Entre el fuego y la distancia - Capítulo 24
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- Capítulo 24 - 24 CAPÍTULO 24 — CUANDO EL REFUGIO DEJA DE SER REFUGIO
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24: CAPÍTULO 24 — CUANDO EL REFUGIO DEJA DE SER REFUGIO 24: CAPÍTULO 24 — CUANDO EL REFUGIO DEJA DE SER REFUGIO El hospital ya no olía solo a desinfectante.
Brandon, cruzando el pasillo rumbo a la habitación de Lucas, juraría que también olía a algo más: a lata vieja, a café recalentado, a miedo mal escondido detrás de caras cansadas.
Había dormido poco.
Luna se había quedado en el apartamento de su amigo, con la promesa de que él la llamaría en cuanto supiera algo nuevo.
Aún podía ver su rostro cuando se despidieron, con esa mezcla de preocupación y terquedad que lo había enamorado y aterrorizado al mismo tiempo.
“No hagás nada solo, ¿sí?” “Prometido.” Y ahí estaba, caminando solo.
Otra vez.
Un hermano que hace chistes aunque no pueda reír Los dos policías seguían a la puerta de la habitación de Lucas.
Uno bostezaba; el otro revisaba el celular de manera disimulada.
—¿Familia?
—preguntó el más despierto cuando Brandon se acercó.
—Hermano —respondió él, sin detenerse mucho.
Entró.
Lucas estaba despierto, más despejado que la noche anterior.
Tenía el rostro aún hinchado, pero su mirada era más viva.
—Mirá quién se digna a aparecer —bromeó, en voz ronca—.
Pensé que ya me habías dejado en manos del sistema de salud.
Brandon soltó una risa corta.
—Con lo caro que salís, estaba pensando en hacer una colecta —replicó—.
¿Cómo te sentís?
—Como si me hubiera pasado encima un camión… y después hubiera dado reversa —respondió Lucas—.
Pero vivo.
Lo cual, según entiendo, ya es un logro.
Brandon se acercó a la cama.
—¿Te acordás de algo más de lo que pasó?
—preguntó.
Lucas negó, despacio.
—Solo pedazos —dijo—.
Voces.
Uno que reía.
El golpe más fuerte vino cuando dije tu nombre.
Como si estuvieran esperando oírlo.
Brandon apretó la mandíbula.
—Van a seguir usándote para llegar a mí —murmuró.
—¿Y vos?
—preguntó Lucas—.
¿Vas a seguir dejándolos?
La pregunta quedó flotando.
Brandon cambió de tema.
—Voy a hablar con el doctor para saber cuánto tiempo más te van a tener aquí —dijo—.
Si es necesario, pido que te trasladen.
Lucas lo miró raro.
—A este paso me vas a tener que esconder bajo una piedra —comentó—.
Y aún así, nos encontrarían.
Brandon no respondió.
Porque sabía que, en el fondo, su hermano tenía razón.
El detalle que pasa desapercibido… hasta que ya es tarde En recepción, el doctor le explicó que Lucas permanecería al menos dos noches más en observación.
Fracturas leves, contusiones serias, riesgo controlado.
Palabras técnicas que no lograban aliviarle el peso en el pecho.
Cuando regresó al pasillo, los policías ya no estaban afuera de la habitación.
Brandon frunció el ceño.
No le dio demasiada importancia al principio.
Cambio de turno, pensó.
Baño, café, lo que sea.
Se acercó a la puerta.
Estaba entreabierta.
—¿Lucas?
—llamó, mientras empujaba.
Silencio.
La cama estaba vacía.
Las sábanas revueltas.
La almohada en el suelo.
Una silla caída.
El suero goteando todavía, como si alguien lo hubiera arrancado con prisa.
—No —susurró—.
No, no… Entró del todo, mirando alrededor como si Lucas pudiera estar escondido detrás de la cortina, en el baño, debajo de la cama.
Cualquier lugar.
No había nadie.
Solo una cosa en el centro de la cama.
Un papel.
Brandon se acercó con el corazón golpeándole las costillas.
Era un recorte cuadrado, grueso, negro.
Y en el centro, dibujado con tinta roja, el símbolo que ya conocía: el círculo imperfecto, la marca que había aparecido en la puerta de Valeria, en los sobres, en las amenazas.
Debajo, escrito en letras claras: UNO POR UNO ES LENTO.
EMPECEMOS POR DONDE MÁS TE DUELE.
Brandon sintió que el mundo se le encogía hasta volverse un punto.
—¡Lucas!
—gritó, sin importarle ya quién lo escuchara.
Salió como un rayo al pasillo.
—¿Dónde están los agentes que estaban aquí?
—soltó, encarando a una enfermera.
—Yo… hace un momento— —balbuceó ella.
—¿QUIÉN LO SACÓ DE LA HABITACIÓN?
—la interrumpió, la voz quebrada por una mezcla de miedo y rabia que no sabía dónde meter.
Una enfermera mayor se acercó, alarmada.
—Señor, cálmese, por favor, los pacientes—… —¡Mi hermano estaba aquí!
—escupió él—.
¡Ahora no está!
¡Y ustedes ni siquiera vieron quién se lo llevó!
Un guardia se acercó, tratando de tomar control de la situación.
Alguien dijo “seguridad interna”, otro mencionó “buscar en cámaras”.
Palabras de protocolo.
Nada que devolviera a Lucas a la cama.
Brandon apoyó la mano contra la pared, sintiendo que se le nublaba la vista.
Se lo llevaron.
Se lo llevaron por mi culpa.
Luna, al otro lado del teléfono Luna estaba en el apartamento del amigo de Brandon, sentada en el sofá con la televisión encendida sin volumen.
Había intentado leer, ordenar, ducharse.
Nada frenaba la sensación de estar en pausa.
Cuando por fin el teléfono vibró, lo contestó casi antes del primer timbrazo.
—¿Brandon?
—dijo.
La respuesta fue un silencio demasiado largo.
Después, una respiración agitada.
—Se lo llevaron —dijo él.
Luna sintió cómo algo se le partía dentro.
—¿Qué…?
¿A quién?
—A Lucas —la voz de Brandon era la de alguien que se estaba sosteniendo con las uñas—.
De la habitación.
Con policías en la puerta.
Según ellos, “nadie vio nada”.
Luna se llevó la mano a la boca.
—Dios… —Dejaron una nota —continuó él—.
Para mí.
Diciendo que esto “es más rápido que ir uno por uno”.
A Luna se le erizó la piel.
—Brandon… —susurró.
—Vos tenías razón —dijo él, casi con rabia contra sí mismo—.
Esto no es un juego de sobres.
Es de personas.
De cuerpos.
De vidas.
Luna cerró los ojos.
—Voy al hospital —dijo de inmediato.
—No —la frenó él—.
No vengás aquí.
Si se llevaron a Lucas de un cuarto con cámaras y vigilancia, ¿qué no te harían a vos en un pasillo?
Ella respira hondo.
—Entonces ¿qué hacemos?
—preguntó—.
Porque no pienso quedarme sentada esperando a que suban un nivel más la apuesta.
Brandon miró el recorte negro, que aún apretaba en la mano, arrugándolo.
—Buscamos a alguien a quien ya se lo hayan hecho antes —respondió—.
Alguien que haya perdido a todos… y siga vivo.
—¿Diego?
—susurró ella.
—Sí —afirmó—.
Si ellos quisieron que lo encontrara, ahora tendrán que aguantar que trabajemos juntos.
Luna sintió miedo.
Miedo de lo que estaban a punto de mover.
Pero también algo diferente: una rabia nueva, que no se parecía a la de Brandon, sino a la suya propia.
—Entonces no lo dejemos solo —dijo.
Brandon guardó el papel en el bolsillo, como si se clavara un recordatorio permanente contra la piel.
—No lo vamos a dejar solo —prometió—.
Ni a él… ni a Lucas.
Colgó.
Por primera vez en mucho tiempo, Brandon supo que si quería recuperar a su hermano, no bastaba con correr detrás de las sombras.
Tenía que empezar a buscarlas de frente.
Una cámara, un hombre y un trato que nunca ofrecieron En la sala de vigilancia del hospital, un hombre revisaba las cámaras junto a dos guardias que sudaban más de lo normal.
—Mire —decía uno de ellos—, no aparece en ninguna.
En la pantalla, el pasillo del piso tres se veía tranquilo.
La hora en que Lucas desapareció mostraba a un médico revisando un expediente, a una enfermera llevando una bandeja, a una camilla vacía pasando sin prisa.
Nadie entrando con prisa a la 319.
Nadie saliendo con un cuerpo.
—Es como si se hubiera desvanecido —añadió el guardia, nervioso.
El hombre del traje oscuro, el mismo del café con Claudia, se ajustó el reloj.
—¿Y las cámaras de la zona de carga?
—preguntó, sin levantar la voz.
—Daño técnico —respondió el otro—.
Justo entre las 10:17 y las 10:26.
Lo estamos revisando.
El hombre sonrió apenas.
—No se preocupen —dijo—.
Ya queda claro que aquí nadie vio nada.
Les dio una palmada leve en el hombro, casi amistosa.
Cuando salió del cuarto de vigilancia, marcó un número.
—Ya está —dijo—.
El mensaje se entregó.
Moreno no va a olvidar esto.
La voz al otro lado fue fría.
—Más le vale —respondió—.
A ver si aprende que con nosotros no se juega a medias.
El hombre colgó y guardó el teléfono.
Al cruzar la entrada del hospital, su mirada se alzó instintivamente hacia una de las cámaras.
No lo sabía, pero en ese mismo instante, al otro lado de la ciudad, alguien más empezaba a ponerle nombre a la sensación de que el suelo se estaba resquebrajando.
Y ese alguien no era Brandon.
Era Valeria.
Porque a ella… le acababa de llegar su propio golpe.
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