Heidi y el señor - Capítulo 33
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- Capítulo 33 - 33 Capítulo 33 - La hora del té - Parte 1
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33: Capítulo 33 – La hora del té – Parte 1 33: Capítulo 33 – La hora del té – Parte 1 Editor: Nyoi-Bo Studio Heidi pasó la página del libro que estaba puesto frente a ella.
Mientras leía el siguiente párrafo, murmurando para sí misma, sumergió la pluma en una botella de tinta negra y comenzó a escribir en el libro.
—¿Eso es lo que mejor que puede hacer?
Por favor, escriba las palabras pulcramente, Srta.
Curtis.
Incluso mi caballo puede escribir mejor que eso.
«Sería mejor que el Sr.
Warren se casara con el caballo», pensó Heidi mientras intentaba escribir las palabras continuamente.
Heidi, quien había tenido mucho tiempo libre estos últimos días, repentinamente se encontró con una educadora, por lo que debía pasar la mayor parte de su tiempo encerrada en una habitación aprendiendo lo que la profesora tenía que enseñarle.
Era su cuarto día con la tutora, quien la visitaba tres veces a la semana, siendo esta la segunda semana.
Desafortunadamente, cuando era niña su madre estaba feliz con solo verla escribir, y en aquel entonces no le importaba si las palabras se escrbían juntas o separadas, pero ahora sí importaba; especialmente a la Srta.
Eveline Moate, su educadora.
Eveline Moate era una mujer de un poco más de veinte años, quien se especializaba en dar lecciones a chicas jóvenes que estaban floreciendo en la sociedad de élite.
Ya que Heidi era humana, el Señor Nicholas y Warren habían decidido conseguirle una tutora humana.
La mujer ahora bebía de la taza de té que le había traído previamente la doncella a la habitación.
Sus dedos delgados colocaron el platillo en la mesa, mientras sus dientes chasqueron al ver la escritura de la muchacha.
—No creo que a la gente le importe-.
—Srta.
Curtis —la interrumpió su tutora un poco exasperada con ella.—Se me ha informado de que usted nunca ha tenido interés por su educación antes, pero sería prudente que empiece a tenerla.
El mundo de los vampiros no es menos que el de los humanos.
Por muy tonto que le parezca, es importante que aprenda a escribir, ya que no es solo su apariencia junto al Sr.
Lawson, sino también el hecho de que es la mujer la responsable de enviar cartas a la gente dentro y fuera de su círculo.
Empezaremos primero con las cosas más básicas antes de saltar a los libros.
Así que le sugiero que deje de hablar y continúe escribiendo.
Cuando la tutora se fue al terminar el día, Heidi suspiró mientras continuaba escribiendo la última página que le había pedido la tutora antes de irse.
Al principio había estado contenta y entusiasmada por aprender, en vez de estar de ociosa en la mansión sin nada que hacer.
Pero como había dicho la mujer, había comenzado con lo básico, y a pesar de ser aburrido, Heidi se aseguraba de continuar, ya que no quería que ninguna queja llegara a los oídos del Sr.
Lawson o del Señor.
Ahora que ya estaba aquí, esto era todo lo que podía hacer.
No podía darse el lujo de cometer ningún error, debido al miedo a las notícias que podrían enviar al Duque, quien tenía al viejo Howard como prisionero en su mansión.
Al recordar la noche en que fue llevada de vuelta a Woville después de tratar de escapar, su mano dejó de moverse sobre el libro y puso la pluma a un lado.
A pesar de que Howard no guardaba ningún rencor hacia ella, aun siendo la causa de su estado actual, no significaba que no fuera culpable.
Ella había conocido al hombre mientras crecía, y había visto su cabello negro ponerse gris con el paso de los años.
Ella no era el tipo de persona que sacrificara a alguien para su propio beneficio, y su madre no la había criado para ser egoísta.
Al pensar en su madre, se preguntó qué le hubiera aconsejado si estuviera viva.
Ella no tenía a quién preguntar, ni de quién depender en este mundo.
Quien sea de quien había dependido, finalmente le fue arrebatado.
El miedo le había sido inculcado desde pequeña, el cual había mantenido mientras crecía.
Esa tarde, Heidi se encontraba sola en la mesa durante la cena, ya que el Señor y el Sr.
Lawson habían salido por diferentes razones que ella desconocía.
—¿Qué le parece la comida, Srta.
Curtis?
Le pedí al cocinero que le preparara todo lo que le podría gustar —dijo el mayordomo, sirviéndose un vaso de agua y bebiéndola.
—Creo que esto es sabroso e incluso el pescado, aunque debo decir que nunca he comido pescados como estos antes —dijo tomando la carne blanca en su plato y poniéndola en su boca.
Después de tragarla, dijo:—Gracias por ser tan considerado, Stanley.
Creo que nunca he sido atendida con comida como esta desde que mi madre murió.
—Lamento escuchar eso —dijo inclinando la cabeza.—Debió ser una mujer admirable.
—Lo era — dijo Heidi, sonriendo cariñosamente al pensar en su madre.
Pese a que Helen no era su madre biológica, Heidi no la consideraba menos que su propia madre.
Ella era una huérfana, y hasta donde podía recordar, no conocía a su verdadera familia.
Había ocasiones donde se preguntaba cómo hubiese sido su vida si no fuera huérfana, y si aún hubiera una oportunidad de encontrar a sus padres biológicos, pero incluso ella sabía que eso era imposible.
—Nuestra madre nos amó mucho.
Creo que todas las madres lo hacen, pero ella iba un paso más allá al escoger un día para cada uno de nosotros, preparando comida que nos gustara para que ninguno de nosotros se sintiera desplazado.
Ella…también tenía esta pequeña vara…
—¿Vara?
—preguntó Stanley perplejo.
—Haha…sí, para cuando nos pasábamos de la raya.
Nosotros como hermanos, recibimos nuestro merecido cuando éramos niños.
—¡Ah!
—respondió el mayordomo.
—Si puedo preguntar, ¿por qué su padre no se volvió a casar?
Seguro que manejar a tres niños pequeños sería difícil.
—Oh, no es así.
Solo han pasado dos años desde que falleció, y mi madre era muy importante para él.
No creo que casarse con otra mujer haya cruzado por su mente —dijo sonriente, viendo al mayordomo asentir con la cabeza comprensivamente, y le preguntó:—Y, ¿qué hay de tu madre?
—Mi madre no era tan admirable como la suya, señorita —respondió el mayordomo con una sonrisa.
Cuando una doncella entró en el comedor con una pequeña bandeja en su mano, puso el último plato de la cena al lado del tazón de la Srta.
Curtis y el mayordomo escuchó a la señorita murmurar un «gracias».
Sus ojos parecían mirarlo cuidadosamente, asimilando la cremosa y blanca textura en la copa.
Aparentemente había aprendido a usar los cubiertos ya que escogió la pequeña cuchara en su mano para comer.
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