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Entre el fuego y la distancia - Capítulo 33

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  4. Capítulo 33 - 33 CAPÍTULO 33 — CUATRO DÍAS PARA APRENDER A RESPIRAR
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33: CAPÍTULO 33 — CUATRO DÍAS PARA APRENDER A RESPIRAR 33: CAPÍTULO 33 — CUATRO DÍAS PARA APRENDER A RESPIRAR El día después de quemar el papel, el tiempo se volvió raro.

Todo seguía igual en apariencia: el café abría, la gente trabajaba, los buses llegaban tarde como siempre.

Pero debajo de esa rutina, había una cuenta regresiva invisible.

Cuatro días.

Cuatro noches.

Y luego, el puerto.

El café que ya no es refugio Luna estaba en la barra del Meridiano, con el delantal puesto y el cabello recogido, intentando que nadie notara que tenía un revoltijo de miedo y adrenalina en el estómago.

—Buenos días —saludó a una clienta habitual—.

¿Lo de siempre?

—Sí, por favor —respondió la señora, sin adivinar que el mismo lugar donde ella venía a leer el periódico ahora tenía, en la trastienda, una servilleta con un círculo y un “PRONTO VOS”.

El celular de Luna vibró en el bolsillo.

Mensaje de Brandon.

Bran: ¿Cómo va el turno?

Luna: Normal.

Eso es lo que más asusta.

Bran: Hoy paso al cierre.

No me mires raro, vengo “por café”.

Ella sonrió sola.

Luna: Si pedís descafeinado, sospecho.

Bran: Entonces voy a pedir algo que no exista.

Como un día tranquilo.

Guardó el teléfono antes de que alguien la viera reírse sola frente a la máquina de espresso.

Valeria entró unos minutos después, con cara de “dormí tres horas y ninguna seguida”.

Se apoyó en la barra.

—Necesito algo que me despierte, me calme y me haga olvidar que en tres días vamos a entrar a un lugar donde podrían matarnos —dijo—.

¿Eso existe?

—No, pero te puedo hacer un café con canela —respondió Luna—.

Es lo más cerca.

Mientras preparaba la taza, Valeria bajó la voz.

—¿Brandon te escribió?

—Sí —dijo Luna, sin poder evitar el brillo en los ojos—.

Va a pasar después.

Quiere “ver cómo estoy”.

—Te quiere ver viva —corrigió Valeria—.

Es su forma torpe de decirlo.

Luna le dejó la taza delante.

—¿Y Marcos?

—preguntó.

Valeria apretó la porcelana entre las manos.

—No sé si lo odio o me da lástima —admitió—.

Anoche me dijo que nos estaban usando como piezas… y que está cansado de moverlas sin preguntar.

—¿Le creés?

Valeria se tomó un segundo.

—Le creí lo que le dolía —respondió—.

Lo demás… lo vamos a comprobar en el puerto.

El ensayo del miedo Esa tarde, los cuatro se reunieron en el apartamento de Diego.

La mesa estaba llena de mapas impresos del puerto, fotos satelitales, bocetos de entradas y salidas.

—No es una película —dijo Diego, marcando con un bolígrafo—.

Nadie aquí es experto en infiltraciones.

Lo más prudente sería no ir.

Lo sabemos todos.

Se hizo un silencio extraño.

—Y aun así vamos —añadió.

Brandon se apoyó en el respaldo de la silla.

—¿Cómo lo ves?

—preguntó—.

¿Ellos adentro, nosotros llegando como invitados…?

—Ellos adentro, nosotros entrando antes —corrigió Diego—.

Si podemos meternos media hora previo, desde un lateral, tendremos al menos idea de si nos esperan con fiesta o con ataúd.

Valeria señaló el mapa.

—Este acceso de carga… —dijo—.

Está casi siempre vacío de noche.

Si pagamos al guardia correcto, puede “no vernos”.

—Lo conozco —respondió Diego—.

No me fío.

Luna levantó la mano, como si estuviera en clase.

—Tengo una pregunta horrible —dijo.

—Dale —la animó Brandon.

—Si todo sale mal —trató de mantener la voz firme—.

Si uno se queda ahí… ¿qué pasa con los demás?

Diego sostuvo su mirada.

No la decoró con frases bonitas.

—Si alguien se queda, los otros corren —respondió—.

No jugamos a mártires.

Un muerto no sirve.

Un vivo puede hacer algo con lo que vio.

Luna asintió.

No le gustó la respuesta.

Pero la creyó.

—Entonces… —susurró— más nos vale salir todos caminando.

Lo que nadie quiere admitir en voz alta Cuando la reunión se disolvió, Brandon se quedó ayudando a recoger papeles.

Luna fue la última en ponerse de pie.

Diego se encerró en su cuarto un momento, con la excusa de “hacer unas llamadas”.

Valeria miró a Luna y a Brandon, juntos en la puerta.

—Yo me voy antes de que empiecen a decirse cosas bonitas —bromeó—.

Si mañana sigo viva, nos vemos en el café.

Salió.

Luna quedó sola con Brandon en el pasillo.

—¿Tenés miedo?

—preguntó él.

—Mucho —admitió ella—.

¿Vos?

Brandon sonrió, pero los ojos no lo acompañaron.

—También —dijo—.

Pero la idea de dejarte sola me da más miedo todavía.

Se miraron un segundo que les pareció más largo que los cuatro días que venían.

—Si algo me pasa… —empezó él.

—No —lo interrumpió Luna—.

No me digás eso.

No vas a practicar despedidas conmigo.

—No es despedida —respondió él—.

Es promesa.

Se acercó un poco más.

Lo suficiente para que ella sintiera el olor a jabón y café que lo acompañaba siempre.

—Promesa de que no voy a dejar que te toquen —susurró—.

Aunque me queme con ellos.

Luna tragó saliva.

Quiso besarlo.

Quiso decirle que ya no le importaban los miedos anteriores, ni las historias viejas, ni las reglas que se habían inventado para protegerse.

Pero solo consiguió decir: —Entonces no te quemés solo.

Brandon la miró un segundo más, como quien guarda una imagen para un lugar seguro en la memoria.

—No pienso hacerlo —dijo al fin.

Se dio la vuelta.

Cuando se fue, a Luna le quedó un pensamiento clavado: Tal vez el problema no era el fuego.

Sino la distancia a la que cada uno estaba dispuesto a quedarse de él.

REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna Creation is hard, cheer me up!

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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