Heidi y el señor - Capítulo 104
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104: Capítulo 104 – Intenciones – Parte 4 104: Capítulo 104 – Intenciones – Parte 4 Editor: Nyoi-Bo Studio Siguiendo su ejemplo, Heidi tomó un sorbo, arrugó sus cejas y tragó rápidamente el líquido que le quemó la garganta.
—Es extraño —comentó ella, mirando su copa para luego suspirar.
—¿Problemas en el paraíso?
—preguntó Timothy de la nada.
—¿Qué?
—Pareces un poco perdida hoy.
Warren puede ser difícil de entender a veces.
Todos empezamos con perspectivas diferentes, pero la gente a su alrededor ha llegado a la misma conclusión de que no es tan malo.
Oh, disculpa.
Quise decir Nicholas —dijo Timothy con una sonrisa, tomando ansioso un sorbo de su copa.
Sus palabras hicieron toser a Heidi; se aclaró la garganta debido a que el vino había entrado por la tubería equivocada de su cuerpo.
—Pareces sorprendida.
No lo estés.
Soy un guardián cuando se trata de secretos —dijo poniéndose el dedo en sus labios, con una sonrisa maliciosa.
¿Había dejado sus expresiones tan abiertamente expuestas que la gente podía ver las cosas que estaban ocurriendo entre el Señor y ella?
El mayordomo lo sabía, el Sr.
Rufus lo sabía, ¿quién más lo sabía?
¿Y qué se suponía que debía decir en este tipo de situaciones?
—¿Cómo…cómo sabes sobre eso?
—tartamudeó ella.
—Estaba allí cuando Nick me pidió que le mintiera a Warren acerca de que habías caído inconsciente, antes de que él te trajera de vuelta aquí.
Pero Warren ya sabe que fue una farsa…
—¿Warren lo sabe?
—preguntó sorprendida.
—No sé si sobre la unión de almas, pero definitivamente estoy seguro de que sabe que le interesas a Nicholas —dijo el hombre encogiéndose de hombros, arrojando palabras como si no fueran nada.
Parecía que el plato que contenía sus preocupaciones seguía añadiendo una después de la otra.
—Entonces, ¿qué te tiene tan deprimida?
—Nada en realidad —sonrió.
Pero luego lo escuchó decir: —Los múltiples suspiros no aparentan que sea nada.
Heidi podía entender ahora por qué Nicholas y el Sr.
Rufus eran amigos.
Ambos tenían el hábito de indagar sobre los temas hasta que obtuvieran una respuesta.
Y entre los dos, le hizo preguntarse quién había adquirido la característica de quién.
—No se lo diré a nadie.
Guardián de los secretos, ¿recuerdas?
—enfatizó él.
—¿Has tenido a alguien a quien hayas amado, Sr.
Rufus?
—La tuve una vez.
—¿Dónde está ella ahora?
—preguntó Heidi curiosa.
—Murió —respondió con una pequeña sonrisa en los labios, y antes de que ella pudiera decirle que lo sentía, él le dijo—: No lo sientas.
Han pasado décadas.
Si aún estuviera viva, tendría alrededor de unos cincuenta años.
Era una humana como tú.
Heidi no quería meter su nariz donde no le correspondía.
—Ya veo…
—continuó.
Preguntándose si Timothy podría tener una respuesta al comportamiento de Nicholas, decidió preguntarle—: Creo que me ha estado evitando durante cuatro días.
No sé por qué, pero desde que vi a la doncella muerta en su habitación, no hemos hablado mucho.
No creo que haya hecho nada para que se haya molestado —confesó para ver a Timothy asentir con la cabeza.
—Hmm, ¿su sed mató a la doncella?
—dijo el hombre rubio que usó la uña de su pulgar para pasársela entre el colmillo y el diente junto a él—.
Y yo que pensaba que estaría enfermo de amor después de la unión.
Qué decepcionante.
En el caso de Rhys, él estaba…
—dejó de hablar bruscamente.
Entonces entendió algo en su mente y le pidió a Heidi que le diera la mano.
—¿Por qué?
—preguntó Heidi confundida.
—¿Puedes confiar en mí con esto?
—pidió él, y quitándole la copa de su lado para ponerla debajo de la mano que él sostenía, tomó la escama que estaba sobre el escritorio y la pasó por encima de su piel, dejando caer las gotas de sangre en la copa.
Cuando ya estuvo satisfecho con la cantidad de sangre que se mezcló con el vino de color rojo, le soltó la mano mientras tarareaba una melodía alegremente como un elfo malicioso.
Mezclándolo bien, revisó el vaso antes de devolvérselo a Heidi.
—Dale esto a Nicholas y asegúrate de que se lo beba.
No se lo des a través del mayordomo porque Stanley sospecharía.
Me retiraré entonces —dio una pequeña palmada en la cabeza, junto con una sonrisa, para luego dejarla sola en la habitación con las dos copas que estaban llenas a menos de la mitad de su tamaño.
Heidi no estaba segura de si eso era lo correcto.
¿Estaba Nicholas preocupado de que no pudiera dejar de alimentarse de ella hasta que estuviera muerta como la doncella?
Tomando un profundo respiro, se levantó de su asiento, levantando las dos copas con su mano.
Cuando llegó al estudio de Nicholas, el mayordomo justo se estaba yendo.
Se inclinó ante ella y dejó la puerta abierta para que pudiera entrar.
Cuando las puertas se cerraron, caminó hacia donde estaba sentado Nicholas.
—Buenas tardes —la saludó él—.
Y, ¿qué tenemos aquí?
—preguntó.
—Vino hecho con flores silvestres.
¿Te gustaría tomar un poco?
—preguntó Heidi.
—Por qué no —le pasó la copa, tal y como el Sr.
Rufus le había aconsejado, sin saber el resultado que tendría.
Nicholas le dio un sorbo y le preguntó—: ¿Son sólo las flores silvestres?
—dijo él.
Levantándose de su lujoso asiento, vació la copa antes de colocarla en su escritorio con un tintineante sonido, y caminando alrededor de él, se colocó frente a Heidi con una cara pacífica.
Pero sus ojos lo delataron, al volverse oscuros.
—Puede que tenga sangre —dijo ella, inclinándose hacia atrás en el escritorio mientras él erguía su figura.
Las dos manos de Nicholas descansaban en escritorio mientras se miraban fijamente.
—¿Estás intentando tentarme?
—preguntó él, con una voz que tenía cierto calor en ella.
—No —ahora parecía que ella estaba casi sentada en su escritorio.
Él se veía enfadado, sus ojos furiosos por lo que acababa de hacer—.
Me estabas evitando y Timothy me aconsejó que…
—Timothy —dijo su nombre con irritación—.
Lo voy a matar —de repente sonrió, como si hubiera accionado algún interruptor con un chasquido—.
No quiero que me engañes para que beba tu sangre de nuevo.
—Pero, ¿por qué?
¿Por qué beberías la sangre de otros, y no la mía?
—demandó una respuesta.
—¿Por qué?
—dijo repitiendo sus palabras—.
Por primera vez estoy siendo paciente, pero aquí estás, con intención de romper mi determinación, que es tan débil como una delgada capa de hielo.
—Mi dulce canela —reprochó él—.
¿Estás dispuesta a dejar que te robe tu virginidad y que te destroce en mi cama ahora mismo?
Porque una vez que lo haga, nunca volverás a tu propia cama.
Con la unión de almas en su lugar, la necesidad de tenerte es demasiada, y tu sangre sólo la desbordaría.
¿Entiendes lo que estoy diciendo?
—preguntó en voz baja, evaluando la expresión de asombro y vergüenza que tenía en el rostro.
—Lo…Lo siento.
Miró su camisa.
Su cara estaba roja como una remolacha por lo que había intentado hacer.
Ella no sabía acerca de eso, y era verdad, no se había preparado mentalmente para ello.
Pensar que Nicholas, quien normalmente hacía lo que complacía, estaba tratando de ser considerado, tomando en cuenta sus sentimientos; era algo importante.
Pero sus palabras la habían hecho imaginar cosas en ese momento, y no tuvo el valor de mirarlo a los ojos.
—Quiero tenerte en mis brazos —dijo expresando sus pensamientos, la abrazó—.
No soy un hombre paciente, Heidi —advirtió.
Él no mentía cuando dijo que la quería, de tantas maneras distintas que las veces en que dormía, su noche sin sueños se llenaba nada más que de ella, alimentando la necesidad de llevarla a la cama aún más.
—¿Se fue Timothy?
—preguntó inclinándose hacia atrás para verla asentir.
—Sí lo hizo —respondió.
Luego le preguntó—: ¿Qué le pasó a la amada del Sr.
Rufus?
—¿Por qué preguntas?
—preguntó Nicholas, que al ver la palma de su mano que había sido herida, la tomó para lamerla.
—Timothy dijo que murió.
Nicholas murmulló, tirando su mano hacia atrás para inspeccionarla.
—Timothy no había hecho una unión de almas con ella, pero quería que viviera.
Para vivir tanto como él.
Con eso en mente, decidió convertirla en vampiro.
Pero las cosas nunca salen como uno espera.
La codicia a veces nos cuesta muy caro a nosotros los vampiros.
Su transformación no funcionó, y terminó convirtiéndose en una de las vampiresas desquiciadas.
Al final, él mismo la mató con sus propias manos.