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Entre el fuego y la distancia - Capítulo 37

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  4. Capítulo 37 - 37 CAPÍTULO 37 — VALERIA ENTRE LA CHAPA Y LA SOMBRA
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37: CAPÍTULO 37 — VALERIA ENTRE LA CHAPA Y LA SOMBRA 37: CAPÍTULO 37 — VALERIA ENTRE LA CHAPA Y LA SOMBRA Valeria se pegó a la pared de la bodega lateral, conteniendo la respiración.

Desde ahí, apenas distinguía fragmentos de voces que se colaban por una rendija en el metal.

“Luna.” “…no desperdiciar piezas útiles.” “…terminamos lo que empezó aquella noche.” Cada palabra era un hilo que se enredaba alrededor de su garganta.

Luna estaba adentro.

No en la forma en que habían planeado.

No con ellas entrando por el lateral.

Sino amarrada a una silla.

La señal de Diego —la mano en la oreja derecha— había llegado como un golpe raro: “Todo según lo planeado”, decía el código.

Pero la voz de él no sonaba a “todo según lo planeado”.

Sonaba a alguien comprando tiempo con migajas.

El aliado que llega tarde, pero llega —Valeria.

La voz a su espaldas casi la hizo gritar.

Se giró con el corazón desbocado.

Marcos estaba ahí.

Sin corbata, con la camisa oscura pegada al cuerpo por el sudor.

Los ojos abiertos de par en par.

—¿Qué hacés acá?

—susurró ella, molesta y aliviada al mismo tiempo—.

Te dijeron que entraras por la puerta principal.

—Me dijeron muchas cosas —respondió—.

Pero cuando vi a ese tipo con chaleco de tránsito en la esquina del café… supe que no querían solo hablar.

Valeria sintió otra pieza encajar.

—Vos sabías que iban a mover algo —lo acusó.

Marcos negó.

—Sabía que iban a verificar si yo seguía siendo útil —dijo—.

No que se iban a llevar a la primera persona que te importa que se les cruzara enfrente.

Sus ojos se desviaron un segundo hacia el mar oscuro detrás de las bodegas.

Volvió a mirarla.

—¿Tenés tu teléfono?

—Está en modo avión, sin GPS, sin nada —respondió—.

Como Diego dijo.

Pero aunque lo encendamos, acá no hay señal.

Tienen bloqueadores.

Marcos maldijo por lo bajo.

—Entonces lo único que tenemos somos nosotros —resumió.

Ella lo miró con una mezcla de rabia y cansancio.

—Eso y tu conciencia, que llega tarde pero parece estar despierta —dijo.

Marcos sonrió, sin ganas.

—Mi conciencia lleva años gritando en un cuarto vacío —contestó—.

Hoy, por primera vez, alguien más la escucha.

Subir para ver mejor Valeria señaló una estructura metálica anclada a la pared lateral de la bodega.

Una escalera oxidada que subía hacia un tragaluz sellado.

—Si arriba hay alguna rendija —dijo—, puedo ver cómo están ubicados, cuántos son, desde dónde nos pueden disparar.

—Te vas a matar —objetó él.

Ella lo miró fijo.

—Ya lo estoy haciendo en cámara lenta —respondió—.

Prefiero elegir cómo.

Marcos se quedó callado.

Luego, sin discutir más, entrelazó las manos para hacerle un apoyo improvisado.

—Subí —dijo—.

Si te caés, me caigo con vos.

Valeria pisó sus manos, sintiendo el temblor en los dedos de él.

Subió el primer peldaño.

Luego el segundo.

El metal crujía, pero aguantaba.

A media altura, pudo escuchar mejor.

Las voces venían con más claridad desde un panel de plástico mal encajado.

Entre las rendijas, vio luces blancas golpeando el cemento.

Siguió subiendo hasta alcanzar el borde del tragaluz.

Estaba sucio, pero no completamente opaco.

Se agachó.

Contuvo la respiración.

Y miró hacia abajo.

El tablero visto desde arriba Desde esa altura, la bodega parecía otra cosa.

El rectángulo de luz media sobre el centro.

La mesa.

Tres sillones ocupados.

Cuatro hombres armados en las esquinas.

Y Luna.

La silla, ligeramente ladeada.

Las muñecas amarradas.

La cabeza semi erguida, como si estuviera luchando contra el sedante a golpes de voluntad.

Valeria sintió que algo se le desgarraba en el pecho.

Vio también a Diego y a Brandon.

Parados frente a la mesa, sin armas visibles, pero con el cuerpo en tensión absoluta.

Más allá, en una zona en penumbra, distinguió otra figura apoyada en la pared.

Lucas.

El hermano de Brandon.

Con un vendaje fresco en la frente, los ojos clavados en la escena, las manos sueltas pero el cuerpo rígido como si estuviera amarrado por dentro.

No estaba atado.

Pero tampoco estaba libre.

Valeria bajó la cabeza un segundo.

—Hay más de lo que pensábamos —susurró hacia abajo.

—¿Qué ves?

—la voz de Marcos subió como un eco ahogado.

—Cuatro hombres armados.

Tres en la mesa.

Luna atada.

Diego y Brandon de pie.

Y Lucas… lo tienen de testigo— respondió—.

Si esto sale mal, no solo nos rompen a nosotros.

Le rompen todo a él.

Marcos se quedó un momento en silencio.

—¿Alguna salida lateral?

—preguntó.

—Atrás, a la derecha.

Una puerta pequeña.

Sin luz —dijo ella, midiendo.

—Entonces necesitamos ruido.

Valeria entendió.

Si querían una oportunidad, tenían que romper la armonía de esa escena ordenada.

Alterar el sonido, la luz, algo.

—Puedo lanzar algo sobre una lámpara —pensó en voz alta—.

Si logro romper una, se genera sombra.

Con sombra, Diego tiene minuto y medio para hacer algo.

—¿Y vos?

—preguntó Marcos—.

¿Qué vas a hacer mientras él hace “algo”?

Ella apretó los dientes.

—Lo que sea necesario para que Luna no sea la que pague la cuenta.

Se inclinó un poco más, buscando un ángulo.

Sus dedos se aferraron al marco del tragaluz.

La chapa estaba más floja de lo que parecía.

Un milímetro más… Un crujido seco.

Valeria se quedó inmóvil.

Abajo, Claudia alzó la vista apenas, como si hubiera sentido un cambio de aire.

No vio nada.

Pero frunció el ceño.

—Tenemos compañía —murmuró.

El hombre del traje hizo un gesto a uno de los guardias.

—Revisa el perímetro —ordenó—.

Alguien siempre cree que puede colarse por el techo.

Valeria cerró los ojos un segundo.

Respiró hondo.

—No hay tiempo —susurró—.

Voy a hacerlo ahora.

Sus dedos buscaron el borde de una piedra suelta cerca del tragaluz.

La tomó.

Calculó.

Y apuntó a la lámpara más cercana a Luna.

Si fallaba, podía matarla.

Si acertaba, podía darle la única ventana que tendrían.

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Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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