Entre el fuego y la distancia - Capítulo 31
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- Capítulo 31 - 31 CAPÍTULO 31 — LOS QUE MUEVEN LAS PIEZAS EN LA SOMBRA
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31: CAPÍTULO 31 — LOS QUE MUEVEN LAS PIEZAS EN LA SOMBRA 31: CAPÍTULO 31 — LOS QUE MUEVEN LAS PIEZAS EN LA SOMBRA Marcos no recordaba la última vez que había dormido una noche completa.
Tal vez antes del incendio.
Tal vez antes de que la organización decidiera que era más útil vivo que enterrado.
Ahora, el insomnio tenía nombre y rostro: Valeria.
El círculo rojo.
Y la foto de Luna, que había visto en una pantalla que no era la suya.
La reunión que no admite excusas El mensaje llegó a las 7:00 a.m.
“Hoy, 10:00.
Mismo lugar.
Sin tu amiga.” El “mismo lugar” era una oficina demasiado limpia en el piso catorce de un edificio empresarial sin letrero, con vista a una ciudad que parecía otra desde tanta altura.
Marcos llegó puntual.
Traje impecable, corbata ajustada, ojeras bien disimuladas.
El hombre del traje estaba ahí, claro.
También Claudia, apoyada en la ventana, fumando sin encender el cigarro.
—Señor Robles —saludó el hombre, sin levantarse—.
Ha sido un par de días… movidos.
Marcos se sentó, sin que se lo ofrecieran.
—Si me citan a esta hora —dijo—, supongo que no es para hablar de clima.
El hombre sonrió.
—No.
Es para hablar de control.
Deslizó el celular sobre la mesa.
En la pantalla, varias fotos: Luna frente al café.
Luna en el hospital.
Luna dentro del Meridiano con Diego, Brandon y Valeria, mirando el sobre.
Marcos sintió que el corazón le daba un vuelco doloroso.
—Les dije que la dejaran fuera de esto —murmuró.
—Y la dejamos —replicó el hombre—.
Hasta que ellos la metieron dentro.
¿No es curioso cómo las personas que supuestamente quieren proteger a alguien siempre lo llevan justo donde más le duele?
Claudia apagó el cigarro entre los dedos, como si necesitara sentir algo real.
—Diego habló con Moreno —informó—.
Pensaban que no los escuchábamos, pero uno de los nuestros estaba en la habitación contigua.
Quieren “apretarte”.
Saben que sos el eslabón más débil.
A Marcos no le quedó aire para disimular la bofetada.
—No soy su eslabón —respondió, más por reflejo que por convicción.
El hombre del traje no se molestó en discutir.
—Nos sirve que piensen eso —dijo—.
Pero no te llamamos para hablar de amor propio, sino de logística.
Se inclinó hacia adelante.
—Queremos que nos acerques a ellos.
La orden que parece propuesta —Diego va a buscarte —continuó—.
Lo sabes.
Es cuestión de horas.
Cuando lo haga, vas a demostrarle que todavía confía en vos… y los vas a llevar a donde nosotros digamos.
Marcos entrecerró los ojos.
—¿Una emboscada?
—No una emboscada —corrigió el hombre—.
Una conversación privada para aclarar deudas.
Si se comportan, todos salen caminando.
Si no… Se encogió de hombros, como si hablar de posibles muertes fuera discutir un cambio de menú.
Marcos sintió un ardor detrás de los ojos.
—Valeria no va a aceptar venir —dijo—.
Después de todo lo que ha visto, lo único que quiere es distancia.
Claudia soltó una risa suave, casi triste.
—No la conocés tanto como creés —Comentó—.
Si Diego le dice “necesito que estés ahí para saber si miente”, va a ir.
Aunque tenga miedo.
Sobre todo si tiene miedo.
El hombre del traje añadió: —Y la chica del café… vendrá por decisión propia.
Quiere respuestas.
Y la curiosidad es un anzuelo mucho más eficaz que cualquier amenaza.
Marcos apoyó los codos en las rodillas.
Se tapó la cara con las manos.
—¿Qué pasa si digo que no?
— preguntó, sin levantar la vista.
El silencio que siguió fue breve, pero pesado.
—No estás entendiendo la estructura de esta relación —respondió el hombre, al fin—.
“No” no es una opción que figure en el menú, Marcos.
Lo sabes desde la noche de la bodega.
Le arrojó un sobre, esta vez gris.
Marcos lo abrió con dedos torpes.
Dentro había una copia de un contrato, varios estados de cuenta, fotos suyas con la mujer que había vuelto “después de muchos años”, entrando a un hotel, saliendo de otra reunión.
Las fechas estaban cuidadosamente subrayadas.
—Tu pasado no solo es sentimental —dijo el hombre, tranquilo—.
También es legal.
Y muy, muy útil.
Claudia habló, más suave: —No te estamos pidiendo que los mates —dijo—.
Solo que los pongas en la sala correcta.
Lo que pase dentro… ya no será tu responsabilidad.
Marcos alzó la cabeza.
—Claro —respondió, irónico—.
Como lo de la bodega tampoco fue responsabilidad mía.
El hombre sonrió de nuevo.
—Vamos creciendo —murmuró—.
Mañana te mandaremos hora y lugar.
Solo tenés que lograr que estén ahí los cuatro: Diego, Brandon, la chica del café y Valeria.
Se levantó.
—Si lo hacés bien, nadie más tiene que salir en fotos.
La llamada que casi hace… y no hace De regreso en el carro, Marcos apoyó la frente en el volante.
Tenía el sobre gris en el asiento del copiloto.
Las fotos, mirándolo como testigos silenciosos.
Sacó su celular.
Buscó el contacto de Diego.
DIEGO — NÚM NUEVO El dedo le temblaba sobre el botón de llamada.
Podía hacerlo.
Podía decirle todo.
Podía mandarle las fotos, la grabación oculta que había activado en su bolsillo durante la reunión, el lugar donde iban a citarlos.
Podía romper el tablero en ese instante.
Y con él, su vida entera.
Lo pensó durante exactamente doce segundos.
Y al final, en lugar de llamar a Diego… escribió un mensaje a Valeria.
“Necesito verte.
Solo a vos.
Hoy.” Lo envió.
Dejó el teléfono boca abajo.
Encendió el motor.
Mientras el ruido del tráfico lo envolvía, solo una idea le daba vueltas en la cabeza: Tal vez aún estaba a tiempo de salvar a alguien.
El problema era decidir a quién.
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Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com