Heidi y el señor - Capítulo 107
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- Capítulo 107 - 107 Capítulo 107 - Cueva de zorro - Parte 3
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107: Capítulo 107 – Cueva de zorro – Parte 3 107: Capítulo 107 – Cueva de zorro – Parte 3 Editor: Nyoi-Bo Studio «¿Eran estos los celos enloquecedores de los que ella había oído con respecto a la unión de almas?» Nicholas estaba siendo ilógico en su razonamiento.
No había nada entre Noah y ella, ni siquiera algo remotamente cercano había sucedido, excepto por la ayuda que él le brindó cuando Howard y ella habían ido a pescar en el río.
—El chico ha vuelto a ocupar tu mente —declaró él, mirándola a los ojos que estaban concentrados en él.
—Si no lo hubieras invitado a tu pequeña fiesta de té, él no habría estado ocupando mi mente durante estos minutos —replicó ella, dándose cuenta de que debería haber tenido un acercamiento distinto al tema.
—Entonces sí estás pensando en él —declaró Nicholas, dándose vuelta y dirigiéndose hacia afuera.
—¡¿A dónde vas?!
—preguntó ella aterrorizada.
—A enviar a Toby para que le pida Stanley que traiga al niño para que los lobos puedan tener una buena cena esta noche.
Heidi lo siguió, manteniendo el mismo ritmo que él.
—Nicholas, por favor —suplicó, para luego verlo detener su caminar y escucharlo reír.
Cuando se volteó, Nicholas le sonrió.
—¿Por qué estas sonriendo?
Nicholas se inclinó hacia delante, y le depositó un beso en la mejilla: —Eres una chica entrañable.
Toby no le responde a nadie más que a mí.
El chico debería estar camino a casa.
Estaré en mi estudio —dijo caminando en la dirección en la que estaba su estudio, no sin antes detenerse y girarse para hablar—: No vayas a buscar algo que no está allí, Heidi.
La lluvia está a la vuelta de la esquina, quédate en la mansión.
Heidi, a punto de irse hacia su habitación, miró hacia el pasillo donde Nicholas había desaparecido.
Sus ojos se posaron en la pared que tenía una gran abolladura, con grietas alrededor, dejando una pequeña cantidad de residuos en el suelo.
Se preguntó cuánto de lo que decía Nicholas era una broma, y cuánto era la verdad.
Ella quería creer lo que él decía, pero sus palabras, «le pedí a Stanley que lo enviara a casa, pero ahora quiero arrancarle el corazón», fueron las que la preocuparon.
El señor de Bonelake era un hombre impredecible.
Mordisqueando su labio inferior, caminó hacia el vestíbulo de la entrada, solo para ser interrumpida por una de las doncellas.
—Señorita Heidi, ¿le gustaría un poco de té?
—preguntó ella.
—No, estoy bien.
Muchas gracias de todos modos —dijo sonriendo, y desde el rabillo de sus ojos, ella pudo ver que la doncella no hizo ningún esfuerzo por moverse, se quedó ahí mirándola.
—¿Va a ir al jardín?
Los grillos han estado haciendo bastante ruido por la llegada de la lluvia —comentó la doncella.
—¿En serio?
—murmuró Heidi sin responder a la pregunta de la criada.
Últimamente, por alguna razón, Heidi había empezado a notar que la doncella siempre estaba a la vuelta de la esquina cuando estaba fuera de la mansión, o cerca de la entrada.
Siempre era ella, y se preguntaba si se estaba volviendo paranoica con toda la preocupación que llevaba encima.
No sabía cuánto tiempo esperó hasta que vio al mayordomo entrar.
—Buenas tardes, Señorita Heidi —dijo el mayordomo haciendo una reverencia.
—Buenas tardes —lo saludó de vuelta, antes de preguntarle casualmente—: ¿Dónde fuiste?
Le pregunté a una de las doncellas y dijo que habías salido.
Él le respondió diciéndole: —Fui a ver si los árboles estaban lo suficientemente listos para ser cortados.
Heidi asintió con su cabeza y luego se fue a su habitación.
Stanley miró a la joven señorita subir las escaleras hacia su habitación, rascándose la cabeza.
El mayordomo desconocía el hecho de que Heidi se había enterado de la visita de Noah y, que, en cambio, había decidido mantenerlo en secreto, sin saber qué efecto dominó iba a causar.
Heidi se paseaba en su habitación, preocupada, sentándose en la cama durante unos minutos, y luego poniéndose de pie para caminar, antes de sentarse de nuevo.
¿Le había mentido Nicholas?
Porque era claro que Stanley le había mentido.
Temía por la vida de Noah.
Recordando la forma en que Nicholas había matado a aquel hombre, le dio escalofríos a su cuerpo.
Había tanta sangre ese día.
Sangre en el suelo, en las blancas paredes lavadas, así como en la camisa y manos de Nicholas.
Al oír el sonido del carruaje que había llegado, Heidi se preguntó quién sería, dirigiéndose a su balcón para mirar el carruaje negro que se había detenido frente a la entrada principal.
El cochero abrió la puerta para dejar ver a un hombre alto, de pelo negro y ojos tan rojos como los de Nicholas.
La cruz que llevaba alrededor del cuello captó su atención, y su primera impresión fue que era un sacerdote, pero sus ojos rojos lo identificaban como un vampiro.
Su cara le parecía extrañamente familiar, e intentó recordar dónde lo había visto.
Fue solo después de que ya había desaparecido dentro la mansión que se dio cuenta de que era uno de los Señores, el Señor Alexander Delcrov de Valeria.
Al volver hacia adentro, Heidi se sentó en la cama nuevamente, con la cabeza en sus manos mientras trataba de pensar qué hacer.
Quería confirmar la verdad.
Al mismo tiempo, la doncella que la había estado siguiendo tocó la puerta para abrirla: —Srta.
Curtis, ¿se encuentra bien?
—preguntó preocupada.
—Hmm, eso creo.
Estoy con dolor de cabeza, y uno bastante malo —murmuró ella con un suspiro.
—¿Le gustaría un poco de té, milady?
He escuchado que una taza de té siempre es buena para un dolor de cabeza.
—¿Podrías ser tan amable de traerme uno entonces?
Y, ¿algo de comer junto con el té también?
—para alivio de Heidi, la doncella asintió con la cabeza—.
Me gustaría descansar hasta entonces —dijo ella, metiéndose bajo la manta.
—Lo traeré tan pronto esté listo —dijo la doncella, inclinando su cabeza y cerrando la puerta tras ella.
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