Heidi y el señor - Capítulo 121
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- Capítulo 121 - 121 Capítulo 121 - Recuerdos pintados - Parte 1
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121: Capítulo 121 – Recuerdos pintados – Parte 1 121: Capítulo 121 – Recuerdos pintados – Parte 1 Editor: Nyoi-Bo Studio Heidi, quien estaba parada en la calle de Isle Valley, sonrió al ver a Lettice caminar con su esposo, Rhys, a su lado.
—¿Necesitas dinero?
—le preguntó Warren.
Heidi negó con la cabeza:—Oh no.
No voy a comprar nada.
Tengo todo lo que necesito — y lo vio asentir con la cabeza, con su pelo platino brillante bajo el sol.
—Está bien….pero si necesitas algo, sólo menciona mi nombre allí —dijo, limpiándose el zapato con la parte trasera de su pierna antes de volver a pararse derecho.—El guardia de Nicholas se quedará cerca para asegurarse de que estés a salvo.
Actuaba bien haciendo su papel de prometido, lo hacía sin ningún error, llevando a cabo las palabras que intercambió con su primo hermano.
Aunque tanto Nicholas, como Warren, eran primos hermanos directos, había una gran brecha entre su edad y su fuerza.
Venetia no había dado a luz a un niño en su primer matrimonio.
Había ocasiones en los que los vampiros de pura sangre se desviaban de su educación habitual al elegir parejas, ya sea por placer o por razones a largo plazo.
Después de la muerte de sus padres, Venetia se enamoró de un hombre muy erudito quien no era más que un mero ser humano, aparte del alto estatus que ocupaba, incluso en la tumba.
Mientras que Warren era un mitad vampiro, Nicholas era un vampiro de pura sangre totalmente desarrollado, y tal vez más debido a la forma en que fue concebido.
Nicholas era mayor, más inteligente y astuto comparado con Warren, quien había sido criado con estrictos valores familiares, para seguir las órdenes de su madre.
Es recientemente, que el más joven de ellos, tuvo un cambio de mentalidad, y de opinión, una pequeña rebelión en su corazón que no tenía impacto en nada.
—Gracias, Warren —le agradeció Heidi, mirándolo.
Ella estaba contenta de que él no le guardara ningún rencor después de su confesión, la que tuvo lugar dos días atrás.
Volviéndose hacia atrás, ella vio al guardia parado estoicamente cerca de una tienda que no estaba lejos de donde estaban ellos.
—Buenas tardes, Warren.
Buenas tardes, Heidi —dijo Rhys, estrechando manos con Warren, e inclinándose ante Heidi, quien le devolvió el saludo con una pequeña inclinación de su cabeza.
—Buenas tardes, Sr.
Meyers —lo saludó Heidi, viéndolo sonreír.
—Por favor, llámame Rhys.
Ahora eres parte de nuestro círculo cercano.
Sin olvidar que eres también la amiga de mi esposa —dijo.
Justo cuando terminaba sus palabras, Heidi vio algo en su propio cuello, y no le llevó mucho tiempo darse cuenta de que la marca que Nicholas había puesto alrededor de él, había vuelto a aparecer:—Nunca lo hubiera adivinado —murmuró él.
Heidi sacó muy rápidamente la bufanda que estaba en la pequeña bolsa de mano, para ponerla alrededor de su cuello.
Todo el mundo se había quedado en silencio.
Warren, quien no la había visto antes, la vio ahora, con una expresión de sorpresa en su cara antes de aclarar su garganta.
—Deberíamos ir yendo, Rhys.
No sabemos cuánto tiempo Tobias va a estar aquí en la ciudad —dijo Warren mirando a Rhys.
—Sí, tienes razón.
Deberíamos partir ya.
Tengan mucho cuidado, señoritas —dijo Rhys, dándole una mirada a Heidi antes de dirigirla para mirar a su bella esposa:—Haré que Robert las recoja dentro de una hora —y con esas palabras, los hombres se fueron.
Lettice puso a Heidi a un lado, y enrolló la bufanda alrededor del cuello de su amiga:—Lo siento —se disculpó, para luego recibir una expresión confusa de Heidi, quien no entendía por qué se estaba disculpando.—Creo que es mi presencia la que está sacando a la luz la marca, que se supone que debería estar oculta.
—No entiendo —dijo Heidi mirando a Lettice, y su ceño se arrugó al ver los ojos de Lettice recorrer las calles contiguas a ellas:—¿Qué sucede, Lettice?
—Yo…
—Vayamos a algún lugar tranquilo —le sugirió Heidi.
Ambas mujeres se alejaron de las calles, y de la ciudad, con los guardias siguiéndolas de cerca.
Cruzando el cementerio, que fue construido magníficamente junto a un prado, dejaron de caminar, entonces Heidi volvió a preguntar a Lettice:—¿Por qué dijiste que la aparición de la marca tenía algo que ver contigo?
—La verdad es, Heidi…
—Lettice tomó un profundo respiro —al igual que tú, y todo el mundo, tengo secretos que no se pueden contar —dijo volteándose, apretando sus manos una con la otra con fuerza y preocupación.
—No tienes que decirlo si no quieres —le respondió Heidi suavemente al ver que Lettice estaba teniendo dificultades para conversar sobre ello.
—No, sí quiero.
—Está bien.
Carretas y carruajes pasaban cerca de ellas mientras los segundos se convertían en minutos.
Heidi no presionó a la chica para que hablara, y en su lugar, dejó que se tomara su tiempo.
Al oírla suspirar, vio a Lettice girarse, lista para hablar.
—Los vampiros sin duda piensan en sí mismos como seres superiores, y poderosos, que piensan que la gente como nosotros es inferior a ellos, pero hay más de una razón por la que no hablo con la gente.
Mis padres son brujos negros, Heidi —le confesó, sin encontrarse con la mirada de Heidi.
—Pero tú no eres una bruja negra —respondió Heidi mientras intentaba entender lo que decía Lettice.
La muchacha nunca había mostrado ningún indicio de ser una bruja negra, y si realmente lo fuera, no podría entrar en la iglesia, ni vivir en armonía en una ciudad, casada con un vampiro de pura sangre, ya que, gracias a la educación que le había impartido el mayordomo principal de la mansión Rune, ella sabía que las brujas negras necesitaban volver a su forma original unas cuantas veces por semana.
—Soy una bruja negra latente —le contestó Lettice, estableciendo contacto visual con Heidi:—Creo que algo salió mal, o tal vez bien, genéticamente, debido a lo cual terminé estando más en el lado humano, en vez de mostrar rasgos y características de una bruja negra.
Pero creo que la esencia de ser una bruja negra todavía está al acecho, y es lo que hace que la marca aparezca cada vez que nos encontramos.
Por favor, no me odies por eso.
—No creo que eso sea algo por lo que tendría que odiarte —dijo Heidi.
Los ojos de Lettice se llenaron de lágrimas, y cuando los cerró, éstas cayeron sobre sus pálidas mejillas ininterrumpidamente.
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