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Entre el fuego y la distancia - Capítulo 23

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  4. Capítulo 23 - 23 CAPÍTULO 23 — LA CONVERSACIÓN QUE PUEDE CAMBIARLO TODO
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23: CAPÍTULO 23 — LA CONVERSACIÓN QUE PUEDE CAMBIARLO TODO 23: CAPÍTULO 23 — LA CONVERSACIÓN QUE PUEDE CAMBIARLO TODO Por primera vez en mucho tiempo, Diego no sabía por dónde empezar.

Tenía frente a él a un hombre que cargaba con su propia culpa, a una mujer que lo había cuidado mientras dormía entre cables y amenazas, y a otra que se había metido en el fuego sin siquiera saber cómo había empezado el incendio.

El monitor marcaba un ritmo más rápido que antes, pero nadie en la habitación parecía dispuesto a llamar a una enfermera.

—Siéntense —dijo Diego al fin—.

No puedo levantarme a dramatizar, así que al menos finjamos que esto es una reunión normal.

Luna sonrió apenas.

Valeria dejó los cafés en la mesita y se apoyó en la pared, cruzando los brazos, como si necesitara sostenerse de algo físico.

Brandon arrastró la silla hasta quedar a una distancia prudente de la cama.

No era respeto.

Era costumbre.

Hablar con alguien como si siempre pudiera haber una tercera persona escuchando detrás de la pared.

—La noche del incendio —empezó Diego—, hubo tres grupos: los que entraron conmigo, los que nos esperaban adentro… y los que vigilaban fuera.

Miró a Brandon.

—Vos estabas entre los terceros.

Brandon asintió.

—Nos dieron el almacén como “objetivo de apoyo” —dijo—.

No era una operación oficial.

No había papeles.

Solo llamadas y órdenes.

Vigilar los accesos, cortar posibles refuerzos, ver quién salía vivo.

Luna lo escuchaba con el estómago revuelto.

—Nadie tenía que salir vivo —añadió Diego, sin despegar los ojos de él—.

Ese era el plan original.

Solo que yo no lo sabía.

Valeria sintió un escalofrío.

—¿Cómo que…?

—empezó.

—Me usaron —dijo Diego, sin adornos—.

Me enviaron a buscar pruebas contra ellos mismos.

Para saber qué tan cerca estaba mi unidad de encontrar la verdad.

Y cuando vieron que habíamos llegado demasiado lejos… prendieron fuego.

El silencio se espesó.

La respiración de Luna se hizo más lenta, como si intentara entender el peso de cada palabra.

—En los informes que nos llegaron después —intervino Brandon—, decía que nadie había logrado salir.

Que todos habían muerto dentro.

Pero semanas más tarde… encontré una nota que no encajaba.

Una fotografía borrosa de una camilla, una silueta… y una frase: “Uno todavía respira”.

Diego miró hacia el ventanal, más allá de los edificios.

—No recuerdo quién me sacó —admitió—.

Solo sé que desperté en un lugar que no era hospital ni claro ni limpio.

Y que alguien, antes de largarse, me dijo al oído: “Estás muerto, ¿entendido?

El que salga por esa puerta ya no se llama como antes”.

—¿Y aceptaste?

—preguntó Valeria, sin reproche, solo con genuina curiosidad.

—No era una oferta —respondió él—.

Era la única forma de no terminar como los demás.

Sus miradas se cruzaron.

El daño no se veía en las cicatrices ni en los vendajes.

Estaba en la forma en que pronunciaba cada frase.

—¿Qué pasó después?

—preguntó Luna.

Diego resopló.

—Pasó que intenté seguir las pocas pistas que tenía desde la sombra —explicó—.

Nombres, cuentas, movimientos raros.

Al principio quería justicia.

Luego solo quería que no volvieran a usar a nadie como me usaron a mí.

Miró a Brandon.

—Y ahí aparecés vos —añadió—.

Tu nombre estaba en los reportes antiguos… y en los nuevos movimientos de ellos.

Como si no supieras si estabas dentro o fuera.

Brandon no lo interrumpió.

—Quise contactarte —continuó Diego—.

Pero cada vez que estaba cerca… aparecía algo nuevo.

Un aviso, una amenaza, un recordatorio de que no era el único en la mira.

Valeria bajó la mirada.

—Yo —susurró.

Diego asintió.

—Tú —confirmó—.

Cuando apareciste en una de las fotos de seguimiento, supe que ellos se habían adelantado.

Que ya no estaban contentos con perseguirme a mí solo.

Y por eso me fui.

Luna sintió un nudo en la garganta.

—Y ahora estamos todos en la misma habitación —comentó, intentando darle un sentido lógico a algo que no lo tenía.

—Porque así lo quieren —dijo Brandon—.

Ellos nos pusieron en esta escena.

—¿Y por qué harían eso?

—preguntó Valeria—.

¿No es más fácil eliminarlos uno por uno?

Diego miró el sobre.

—Quizá quieren ver qué hacemos juntos —respondió—.

A quién protegemos primero.

A quién dejamos caer.

Es su juego favorito: poner a la gente a elegir y mirar cómo se destruyen entre ellos.

La idea le revolvió el estómago a los cuatro.

En el pasillo, una figura se apoyó en la pared, escuchando de lejos.

No podía oír las palabras, pero sí veía las sombras bajo la puerta, moviéndose de un lado a otro.

Sonrió.

Mandó un mensaje rápido.

Están todos.

La respuesta llegó en segundos.

No intervengas todavía.

Deja que se acostumbren a estar juntos.

Es más entretenido cuando empiezan a confiar.

—Entonces… ¿qué hacemos?

—preguntó Luna—.

Porque está bien, ahora sabemos un poco más.

Sabemos que el incendio, tu unidad, su viejo trabajo, los sobres, todo está conectado… pero saber no es lo mismo que estar a salvo.

Brandon la miró con una mezcla de orgullo y preocupación.

—No podemos ir a la policía —dijo—.

Ellos tienen gente ahí.

Lo sabemos los dos.

—No podemos desaparecer de un día para otro —añadió Valeria—.

Nos encontrarían igual.

Y no quiero pasar el resto de mi vida escondiéndome debajo de una cama.

Los tres miraron a Diego.

Él cerró los ojos un momento.

—Lo primero —dijo— es aceptar que dejar de huir no significa lanzarse al fuego sin plan.

Si ellos nos quieren juntos, vamos a usarlo a nuestro favor.

Esta es la primera vez que tengo a alguien más que haya visto su forma de operar… desde otro ángulo.

Brandon asintió despacio.

—Yo vi cómo elegían las rutas, a quiénes compraban en pasos intermedios, qué tipo de chivos expiatorios preferían —dijo.

—Y yo —añadió Luna— puedo ver cosas que ustedes no, porque nadie me ve a mí.

Soy la del café, la de la bandeja, la de la fila.

La que escucha lo que la gente dice cuando cree que nadie está prestando atención.

Valeria respiró hondo.

—Y yo… —se quedó pensando— conozco a Marcos.

A Claudia.

A toda esa gente de “negocios” que juega a ser respetable mientras se sienta en mesas con nombres que nunca aparecen en los contratos.

Diego los miró uno a uno.

—Tienen razón —dijo—.

No estamos desarmados.

Solo desordenados.

La frase cayó como un pequeño rayo de luz en medio de tanta sombra.

—Pero hay algo más —añadió—.

Algo que todavía no entienden del todo.

Los tres lo miraron, expectantes.

—Van a ir por ustedes —dijo, con calma—.

No solo con sobres.

No solo con fotos.

Van a presionar donde más les duela.

Y va a llegar un momento en que cada uno de ustedes va a tener que elegir entre alguien que ama… y alguien que necesita.

El silencio fue absoluto.

Porque todos entendieron, de golpe, que ya tenían esos nombres en la cabeza.

Marcos.

Lucas.

La familia de Luna.

El hermano de Brandon.

Claudia.

Incluso amigos que no tenían nada que ver.

—Por eso —continuó Diego— tenemos que decidir ahora, mientras todavía no nos están apuntando directamente a la frente: ¿vamos a correr cada uno por su cuenta… o vamos a aceptar que si caemos, al menos caemos juntos?

Luna fue la primera en responder.

—Yo no quiero correr sola —dijo.

Brandon asintió.

—Yo tampoco —agregó.

Valeria tardó un poco más.

Miró el sobre, luego la foto dentro, luego la mano de Diego sobre la sábana.

—Yo… estoy cansada de vivir a medias —admitió—.

Si alguien va a decidir por mí otra vez, que no sean ellos.

Diego asintió, con una sombra de satisfacción en la mirada.

—Entonces esta es nuestra primera ventaja —dijo—.

Sabemos que el fuego viene.

Sabemos que quieren usarnos.

Lo que no saben… es que esta vez estamos viendo el tablero juntos.

En ese momento, la puerta se entreabrió.

Una enfermera asomó la cabeza.

—Perdón… —dijo—, pero el paciente necesita descansar.

No pueden quedarse todos.

La escena se congeló unos segundos.

Brandon se levantó.

—Tenés razón —respondió—.

Nos vamos ya.

Luna también se puso de pie, con el corazón apretado.

Valeria se acercó a la cama.

—Vuelvo más tarde —dijo a Diego, en voz baja.

Él asintió.

—Cierra la puerta cuando salgas —pidió.

Cuando se quedaron solos unos segundos, Valeria bajó la voz aún más.

—Diego… —susurró—.

Dijiste que ellos siempre obligan a elegir.

¿Y si ya lo están haciendo?

Él frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

Valeria miró hacia la puerta, donde podían oírse los pasos de Brandon y Luna alejándose por el pasillo.

—¿Y si nos están poniendo cerca… solo para ver a quién soltamos cuando aprieten más?

Diego se quedó callado.

No porque no tuviera respuesta.

Sino porque, por primera vez, entendió que el verdadero fuego no era solo el de los almacenes, ni el de las amenazas, ni el de los disparos.

Era el de los vínculos.

El de los lazos que duelen.

El de los amores que se convierten en armas.

Al otro lado del pasillo, Luna y Brandon caminaron en silencio hacia el ascensor.

Cuando las puertas se cerraron, ella se recargó en la pared metálica.

—Brandon —murmuró—, hay algo que me está dando vueltas en la cabeza.

—¿Qué cosa?

—Dijiste que ellos siempre van a donde duele —respondió—.

Si eso es cierto… ¿de verdad creés que van a conformarse con vernos correr?

Brandon la miró.

En ese reflejo comprimido en el espejo del ascensor, vio su propio miedo, su propia culpa… y algo que no esperaba encontrar todavía: decisión.

—No —admitió—.

No se van a conformar.

Luna asintió, apretando los labios.

—Entonces… —concluyó—, es cuestión de tiempo.

—¿Tiempo para qué?

—preguntó él.

Ella lo miró directo a los ojos.

—Para que se nos caiga el primer pedazo de vida —dijo.

Las puertas se abrieron.

Caminaron hacia la salida sin saber que, mientras hablaban de tiempo, alguien, en algún lugar, ya estaba contando las horas.

Y que el próximo movimiento no iba a venir en forma de sobre.

Sino de algo que ninguno de ellos estaba preparado para perder.

REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna I tagged this book, come and support me with a thumbs up!

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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