Entre el fuego y la distancia - Capítulo 29
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- Capítulo 29 - 29 CAPÍTULO 29 — LA LÍNEA QUE SE CRUZA SIN QUERER
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29: CAPÍTULO 29 — LA LÍNEA QUE SE CRUZA SIN QUERER 29: CAPÍTULO 29 — LA LÍNEA QUE SE CRUZA SIN QUERER Luna siempre había pensado que el miedo se sentía como frío.
Ese día descubrió que también podía sentirse como calor.
Como si la piel estuviera un poco demasiado ajustada, como si cada ruido encendiera algo por dentro.
—Respirá —le dijo Valeria, ya dentro del café, mientras se acomodaban cerca de la barra—.
Que nadie note que estás temblando.
—Estoy… relativamente bien —mintió Luna.
—Claro —replicó Valeria—.
Por eso estás agarrando la taza como si fuera a salir corriendo.
Luna aflojó los dedos.
No era tanto el hombre de la esquina.
Era saber que ya no se trataba de su imaginación.
Alguien, en una mesa donde ella nunca se sentaría, había dicho su nombre como si fuera una pieza en un tablero.
Y a partir de ahora, cualquier esquina podía ser un movimiento.
Cuando las cosas dejan de ser “casualidad” El sonido de la puerta del café se mezcló con el murmullo de la tarde.
Entran y salen clientes.
Un par de estudiantes.
Una pareja discutiendo bajito.
Un hombre de traje mirando más el celular que su café.
Entre todo eso, Luna y Valeria intentaban parecer solo dos mujeres matando el tiempo.
Diego mandó un mensaje al grupo.
Diego: Llegamos en 3.
No salgan.
No separarse.
Brandon agregó: Brandon: Si ven algo muy raro, se meten a la cocina.
Sin héroes, ¿ok?
Luna puso los ojos en blanco, aunque el gesto le salió tembloroso.
—Siempre piden “sin héroes” a los que no tienen capa —murmuró.
Valeria sonrió apenas.
—Te prometo que si nos toca correr, yo corro primero —aseguró—.
No pienso morirme por nadie que se esconde detrás de corbatas caras.
Luna iba a responder cuando lo vio.
El hombre de la esquina entró.
Sin prisa.
Sin buscar algo con la mirada.
Tomó una mesa cerca de la ventana, de espaldas a la pared.
Posición perfecta para ver quién entraba y quién salía.
Pidió un café simple.
Pagó en efectivo.
Nada fuera de lo normal.
Y aun así, Luna sintió que el estómago se le hacía un nudo.
—Es él —susurró.
Valeria solo asintió.
—No lo miremos fijo —dijo—.
Si es de los que creemos, ya sabe cómo nos vemos.
No necesitamos darle más material.
Luna se concentró en respirar.
Una… Dos… Tres.
El hombre sacó el celular.
Lo dejó sobre la mesa.
La pantalla se encendía cada tanto con notificaciones que no se alcanzaban a leer.
Pero una vez, solo una, Luna creyó ver algo: Un círculo oscuro.
Como un icono de chat.
Como un símbolo.
Su cuerpo reaccionó antes que sus pensamientos.
—Es el mismo —murmuró—.
El del sobre.
Valeria la miró.
—¿Estás segura?
—No lo sé —respondió Luna—.
Pero mi piel sí.
Nada más “simplemente trabajo” Cuando Diego y Brandon llegaron, no entraron juntos.
Primero entró Diego, con esa forma de andar de quien sabe que puede leer una habitación en tres segundos.
Se sentó en la barra, pidió agua y un café.
Intercambió una mirada rápida con Valeria.
No hacía falta más.
Brandon se quedó afuera, apoyado en una farola, fingiendo hablar por teléfono.
Desde ahí veía al hombre de la mesa, a Luna, a Diego, a Valeria y a la puerta.
Tenía todos los ángulos menos uno: lo que pasaba arriba, en el hotel.
El celular vibró.
Diego, por interno, le habló.
—Es él —susurró—.
O al menos, alguien que está esperando indicaciones.
No se mueve como curioso.
Se mueve como planta.
Brandon apretó la mandíbula.
—¿Entrás y lo sacás?
—preguntó.
—¿Y con qué excusa?
—replicó Diego—.
Si lo toco sin pruebas, mañana dicen que yo provoqué todo.
—¿Qué querés hacer entonces?
—insistió Brandon.
Diego miró a Luna desde el reflejo del vaso.
Ella estaba fingiendo leer un menú.
No le salía bien.
—Quiero que sepamos qué tan lejos están dispuestos a llegar —dijo—.
Sin dejar de tener salida.
Brandon bufó.
—Eso suena mucho a “vamos a dejar que jueguen alrededor de ella a ver qué hacen” —espetó.
—No —corrigió Diego—.
Suena a “vamos a ver si el plan de hoy se queda en observación o ya decidieron ensuciarse las manos aquí”.
Un tropiezo cualquiera… o no tanto El café empezó a vaciarse.
No del todo, pero sí lo suficiente para que cada persona contara más.
Un señor mayor se fue.
La pareja que discutía también.
Quedaron el hombre de la mesa, dos chicas pegadas a sus laptops y un repartidor esperando un pedido.
Valeria carraspeó.
—Esto ya me huele a escenario —murmuró.
El repartidor salió con su bolsa.
Las chicas de las laptops guardaron sus cosas.
Luna sintió un hueco en la boca del estómago.
—No me gusta —dijo.
El hombre se levantó justo cuando ella pensó esas palabras.
Tomó su taza, la llevó a la barra como si fuera un cliente educado y dejó una propina demasiado generosa.
—Buen café —dijo, mirando fugazmente a Luna.
La voz era neutra.
Normal.
Como si realmente hablara del sabor.
Salió.
La puerta se cerró detrás de él.
Brandon lo siguió con la mirada desde la calle.
El tipo no se subió a ningún auto.
No hizo ninguna llamada evidente.
Solo caminó.
Desapareció en la esquina.
Diego terminó su café de un trago.
—No les gusta ensuciarse en el primer intento —dijo—.
Hoy era para tomar la temperatura.
Ver cómo reaccionábamos.
Valeria suspiró.
—Entonces la respuesta es: reaccionamos demasiado —comentó—.
Tenemos a medio elenco haciendo guardia para un tipo que solo dejó propina.
—No subestimés una propina —respondió Diego—.
Es una forma de decir “estuve aquí”.
A veces, antes de mandar una bala, mandan una señal.
Luna miró la moneda sobre la barra.
Era común.
Nada especial.
Pero el papel debajo no.
Había una servilleta doblada.
La abrió con los dedos temblorosos.
Había un círculo dibujado en tinta negra.
Y, debajo, dos palabras: PRONTO VOS.
El corazón se le cayó al suelo.
Valeria se quedó sin aire.
Diego le arrebató la servilleta con cuidado, como si fuera explosivo.
—Esta vez no mentían —murmuró.
Cuando el instinto dice “huí” y el corazón dice “quedate” Esa noche, en el apartamento de Luna, la mesa estaba llena de cosas que no eran comida: papeles, notas, capturas de pantalla, fotos impresas, la servilleta del café.
Brandon caminaba de un lado a otro.
Luna lo seguía con la mirada, sentada en el sillón.
Diego se apoyaba en la pared.
Valeria revisaba por décima vez la cerradura de la puerta.
—La opción lógica es que te vayas de la ciudad unos días —dijo Diego—.
Que desaparezcás del mapa mientras vemos qué mueven después de esto.
—No —respondió Luna.
Brandon se detuvo.
—Luna… —No —repitió ella, más firme—.
Ya me vieron.
Ya saben mi cara, mis horarios, dónde trabajo.
Irme ahora es como decir “sí, tengo miedo, ganaron”.
Y no pienso darles ese gusto.
Diego la miró con seriedad.
—No es orgullo, Luna.
Es seguridad.
—¿Seguridad dónde?
—contraatacó ella—.
¿En qué lugar me van a asegurar que no hay nadie viendo?
Si se lo hicieron a Lucas en un hospital, ¿dónde me van a cuidar más?
Brandon se acercó, arrodillándose frente a ella.
—No necesito que seas valiente —dijo—.
Necesito que estés viva.
Luna lo sostuvo la mirada.
—No estoy eligiendo “valiente o viva”, Bran —respondió, con la voz quebrada—.
Estoy eligiendo si vivir escondida… o vivir sabiendo que al menos intenté hacer algo más.
Valeria respiró hondo.
—Ella tiene un punto —dijo—.
Si se va, ellos siguen.
Solo cambian de peón.
Diego se pasó la mano por la cara.
—¿Entonces qué proponés?
—preguntó—.
¿Que la usemos de carnada?
Luna se levantó.
—Propongo que dejemos de negar que ya lo soy —dijo—.
La diferencia es si voy a estar sola… o voy a tenerlos a ustedes tres mirando en la misma dirección.
Brandon sintió que algo en su interior, ese instinto de huida que lo había acompañado años, se rompía un poco.
—Si te quedás —dijo lentamente—, vamos a tener que hacer algo que no te va a gustar.
—Decímelo.
—Vamos a tener que decirle que sí a un juego que no empezamos nosotros —explicó—.
Y a veces, eso implica meternos donde ellos nos quieren ver… para encontrar una forma de romperles el tablero desde adentro.
Luna tragó saliva.
—¿Estás diciendo que…?
—empezó.
Diego completó la frase: —Que tal vez sea hora de dejar de esquivar la organización… y empezar a infiltrar algo nuestro en ella.
El silencio cayó sobre la sala.
No era el silencio cómodo de antes.
Era uno nuevo.
Más pesado.
Más decidido.
Un mensaje más, cuando ya creías que no podían empeorarlo Cuando todos se fueron, cuando la noche por fin pareció calmarse un poco, el celular de Luna vibró sobre la mesa.
Ella lo tomó con manos cansadas.
Número desconocido.
Mensaje corto.
A VECES, LOS QUE SE QUEDAN NO MUEREN PRIMERO.
SOLO MIRAN CÓMO CAEN LOS DEMÁS.
Debajo, una foto.
En la imagen se veía la fachada del café Meridiano.
Vacío.
Cerrado.
Y en la puerta, pegado con cinta, un sobre negro idéntico al que alguna vez encontró Valeria.
Luna sintió que el mundo daba un giro completo.
Porque si antes habían jugado con símbolos… Ahora estaban jugando con los lugares que amaba.
Y eso quería decir una sola cosa: Que el siguiente movimiento no iba a ser solo una amenaza.
Iba a ser una declaración de guerra.
REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna Creation is hard, cheer me up!
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