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Entre el fuego y la distancia - Capítulo 8

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  4. Capítulo 8 - 8 CAPÍTULO 8 — “LA NOCHE QUE ENCENDIÓ TODO”
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8: CAPÍTULO 8 — “LA NOCHE QUE ENCENDIÓ TODO” 8: CAPÍTULO 8 — “LA NOCHE QUE ENCENDIÓ TODO” La mañana siguiente amaneció extrañamente silenciosa.

Isabella apenas había dormido.

Cada vez que cerraba los ojos, veía a Lucas bajo la lluvia, apoyado en el auto, con esa mirada que se suponía que ya no debía importarle… pero que seguía haciéndolo.

Demasiado.

Como si eso no bastara, esa noche tenía el evento anual de la empresa: gala elegante, socios, directores, empresarios, cámaras, sonrisas medidas.

Justo el tipo de escenario que menos le apetecía cuando por dentro estaba hecha un lío.

Intentando ocupar la mente, se concentró en los preparativos.

Eligió un vestido negro, sencillo pero contundente, de espalda descubierta.

Un maquillaje suave, apenas lo necesario para resaltar los ojos.

El cabello suelto, en ondas naturales.

Cuando se miró al espejo, se sorprendió un poco.

Se veía hermosa.

Y, de algún modo, también vulnerable, como si debajo de todo el arreglo hubiera una capa fina a punto de romperse.

Respiró hondo.

Solo era una noche, se dijo.

Una noche más de trabajo.

Una noche en la que evitaría pensar en Lucas.

O por lo menos lo intentaría.

El salón del hotel estaba lleno.

Música suave, luces cálidas, copas alzadas, conversaciones que se cruzaban sin pausa.

Isabella sonreía, saludaba, respondía a preguntas, se movía entre grupos como en piloto automático, sosteniendo una copa que apenas probaba.

—Isabella, ¿estás bien?

—preguntó Sofía, su compañera, acercándose—.

Te ves… no sé, ausente.

—Estoy bien —respondió ella, con esa naturalidad que ya tenía ensayada.

En ese momento, un comentario a sus espaldas la hizo tensarse sin saber por qué.

—¿Es él?

—Sí, Lucas Álvarez.

El arquitecto.

Dicen que lo confirmaron como consultor del proyecto nuevo.

Isabella sintió que algo se le encogía en el pecho.

No.

Volteó despacio.

Ahí estaba.

Lucas.

Traje oscuro, camisa blanca sin corbata, el cabello todavía algo húmedo, como si hubiera llegado con prisa.

Alto, seguro de sí mismo, con esa mezcla de elegancia y peligro que siempre la había descolocado.

Pero lo peor no era verlo.

Lo peor era que él también la vio.

Sus miradas se encontraron y el mundo pareció reajustarse alrededor de ese punto.

A Isabella se le hizo un nudo en el estómago.

Lucas empezó a abrirse paso entre la gente con la misma decisión de siempre, y cada paso acercándose a ella hacía que el salón se sintiera un poco más pequeño.

—Buenas noches —dijo, cuando estuvo frente a ella.

Su voz sonó más baja de lo normal, casi como si le hablara solo a ella, aunque hubiera docenas de personas alrededor.

—¿Qué haces aquí?

—preguntó Isabella, intentando que la voz no le temblara.

—Trabajar —se encogió ligeramente de hombros—.

Me asignaron como consultor al proyecto nuevo de inversión.

No sabía que iba a estar tan cerca de tu departamento… ni de tu vida.

Ella apretó la copa.

—Lucas, lo de ayer fue… mucho.

—Lo sé —asintió—.

Pero no he venido por eso.

La miró de arriba abajo sin fingir indiferencia.

No había nada obsceno en el gesto, pero sí un reconocimiento claro.

Como si estuviera diciendo, sin palabras: No esperaba verte así.

Me acabas de dejar sin aire.

Y ella lo sintió.

Los dos lo sintieron.

La música cambió de ritmo, se volvió más lenta.

Algunas parejas se acercaron a la pista.

Isabella dio medio paso hacia atrás, con la intención de usar cualquier excusa para alejarse, pero Lucas se inclinó un poco hacia ella.

—No quiero incomodarte —dijo—.

Si me pides que me vaya, lo hago.

Ella lo miró.

Bastaba con un “vete”.

Bastaba con una frase para cerrar la puerta.

Pero la frase no salió.

Lucas extendió la mano.

—Solo un baile —susurró.

Isabella dudó.

Un baile.

Solo uno.

Podía parecer poca cosa.

Sabía que no lo era.

Aun así, apoyó la mano en la suya.

El contacto fue inmediato.

Su piel reconoció la de él como si hubiera estado esperando ese recuerdo.

El cuerpo reaccionó antes que la cabeza.

Él la llevó hacia la pista sin tironear, sin apuro, como si todo estuviera ocurriendo al ritmo que marcaban sus pasos y no la música.

Sus manos se posaron en la cintura de ella, sin apretarla, pero lo bastante cerca como para que Isabella sintiera cada movimiento.

Ella apoyó la mano libre en su hombro.

La distancia entre ambos se redujo hasta quedar en ese punto exacto donde todavía podían fingir que era un baile “correcto”, pero los dos sabían que no lo era.

—No deberíamos estar haciendo esto —murmuró ella.

—Probablemente no —admitió él, sin dejar de mirarla—.

Pero mentiría si dijera que no lo quiero.

Ella tragó saliva.

—Lucas… —Dime que no sientes nada —susurró—.

Dime que este… —sus ojos bajaron un segundo a sus manos en la cintura de ella— contacto no te mueve nada por dentro.

Isabella apartó la mirada, buscando un punto neutro del salón.

Error.

Lucas acercó un poco el rostro al de ella.

Lo justo para que sus frentes casi se rozaran.

El aliento de él chocó con su piel.

Isabella cerró los ojos un instante, sin querer, sin poder evitarlo.

Por un segundo la música se volvió un ruido lejano.

El murmullo de la gente desapareció.

Solo quedaban los latidos, el calor, el olor a colonia conocida.

—No lo hagas —susurró ella, sabiendo que estaban a un paso de cruzar una línea.

—No estoy haciendo nada —respondió él, con la voz áspera—.

Eres tú la que… Se detuvo a mitad de frase.

Su mirada bajó a los labios de ella.

Isabella sintió que el corazón le golpeaba tan fuerte que casi le dolía.

Lucas se inclinó apenas un poco más.

Solo un centímetro.

Medio.

Notó la respiración de él rozando su boca.

No llegaron a besarse.

Quedaron suspendidos ahí, en ese punto en el que cualquier movimiento lo hubiera cambiado todo.

—¿Isabella?

La voz la hizo sobresaltarse.

Se separó de Lucas de golpe, como si la hubieran descubierto en algo que no tenía nombre todavía, pero que sabía que no estaba bien.

Era Marcos.

Su pareja.

Tenía el ceño apenas fruncido, no del todo celoso, pero sí confundido.

Lucas dio un paso atrás, la expresión volviendo a ser formal en segundos, como si se hubiera puesto una máscara.

—Marcos —lo saludó, con un tono neutro pero respetuoso.

Marcos los miró a ambos, de uno a otro.

—¿Ustedes dos… se conocen?

—preguntó.

El silencio duró más de lo que debería.

Isabella sintió cómo se le iba la sangre a los pies.

Lucas sostuvo la mirada sin bajar los ojos.

—Somos viejos conocidos —respondió—.

Nada más.

Pero la forma en que la miró después desmentía la palabra “nada”.

Marcos tomó la mano de Isabella, quizá por costumbre, quizá por marcar un límite que sentía amenazado.

Ella notó la diferencia: la seguridad tranquila de la mano de Marcos… y el recuerdo aún ardiente del toque de Lucas.

Lucas asintió hacia los dos.

—Que tengan buena noche —dijo.

Se alejó de la pista.

Mientras caminaba, Isabella sintió sus ojos sobre ella un par de segundos más, como si se resistiera a soltarla incluso a distancia.

Marcos volvió a mirarla.

—Isabella… ¿qué está pasando?

Ella abrió la boca.

Pero por primera vez, no supo qué decir.

Porque dentro de ella lo sabía muy bien: esa noche no solo era una gala de trabajo.

Era la noche en que todo empezaba a enredarse de nuevo.

Fin capítulo 8.

“Tu comentario me ayuda mucho a seguir subiendo capítulos 💖 ¡Cuéntame qué te pareció esta escena!” REFLEXIONES DE LOS CREADORES Pluma_Magna Isabella creyó que podía controlar una noche de trabajo.

Jamás imaginó que el verdadero problema empezaba justo cuando Marcos preguntó: —Isabella… ¿qué está pasando?

Y lo peor no era la respuesta que no dio.

Lo peor era lo que seguía sintiendo por el hombre que nunca dejó de ser su error favorito.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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