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Entre el fuego y la distancia - Capítulo 25

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  4. Capítulo 25 - 25 CAPÍTULO 25 — EL PRECIO DE MIRAR HACIA OTRO LADO
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25: CAPÍTULO 25 — EL PRECIO DE MIRAR HACIA OTRO LADO 25: CAPÍTULO 25 — EL PRECIO DE MIRAR HACIA OTRO LADO Valeria llegó a su apartamento con la cabeza aún en el hospital.

Diego.

Luna.

Brandon.

Sobres negros.

Nombres que antes no significaban nada y ahora parecían estar escritos en cada pared.

Abrió la puerta con la llave y, por primera vez desde que vivía allí, dudó antes de encender la luz.

Algo en el aire se sentía distinto.

Más pesado.

Más observado.

Encendió la lámpara del pasillo.

Todo parecía en su lugar.

Hasta que bajó la vista.

Y lo vio.

Un sobre.

Negro.

Frente a la puerta, bien centrado, como un recordatorio de que no importaba cuánto jurasen protegerla otros: ellos ya sabían dónde vivía.

Valeria se agachó, sintiendo que las manos le temblaban.

Lo tomó.

No tenía nombre escrito, ni símbolo rojo afuera.

Esa ausencia lo hacía peor.

Cerró la puerta con seguro antes de abrirlo.

Dentro había dos cosas: una foto y una nota.

La foto era reciente.

Muy reciente.

Diego en la cama del hospital, con los ojos cerrados, conectado al monitor.

Ella, sentada a su lado, con la mano sobre la suya.

La nota decía: LAS LEALTADES SIEMPRE RESULTAN CARAS.

ALGUNOS PAGAN CON DINERO.

OTROS, CON GENTE.

Valeria sintió que el estómago se le encogía.

Se sentó en el sofá sin siquiera quitarse los zapatos.

Miró la foto otra vez.

¿Desde dónde la habían tomado?

¿Cuánto tiempo llevaban observándolos?

Agarró el móvil y marcó a Marcos casi sin pensarlo.

Él contestó al segundo tono.

—Val —sonaba tenso—, justo iba a llamarte.

—Me dejaron un sobre —soltó ella, sin preámbulos—.

En la puerta.

Hubo un silencio breve.

Demasiado breve.

—¿Con un círculo rojo?

—preguntó él.

—No —respondió—.

Peor.

Con una foto tuya no.

De Diego y mía.

En el hospital.

Marcos exhaló algo entre sus dientes.

—Voy para allá —dijo—.

No abras a nadie más.

No te muevas.

Valeria iba a protestar, pero la línea ya estaba cortada.

Marcos y la culpa que lo persigue Marcos llegó a los quince minutos.

Tenía la corbata en el bolsillo, las mangas de la camisa remangadas, la mirada de quien ya ha tenido más de un día demasiado largo seguido.

Ni siquiera esperó a que ella le ofreciera pasar.

—Enséñamelo —dijo.

Valeria le entregó la foto y la nota.

Él las miró como quien reconocería un idioma que juró no volver a leer nunca más.

—¿Los conocías?

—preguntó ella, midiendo su reacción.

Marcos no contestó de inmediato.

—Conozco… la forma en que amenazan —dijo al fin—.

Y sé que cuando empiezan con fotos es porque ya decidieron que estás dentro del tablero.

La cabeza de Valeria era un ruido constante.

—Claudia —murmuró—.

Tú.

Los negocios.

Los sobres.

Diego.

Brandon.

Los mismos nombres apareciendo en lugares distintos.

¿Desde hace cuánto estás metido con ellos, Marcos?

Él apoyó las manos en la mesa.

—Desde mucho antes de conocerte —admitió—.

Y creí que podía mantener separadas esas dos vidas.

—Pues no —respondió ella—.

No pudiste.

Se hizo un silencio espeso.

Marcos pareció tomar una decisión en ese instante.

—Hay algo que no te he dicho —dijo—.

Y si no te lo digo ahora, puede que ya no tenga tiempo después.

Valeria cruzó los brazos, preparándose para un golpe más.

—Estoy escuchando.

—Cuando acepté el primer acuerdo con ellos —empezó—, pensé que era solo dinero.

Favores.

Contactos.

Un “te consigo este contrato, tú firmas este papel”.

Negocios grises, no negros.

Pero… nunca se quedó ahí.

Se frotó la cara, como si le doliera sacar las palabras de la garganta.

—Me dieron información sobre un incendio —continuó—.

Un caso que iba a explotar en medios.

Me dijeron qué decir, a quién culpar, qué callar.

Yo… miré hacia otro lado.

Depositaban más dinero del que yo había visto en mi vida.

Cerré la boca.

Firmé.

Valeria apretó los puños.

—El incendio del que hablan todos —dijo en voz baja—.

El mismo por el que casi matan a Diego.

Y ahora también van por Brandon.

Marcos levantó la cabeza, sorprendido.

—¿Brandon?

—repitió—.

¿El de la empresa de seguridad?

Ella asintió.

—Estaba hoy en el hospital.

Se llevaron a su hermano.

Sin que nadie “viera” nada.

Marcos cerró los ojos un segundo, como si una pieza encajara de golpe.

—Ellos están cerrando el círculo —murmuró—.

Primero, los que estaban dentro del incendio.

Luego, los que lo vigilaban afuera.

Y ahora… nosotros.

Los que supimos y callamos.

Valeria sintió un escalofrío.

—¿Y qué quieren?

—preguntó—.

Porque no soy tan ingenua como para creer que se toman el tiempo de imprimir fotos por deporte.

Marcos sostuvo la nota en alto.

—Quieren ver quién vale más para nosotros —dijo—.

Si el dinero… o la gente.

La frase de la nota se volvió más real.

ALGUNOS PAGAN CON DINERO.

OTROS, CON GENTE.

Claudia, en medio de dos fuegos El teléfono de Claudia vibró justo cuando estaba frente al espejo, retocándose el labial antes de entrar a una reunión.

Era un mensaje de un número sin nombre.

Sabía perfectamente quién era.

Ya le llegó el sobre a tu amigo.

Es hora de decidir si quieres seguir siendo útil… o si prefieres ser recordada con cariño.

Ella sintió una puntada en el estómago.

Miró su reflejo.

Cabello perfecto.

Traje impecable.

La imagen de alguien que tiene el control.

Por dentro, era otra cosa.

Respondió con dedos temblorosos: No lo toquen a él.

Ni a ella.

La respuesta fue instantánea.

Eso depende de ti.

Hoy a las 9.

Mándanos lo que te pedimos.

O el próximo sobre no tendrá solo fotos.

Claudia soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.

El “lo que te pedimos” era muy claro: información sobre Marcos, movimientos de dinero, proyectos en los que estaba metido, nombres de socios.

Incluida una carpeta con el rótulo: Proyecto Polaris.

El mismo en el que, casualmente, trabajaba Isabella.

Y el mismo en el que, más casualmente aún, Lucas Álvarez aparecía como consultor arquitecto principal.

Todos los nombres se cruzaban.

Todos los caminos llevaban al mismo incendio.

Claudia cerró los ojos un momento.

Sabía que si enviaba esos documentos, no solo ponía en bandeja de plata la vida de Marcos.

Sino la de mucha más gente.

Gente que, probablemente, ni siquiera sabía pronunciar el nombre de la organización que movía los hilos.

De vuelta al apartamento: una decisión que nadie quiere tomar —¿Sigues pensando que puedes salir de esto sin elegir, Marcos?

—preguntó Valeria, mirándolo fijo.

Él dejó la nota sobre la mesa.

—No sé si puedo salir —respondió—.

Pero sí sé que puedo decidir quién no paga por mis decisiones.

—Yo ya estoy pagando —dijo ella, sin gritar, pero con más dureza que en cualquier discusión anterior—.

Me dejaron un sobre en la puerta.

Me vigilan en el hospital.

Usan mi relación contigo para enviar mensajes.

Yo ya estoy en la cuenta, te guste o no.

Marcos la miró con los ojos llenos de algo que no le había visto antes: miedo auténtico.

—No quería arrastrarte —susurró.

—Pues lo hiciste —replicó ella—.

La pregunta es qué vas a hacer ahora.

Él se pasó la mano por el cabello.

—Me citaron —dijo al fin—.

Esta noche.

Quieren un informe completo de Polaris.

Y de todas las personas que, directa o indirectamente, pueden influir en el proyecto.

Valeria sintió un vuelco en el estómago.

—Isabella —murmuró, recordando a la amiga que le había contado nerviosa sobre la gala, sobre el arquitecto nuevo, sobre su jefe que de pronto estaba más ausente que de costumbre.

—Isabella, sí —asintió él—.

Y Lucas Álvarez.

Y otros.

La cabeza de Valeria era ya un mapa lleno de nombres que se conectaban sin pedirle permiso.

—¿Vas a entregarles todo?

—preguntó—.

¿O vas a decir por primera vez que no?

Marcos la miró, como si esa sola pregunta le doliera más que cualquier amenaza.

—Si digo que no… —empezó.

—Te matan —completó ella—.

Lo sé.

—Y si digo que sí… —añadió él, la voz quebrándose—, los mato yo.

Valeria sintió algo romperse en su interior.

No solo por él.

Por todos.

Por Diego en su cama.

Por Brandon buscando a su hermano.

Por Luna, que ni siquiera sabía todavía cuánto la estaban usando como pieza.

Por Isabella, que trabajaba sin tener idea de que el proyecto que la hacía sentirse orgullosa podía ser la puerta a algo mucho más oscuro.

Se levantó del sofá.

—Entonces necesitas ayuda —dijo—.

Y no hablo de abogados ni de contadores.

—¿De quién, entonces?

—preguntó él, casi con ironía desesperada—.

¿De la policía?

¿Del periódico?

¿De un cura?

Valeria tomó aire.

Por primera vez desde que todo había empezado, dijo el nombre en voz alta, no como herida, sino como posibilidad.

—De Diego.

Marcos la miró como si acabara de sugerirle que se lanzara de un edificio.

—Ese hombre es un blanco viviente —respondió—.

Lo tienen marcado.

Lo dieron por muerto.

Si se enteran de que sigo en contacto con él… —Ya lo saben —lo interrumpió ella, señalando la foto—.

Mira esto.

No es un truco de celular.

Es una cámara colocada donde nadie se supone que debería entrar.

Ellos ya no necesitan pruebas.

Solo están esperando ver qué vas a hacer.

Marcos se dejó caer en la silla.

—¿Y qué propones?

—preguntó.

Valeria lo sostuvo la mirada.

—Que dejes de decidir solo —dijo—.

Tú no eres el único que tiene mierda encima.

Diego ya la conoce.

Brandon también.

Yo la estoy respirando.

Si vas a caer… mejor caer sabiendo que intentaste algo distinto.

Hubo un silencio largo.

Marcos frotó con los dedos el borde de la foto.

—Nunca quise que tú te convirtieras en un “algo distinto” —dijo.

—Pues aquí estoy —contestó ella—.

Y no voy a desaparecer porque tú tengas miedo.

Una llamada que abre una grieta nueva Más tarde, cuando Marcos se fue con el sobre en el bolsillo y la decisión todavía incompleta en la frente, Valeria se quedó sola un momento, mirando el techo.

Sabía lo que tenía que hacer.

Marcó el número de Diego.

Tardó en contestar, más por lo que le dolía moverse que por otra cosa.

—¿Valeria?

—su voz sonaba cansada, pero atento.

Ella tragó saliva.

—Ellos ya me mandaron nuestra foto —dijo, sin rodeos—.

Saben que estoy contigo.

Saben que estoy con Marcos.

Y quieren usar eso.

Diego suspiró al otro lado de la línea.

—Lo imaginé —respondió—.

¿Qué dice la nota?

Ella se la leyó.

Hubo un silencio corto.

—No les gusta la gente que empieza a elegir personas por encima del dinero —murmuró él—.

Mala costumbre para su negocio.

Valeria cerró los ojos.

—Diego… Marcos tiene una cita con ellos esta noche.

Van a pedirle informes de todo.

Incluido el proyecto donde está metida Isabella.

Y posiblemente… otros nombres.

—¿Me estás pidiendo que lo ayude?

—preguntó él.

Ella sintió el vértigo de la línea en la que se estaba parando.

—Te estoy pidiendo que no me dejes sola —respondió—.

Y que dejemos de actuar como si cada uno pudiera resolver su parte por separado.

Diego tardó un poco en contestar.

Cuando habló, su voz sonaba diferente.

Más firme.

Más… antiguo, de alguna manera.

—Valeria, escucha —dijo—.

Si Marcos va a esa reunión, alguien más también va a ir.

—¿Quién?

—susurró ella.

—Alguien que conoce su cara desde antes de que tú aparecieras —respondió—.

Y que ya me dejó claro que no piensa dejar esto a medias.

Ella se quedó callada.

—¿Estás hablando de Claudia?

—preguntó al fin.

—Estoy hablando —dijo Diego— de que, por primera vez, todos estamos caminando hacia el mismo incendio.

Otro silencio.

Esta vez, no fue de miedo.

Fue de reconocimiento.

—¿Estás seguro de que quieres hacerlo?

—preguntó ella—.

La última vez casi te matan.

Diego soltó una risa corta, sin humor.

—La última vez lo hicieron sin que yo supiera que era una trampa —dijo—.

Esta vez… si voy, será sabiendo perfectamente dónde está el fuego.

Valeria sintió que el corazón se le aceleraba.

—Entonces… ¿vas?

—preguntó.

Diego miró el sobre negro en su mesita, la foto doblada de la sala de vigilancia, los nombres que empezaban a alinearse en su cabeza.

—No lo sé todavía —respondió—.

Pero sé una cosa: Aunque yo decida no ir… el incendio ya viene hacia nosotros.

Colgó.

Valeria se quedó con el teléfono en la mano, la nota sobre la mesa y una certeza clavada en el pecho: La noche de la reunión no iba a ser solo una cita de negocios.

Iba a ser la primera vez que todos estuvieran lo suficientemente cerca… como para salvarse entre sí.

O para terminar de destruirse.

REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna Your gift is the motivation for my creation.

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Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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