Entre el fuego y la distancia - Capítulo 39
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- Capítulo 39 - 39 CAPÍTULO 39 — EL CAFÉ QUE EMPIEZA A MIRAR ATRÁS
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39: CAPÍTULO 39 — EL CAFÉ QUE EMPIEZA A MIRAR ATRÁS 39: CAPÍTULO 39 — EL CAFÉ QUE EMPIEZA A MIRAR ATRÁS Los ojos detrás de la taza A las nueve de la mañana, el Meridiano olía a café recién molido y a plan mal disimulado.
Luna limpiaba la barra por tercera vez, aunque no había una sola mancha.
Brandon estaba sentado en una mesa cerca de la puerta, fingiendo revisar algo en su celular.
Diego estaba en la barra, aparentemente leyendo las noticias en una tablet.
Valeria ocupaba una mesa al fondo, con un cuaderno abierto como si estuviera trabajando.
Desde afuera, eran clientes cualquiera.
Por dentro, todos estaban con los nervios disparados.
—Parecemos actores malos —murmuró Valeria, sin levantar la vista.
—Tranquila —respondió Diego, sin mirarla—.
Los malos actores son precisamente los que pasan desapercibidos.
Nadie espera peligro donde hay torpeza.
Luna habría reído cualquier otro día.
Ese no.
La campanita de la puerta sonó.
Entró un hombre de gorra, lentes oscuros a pesar de que el día estaba nublado.
Pidió un café, se sentó cerca de la ventana y sacó un cuaderno donde no escribió nada.
Diego hizo una marca mental.
Diez minutos después, entró otro: chaqueta oscura, manos en los bolsillos, mirada que recorría el lugar demasiado rápido.
No pidió nada.
Fingió buscar a alguien y salió de nuevo, pero se quedó a menos de una cuadra, fumando.
Brandon apretó la mandíbula.
—¿Cuántos necesitás para creerme que te vigilan?
—susurró, cuando Luna se acercó a dejarle una taza que no había pedido.
—No necesito más —respondió ella—.
Necesito saber quién coordina.
A media mañana, cuando el flujo de gente era mayor, entró alguien que ninguno esperaba.
Lucas.
Con una gorra sencilla y una mochila al hombro.
Luna lo miró con sorpresa.
—¿Qué hacés aquí?
—preguntó en voz baja cuando se acercó a la barra.
—Trabajar —respondió, dejando la mochila—.
Si van a jugar a detectives, no van a hacerlo sin el que ya fue mensajero del diablo.
Diego se acercó un poco.
—¿Estás seguro?
—preguntó, serio—.
Aún estás en su radar.
Lucas sonrió torcido.
—Precisamente por eso —dijo—.
Si alguien me reconoce, lo vamos a saber al instante.
El error del observador Pasadas las once, el hombre de la gorra pidió otro café.
Luna lo atendió, sonriendo lo justo.
—¿Ya se acostumbró al sabor?
—preguntó, como si fuera cualquier conversación.
—Es… aceptable —respondió él, sin mirarla.
Su acento no era de allí.
Al acercarse a la mesa, Luna notó algo: el cuaderno tenía una esquina doblada con un sello muy tenue, como de oficina.
No alcanzó a leerlo todo, pero una palabra le saltó a la vista: Logística.
Regresó a la barra con el corazón apretado.
—Ese tipo no es un matón cualquiera —murmuró—.
Trabaja en algo formal.
O finge muy bien.
Diego se levantó despacio.
—Yo voy a pagar —anunció en voz alta, dirigiéndose a la caja.
Era la señal que habían acordado.
Brandon miró a Lucas.
—Es ahora —dijo.
Lucas respiró hondo.
—Voy —respondió.
Salió del café con una aparente naturalidad.
Cruzó frente al hombre de la gorra, lo miró un segundo más de lo normal.
El tipo se tensó.
Fue mínimo, casi imperceptible, pero suficiente.
Diego lo vio desde la barra.
—Lo reconoció —murmuró.
Valeria sintió un frío en la espalda.
El hombre dejó dinero de más sobre la mesa, se levantó y salió del café.
Desde dentro, podía parecer simple casualidad.
Desde su mesa del fondo, Valeria sacó el teléfono, como si revisara mensajes.
—Idiota… —susurró, sin poder evitarlo—.
No se dio cuenta que ahora también lo observan a él.
Brandon esperó diez segundos.
Después, salió.
A unos metros, en la esquina, Lucas caminaba despacio, fingiendo revisar una vitrina.
El hombre de la gorra estaba detrás, con el paso de quien no quiere parecer apurado, pero sigue a alguien.
Brandon cruzó la calle por el otro lado.
Empezaba el juego.
La primera pieza Caminaron tres cuadras.
Lucas dobló a la derecha en una calle menos transitada.
El hombre lo siguió.
Brandon acortó distancia.
Diego, desde más atrás, controlaba que no hubiera un tercer observador.
Cuando Lucas se detuvo frente a una tienda cerrada, el hombre de la gorra también se detuvo.
—Te dijeron que no te metieras de nuevo, Moreno —dijo, sin rodeos—.
Pensé que tenías más amor propio.
Lucas sonrió sin humor.
—El amor propio no sirve cuando los golpes ya te los dieron —respondió—.
Además, me aburrí de obedecer.
El hombre hizo un gesto de fastidio.
—No hagás esto más difícil —dijo—.
Sabés cómo termina.
—Tal vez esta vez termina distinto.
Fue en ese momento cuando Brandon apareció a su espalda, rápido.
No lo golpeó.
Solo le puso una mano firme en el hombro y otra en la muñeca, en el ángulo exacto para inmovilizarlo sin llamar demasiado la atención.
—Respirá —murmuró cerca de su oído—.
No queremos matarte.
Queremos hablar.
El tipo se tensó.
—Están locos —escupió—.
No tienen idea de con quién se metieron.
—Vos tampoco —intervino Diego, acercándose—.
Antes solo éramos nombres en sus reportes.
Ahora tenés nuestras caras.
El hombre miró alrededor.
Nadie parecía prestar atención.
Llena de miedo, pero también de una extraña fuerza, Valeria se había acercado unos metros, teléfono en mano, apuntando como si sólo fuera una chica curiosa grabando algo en la calle.
En realidad, estaba grabando todo.
—Decime solo una cosa —pidió Lucas—.
¿Salvatierra sigue siendo el que firma las órdenes?
El hombre dudó.
Fue un gesto pequeño.
Suficiente.
—No todo gira alrededor de él —respondió—.
Pero si necesitás un nombre que maldecir, sí.
Sigue ahí.
Brandon apretó un poco más.
—Ahora escuchá —dijo—.
Vas a entrar al café como si nada.
Te vas a sentar.
Y te vas a quedar ahí una hora.
No vas a llamar a nadie.
No vas a mandar mensajes.
Y si lo haces… —se inclinó más—, serás el primero en descubrir que no somos solo víctimas asustadas.
El tipo lo miró, desafiante… y algo vio en los ojos de Brandon que lo hizo bajar la guardia.
—Están jugando con fuego —fue lo único que dijo.
Diego casi sonrió.
—Acostumbrate —respondió—.
Para algunos, es la única forma de ver mejor.
Lo soltaron.
El hombre volvió al café, nervioso.
Luna lo vio entrar.
Estaba lívido.
Valeria detuvo la grabación.
Tenían algo nuevo: un rostro, una voz, la confirmación de un nombre.
Y, sobre todo, una prueba de que podían hacer algo más que esperar el siguiente golpe.
Pero esa pequeña victoria traía consigo un precio invisible todavía.
Porque, mientras todos creían que era su primer movimiento “controlado”, una cámara cualquiera de la ciudad había captado la escena desde la esquina contraria.
Alguien estaba mirando su intento de rebelión… y empezaba a interesarse demasiado.
REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna Creation is hard, cheer me up!
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