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Entre el fuego y la distancia - Capítulo 22

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  4. Capítulo 22 - 22 CAPÍTULO 22 — CUANDO LOS CAMINOS SE CRUZAN SIN PERMISO
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22: CAPÍTULO 22 — CUANDO LOS CAMINOS SE CRUZAN SIN PERMISO 22: CAPÍTULO 22 — CUANDO LOS CAMINOS SE CRUZAN SIN PERMISO Brandon no había pegado un ojo.

La madrugada se le fue entre imágenes del hospital, el rostro desfigurado de Lucas, el mensaje anónimo, la foto de Luna saliendo por la puerta como si llevara una diana pegada en la espalda.

El amanecer lo encontró sentado en el sofá del apartamento de su amigo, con la misma ropa de la noche anterior, el café frío en la mano y el celular sobre la mesa, boca abajo, como si así pudiera callar cualquier nueva amenaza.

Luna salió del cuarto de huéspedes con el pelo recogido en un moño desordenado y los ojos enrojecidos.

No hacía falta preguntarle si había dormido.

—Buenos días… —dijo, sabiendo que no tenía nada de buenos.

—Algo así —respondió él.

Hubo un silencio raro, uno que mezclaba timidez, cansancio y miedo.

—¿Tenés noticias de Lucas?

—preguntó ella.

—Estable —contestó—.

Sigue en observación.

No es eso lo que me preocupa ahora.

Luna apretó los dedos alrededor de la taza que él le había servido.

—Entonces… ¿qué sí?

—susurró.

Brandon no alcanzó a responder.

El timbre del apartamento sonó.

Una vez.

Dos.

Tres.

Su amigo no estaba.

No había nadie más que pudiera abrir.

Brandon se tensó entero.

Se acercó a la puerta en silencio, revisó por la mirilla.

No había nadie en el pasillo.

Solo un sobre en el suelo.

Negro.

Igual de negro que el que Valeria había encontrado alguna vez frente a su puerta… aunque ellos todavía no lo sabían.

Brandon lo recogió, sintiendo cómo un escalofrío le subía por los brazos.

—¿Es lo que pienso?

—preguntó Luna desde atrás.

—Sí —respondió él—.

Es para mí.

Sobre la superficie, en tinta roja, solo había una palabra escrita: MORENO.

Brandon lo abrió con cuidado.

Dentro había una hoja doblada y una impresión de pantalla, granulada.

La hoja tenía una dirección y un número de habitación.

La impresión, un recorte de noticia digital: “Hombre herido en ataque a plena luz del día.

Testigo clave del caso de incendio de almacén continúa bajo protección médica”.

La foto que acompañaba la nota mostraba el frente de un hospital.

—No puede ser… —murmuró Brandon.

Luna se acercó hasta estar a su lado.

—¿Qué dice?

—preguntó.

Él le mostró el papel con la dirección.

—Es el mismo hospital de Lucas —dijo—.

Y esta habitación… Señaló el número.

—…no es la de mi hermano.

Luna se fijó en la captura de pantalla.

—“Testigo clave del incendio” —leyó en voz baja—.

¿Creés que es él?

Brandon tragó saliva.

—Si esto viene de ellos… no mandan información porque sí.

Quieren que lo encuentre.

O que me vean llegar hasta él.

La nota escrita a mano al pie de la hoja lo confirmaba: Si vas a jugar a héroe, empieza por el primero que nos falló.

Luna se cruzó de brazos, un poco por frío, un poco para contener el temblor.

—Es una trampa —dijo—.

Y lo sabés.

—Sí —admitió él—.

Pero también es una oportunidad.

—¿De qué?

—preguntó ella.

Brandon levantó la mirada.

—De dejar de adivinar —respondió—.

Si ese hombre es quien creo… entonces sabe más que cualquiera de nosotros sobre lo que estamos enfrentando.

Y si quieren que lo encuentre, prefiero hacerlo yo primero… antes de que manden a alguien con menos paciencia.

Luna lo miró unos segundos.

—Entonces voy con vos —dijo.

—Luna… —No me dejes otra vez fuera —lo interrumpió, suave, pero firme—.

Ya sé demasiado como para volver a hacerme la ciega.

Y si ellos ya tienen mi foto… que por lo menos sepan que no camino sola.

Brandon sostuvo su mirada.

Había miedo en los ojos de ella, sí.

Pero también una fuerza que lo conmovía más de lo que estaba dispuesto a admitir en voz alta.

—Está bien —cedió—.

Pero todo el tiempo que estemos ahí hacés exactamente lo que te diga.

Si yo digo “nos vamos”, nos vamos, aunque estemos a medio paso de conseguir respuestas.

—Trato hecho —respondió ella.

No lo sabían, pero en ese “trato” había mucho más que una visita al hospital.

Había un punto de no retorno.

El hospital era el mismo que Luna había visitado el día anterior, pero ahora lo veía con otros ojos.

La entrada, los guardias, las cámaras, las salidas… Cada detalle se le grababa en la mente, teñido de alerta.

Brandon preguntó por la habitación en recepción con una seguridad que casi lo hacía parecer parte del personal.

—Es un asunto de seguimiento de seguridad —dijo, mostrando una credencial vieja que aún llevaba en la cartera—.

Solo necesito verlo cinco minutos.

La recepcionista dudó un segundo, miró la credencial, miró a Brandon.

Luego tecleó.

—Piso tres.

Pasillo C.

Pero está bajo vigilancia.

No pueden quedarse mucho.

—No era el plan —respondió él.

Subieron en el ascensor en silencio.

Luna se miraba las manos para no mirar su reflejo en el espejo metálico.

Sentía el corazón golpearle en las costillas.

—Si en algún momento querés irte… —empezó Brandon.

—Te lo voy a decir —lo cortó ella, sin levantar la vista—.

Pero no va a ser en este ascensor.

Las puertas se abrieron.

En el piso tres, el aire olía al mismo desinfectante de todos los hospitales, pero a Luna le supo a humo lejano.

Los pasos resonaban en el pasillo.

Habitación 316.

317.

318.

Brandon se detuvo frente a la 319.

La misma que venía escrita en el sobre.

—Es aquí —dijo.

Luna respiró hondo.

—¿Tocamos?

—preguntó ella.

Brandon negó.

—Si cierran la puerta, no entramos —susurró—.

Mejor abrimos y después pedimos perdón.

Giró la manija.

La puerta no estaba cerrada con seguro.

Entraron.

Diego estaba despierto, con la cabecera un poco levantada, el brazo vendado y el monitor marcando un ritmo más calmado que la noche anterior.

El sobre negro descansaba en la mesita, cerrado.

Al ver entrar a un hombre que no conocía, seguido por una mujer de ojos asustados pero firmes, frunció el ceño.

—Creo que se equivocaron de habitación —dijo, con voz baja.

Brandon cerró la puerta detrás de ellos.

—No —respondió—.

Estoy exactamente donde querían que estuviera.

Diego lo estudió con atención.

Algo en su postura, en la forma de mirar las esquinas de la habitación antes de fijar los ojos en él, le resultó familiar.

—¿Quién eres?

—preguntó.

Brandon avanzó un paso.

—Me llamo Brandon —respondió—.

Brandon Moreno.

El apellido se quedó flotando en el aire.

Diego sintió un pequeño golpe en la memoria.

Moreno.

Papeles viejos.

Informes.

Nombres en listas de personal externo.

—Tú estabas afuera —murmuró Diego, más para sí mismo que para ellos—.

Aquella noche… en la bodega.

Luna los miró alternativamente.

—¿Se conocen?

—preguntó, desconcertada.

Brandon negó.

—No en persona —dijo—.

Pero yo sí sé quién es él.

Sus miradas se enganchan.

Dos hombres con demasiados fantasmas encima.

—Vos sos el que no debía haber salido —añadió Brandon, sin adornos—.

El del informe.

El “testigo clave que desapareció”.

El que se supone que estaba muerto.

Una sonrisa cansada se dibujó en la boca de Diego.

—Eso dicen —admitió—.

Y tú eres el de seguridad que firmaba las rutas como si fueran solo un trámite.

Brandon sintió el golpe.

—Sí —dijo—.

Ese mismo.

Luna se aclaró la garganta.

—Perdón —intervino—, sé que este momento es… intenso, pero nos mandaron aquí.

Con una dirección exacta.

Con tu número de habitación.

No fue casualidad que nos encontráramos.

Diego la miró por primera vez con curiosidad.

—¿Quién te mandó?

—Los mismos que te dejaron eso —respondió Brandon, señalando el sobre sobre la mesita.

Diego entrecerró los ojos.

—Así que ahora juegan a juntarnos —murmuró—.

Qué generosos.

La puerta se abrió de nuevo antes de que pudieran decir algo más.

—¿Diego, quieres café o té…?

Valeria entró con dos vasos desechables en las manos.

Se quedó paralizada al ver la escena.

El hombre desconocido cerca de la cama.

La chica del café.

La tensión en el aire.

Sus ojos buscaron instintivamente los de Diego.

—No sabía que tenías visita —dijo, intentando que la voz sonara normal.

Luna se movió a un lado, incómoda.

Brandon retrocedió un paso, como si de pronto le sobrara espacio.

Diego tomó aire.

Era el tipo de momento donde una sola mentira podía enredarlo todo… o una sola verdad podía voltearlo de raíz.

—Valeria —dijo, con calma—, ellos vinieron porque están metidos en lo mismo que nosotros.

Aunque todavía no lo sepan del todo.

Valeria miró a la chica.

Luego al hombre.

Luego al sobre.

Sintió un eco helado en la boca del estómago.

—¿También… recibieron uno de estos?

—preguntó.

Luna asintió, en silencio.

Durante un segundo, ninguna de las dos habló.

Pero en sus miradas había algo que las palabras todavía no alcanzaban: Un reconocimiento.

Un “yo también tengo miedo”.

Un “ya no se trata solo de amor o desamor”.

Brandon rompió la tensión.

—No quiero quedarme mucho —dijo—.

Si alguien nos trajo hasta aquí, también va a saber cuánto tiempo tardamos en salir.

Pero necesitaba confirmar dos cosas.

—Dime —respondió Diego.

—Que estás vivo —enumeró—.

Y que estás dispuesto a dejar de pelear solo.

Diego sostuvo la mirada.

—Lo primero ya lo ves —dijo—.

Lo segundo… dependerá de si estás dispuesto a escuchar lo que hicimos mal todos esa noche.

En el pasillo, a unos metros de la habitación, una cámara de seguridad giró un poco.

Como si ajustara el encuadre.

Como si acabara de encontrar la mejor toma.

Y al otro lado de esa imagen, alguien sonrió, satisfecho.

REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna Have some idea about my story?

Comment it and let me know.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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