Entre el fuego y la distancia - Capítulo 32
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- Capítulo 32 - 32 CAPÍTULO 32 — CUANDO LA TRAMPA TAMBIÉN ES UNA OPORTUNIDAD
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32: CAPÍTULO 32 — CUANDO LA TRAMPA TAMBIÉN ES UNA OPORTUNIDAD 32: CAPÍTULO 32 — CUANDO LA TRAMPA TAMBIÉN ES UNA OPORTUNIDAD Valeria leyó el mensaje de Marcos tres veces.
“Solo a vos.
Hoy.” Había algo desesperado en esas tres palabras.
No sonaban a control, ni a excusa.
Sonaban a rendición.
Diego la observaba desde el otro lado de la mesa, en el Meridiano, ahora cerrado por “mantenimiento”.
—¿Qué dice?
—preguntó.
Ella le mostró la pantalla.
Diego frunció el ceño.
—Quiere aislarte.
—O quiere hablar conmigo antes de que lo hagas vos —respondió Valeria—.
Y si ese es el caso… puedo arrancarle algo que no le diría a nadie más.
Brandon, que había estado mirando la servilleta con el círculo por enésima vez, intervino: —Si vas, no vas sola.
—No pensaba hacerlo —contestó ella—.
Pero tampoco quiero entrar con escolta como si ya lo hubiéramos condenado.
Luna estaba en la barra, jugando con una cucharita de metal.
—Yo puedo estar cerca —propuso—.
Como clienta aburrida, como siempre.
Si algo se ve raro, les escribo, grito, tiro una mesa, lo que toque.
Diego se masajeó el puente de la nariz.
—Estamos empezando a parecer un plan improvisado de película mala —murmuró—.
Pero no tenemos mucho más.
Respiró hondo.
—Valeria, andá a verlo.
En un lugar público.
Nada de apartamentos, nada de calles solas.
Y tené esto encendido.
Le tendió un pequeño dispositivo.
—¿Eso es…?
—Grabadora —explicó—.
Si él está metido hasta el cuello, alguien le habrá dicho qué hacés, con quién te reunís, qué sabés.
Cualquier frase puede servir.
Valeria dudó.
Luego tomó el aparato.
—Si estoy equivocada sobre él —dijo—, me va a doler.
Pero prefiero que duela ahora… y no cuando ya no se pueda hacer nada.
La cita Eligieron un bar discreto pero concurrido.
Luz tenue.
Música de fondo suficiente para dar privacidad sin aislar.
Valeria llegó diez minutos tarde a propósito.
Marcos ya estaba ahí.
Tenía el traje sin corbata, la camisa a medio abotonar, los ojos cansados de alguien que dejó de fingir que dormía.
Cuando la vio, se levantó.
—Gracias por venir —dijo, sin intentar acercarse más de lo necesario.
Valeria se sentó frente a él.
Sintió el pequeño peso de la grabadora escondida en el bolsillo interior de su chaqueta.
—Dijiste que era urgente —respondió—.
Eso siempre funciona conmigo.
Marcos soltó una risa breve.
—Todavía.
Pidieron algo de beber por pura cortesía.
Cuando el mesero se fue, él habló primero.
—Sé que estás con Diego —dijo, directo—.
No te voy a pedir que dejes de verlo ni que le creás a él menos que a mí.
Valeria alzó las cejas.
—Eso ahorra tiempo.
—Lo que sí voy a pedirte —continuó Marcos— es que escuchés esto sabiendo que, si te miento hoy, probablemente no me veás nunca más.
Sus manos temblaban apenas sobre la mesa.
—Te escucho —dijo ella.
La confesión recortada Marcos se inclinó hacia adelante.
—Esa noche, la de la bodega —empezó—, yo no sabía que iban a prender fuego al lugar con gente adentro.
Sabía que era una jugada sucia, sí.
Sabía que Diego y su equipo estaban husmeando donde no los querían.
Sabía que querían darles “un susto”.
Los dedos de Valeria se apretaron contra el borde del vaso.
—¿Y qué hiciste?
—Lo que siempre hacía —contestó él, con amargura—: mirar hacia otro lado.
Firmar documentos que sonaban vagos.
Confiar en que lo peor no iba a pasar conmigo en la sala.
Se tomó un segundo.
—Cuando vi las noticias… cuando vi las imágenes… pensé que él estaba muerto.
Y por un momento —admitió, con la voz quebrada— me sentí aliviado.
Porque eso quería decir que nadie podía rastrear esa cadena de decisiones hasta mí.
Valeria tragó saliva.
—¿Lo estás diciendo en voz alta porque te pesa?
¿O porque te conviene que yo sepa que te pesa?
—preguntó.
Marcos la miró con algo que, por primera vez en mucho tiempo, sí se parecía a vergüenza.
—Porque me pesa —respondió—.
Y porque ahora me están pidiendo algo peor.
El corazón de Valeria dio un salto.
—¿Qué cosa?
Marcos bajó la voz.
—Quieren que los lleve a una reunión “para aclarar deudas”.
A Diego, a Brandon… y a esa chica.
Luna.
Valeria sintió cómo se le helaban las manos.
—¿Para qué?
—Dicen que solo quieren hablar.
Que si se comportan, todos salen caminando.
Ella lo sostuvo la mirada.
—¿Les creés?
—No —contestó, sin dudar.
La línea que decide cruzar Valeria respiró hondo.
—Entonces, ¿por qué estás siquiera considerándolo?
—preguntó—.
¿Por qué no los mandás al carajo, agarrás tus cosas y desaparecés?
Marcos rió, sin humor.
—Porque no tengo dónde caerme —dijo—.
Porque tienen todo: mis cuentas, mis contratos, mis errores.
Pueden destruir mi carrera en un día.
Pueden arrastrar conmigo a gente que no tiene nada que ver.
La miró fijo.
—Pueden arrastrarte a vos, si quieren.
Valeria sintió rabia.
Rabia hacia él, hacia la organización, hacia sí misma por seguir sentada ahí.
—Ya me arrastraste —respondió—.
A todos.
Marcos asintió, aceptando el golpe.
—Por eso te llamé —dijo—.
Porque si voy a hacer algo bien en todo este desastre, tiene que ser ahora.
Sacó un papel doblado del bolsillo.
Lo puso sobre la mesa.
—Este es el lugar donde quieren que los lleve —explicó—.
Y la hora.
Valeria no lo abrió.
—¿Me lo estás dando para que vayamos… o para que lo evitemos?
—preguntó.
Marcos sostuvo su mirada, y en esos segundos se decidió algo más grande que ellos dos.
—Para que decidan ustedes —dijo al fin—.
Yo ya elegí bastante por los demás.
Alguien más escucha Lo que ninguno de los dos sabía era que la decisión no era solo suya.
En un auto estacionado a media cuadra, un hombre con auriculares escuchaba la conversación a través de un micrófono direccional.
No era Diego.
No era Brandon.
No era nadie de su lado.
Cuando Marcos dijo “este es el lugar donde quieren que los lleve”, el hombre sonrió de lado.
Subió un poco el volumen, como si quisiera saborear cada palabra.
Cuando Valeria preguntó si se lo daba para ir o para evitarlo, tomó nota mental.
—Bonita forma de ponerlo —murmuró para sí.
En la pantalla de su celular, el jefe del traje esperaba una actualización.
Él escribió: “Marcos cooperando.
Ya tienen hora y lugar.
Vendrán preparados.” La respuesta tardó un poco más de lo habitual.
Cuando llegó, decía: “Mejor.
Así veremos hasta dónde creen que pueden controlarnos ellos a nosotros.” El papel que quema Esa noche, en el apartamento de Luna, los cuatro se reunieron de nuevo.
Valeria dejó el papel sobre la mesa.
Nadie lo tocó al principio.
Diego fue el primero en extender la mano y desdoblarlo.
Leyó en silencio.
Un antiguo depósito portuario, remodelado como salón de eventos privados.
Viernes, 21:00 horas.
—Les gustan los símbolos —dijo Brandon—.
Siempre el fuego, siempre los lugares que parecen abandonados pero no lo están.
Luna miró a los tres.
—No podemos ir —dijo—.
Es obvio.
Diego cerró los ojos un segundo.
—No ir —contestó— también es una forma de ir.
Si no aparecemos, van a buscarnos.
Y ahí perdemos toda posibilidad de elegir el terreno.
Valeria se cruzó de brazos.
—¿Estás diciendo que vamos a meternos voluntariamente en la boca del lobo?
—Estoy diciendo —respondió Diego— que tal vez sea la primera vez que sabemos con anticipación en qué boca va a estar.
Brandon se inclinó hacia adelante.
—Si vamos —añadió—, no vamos a “hablar”.
Vamos a arrancarles información.
Nombres, cuentas, jerarquías.
Algo que nos permita dejar de reaccionar.
Luna los escuchaba, sintiendo cómo el miedo y la determinación se entrelazaban dentro de ella.
—Entonces hay que ir —dijo, por fin.
Los tres la miraron.
—Pero vamos a ir a nuestra manera —continuó—.
No como invitados.
No como ovejas.
Si ellos tienen un plan… nosotros vamos a llevar el nuestro.
Diego asintió despacio.
—De acuerdo —dijo—.
A partir de ahora, cada cosa que hagamos será preparación para esa noche.
Dobló el papel otra vez.
Lo acercó a la vela encendida que había sobre la mesa.
El fuego lo tomó rápido.
En segundos, solo quedaron cenizas.
—Ellos tienen la copia —añadió—.
Nosotros ya lo tenemos en la cabeza.
Luna miró la llama morirse en el plato de cerámica.
Sintió que algo cambiaba dentro de ella.
Que dejaba de ser solo la chica del café, la que miraban desde la esquina.
Que empezaba a convertirse en alguien que también miraba hacia adentro del fuego.
Faltaban cuatro días para la reunión en el puerto.
Y ninguno de ellos sabía aún quién iba a salir caminando de allí… y quién no.
REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna Your gift is the motivation for my creation.
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