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Heidi y el señor - Capítulo 102

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102: Capítulo 102 – Intenciones – Parte 2 102: Capítulo 102 – Intenciones – Parte 2 Editor: Nyoi-Bo Studio —Sí, señorita —dijo el mayordomo, preguntándose de qué se trataba el favor.

—Tú conoces bien las ciudades de Bonelake, ¿no es así?

¿Sabrías cuál es la biblioteca más antigua, que tenga los libros más locos y extraños?

—dijo Heidi, a lo que Stanley arrugó el ceño.

—La más vieja, no estoy seguro, pero si estás buscando libros que fueron categorizados como inadecuados para que la gente del pueblo los leyera, debido a que fueron entintados con información inapropiada e inventada, entonces sí conozco a una persona que los colecciona.

Su nombre es Gabriel Moore.

Vive a dos pueblos de distancia —contestó el mayordomo viendo a la señorita darle una mirada llena de esperanza.

—¿Cuándo te gustaría ir?

—preguntó él.

— Si no estás ocupado, ¿ahora estaría bien?

O podría ir por mi cuenta, si pudieras escribirme la dirección —sugirió Heidi.

Parecía ser una mejor idea hacer algo, que no hacer nada estando sentada en la mansión.

—Déjame preparar el carruaje.

Te veré en la entrada dentro de media hora —respondió el mayordomo, decidiendo ir junto con la señorita, pues sería algo que su amo querría.

—Te lo agradezco.

El mayordomo no indagó sobre lo que estaba buscando, ya que no era su lugar preguntarle, después de todo Heidi Curtis ya no era una mujer cualquiera, sino alguien con quien su maestro había unido su alma.

Había estado consciente del hecho de que su Señor tenía un interés por la joven, pero ni siquiera en sus sueños hubiera esperado que su señor creara una unión de almas en tan poco tiempo.

Todavía podía recordar la noche en que su amo había regresado a la mansión, llevando en brazos a la señorita, inconsciente.

Eso no era lo que había desviado su atención, sino la marca que yacía alrededor de su cuello con el nombre de su Señor, la que ya no estaba allí.

Sin embargo, todavía había algunos asuntos en los que él meditaba por la forma en que iban las cosas.

Para cuando llegaron a la casa de Gabriel Moore, la lluvia seguía cayendo del cielo sin parar, como de costumbre, desde el momento en que salieron de la mansión.

Con el suelo cubierto de agua, y siendo atacados por las continuas las gotas de lluvia, Heidi se aseguró de pararse en el pequeño pavimento que estaba construido frente a la puerta.

Mientras el mayordomo tocaba la puerta, esperaron afuera, aguardando que la puerta se abriera.

El sonido del trueno resonaba en su piel, cubriéndose de la lluvia con el largo manto que llevaba puesto.

Era un pueblo común, con pocas casas y edificios que se apoyaban en el suelo.

No había nadie a la vista, y parecía que la lluvia había llevado a todos dentro de sus casas para buscar refugio.

La puerta se abrió al sexto golpeteo en ella, apareciendo una mujer con piel color de oliva y ojos negros, mirando a Stanley y luego a la persona que estaba detrás de él.

—Por favor, pasen —dijo la mujer, apartándose para dejarlos entrar—.

El Sr.

Moore se unirá a ustedes en breve.

¿Les gustaría algo de beber mientras tanto?

—preguntó.

Stanley se volteó para preguntarle a Heidi, pero ella negó con su cabeza.

—Estamos bien, gracias.

Al vivir en la mansión desde hace muchas semanas, encontró la casa bastante pequeña.

No era que no hubiera espacio, solo era que la sala estaba llena con tantos objetos extraños que ella nunca antes había visto.

Las velas estaban encendidas alrededor de la habitación, pero no lo suficiente, y debido al clima oscuro, la casa parecía más oscura que en un día soleado normal.

Algunos elementos decorativos colgaban en la pared, collares de diferentes colores y colgantes.

Para verlos más de cerca, Heidi caminó hacia adelante para ver las encantadoras piedras que estaban encerradas en una serie de delgados metales a su alrededor.

No se veían como ninguna otra piedra, por el resplandor que cada uno tenía dentro.

—Esas son piedras de encanto —dijo un hombre entrando en la sala de estar.

Él debe ser Gabriel Moore, pensó Heidi—.

Son piedras que han sido utilizadas como un encantamiento de protección.

Son muy raras, ya que las piedras fueron hechas previamente por las brujas blancas y negras.

Debido a las órdenes del consejo, no se han creado nuevas piedras desde hace ya algún tiempo.

Si las encuentras, es que han sido heredadas como reliquia familiar, o pueden ser encontradas en el mercado negro.

—Buenas tardes, Gabriel —dijo Stanley estrechando manos con el hombre.

—No te esperaba tan pronto.

Después de todo, sólo han pasado dos semanas desde tu última visita.

Incluso trajiste a la señorita a la casa.

Pensé que las élites tenían otras cosas que hacer, con las ansias del matrimonio —comentó Gabriel sabiendo a quién había traído a su casa.

La noticia estaba en todos los periódicos locales del imperio.

Él era un hombre bajo, a comienzos de sus años treinta, con los ojos inclinados hacia abajo en los extremos.

—Señorita Heidi, no debería estar caminando por estas calles en estos momentos.

Debe ser algo muy importante, si es que está aquí a esta hora del día.

—La señorita Heidi tenía que buscar algo en tu colección de libros —declaró Stanley, viendo al pequeño hombre levantar sus cejas.

—¿Qué es lo que está buscando?

—Las criaturas encapuchadas —contestó Heidi para ver cómo la miraba con una expresión de curiosidad antes de pedirle a ambos que la siguieran por las estrechas escaleras donde colocaba los libros.

La habitación era tan grande como el pasillo, y mucho más desordenada de lo que acababan de pasar caminando.

Apenas había lugar donde pisar, ya que había varios libros que yacían en el suelo, así como en las esquinas de la sala.

Heidi comenzó a hurgar en los libros, volteando las páginas de los libros escritos a mano.

La mayoría de los libros que estaban presentes en esa sala estaban en malas condiciones.

La lluvia no se detenía, y tampoco ella, tratando de encontrar cualquier cosa que pudiera conseguir.

La criatura con capucha no era la única razón por la que había ido.

Había algo que quería confirmar sobre el lago de huesos.

Su memoria estaba fresca, como si el incidente hubiera ocurrido ayer.

Ella sabía que el incidente que tuvo lugar cuando se ahogó hace unas semanas, y lo que había ocurrido hoy, estaban relacionados entre sí.

Pero incluso después de que hubieran pasado dos horas, no podía encontrar nada.

La lluvia se había detenido finalmente, dejando como resultado, el suelo húmedo y resbaloso.

—No creo que esté aquí —dijo, volviendo a colocar el libro en el suelo de donde lo había tomado.

Incluso con el desorden, el hombre había clasificado sus libros en diferentes grupos.

—Podríamos buscarlo en otro lugar —sugirió Stanley.

—No, está bien.

Tal vez fue sólo producto de mi imaginación —dijo Heidi, cansada de revisar demasiados libros en la sala.

Con la lluvia, el aire parecía haberse estancado en la habitación, haciendo que la atmósfera se volviera sofocante, lo cual no había notado hasta que terminó con los libros.

—En algunas ocasiones, la imaginación se puede volver realidad —dijo el mayordomo, haciéndola reír entre dientes.

—¿En serio?

—prosiguió ella—.

Entonces debería ser más cuidadosa con lo que sueño.

Le agradecieron a Gabriel por permitirles revisar sus libros, y luego se dirigieron de vuelta a la mansión.

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