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Entre el fuego y la distancia - Capítulo 40

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  4. Capítulo 40 - 40 CAPÍTULO 40 — LA LÍNEA QUE EMPIEZA A CRUZARSE
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40: CAPÍTULO 40 — LA LÍNEA QUE EMPIEZA A CRUZARSE 40: CAPÍTULO 40 — LA LÍNEA QUE EMPIEZA A CRUZARSE El mensaje que no llega solo Esa noche se reunieron otra vez en el apartamento de Valeria.

Ahora, además del mapa en la pared, había un portátil abierto en la mesa.

El video que Valeria había grabado se repetía una y otra vez: el hombre de la gorra, la conversación, la mención de Salvatierra.

—No es perfecto —dijo Diego—, pero es suficiente para demostrar que no estamos inventando nada.

—¿A quién se lo vas a enseñar?

—preguntó Luna—.

¿A la policía que quizás también trabaja para ellos?

¿A un periodista al que pueden callar?

Diego se recostó en la silla.

—No lo sé todavía —admitió—.

Pero por primera vez, tenemos algo que no viene de sus manos.

Algo que pueden temer que se filtre.

Brandon miraba el video en silencio.

—Nosotros también tenemos algo que temer —dijo—.

Él nos vio la cara.

Nos escuchó los nombres.

No tardará en reportarlo.

Lucas negó con la cabeza.

—No si cree que lo podemos reventar primero —replicó—.

Ese tipo no es los de arriba.

Es un intermediario que no quiere perder su pequeño lugar.

El miedo también funciona del otro lado.

Valeria se frotó las sienes.

Estaba agotada.

No solo físicamente: algo dentro de ella se sentía estirado, como una cuerda a punto de romperse.

—Necesitamos un respiro —murmuró—.

Algo que no sea solo reacción y reacción.

Luna asintió.

—Un día sin sobres, sin círculos, sin seguir a nadie —dijo—.

Solo trabajar, comer, dormir.

Brandon la miró como si acabara de pedirle la luna en una bandeja.

—Lo vamos a tener —prometió—.

No sé cuándo, pero lo vamos a tener.

El timbre sonó.

Los cinco se tensaron.

Valeria intercambió una mirada con Diego.

—¿Esperás a alguien?

—preguntó él.

—No.

Luna sintió un escalofrío.

Brandon se levantó.

—Yo abro —dijo.

Fue a la puerta, miró por la mirilla.

Su cuerpo se relajó apenas.

—Es Marcos —anunció.

El invitado incómodo Marcos entró sin la arrogancia de antes.

No traía traje, ni maletín, ni el aire de hombre ocupado que siempre estaba dos pasos adelante.

Venía con una chamarra sencilla, ojeras marcadas y una incomodidad evidente al ver la mesa, el video pausado, las caras.

—Perdón por aparecer así —dijo—.

Pero… creo que esto es mío.

Sacó un sobre arrugado del bolsillo interior.

Negro.

Con un círculo rojo en la esquina.

Valeria sintió que el alma se le caía a los pies.

—¿Cuándo te llegó eso?

—preguntó, la voz más alta de lo que quería.

Marcos la miró.

—Hace tres días —respondió—.

Pensé que era una estupidez.

Hasta que escuché a uno de mis socios mencionar la palabra “limpieza” en una llamada.

Ahora no puedo dejar de ver ese círculo cada vez que cierro los ojos.

Luna se acercó un poco.

—¿Lo abriste?

—preguntó.

Él asintió.

Abrió el sobre.

Dentro había una sola hoja.

Una frase, en letras mayúsculas: LOS DISTRAÍDOS SON LOS PRIMEROS EN CAER.

Y, debajo, una lista corta de números de cuenta.

—Son mías —dijo Marcos, con la garganta seca—.

Cuentas que abrí sin hacer demasiadas preguntas.

Pensé que era “optimización fiscal”.

Ahora no sé qué son.

Diego tomó la hoja.

—Son la soga que tienen en tu cuello —dijo—.

Si caés, no vas a caer solo.

Te van a usar de ejemplo.

Marcos se dejó caer en una silla.

—Lo sé —admitió—.

Por eso vine.

Pensé que… si ya estoy en medio de esto, prefiero estarlo con gente que quiere salir, no con los que se acostumbraron a estar cómodos en la mierda.

Valeria lo observó, en silencio.

No era el mismo hombre que se preocupaba más por su imagen que por la urgencia de sus heridas.

Había algo roto.

Y algo nuevo tratando de nacer.

—¿Estás dispuesto a algo más que hablar?

—preguntó ella, al fin.

Marcos la miró.

—Estoy dispuesto a ver quiénes son de verdad —respondió—.

Y, si puedo, a tirar de la cuerda correcta.

La llamada que cambia el tono Mientras discutían qué hacer con esa nueva información, el teléfono de Luna vibró.

Número desconocido.

El corazón le dio un salto.

Se apartó un poco, contestó.

—¿Hola?

Silencio un segundo.

Luego, una voz conocida.

Demasiado.

—Pensé que ya no contestabas números raros —dijo Ana.

Luna cerró los ojos un instante.

—¿Cómo conseguiste mi número?

—preguntó.

Una risa suave.

—No te asustes.

No te estoy vigilando a vos.

Bueno, no directamente —dijo Ana—.

Pero sí estoy vigilando a quien empezó a vigilarte más de la cuenta.

Luna tragó saliva.

—¿Qué querés?

—Avisarte de algo —respondió—.

El movimiento del café llamó la atención.

No de los matones de siempre.

De alguien más arriba.

No sé si tomarlo como halago o como problema.

Luna se giró.

Todos la miraban.

Diego se acercó.

—Poné en altavoz —pidió.

Ella obedeció.

—Ana —dijo Diego—.

Tenemos un nombre nuevo: Salvatierra.

Y un mensaje.

Y cuentas.

—Lo sé —respondió ella, sin sorpresa—.

No soy la única que mira cámaras, ¿sabés?

Brandon sintió un nudo en el estómago.

—¿Entonces jugaste con nosotros?

—soltó—.

¿Dejaste que hiciéramos todo eso solo para ver qué hacíamos?

—No exactamente —replicó Ana—.

Ustedes se movieron solos.

Yo solo decidí no frenar el espectáculo.

Y ahora tengo algo que ofrecerles de verdad.

Un silencio cargado.

—Hablá —dijo Diego.

—Los de arriba quieren probarlos —explicó ella—.

Creen que pueden usarlos para limpiar una parte del problema.

Les encanta tercerizar el daño.

Van a ofrecerles un trato.

Valeria apretó el papel que sostenía.

—¿Y qué ganan ellos con eso?

—preguntó.

—Lo de siempre —dijo Ana—.

Se deshacen de gente incómoda, quedan como cooperadores y mantienen el resto intacto.

Luna habló, por primera vez desde que la pusieron en altavoz.

—¿Y qué ganamos nosotros?

Hubo una pausa.

Cuando Ana habló, su voz sonó menos distante.

—La posibilidad de no morir en la primera ronda —respondió—.

Y, si juegan bien, de sacar a más de uno de ahí dentro.

Diego negó con la cabeza.

—No quiero ser herramienta de ellos —dijo.

—Ya lo sos —respondió Ana, sin suavidad—.

La diferencia es si lo hacés a ciegas o sabiendo dónde apuntar.

El silencio pesó.

Finalmente, Ana añadió: —Piensen rápido.

No son los únicos en la mira.

Y no tienen todo el tiempo del mundo.

La llamada se cortó.

La habitación quedó en un extraño estado intermedio: ni esperanza ni derrota.

Solo una presión en el pecho que se parecía mucho a la sensación de estar parado justo en la mitad de un puente en llamas.

Luna se sentó.

—No quiero que esto se convierta en “trabajamos para ellos” —susurró—.

Pero tampoco quiero volver a la etapa en la que solo esperábamos el próximo sobre.

Diego la miró.

Y en sus ojos, los de todos, había una sola certeza: Ya no era posible volver a la vida de antes.

Ni al café inocente.

Ni al amor sin miedo.

El círculo nuevo Esa noche, cuando todos se fueron, Luna llegó a su apartamento con la cabeza a punto de estallar.

Abrió la puerta.

Encendió la luz.

Y lo vio.

Otro sobre negro en el suelo.

Sintió que el corazón se le detenía.

Se agachó despacio, las manos temblando.

El círculo rojo, esta vez, no estaba perfecto.

Tenía una ligera abertura en un lado, como una puerta entornada.

Y debajo, por primera vez, había letras pequeñas.

Dos palabras.

Que nadie más conocía.

Que nadie más debería conocer.

NOCHE AZUL.

Luna sintió que las piernas se le aflojaban.

“Noche Azul” era el nombre del único lugar al que nunca le había contado a Brandon que había ido.

Un bar viejo donde había trabajado una semana entera hace años, antes de huir de algo que todavía no había nombrado.

El pasado que había intentado dejar enterrado bajo tazas de café… acababa de encontrarla.

Y mientras el sobre temblaba en sus manos, Luna entendió que la organización no solo estaba mirando lo que hacían ahora… sino que había empezado a excavar en lo que cada uno había sido antes.

Entre el fuego y la distancia, el tablero apenas terminaba de desplegarse.

🔥📍 REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna Creation is hard, cheer me up!

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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