Entre el fuego y la distancia - Capítulo 7
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- Capítulo 7 - 7 CAPÍTULO 7 — “PALABRAS QUE QUEMAN”
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7: CAPÍTULO 7 — “PALABRAS QUE QUEMAN” 7: CAPÍTULO 7 — “PALABRAS QUE QUEMAN” La lluvia apenas empezaba a golpear los cristales cuando Isabella llegó a su apartamento esa noche.
No encendió las luces.
No quería claridad.
Quería que todo se viera borroso, como ella se sentía por dentro.
Lucas.
Otra vez Lucas metiéndose en su vida como una flecha que no pregunta antes de atravesar.
Se dejó caer en el sillón y se cubrió la cara con las manos.
El corazón le latía tan fuerte que le costaba respirar despacio.
¿Por qué era capaz de desordenarla con tan poco?
¿Por qué esa electricidad cada vez que él la miraba, como si el tiempo retrocediera sin pedir permiso?
El teléfono vibró sobre la mesa.
Un mensaje.
De Lucas.
Tenemos que hablar.
No quiero que sigamos ignorando lo que pasó hoy.
Isabella dejó caer el móvil sobre el cojín.
Sintió un calor que le subió del cuello a las mejillas.
“Lo que pasó”.
¿Qué exactamente?
¿La conversación tensa en el café?
¿La forma en que él no dejó de mirarla?
¿La confesión a medias de que sus sentimientos no se habían ido del todo?
No sabía si responder.
Pero lo hizo.
No creo que sea buena idea.
La respuesta llegó casi al instante, como si él hubiera tenido el mensaje preparado.
Justo por eso sí es buena idea.
Isabella apretó la mandíbula.
Típico.
Lucas siempre había sido así: directo, decidido, insoportablemente honesto cuando menos convenía.
Se levantó del sillón y empezó a caminar por la sala, dando vueltas sin saber qué hacer con la energía que le recorría la piel.
¿Por qué había aceptado verlo en el café?
¿Por qué había dejado que volviera a abrir una puerta que le había costado tanto cerrar?
El móvil volvió a vibrar.
Estoy abajo.
Isabella se quedó quieta.
Una palabra le cruzó la mente: no.
Pero cuando se dio cuenta, ya estaba apartando la cortina de la ventana.
Abajo, en la acera, estaba él.
Bajo la llovizna, apoyado en su auto, las manos en los bolsillos, el pelo y la chaqueta empapados.
Y esa expresión que ella conocía demasiado: cansancio, necesidad y algo que en él se parecía al arrepentimiento.
El corazón le golpeó el pecho con tanta fuerza que por un momento pensó que se oiría desde la calle.
—Idiota… —murmuró, sin saber si se lo decía a él o a sí misma.
Cogió una chaqueta al vuelo.
No se maquilló, no se peinó, no se miró al espejo.
Bajó.
Cuando abrió la puerta del edificio, el viento frío y la lluvia le rozaron el rostro.
Lucas levantó la mirada y se enderezó, como si solo al verla terminara de estar despierto.
—Gracias por bajar —dijo, con la voz baja, esa voz que solo usaba cuando algo le importaba de verdad.
—No debiste venir —Isabella cruzó los brazos, como si pudiera ponerse una armadura con ese gesto—.
No es correcto.
—¿Correcto según quién?
—preguntó él, avanzando un paso—.
¿Según lo que crees que deberías sentir o según lo que intentas no sentir?
Ella tragó saliva.
Ese hombre no sabía jugar limpio.
—Tengo una vida —dijo, intentando sonar firme—.
Tú no puedes aparecer y… hacer esto.
—¿“Esto”?
—Lucas se acercó un poco más.
La lluvia le pegaba el cabello a la frente—.
¿Molestarte?
¿Recordarte que sigo aquí?
¿Decirte que no he terminado de…?
Se detuvo.
Respiró hondo.
La miró como si buscara permiso.
—¿No has terminado de qué?
—preguntó ella, casi en un susurro.
Lucas se pasó una mano por la cara, frustrado consigo mismo.
—De sentir —dijo al fin—.
No he terminado de sentir por ti.
Y no voy a fingir que sí solo porque sería más cómodo.
La frase cayó entre los dos como un trueno silencioso.
Isabella dio un paso atrás.
No quería acercarse demasiado; sabía lo que el contacto hacía con sus defensas.
Notaba el temblor en sus propios dedos.
—Lucas, no puedes decirme eso.
No ahora.
No después de todo lo que pasó.
Él apretó la mandíbula.
—Justamente por todo lo que pasó es que te lo digo.
—No es justo.
—Nunca lo fue —respondió con una media risa sin alegría—.
Lo justo hubiera sido no dejarte ir.
O ir a buscarte antes.
O dejar de hacerme el fuerte cuando más te necesitaba.
Cada palabra le encontraba un sitio en el pecho.
Era la primera vez que lo oía asumir sus errores sin excusas, sin ironías.
La lluvia empezó a caer con más fuerza, pequeños golpes fríos sobre sus caras, sus chaquetas, el suelo.
Isabella lo miró.
Y ahí estaba el Lucas que había amado: el que la hacía sentirse vista, importante, elegida.
Y también el que la había hecho llorar hasta quedarse sin lágrimas.
—¿Para qué viniste?
—preguntó, notando cómo la voz se le quebraba—.
¿Para que me duela otra vez?
Él negó despacio.
—Vine porque no quiero seguir viviendo con el “qué habría pasado si…” —dijo—.
Y porque cuando te vi hoy… entendí que todavía puedo perderte otra vez.
Y no sé si sabría qué hacer con eso.
El pecho de Isabella ardía, mezclando rabia y nostalgia.
—No puedes venir y desordenarme la vida —susurró—.
Me ha costado mucho ordenarla sin ti.
Lucas alzó la mano y, muy despacio, le rozó la mejilla con la punta de los dedos.
Ella cerró los ojos un instante.
Conocía ese toque.
Sabía perfectamente lo que despertaba.
—Dime que no sientes nada —murmuró él—.
Solo eso.
Dímelo y me voy.
Isabella abrió los ojos.
Tenía la garganta cerrada.
Quería decirlo.
Quería levantar un muro con una sola frase.
Pero no le salió.
Su silencio fue una respuesta clara.
Lucas bajó la mano, marcando la mandíbula, intentando contener algo.
—Está bien —dijo, y la voz le sonó un poco rota—.
No voy a presionarte.
Pero tampoco voy a desaparecer.
No otra vez.
Un nudo le subió a los ojos a Isabella.
—Lucas… —No tienes que decidir nada hoy —añadió, retrocediendo un paso—.
Solo… déjame estar cerca.
Aunque sea poco.
Aunque no sea como antes.
Ella no encontró palabras.
Cualquier “sí” la asustaba.
Cualquier “no” le dolía.
Lucas asintió, como si entendiera ese caos.
—Buenas noches, Isabella.
Se dio la vuelta y caminó hacia el auto.
Ella lo siguió con la mirada, inmóvil en la entrada.
Antes de abrir la puerta, él volvió la cabeza.
La miró una vez más, con esa mezcla de anhelo y resignación que siempre le dejaba el aire atascado.
Luego subió y se fue.
Isabella se quedó sola bajo la lluvia un momento más, sin sentir realmente el frío.
Lo que sí sintió fue otra cosa: Esa grieta que había cerrado con esfuerzo, con terapia, con tiempo… empezaba a abrirse de nuevo.
Y, le gustara o no, Lucas ya había vuelto a entrar.
Fin capítulo 7.
“Tu comentario me ayuda mucho a seguir subiendo capítulos 💖 ¡Cuéntame qué te pareció esta escena!” REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna La lluvia seguía cayendo cuando Isabella volvió a subir las escaleras, pero no era el clima lo que la hacía temblar.
Era la certeza que había intentado enterrar durante años y que ahora palpitaba bajo su piel como una advertencia: no importaba cuánto hubiera sanado, cuánto hubiera huido o cuánto hubiera crecido sin él… Lucas aún tenía la llave de una parte de ella que jamás logró cerrar del todo.
Y mientras la puerta de su apartamento se cerraba detrás de ella, una idea la golpeó con fuerza: esta vez, si él volvía a entrar por completo, no sabía si iba a tener fuerzas para volver a sacarlo.
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