había un montón de cosas no dichas, tirando de ellos hacia adelante y hacia atrás, como si el pasado se hubiera sentado también a la mesa.

Se sentaron.

Las manos de Valeria temblaban sobre la superficie, así que las escondió debajo de la servilleta, apretando la tela como si fuera un salvavidas.

Él la observaba.

Había nostalgia en esa mirada, sí, pero también algo más, algo que prefería no descifrar.

—No pensé que vendrías —dijo Diego al fin.

—Yo tampoco —admitió ella.

Él soltó el aire en una exhalación casi amarga.

—Ayer… sé que fue raro.

Valeria dejó escapar una risa pequeña, sin alegría.

—“Raro” es decirlo suave.

Diego bajó la vista.

Valeria reparó en el reloj de su muñeca.

No era el mismo.

Ella le había elegido colonias, bufandas, incluso el estilo de peinado… pero ese reloj no lo conocía.

Detalle mínimo, pero suficiente para recordarle que en su vida ahora había cosas en las que ella ya no existía.

—Valeria, yo no quería que te enteraras así —dijo él, y la voz le tembló apenas, lo justo para que ella lo notara—.

No quería hacerte daño otra vez.

Otra vez.

La expresión le dio de lleno en el estómago.

—No me hiciste daño —mintió, sabiendo que los dos podían ver la mentira flotando entre ellos.

Sus miradas se encontraron, y el aire pareció volverse más espeso.

Diego abrió la boca para seguir hablando, pero en ese momento la barista se acercó y dejó dos tazas humeantes sobre la mesa.

Valeria agradeció en silencio la interrupción; necesitaba unos segundos para recordar cómo se respiraba sin que doliera.

Diego rodeó la taza con las manos, pero no probó el café.

—Sé que te debo explicaciones —dijo.

—Y yo no tengo por qué pedírtelas —respondió ella, alzando la barbilla, construyendo una seguridad que no sentía del todo.

—Valeria, yo… —Diego, ha pasado un año —lo interrumpió—.

Si había algo que explicar, tuviste doce meses para hacerlo.

Él apretó los puños sobre sus rodillas, tan fuerte que los nudillos se le pusieron blancos.

—No pude —murmuró.

—¿No pudiste… o no quisiste?

—preguntó ella.

Le habría gustado que sonara a reproche feroz, pero le salió con un tono cansado, herido.

Y eso, él lo sintió como si le atravesara la piel.

Diego cerró los ojos un instante, como si buscara fuerzas o palabras.

—Había cosas… complicadas —dijo al fin—.

No era solo irme.

—¿Entonces qué fue?

—susurró Valeria, inclinándose un poco hacia él—.

¿Por qué te fuiste sin decir nada?

¿Por qué desapareciste?

Diego volvió a mirarla.

Por un momento, ella creyó que por fin lo diría.

Que soltaría todo aquello que le había arrancado de su vida sin explicación.

Una verdad pesada, que parecía darle vueltas en la lengua.

Pero no salió.

—No era seguro para ti —dijo, tan bajo que casi se confundió con el ruido del café.

Valeria frunció el ceño.

—“Seguro”… ¿de qué estás hablando?

—Yo… —sus labios se movieron, pero las palabras volvieron a detenerse allí, en el borde—.

No puedo contártelo aún.

Ella se echó hacia atrás en la silla, cruzándose de brazos.

Ese gesto la abrazó.

La protegió.

Pero también levantó un muro entre los dos que él sintió como una puerta cerrándose en su cara.

—Entonces no había motivo para que viniera hoy —dijo, con la voz más afilada.

Diego se inclinó hacia ella, sosteniéndole la mirada, como si quisiera alcanzar algo que estaba cada vez más lejos.

—Sí lo había —contestó—.

Necesitaba verte.

Las palabras se quedaron flotando entre ellos.

Valeria se quedó quieta, atornillada al asiento.

No esperaba eso.

No después de tanto silencio.

Quiso decirle que no bastaba.

Que no se remienda un año de ausencia con una frase.

Que “necesitar ver a alguien” no compensa los vacíos.

Abrió la boca para decirlo, pero él habló antes, en un hilo de voz: —Te extraño.

Ella parpadeó.

Le molestó.

Le conmovió.

La descolocó.

—Diego… no digas eso —susurró, casi como una súplica.

—Es la verdad —respondió él, sin apartar la mirada.

Había algo tan desnudo en esos ojos, tan sin defensa, que Valeria tuvo que mirar hacia el lado de la barra, al menú, a cualquier sitio que no fuera él.

Si seguía mirándolo así, en algún punto su coraza iba a ceder.

Y sabía que no podía permitirse romperse otra vez por la misma persona.

Tomó el bolso con manos que ya no temblaban tanto y se levantó antes de que alguna palabra más se escapara de donde la tenía contenida.

—Necesito irme —dijo, intentando que sonara definitivo.

Diego también se puso de pie, casi al mismo tiempo.

—¿Puedo verte mañana?

—preguntó.

—No —respondió ella sin dudar.

—Valeria, por favor —pidió, y ese “por favor” arrastraba recuerdos de otras veces, de otras discusiones, de otra versión de ellos mismos.

Ella negó con la cabeza.

—Hasta que no me digas la verdad, no puedo verte —dijo—.

No voy a ser parte de otra mitad de historia.

No esperó a ver su reacción.

Dio media vuelta y salió del café, sintiendo el peso de la puerta al cerrarse a su espalda como un punto final que no terminaba de serlo.

Diego la siguió con la mirada a través del cristal, observando cómo su figura se alejaba calle abajo.

Sintió, con una claridad dolorosa, que la estaba perdiendo por segunda vez.

Solo que esta vez sabía exactamente cuánto le estaba costando.

Y también sabía algo más: que si quería recuperarla, ya no bastaría con medias verdades ni con silencios.

La verdad que guardaba podía herirla.

Podía herirlos a ambos.

Cambiarlo todo.

Pero por primera vez en mucho tiempo, empezó a preguntarse si no era ese, precisamente, el riesgo que tendría que dejar de evitar.

Fin capítulo 2.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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