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Entre el fuego y la distancia - Capítulo 5

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  4. Capítulo 5 - 5 CAPÍTULO 5 — LO QUE ÉL HA ESTADO ESCONDIENDO
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5: CAPÍTULO 5 — LO QUE ÉL HA ESTADO ESCONDIENDO 5: CAPÍTULO 5 — LO QUE ÉL HA ESTADO ESCONDIENDO El encapuchado dio un paso más dentro del departamento y, antes incluso de que dijera nada, el cuerpo de Valeria ya lo sabía: aquello era peligro.

No el miedo agrandado por la imaginación, sino esa sensación antigua que hace que la piel se erice y el aire parezca más denso.

Diego levantó un brazo delante de ella, como si pudiera frenar a un monstruo solo con su cuerpo.

—Ella no tiene nada que ver —dijo, con la voz tensa.

—Todos empiezan diciendo eso —respondió el intruso, en un tono suave, casi divertido—.

Justo antes de que las cosas se pongan interesantes.

Debajo de la capucha, sus ojos brillaron.

Había algo frío en esa mirada, algo que no buscaba ruido sino control.

Valeria respiró hondo, esforzándose por no acurrucarse en una esquina, por no gritar.

—¿Qué quieres?

—preguntó Diego.

El encapuchado ladeó la cabeza, como si lo estuviera estudiando.

—Quiero que dejes de jugar al héroe —dijo—.

Sabes que no puedes protegerla.

—Puedo intentarlo —respondió Diego.

—¿Incluso después de lo que le hiciste?

—soltó el hombre—.

¿O eso también se te olvidó mencionarlo?

Las palabras la atravesaron como un golpe seco.

—¿Qué me hizo?

—preguntó Valeria, la voz quebrada.

Diego apretó la mandíbula, sin mirarla.

—No le digas nada.

El intruso soltó una risa breve.

—¿No le contaste lo del año pasado?

¿No le explicaste por qué desapareciste?

¿O por qué “ellos” la marcaron ahora?

Los puños de Diego se tensaron.

—¡Cállate!

—escupió.

—Oh, no, amigo —negó el encapuchado—.

Ella tiene derecho a saber.

Ya está metida hasta el cuello, te guste o no.

El silencio que siguió pesó sobre los tres.

Valeria sentía el corazón tan acelerado que cada latido le dolía en el pecho.

—Diego… —susurró—, ¿qué hiciste?

Él la miró por fin.

En sus ojos había miedo, culpa, algo que se parecía demasiado al amor, y una desesperación que no sabía dónde meter.

Abrió la boca para responder.

No le dio tiempo.

Todo pasó en un segundo.

El encapuchado metió la mano en la chaqueta y sacó un arma.

Valeria soltó un grito ahogado.

Diego reaccionó antes de pensarlo, empujándola detrás del sofá.

—¡Agáchate!

—gritó.

El disparo retumbó en el departamento, rebotó en las paredes, le atravesó los oídos.

La bala impactó en una lámpara, que estalló en pedazos de vidrio y plástico.

Diego se lanzó sobre el intruso, chocando contra él con el hombro y empujándolo hacia la pared.

El arma se le resbaló de la mano al encapuchado, cayó al suelo y rodó hasta desaparecer bajo la mesa.

—¡Valeria, no te muevas!

—ordenó Diego, mientras forcejeaba.

Ella temblaba detrás del sofá, asomando apenas, incapaz de apartar la mirada.

No era una pelea torpe.

Los movimientos de ambos eran rápidos, precisos, como si no fuera la primera vez que se enfrentaban a algo así.

Eso era lo que más la asustaba.

El encapuchado consiguió conectarle un puñetazo directo en la mandíbula.

El chasquido seco hizo que Valeria sintiera náuseas.

—No puedes salvarla —gruñó el intruso, empujando—.

Ni siquiera pudiste salvarlos a ellos.

Diego se detuvo una fracción de segundo.

Fue solo eso: un parpadeo.

Pero bastó para que el otro lo apartara de un empujón.

En los ojos de Diego cruzó algo distinto.

Un recuerdo que no estaba allí, una escena que no estaba ocurriendo en ese departamento, sino en otro lugar, en otro momento.

Dolor antiguo.

El intruso se giró hacia Valeria.

—Te advertimos —dijo, avanzando, ahora con una navaja en la mano—.

Pero nadie aprende hasta que— —¡NO!

—rugió Diego.

Saltó entre ambos en el último instante.

La hoja le abrió el brazo en un tajo largo y profundo.

La sangre brotó de inmediato.

Valeria gritó.

Diego apretó los dientes, pero no soltó el aire en forma de queja.

Con la mano buena se lanzó hacia la mesa, estirando el brazo hasta alcanzar el arma que había caído antes.

Se movió rápido.

Más de lo que ella habría imaginado posible en alguien que se decía “normal”.

Se incorporó de golpe, apuntando al encapuchado con el arma en la mano.

El cañón no temblaba, aunque él sí.

—Fuera —dijo—.

Ahora.

El intruso retrocedió un paso, sonriendo de lado.

—Así que lo harás otra vez —comentó—.

Igual que el año pasado.

Diego apretó los dientes.

—Te doy tres segundos.

—Ya veremos cuánto tiempo puedes seguir escondiendo la verdad —respondió el encapuchado—.

Sobre todo… lo de la noche del incendio.

Valeria sintió que la sangre se le enfriaba en las venas.

¿Incendio?

¿De qué estaba hablando?

¿Qué había hecho Diego?

No tuvo tiempo de preguntar nada.

El intruso se dio media vuelta y salió corriendo por el pasillo, bajando las escaleras con pasos rápidos que se fueron perdiendo en el edificio.

Diego cerró la puerta de un portazo.

Apoyó la frente contra la madera y se quedó ahí, respirando como si hubiera corrido kilómetros, la mano del arma todavía alzada y el brazo herido pegado al cuerpo.

Valeria se acercó despacio.

Cada paso llevaba encima miedo, dudas, y algo que se parecía demasiado a un cariño que no podía desaparecer solo porque fuera peligroso.

—Diego… tu brazo —dijo, viendo la sangre—.

Estás sangrando mucho.

Él se dejó resbalar hasta quedar sentado en el suelo, con la espalda contra la puerta.

—Estoy bien —mintió.

Valeria se agachó frente a él, esa distancia mínima que había entre los dos llena de cosas que no habían dicho.

—No.

No lo estás.

—Hizo una pausa, respiró hondo—.

Y yo tampoco.

Necesito que me cuentes la verdad.

Toda.

Él alzó la mirada.

Sus ojos parecían una tormenta contenida.

—Si te digo la verdad… —susurró— vas a odiarme.

Valeria negó despacio.

—Diego… después de lo que acaba de pasar, después de ver cómo te pones delante de mí… No creo que haya una verdad que pueda hacerme más daño que perderte otra vez.

Diego tragó saliva.

Se inclinó un poco hacia ella.

No tanto como antes, pero lo justo para que sus palabras parecieran más íntimas, casi un secreto.

—Valeria… el incendio del que habló ese hombre… —empezó.

Ella sintió cómo se le encogía el estómago.

—¿Qué pasó?

—preguntó, con la voz temblorosa.

Diego cerró los ojos un segundo, como si al abrirlos fuera a ver otra vez el fuego.

—Pasó que… yo no debía sobrevivir —dijo al fin.

El departamento se quedó en silencio.

Valeria sintió que las piernas le flaqueaban.

—¿Tú…?

—susurró.

Él abrió los ojos.

—Y mucho menos vivir para arrastrarte a esto —añadió.

Las palabras se quedaron suspendidas entre ambos.

Y todo lo que ella creía saber de Diego se tambaleó, como si alguien hubiera prendido fuego a la historia que se había contado durante un año entero.

Fin capítulo 5.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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