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Entre el fuego y la distancia - Capítulo 38

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  4. Capítulo 38 - 38 CAPÍTULO 38 — MAPAS QUE NADIE QUISO DIBUJAR
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38: CAPÍTULO 38 — MAPAS QUE NADIE QUISO DIBUJAR 38: CAPÍTULO 38 — MAPAS QUE NADIE QUISO DIBUJAR El tablero sobre la mesa El apartamento de Valeria parecía otro.

No porque hubieran cambiado los muebles, sino porque ahora había cosas que antes no existían: fotocopias arrugadas, fotografías impresas, notas adhesivas con nombres y fechas, una cuerda roja cruzando la pared como una cicatriz.

Diego había convertido su comedor en un mapa.

Luna estaba sentada en una de las sillas, con un vaso de agua entre las manos y el ceño fruncido.

Brandon apoyaba la espalda en la pared, con los brazos cruzados.

Lucas, todavía con moretones visibles, sostenía una carpeta que olía a hospital y desinfectante.

Valeria caminaba de un lado a otro, intentando recordar en qué momento su vida había pasado de buscar estabilidad con Marcos a estar parada en medio de una conspiración que sonaba peor que cualquier serie.

—Entonces —dijo Diego, señalando el círculo rojo dibujado en una foto—, esto no es solo una marca de amenaza.

Es un código.

Luna miró la imagen: la puerta de su apartamento, con el círculo que había encontrado aquella tarde.

Al lado, otra foto: la entrada del edificio donde habían atacado a Lucas.

Otro círculo.

Ligero cambio en el trazo, casi imperceptible.

—Yo solo vi un dibujo feo —murmuró.

Lucas se inclinó hacia delante.

—Fijate en la parte de abajo —dijo—.

Es más abierta.

Y en el de mi edificio, está más cerrada.

Cuando trabajé con ellos… —se interrumpió un segundo, incómodo—, escuché que usaban variaciones para indicar “observación”, “advertencia” o “último aviso”.

Brandon apretó la mandíbula.

—¿Y el nuestro cuál es?

—preguntó.

Lucas tragó saliva.

—El tuyo… —señaló la foto de la puerta de Luna— es advertencia.

El mío era castigo.

No querían matarme.

Querían que alguien se asustara lo suficiente como para obedecer.

Brandon soltó una risa amarga.

—Funcionó a medias —dijo—.

Me asusté.

Pero no obedecí.

Diego respiró hondo.

—Y ahora no somos solo vos o yo —añadió—.

Ahora hay más nombres en el radar.

Valeria, Luna, Lucas… Marcos.

Valeria sintió su nombre como un golpe doble.

—Marcos se metió solo —dijo—.

Él decidió mirar para otro lado mientras firmaba contratos con gente que olía raro.

Y aunque está herido… —se apretó el puente de la nariz—, eso no borra lo que hizo.

Luna se mordió el labio.

—¿Y qué hacemos con todo esto?

—señaló la pared—.

Porque ver el mapa da miedo, pero no cambia el hecho de que ellos tienen más poder, más gente y más recursos.

Nosotros tenemos… —los miró a todos— …un café, un departamento y muchas ganas de no morir.

Un silencio denso se instaló.

Diego soltó el marcador.

—Tenemos algo más —dijo—: ellos nos subestimaron.

Y también tenemos algo que antes no teníamos.

—¿Qué?

—preguntó Brandon.

Diego miró a Luna, luego a Lucas, luego a Valeria.

—Nos tenemos los unos a los otros —respondió.

Era cursi.

Era cliché.

Era, sin embargo, lo único que hacía que el miedo no los paralizara del todo.

Lo que Lucas nunca había contado Más tarde, cuando el sol ya estaba cayendo y el cansancio empezaba a notarse en los hombros de todos, Lucas pidió hablar.

—Hay algo que no les dije —admitió, con la mirada clavada en el mantel—.

No solo me golpearon para asustar a Brandon.

También… me hicieron una propuesta.

Brandon enderezó la espalda.

—¿Qué propuesta?

—preguntó, la voz un poco más baja de lo necesario.

Lucas se encogió, avergonzado.

—Que te convenciera de alejarte de Luna.

Que te recordara lo del incendio.

Que te dijera que no valía la pena —se tocó las costillas, aún doloridas—.

Cuando dije que no, hicieron… esto.

Luna sintió una presión en el pecho.

—Lo siento —murmuró—.

No quería que nadie saliera lastimado por mi culpa.

—No fue por tu culpa —la interrumpió Brandon, casi con brusquedad—.

Fue por la de ellos.

Y por la mía, por creer que podía seguir esquivándolos sin enfrentarlos.

Diego asintió.

—Siempre creyendo que el problema se resuelve corriendo más rápido —dijo, medio para sí—.

Lo hice un año entero.

Valeria se cruzó de brazos.

—Pues de algo tiene que servir tanto dolor —añadió—.

No pienso que todo esto termine solo con que nos retiramos a vivir escondidos en otra ciudad.

Lucas respiró profundo.

—Cuando trabajaba para ellos, escuché nombres —dijo—.

No muchos.

Todo era compartimentado.

Pero recuerdo uno: Salvatierra.

Lo mencionaban con respeto.

El del bastón, dice la gente.

A él le reportan las marcas, los cierres, las “limpiezas”.

La palabra limpiezas dejó un eco desagradable.

Diego lo anotó.

—Si encontramos a Salvatierra —murmuró—, encontramos al menos una rama del árbol.

—¿Y después qué?

—preguntó Luna—.

¿Le damos un discurso y se arrepiente?

Brandon habló antes que nadie más.

—Después hacemos algo que ellos odian —dijo—: les quitamos el control de la historia.

El plan que todavía no es plan La noche cayó del todo.

Desde la ventana del apartamento se veía una parte de la ciudad: luces intermitentes, autos, sombras que iban y venían.

—Necesitamos tres cosas —dijo Diego—: información, tiempo y un lugar donde ellos crean que mandan… pero donde nosotros tengamos la ventaja.

Valeria levantó la mirada.

—Información —repitió—.

Si nos están vigilando tanto, significa que dejan rastros.

Gente.

Rutinas.

Luna pensó en el café.

En los clientes que entraban y salían.

En los que no pedían nada.

En los que siempre se sentaban donde se veía la calle.

—Creo que ya sé por dónde empezar —dijo, despacio—.

El Meridiano está siendo observado desde hace días.

No era paranoia.

Es hora de mirar de vuelta.

Brandon negó con la cabeza al instante.

—Ni lo soñés —dijo—.

No vas a ponerte de carnada.

—Ya lo soy —respondió ella, con una calma que lo desarmó—.

La diferencia es que ahora lo sé.

Y que no voy a estar sola.

Diego intervino.

—No vamos a empujarla al fuego —aclaró—.

Solo vamos a encender una luz para ver quién se acerca.

Valeria sintió una mezcla rara de miedo y adrenalina.

—Entonces mañana —dijo—, el café se convierte en otra cosa.

—¿En qué?

—preguntó Lucas.

Ella lo pensó un segundo.

—En el lugar donde vamos a dejar de ser presa… y empezar a observar al cazador.

Diego la miró.

Había algo nuevo en sus ojos.

No era solo dolor, ni solo culpa.

Era respeto.

Y quizás, apenas, el inicio de algo que todavía no tenía nombre.

Al salir esa noche del apartamento, cada uno se fue con un miedo distinto.

Pero también con la sensación de que, por primera vez, habían movido una pieza en lugar de esperar la siguiente jugada de “ellos”.

Lo que ninguno sabía era que, mientras hablaban, alguien más ya había marcado el próximo lugar de encuentro.

Y no era el café.

REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna Your gift is the motivation for my creation.

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Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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