Heidi y el señor - Capítulo 124
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- Capítulo 124 - 124 Capítulo 124 - Necrófagos de la muerte - Parte 1
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124: Capítulo 124 – Necrófagos de la muerte – Parte 1 124: Capítulo 124 – Necrófagos de la muerte – Parte 1 Editor: Nyoi-Bo Studio Una doncella que había venido a poner flores frescas en el jarrón de la habitación de Heidi Curtis llamó a la puerta dos veces, anunciándose a sí misma, y girando el pomo de la puerta, entró en una habitación vacía.
Una vez que terminó de reemplazar las flores marchitas, puso las nuevas, las cuales fueron recogidas del jardín, y se preguntó si la Srta.
Curtis estaba en el baño.
Sin embargo, no había ningún sonido de agua corriendo detrás de la puerta.
Un poco preocupada de que la señorita se hubiera quedado dormida, o ahogado en la bañera, volvió a tocar la puerta llamando a la señorita antes de abrirla, y vio que la señorita no estaba allí tampoco.
Tal vez la señorita se levantó temprano, pero aún así, a ninguno de ellos se les dio alguna tarea para atender a la joven.
Sin permanecer más tiempo en la habitación, la doncella salió de ella para encontrarse con el mayordomo parado justo afuera.
—¿Por qué te demoraste tanto en reemplazar las flores?
—preguntó el mayordomo, con los ojos fríos mirándola fijamente.
Sin esperar su respuesta, ordenó:—Reemplaza el resto de ellas en este piso, y luego cambia las de la sala de estudio, donde aún no se han ordenado.
—Sí, señor —y mientras la criada inclinaba la cabeza y se apresuraba en sus pasos, se dio la vuelta para ver que el mayordomo había desaparecido del lugar de donde ella lo había dejado.
Cuando iba bajando, la criada observó la magnífica mansión, la que estaba siendo limpiada desde que había amanecido.
El candelabro de la sala brillaba con los rayos del sol, los que tocaban los vidrios de cristal, pintando franjas de arcoíris en la pared, y los pisos de la amplia habitación.
Echando un vistazo detrás de ella, mientras miraba hacia arriba en dirección a la habitación, se preguntó si la Srta.
Curtis estaba en la habitación del Señor.
Al principio, no pensó en eso, ya que la señorita estaba comprometida con el primo del Señor, el Sr.
Lawson, pero aún así, era extraño que la señorita pasara más tiempo con el Señor, que con su prometido.
No solo eso, sino que además, ella, junto a otros pocos sirvientes, habían sido testigos de cómo su Señor besaba a la dama.
No en la mejilla, sino en la boca.
Siendo de origen humano, y ahora trabajando para los vampiros, la doncella encontraba el comportamiento de los vampiros bastante inusual.
No era porque succionaran sangre para vivir, sino por la forma en que pensaban, y vivían, era diferente a la de los humanos para los que ella había trabajado.
Ella aún no había ni un año en la mansión Rune, y a menudo se preguntaba si debía renunciar.
Las reglas eran muy extrañas.
A las sirvientas, y a los demás trabajadores de la mansión, no se les permitía cuchichear, ni juntarse en su tiempo libre.
Lo único que se esperaba de ellos era que trabajaran, y si no seguían las reglas, tenían que enfrentarse a terribles consecuencias.
Debido a esto, no había forma de averiguar qué estaba ocurriendo en la mansión.
Una sola cosa fuera de su lugar, y ella sabía que sería arrojada a los lobos por el propio mayordomo sin una pizca de consideración.
Mientras retiraba las flores que estaban a punto de marchitarse en el jarrón del estudio, recordó haber visto una doncella siendo arrastrada bruscamente por los guardias de la mansión, y le hizo preguntarse qué podría haber hecho la sirvienta como para recibir ese trato.
En la habitación del Señor, Heidi fue despertada por el viento frío que entraba a través de las ventanas que se habían quedado abiertas la noche anterior.
Sus ojos se ajustaron a lo que la rodeaba mientras los abría, dándose cuenta de que no estaba en su habitación, y que el brazo sobre el que descansaba su cabeza era de Nicholas.
Su brazo estaba suelto alrededor de su cintura.
Volviéndose hacia su lado, ella notó que estaba profundamente dormido, sin verse diferente a los momentos en los que estaba despierto.
Sus labios rosados y pálidos estaban ligeramente separados, y su pecho se elevaba constantemente, en un ritmo perfecto, indicando que estaba dormido.
No queriendo despertarlo, se apartó de él con cuidado antes de irse de puntillas a la puerta.
Heidi intentó girar la perilla, pero la puerta no se abrió ya que estaba cerrada con llave.
Sin saber cómo abrirla, revisó la puerta una vez más, para darse cuenta de que tendría que esperar a que Nicholas despertara.
Ahora que ya estaba despierta, decidió usar el baño, y al final se lavó la cara y la boca, haciendo gárgaras suavemente para deshacerse de cualquier mal aliento.
Yendo de puntillas de vuelta a la habitación, se metió de nuevo en la cama para recostarse junto a Nicholas, quien se movió, poniéndose frente a ella mientras dormía.
Al igual que él, se giró para recostarse de lado.
Su despeinado cabello cayó sobre su frente, y algunos de sus mechones estaban presionados sobre la almohada en la que estaba recostada ahora mismo su cabeza.
Sonriendo para sí misma, Heidi continuó admirándole desde muy cerca.
«¿Los vampiros también estaban expuestos a caer bajo el hechizo del sueño, como los humanos?» Las palabras que había escuchado antes sobre algunas pocas cosas acerca de los vampiros, parecían ser cuentos y mitos, pero al mismo tiempo, Nicholas no era un vampiro común, sino un vampiro de sangre pura.
Sus pómulos estaban definidos, junto con la mitad superior de su cuerpo.
Siendo un poco más valiente, Heidi se acercó a él para que no hubiera mucha distancia entre ellos.
Extendiendo su cuello hacia arriba, dejó caer un beso, tan suave como una pluma, en sus labios, antes de acurrucar su cabeza bajo su mentón.
Lo que pasó desapercibido, fue la sonrisa que apareció en los labios de Nicholas.
— Por favor, cuida la mansión por mí, Stanley.
Deberíamos llegar de vuelta antes del anochecer —dijo el Señor Nicholas mientras se abrochaba los puños de la camisa, parado en la entrada de la mansión mientras esperaba a que llegara el carruaje, y Heidi.
—Sí, amo —obedeció el mayordomo.
—No esperaba que los Scrimgeor organizaran un almuerzo por la tarde en tan poco tiempo.
¿Por casualidad sabes porqué?
—preguntó Warren, parado erguido como una roca junto a su primo, el Señor Nicholas.
—¿Venetia no te informó al respecto?
La esposa del Sr.
Scrimgeor dio a luz a un niño anoche —dijo Nicholas, enderezándose el traje que ocupaba.
—¿Si?
—preguntó Warren levantando una ceja interrogantemente antes de murmurar:—Escuché que su relación no era muy buena.
—Solo porque no estén bien, no significa que dejaría de hacerlo con su esposa, a pesar de tener amantes en otros pueblos —.
Warren frunció el ceño ante las palabras de Nicholas, y luego suspiró mirando su reloj.
Oyeron pasos detrás de ellos y vieron a Heidi que se había vestido al igual que ellos para la ocasión.
Los ojos de Nicholas cayeron sobre el cuello de su vestido, el cual cubría la base de su cuello.
Adelantándose hacia ella, levantó la mano, y tiró del cuello para ponerlo en su sitio, ya que una parte se había girado hacia el otro lado.
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