Heidi y el señor - Capítulo 142
142: Capítulo 142 – Delitos – Parte 3 142: Capítulo 142 – Delitos – Parte 3 Editor: Nyoi-Bo Studio Heidi apretó con rabia sus manos alrededor de las barras de hierro:—¡Vuelve aquí, bastardo!
¡Me aseguraré de que te pudras en el infierno antes de que siquiera intentes venderme o tocarme!
¡El Señor te matará por esto!
El Sr.
Wilford se rió y dijo:—Nosotros no tenemos un Señor, Srta.
Curtis —sacó un cigarro y lo encendió riendo, antes de dejar aquel piso.
—Me refería…al Señor Nicholas —dijo apretando los dientes, consciente del hecho de que sin importar cuánto gritara, nada cambiaría, a excepción de ella, quien perdería su energía.
Todavía podía sentir el ardor en su brazo, donde el cuero había tocado su piel.
Se golpeaba ligeramente la frente contra las barras de la celda.
Había pasado casi una semana en ese lugar, y su mente había empezado a desvariar.
Ella no sabía cuánto tiempo aguantaría, y con el Sr.
Wilford que le había ordenado al guardia jefe que revisara los «bienes», no estaba segura de qué hacer.
Incapaz de estarse quieta en un solo lugar, ella caminaba de un lado a otro en la pequeña jaula, mirando los estrechos pasillos una vez cada ciertos minutos, incluso cuando no se escuchaban pasos, y cuando sí hacían eco, su corazón parecía que se le fuera a salir del pecho.
Temblaba, insegura de si se debía al frío, o al miedo que había venido a acompañarla en su soledad.
Demasiado cansada después de un rato, Heidi fue a sentarse en el suelo, mientras el silencio la intentaba arrullar hacia el sueño.
Con el tiempo, que no importaba en la oscuridad de las celdas aisladas, se quedó dormida, hasta que oyó el leve sonido de unas llaves que estaban siendo agitadas.
Abriendo los ojos, vio que era el guardia jefe, quien había aparecido por órdenes de su dueño.
Alejándose de él, y poniéndose de pie, vio al guardia jefe sonreír arrogantemente mientras ella estaba evaluando sus movimientos.
—Todavía no me has devuelto las balas —declaró el guardia, dejando las llaves colgando en la cerradura.
—No las tengo.
¿Por qué no vas y echas un vistazo en la habitación de otros esclavos?
—la respuesta de Heidi hizo que el hombre le levantara una ceja por el repentino cambio de tono en su voz.
—¿Qué ha pasado?
La esclava se ha vuelto fanfarrona.
¿Es que no escuchaste lo que dijo el Sr.
Wilford?
—le preguntó el guardia, recordándole su lugar entre estas cuatro paredes.
Colocó su garrote en el suelo, al mismo tiempo que se sacaba el cinturón para aflojar los pantalones que llevaba puestos:—Aquí no eres más que una esclava.
Si es necesario, también podemos asegurarnos de que nunca salgas de este lugar.
Nunca.
Heidi sonrió antes de que se le escapara: —No es como si no me hubiera ido antes.
—Actúa tan valiente como quieras, pero esta noche, serás mi perra, la que se abrirá las piernas como una ramera —dijo el hombre escupiendo en el suelo, acercándose a ella con cada palabra que decía:—¿Sabes qué es lo que tiene de bueno este establecimiento?
Aquí no se culpa a nadie.
La gente es traída aquí bajo nuestra misericordia.
Y aquí somos los Dioses que gobiernan, los que no son cuestionados.
A lo que me refiero es, que nadie se preguntaría porqué fuiste violada una y otra vez, ya que no es como si supiéramos que eras alguien importante.
Pero no te preocupes —y le agarró la mandíbula firmemente con la mano, siendo el hombre bastante fuerte, mientras que su otra mano agarraba la de ella:—Pondremos cara de arrepentimiento para mostrarte que no éramos conscientes de ello —e intentó besarla mientras Heidi luchaba.
Aunque el guardia jefe no era un vampiro, era un hombre corpulento, un hombre que había conseguido sujetar a Heidi debajo de él, en el suelo.
Ella peleaba debajo de él, empujándole mientras movía sus piernas sin parar en una lucha constante, y cuando su pierna sí consiguió patearle el estómago, el guardia le dio un puñetazo en la cara.
Durante unos segundos, su cabeza zumbó por el impacto, mientras tanto el hombre trataba de desgarrar la ropa de la esclava que llevaba puesta, con sus manos moviéndose por todo su cuerpo.
En ese mismo momento, ella clavó sus uñas en la piel del guardia, hundiéndolas tan profundamente como pudo, haciéndolo gritar debido a la piel que le fue arrancada de los brazos.
—¡Maldita!
—la insultó, mientras ella trataba de alejarse de él en un esfuerzo por salir de la celda, pero el guardia la arrastró de vuelta a la celda jalándola del tobillo.
El broche para el cabello que había estado llevando consigo, cayó al suelo con un sonido apagado, y Heidi lo recogió.
En el momento en que se vio forzada a enfrentarse a él, agarró el broche con fuerza en su mano antes de clavárselo de lleno en el ojo del hombre, haciendo que se quejara, y gritara del dolor.
—¡Agh!
¡Mi ojo!
¡Mi ojo!
—gritó él con dolor agónico por la pérdida de su ojo.
Otra vez intentó acercarla hacia él.
Heidi luchó para poder poner su mano sobre el garrote que el guardia había puesto en el suelo.
Patear su cara con sus piernas resultó ser inútil, por lo que tuvo que usar toda su fuerza junto con cada pizca de su voluntad para llegar al garrote.
Y cuando por fin lo alcanzó, no lo dejó ir.
Con toda su fuerza, impactó el garrote contra su cabeza.
Pero el guardia no era un guardia ordinario, era persistente cuando se trataba de ajustar cuentas con un esclavo.
Sin darse por vencida, Heidi continuó dándole golpes de garrote en la cabeza, uno tras otro, hasta que el hombre se empezó a mover como un insecto moribundo.
Pero eso no la detuvo de seguir golpeando al hombre.
Gotas de sangre salpicaron sobre su cara, el apagado atuendo que llevaba empezó a quedar empapado en la tinta roja mientras el hombre yacía muerto en el suelo.
—Heidi —ante la repentina voz que se había entrometido en la escena, debido al miedo, tomó el garrote para golpear a quienquiera que fuera, solo para ser detenida cuando la persona agarró el garrote que goteaba sangre.
—Es suficiente —le dijo Nicholas con suavidad, sus ojos conteniendo la suavidad y el calor que la hicieron darse cuenta de lo que acababa de hacer.
Lágrimas se le empezaron a formar en los ojos.
Quitándole el garrote de sus manos, Nicholas lo arrojó a un rincón de la celda.
Colocando la palma de su mano en la mejilla de Heidi, notó los círculos negros que se habían formado alrededor de sus ojos, junto con los moretones.
Decidiendo dejarla descansar, usó una de sus habilidades, y pronto Heidi cayó inconsciente en sus brazos.
Llevándola en sus brazos, él dijo: —Lo hiciste bien, Heidi.
Ahora, déjame manejar los asuntos desde aquí.
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