Heidi y el señor - Capítulo 108
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- Capítulo 108 - 108 Capítulo 108 - Cueva de zorro - Parte 4
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108: Capítulo 108 – Cueva de zorro – Parte 4 108: Capítulo 108 – Cueva de zorro – Parte 4 Editor: Nyoi-Bo Studio Heidi esperó unos segundos antes de volver a ponerse derecha.
Empujando las sábanas, se levantó de la cama, y colocó unas almohadas para cubrirlas con la manta.
Tendría por lo menos entre quince y veinte minutos antes de que la criada regresara.
Ella sabía que yéndose por la puerta y la entrada principal sería infructuoso, con la criada o Stanley esperando para enviarla de vuelta adentro, ya que el cielo no parecía oscuro ahora, no había forma de decir cuándo comenzaría a llover a cántaros.
Al ver que el árbol era su única salida, salió por el balcón por una de las ramas que eran más fuertes.
Hacía tiempo que no se subía a un árbol, y sólo esperaba que nadie la viera porque no sabría cómo explicarlo.
Bajó cuidadosamente, dio gracias a Dios y se escabulló fuera de la mansión sin que nadie se diera cuenta.
Caminó lejos y se adentró en el bosque.
Le llevó un tiempo, pero se las arregló para encontrar la mazmorra que parecía no más que una cueva.
Mientras entraba, se preguntó si la criada había descubierto su desaparición.
La cueva estaba oscura, debido a que llevaba a la mazmorra subterránea.
Sorprendentemente, no había guardias para proteger el calabozo.
Con el espeluznante silencio, y su corazón palpitante, escuchó que la lluvia comenzaba a caer afuera, atenuando cualquier posible sonido que viniera desde afuera.
La mazmorra era un largo pasillo que tenía celdas a ambos lados.
El fuego en las paredes era débil, pero suficiente para que ella supiera dónde estaba pisando.
En la mansión de la Rune, la doncella estaba parada afuera de la sala de estudio del Señor, sus manos retorciéndose con temor debido a lo que vendría.
Se le había encomendado una sola tarea, y no la había hecho bien.
Tragando saliva, levantó su mano, pero en vez de golpear, empujó la puerta para ver a los dos señores sentados en el lujoso sofá.
Sin poder manejar las noticias, lo dejó salir: —Lo…lo siento milord por intervenir, pero, la Srta.
Curtis no está en su habitación.
La doncella torcía sus manos nerviosamente.
—¿Revisaste la mansión entera?
—preguntó el Señor Nicholas calmadamente.
—Sí, milord —frunció el ceño, y luego se volteó a mirar al Señor Alexander.
—No quiero que Norman sabotee mi imperio, y estaría encantado de tener esa molestia fuera de Bonelake —dijo mientras el Señor de Valeria se ponía de pie—.
Si lo que pides es ayuda, yo te la proporcionaré, pero eso es hasta que, y a menos que, mi tierra sea mía sin ninguna interferencia —Entonces tenemos un trato —dijo el Señor Alexander con una sonrisa—.
No te quitaré más tiempo, en especial con el asunto urgente que tienes que tratar.
Eso hizo que los labios de Nicholas se torcieran.
—Me pregunto hasta dónde has tejido tu telaraña a través de los imperios como para encontrar esos detalles.
Francamente, es aterrador pensarlo —se rio Nicholas mientras salían de la habitación.
—No tanto como el hombre que los engaña con su sonrisa —dijo el Señor Alexander antes de irse.
Nicholas fue a la habitación de Heidi, con la doncella y el mayordomo detrás de él.
La puerta, que ya estaba abierta, dejaba ver la cama que estaba bien hecha junto con las almohadas colocadas en el centro de ella.
—¿Por qué no había nadie observándola?
—preguntó él, con su mal humor saliendo a través de su conducta calmada.
—Amo, parece que la Señorita Heidi no se sentía bien, y había pedido una taza de té con refrigerios —declaró el mayordomo mientras le movía la mano a la criada para que se fuera.
Nicholas miró fijamente a la cama y luego habló: —Ha pasado menos de media hora desde que sucedió.
No habrá ido muy lejos.
Saldré a buscarla.
—¿Le gustaría que lo acompañe, amo?
—preguntó el mayordomo.
—Eso no será necesario —el mayordomo inclinó su cabeza acatando sus palabras—.
Los lobos deben tener hambre.
Envíala a la guarida de los lobos.
El mayordomo volvió a inclinar su cabeza viendo a su amo salir de la habitación.
De vuelta en la celda, con cada cuarto vacío que Heidi pasaba, creía más en las palabras de Nicholas.
Tal vez Noah sí se fue a casa sin un rasguño sobre él.
Con solo cuatro celdas más, caminó hacia adelante, quedando boquiabierta, horrorizada al ver a un hombre en ella.
Se cubrió la nariz y la boca con lo que vio.
Era el mismo hombre que había conocido en la velada donde Wilford, el que había intentado atacar al señor.
Ambas manos estaban atadas con gruesas cadenas que estaban sujetas al techo de piedra.
Una de sus piernas había sido amputada.
El hombre estaba inconsciente y su cuerpo parecía débil, como si hubieran intentado matarlo de hambre, pero al mismo tiempo manteniéndolo vivo para experimentar la crueldad de la vida.
—Este no es un lugar en el que deberías estar.
Heidi se dio la vuelta y vio a Nicholas de pie en el otro extremo del pasillo.
Demasiado aturdida para hablar, miró al hombre antes de abandonar el oscuro pasadizo.
Con el Señor Nicholas ya fuera de la cueva, y bajo la lluvia, ella lo siguió fuera del bosque.
Cuando repentinamente, él dejó de caminar, ella también lo hizo.
Entonces, Nicholas se dio la vuelta para mirarla de frente.
—Si querías venir aquí, todo lo que tenías que hacer era pedirlo.
¿No te dije que no buscaras algo que no está ahí?
—preguntó, con la voz más alta que la lluvia que caía del cielo—.
Tu falta de fe en mí es algo que necesito apreciar.
Sus palabras estaban llenas de sarcasmo, lo que era suficiente para se le clavaran.
—Lo siento —susurró Heidi mirando hacia el suelo húmedo.
—Por favor, ¿explícame por qué saliste como si fueras un ladrón?
¿Te gusta tanto el chico que escondiste el hecho de que vendrías aquí a buscarlo?
—¡¿Qué?!
¡No!
—¿O solo era que estabas tratando de escapar de nuevo?
—preguntó Nicholas con vehemencia, viendo cómo se le iba la sangre de su cara.
Heidi no sabía cómo se enteró sobre su huida, pero ella agitó la cabeza en negación: —Sólo quería confirmar.
Confirmar que estabas diciendo la verdad.
Rhys mató a Issac, y Lettice no lo sabe.
Encontré sospechoso que no me dijeras acerca de su visita.
Me lo ocultaste.
¿Por qué?
—dijo ella demandando respuestas.
—Porque, apenas recientemente me he dado cuenta de que soy propenso a los celos.
No me agrada el hombre que tenía tu interés, Heidi.
A pesar de que fuera solo un poco en el pasado, ese pensamiento no me sienta bien.
Pude haberlo matado, pero no lo hice.
Lo llamé por mis propios asuntos, y lo dejé ir ileso, pero tú dudas de mí.
Hasta ahora, ¿te he ocultado alguna vez algo con una mentira?
—preguntó Nicholas, con los ojos fríos—.
Yo soy quien te he mostrado que soy.
¿Es eso tan inconcebible?
Ella negó con la cabeza.
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