Entre el fuego y la distancia - Capítulo 30
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- Capítulo 30 - 30 CAPÍTULO 30 — LA PUERTA QUE YA NO ES SOLO UNA PUERTA
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30: CAPÍTULO 30 — LA PUERTA QUE YA NO ES SOLO UNA PUERTA 30: CAPÍTULO 30 — LA PUERTA QUE YA NO ES SOLO UNA PUERTA El mensaje seguía abierto en la pantalla del celular de Luna.
La foto era nítida, casi obscenamente cotidiana: la fachada del café Meridiano, la cortina metálica a medio bajar, la acera vacía… y justo en el centro, pegado con cinta transparente, el sobre negro.
El mismo color.
El mismo tamaño.
El mismo tipo de círculo dibujado.
Debajo de la imagen, la frase: “Algunos lugares son solo puertas.
Otros son advertencias.” Luna sintió que algo le tiraba del estómago hacia el suelo.
—¿Luna?
—la voz de Brandon sonó del otro lado de la línea—.
¿Estás ahí?
Ella parpadeó.
No recordaba haber llamado, pero el teléfono estaba en modo altavoz, sobre la mesa.
—Me mandaron una foto —consiguió decir—.
Del Meridiano.
Con… otro sobre.
Hubo un segundo de silencio, como si la señal también se hubiera quedado sin aire.
—Mandámela —pidió Brandon.
Ella reenviò la imagen con los dedos entumecidos.
Diego fue el siguiente en escribir.
Diego: No lo toqués.
No vayás sola.
En media hora estamos ahí.
Luna tragó saliva.
—No pienso ir —dijo, aunque una parte de ella sí quería salir corriendo para quitar ese sobre de la puerta de “su” café, como quien arranca una ofensa de un lugar sagrado.
Valeria, que todavía estaba en su apartamento, se levantó del sofá al escucharla.
—Voy para allá —anunció—.
No te quedés sola hasta que ellos lleguen.
—No quiero arrastrarte… —Ya estás metida —la cortó Valeria, con una calma que no le combinaba con los ojos rojos—.
Prefiero estar dentro del problema que imaginándomelo desde lejos.
El camino hacia un lugar que ya no es seguro Media hora después, el carro de Diego se detuvo a media cuadra del Meridiano.
Él iba al volante; Brandon, en el asiento del copiloto, apretaba y soltaba la mandíbula como si masticara rabia.
Luna y Valeria los esperaban en la esquina contraria, fingiendo ser solo dos amigas que charlaban apoyadas en una baranda oxidada.
—Bien —murmuró Diego—.
Nadie se acerca todavía.
Eso puede ser bueno… o puede significar que ya tienen lo que querían.
—¿Qué era lo que querían?
—preguntó Luna.
Brandon miró la foto aún abierta.
—Que supiéramos que pueden tocar tu mundo cuando se les antoje —dijo—.
Literalmente, tu lugar de trabajo.
Diego abrió la guantera y sacó un par de guantes desechables.
—Vamos a hacerlo rápido —indicó—.
Entro yo, reviso el sobre, lo guardo y nos vamos.
Si todo sale bien, en cinco minutos estamos lejos de aquí.
Luna negó con la cabeza.
—No.
Quiero verlo.
—Luna… —Es mi vida la que están amenazando —insistió—.
No voy a quedarme esperando en la esquina como si fuera menor de edad.
Voy contigo.
Diego y Brandon se miraron.
Valeria intervino: —Voy detrás de ustedes.
Si algo se pone feo, grito antes de desmayarme.
Sirvo al menos de alarma.
Diego bufó, derrotado.
—Está bien —cedió—.
Pero si digo “corre”, corrés.
Sin preguntas.
Nadie prometió nada, pero los tres asintieron.
El sobre La puerta del Meridiano lucía extrañamente inocente.
El sobre negro, en cambio, parecía absorber la poca luz del poste.
Diego se acercó primero, con los guantes puestos.
Miró alrededor.
Nada.
Ni coches lentos, ni figuras en las sombras.
Sin embargo, la sensación de ser observados era casi física.
Arrancó el sobre con cuidado.
—Adentro, ya —ordenó, señalando la puerta secundaria del local, la que solo el personal conocía.
Luna abrió con su llave y entraron.
El olor a café viejo y madera se mezclaba con la adrenalina.
En una mesa, Diego dejó el sobre.
—¿Listos?
Nadie estaba listo, pero igual asintieron.
Lo abrió.
Dentro había tres cosas: Una foto de Brandon, sentado junto a la cama de hospital de Lucas.
Una foto de Luna saliendo del hospital esa mañana.
Y una tercera, más vieja, en la que se veía a Diego frente a un edificio en llamas.
El mismo incendio.
La misma noche que él llevaba años intentando enterrar.
Al reverso de esa última foto, una frase manuscrita en tinta roja: “Siempre huyendo de la misma noche.
Esta vez, no saldrá nadie ileso.” Brandon se puso rígido.
—Hijos de… —empezó, pero la voz se le quebró.
Luna tomó la foto de ella con manos que temblaban.
—Esto fue hoy en la mañana —susurró—.
Ni siquiera me di cuenta de que había alguien con cámara.
Valeria miró a Diego.
—¿Y esa?
—preguntó, señalando la imagen del incendio.
Diego tardó en responder.
Demasiado.
—Es la bodega —dijo al fin—.
La operación que salió mal.
La noche en que mi equipo murió.
Luna sintió un nudo en la garganta.
—Entonces… —juntó las piezas—.
Nos están diciendo que pueden tocar el pasado… y el presente.
Y que lo que viene se parece al fuego.
Diego respiró hondo.
—Nos están diciendo —corrigió— que no están improvisando.
Que todo lo que ha pasado, desde el primer símbolo en tu puerta, forma parte del mismo cuadro.
Brandon apretó los dientes.
—¿Y vamos a seguir reaccionando?
— preguntó—.
¿O vamos a empezar a movernos antes de que pongan la próxima foto?
El plan que ninguno quería aceptar Durante una hora, hablaron con la voz baja pero el corazón desbordado.
Ir a la policía era, en teoría, la opción lógica.
En la práctica, significaba entregarle las fotos y cualquier rastro de la bodega a gente que, tal vez, ya estaba comprada.
—Lo ideal sería encontrar la conexión interna —dijo Diego—.
Alguien que les pasa horarios, hábitos, nombres.
No es casualidad que sepan exactamente cuándo Luna sale del hospital, ni en qué café trabaja.
Valeria miró la foto de Brandon y Lucas.
—Marcos estaba en la bodega aquella noche, ¿no?
—preguntó, de pronto.
Diego la miró, sorprendido.
—Él no era parte de mi equipo —respondió—.
Pero sí… estaba cerca.
Tenía negocios con uno de los nuestros.
¿Por qué?
Valeria pensó en la mujer del pasado que había regresado, en las llamadas “de trabajo” que él tomaba siempre fuera del apartamento, en su reacción cuando Diego fue atacado.
Un escalofrío le subió por la espalda.
—Porque tengo la sensación de que alguien le está cobrando facturas atrasadas —dijo—.
Y que yo… y ustedes… somos moneda de cambio.
Brandon apoyó las manos en la mesa, inclinado hacia adelante.
—Entonces hagamos esto —propuso—: Asumimos que Marcos está comprometido.
Lo apretamos hasta que diga lo que sabe.
Y mientras tanto, Luna no se mueve sola ni al baño.
Luna lo miró.
—No soy un mueble —se quejó suavemente—.
—No —respondió él—.
Sos lo único que evitaría que yo me vuelva peor que ellos si te pasa algo.
El silencio se hizo más denso.
Diego asintió despacio.
—Voy a hablar con Marcos —dijo—.
Pero no como antes.
Esta vez vamos a grabar todo.
Si está colaborando con ellos, lo vamos a saber.
Valeria tragó saliva.
—Déjenme estar cuando lo hagas —pidió—.
Si él me mira a los ojos mientras miente… voy a reconocerlo.
Diego dudó.
Brandon fue directo: —Si esto se rompe, Valeria, no sé si vas a poder volver atrás.
—Ya se rompió —contestó ella—.
Solo que ustedes no lo han visto todavía.
El detalle que se les escapó Cuando se fueron del Meridiano, nadie miró hacia arriba.
Nadie vio al hombre del edificio de enfrente, apoyado en un balcón oscuro, con un cigarrillo apagado en los dedos.
Había fotografiado cada gesto.
El sobre.
La cara de Luna.
El temblor en las manos de Valeria.
El momento exacto en que Diego reconoció la bodega en llamas.
Mandó las imágenes al mismo número que había enviado la foto inicial.
Agregó un mensaje: “Muertos de miedo, pero todavía jugando a ser valientes.
Ya eligieron quedarse.” La respuesta llegó en segundos: “Perfecto.
Entonces pasamos a la siguiente fase.” Y mientras ellos trazaban un plan para enfrentarlos, alguien ya había decidido cuándo y dónde sería el primer golpe.
REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna Creation is hard, cheer me up!
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