Heidi y el señor - Capítulo 34
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- Capítulo 34 - 34 Capítulo 34 - La hora del té - Parte 2
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34: Capítulo 34 – La hora del té – Parte 2 34: Capítulo 34 – La hora del té – Parte 2 Editor: Nyoi-Bo Studio Una vez que la señorita se hubiese ido a la cama, él había ido a dar unas rondas más antes de irse a su propia habitación.
El sueño no era su amigo, y con los años que había pasado como mitad vampiro, había ocupado su tiempo cuidando de su Señor y la mansión.
—¿Qué hay de tu madre?
Al ser el mayordomo, ni los invitados ni los sirvientes de la mansión habían intentado complacerlo con preguntas personales, e incluso si las hacían, él las evitaba sutilmente.
Por muy interesado que estuviese en entrometerse en la vida de otros, eso no significaba que estaba dispuesto a compartir su parte de la historia.
Él solo se entrometía porque su amo necesitaba la información, en otro caso, no tenía más interés que el de aquel a quien servía.
El Sr.
Lawson había salido por razones que desconocía, y que nadie se molestó en explicar; y su Señor había salido al teatro con la Señorita Frances, hija de la Condesa.
Ya que la Srta.
Curtis estaba sola en la mesa, él se había quedado ahí escuchándola y hablando con ella, pero no había esperado que le preguntara sobre su madre.
«¿Cuánto tiempo había pasado desde que pensó en su madre o padre?
No desde que fue convertido».
Su padre era un hombre que llegaba ebrio a casa la mayor parte del tiempo, y su madre descargaba sus emociones sobre él, su hijo.
El recuerdo lo hizo sonreír amargamente.
Cuando su padre murió, su madre a quien adoraba, lo vendió al burdel como esclavo para poder sobrevivir.
«Hay cosas en este mundo que no se pueden olvidar nunca», pensó Stanley mientras cerraba sus ojos.
—¡Madre, por favor!
¡No me dejes aquí!
¡Madre!
Las desesperadas palabras del niño llegaban a oídos sordos mientras era arrastrado a la desconocida casa.
—¡Madre!
Mad- —El hombre que lo estaba arrastrando adentro lo abofeteó repentinamente y lo golpeó para acallar la voz del niño.
—Cállate antes de que te calle para siempre.
Los niños siempre están causando problemas —dijo el hombre tomándolo y encerrándolo en una habitación vacía.
Stanley lloró hasta que no hubieron más lágrimas que pudiera derramar.
Al principio pensó que su madre volvería, por lo tanto, la esperaba por la ventana; pero incluso días después, su madre nunca regresó para llevarlo de vuelta.
Como otros pocos, él sobresalía debido a su cabello platinado que le llegaba hasta los hombros, y su constitución esbelta.
A causa de su apariencia, a menudo era el blanco de otros presos en el burdel, fueran hombre o mujer.
Él no tenía a nadie más que a sí mismo, y cuando se dio cuenta de la realidad, su forma más agresiva se presentó para defenderse de la inmundicia que lo rodeaba.
A causa de las peleas en las que solía meterse, siempre había una menor probabilidad de que la gente lo comprara, ya que tenía la cara y el cuerpo cubiertos de sangre que nadie de la élite estaría dispuesto a llevarse a casa.
E incluso si alguien sí decidía llevárselo, en un día lo enviarían de vuelta sin que nadie entendiera el porqué.
Después de dos años en el burdel, y después de que fuera enviado al edificio de esclavos, el Señor Nicholas lo encontró un día en la calle peleando con otro preso, e incluso el guardia que los acompañaba tenía problemas para detenerlos.
Ese día, el Señor había llegado al edificio solo para presenciar a los dos hombres en combate cuerpo a cuerpo.
—¡Milord!
— lo saludó el guardia.
—Veo que los esclavos tienen cierto temperamento el día de hoy —habló el Señor mirando a uno de ellos asestar un golpe en el estómago de otro,salpicando sangre sobre el suelo enlodado.
—¡Discúlpeme, milord!
¡Los pondré en su lugar de inmediato!
—respondió, pero al ver al Señor levantar su mano, el guardia se quedó quieto.
Al Señor Nicholas le pareció interesante ver que el muchacho flaco no se rendía, a pesar de que estaba tosiendo sangre por todo el suelo.
A este ritmo, el chico no aguantaría por más de cinco minutos.
Avanzando hacia el lugar, el otro muchacho se detuvo en seco rápidamente al ver al Señor, pero el flaco estaba determinado a terminar la pelea y no se dio cuenta de quién estaba parado detrás de él.
Al Señor Nicholas le tomó menos de dos segundos hacer que el chico se arrodillara, torciéndole la mano para que se detuviera.
Sin embargo, Stanley no se detuvo, al contrario, intentó ir a por el hombre, lo cual hizo que su brazo se doblara aún más.
—Vaya, vaya, ciertamente energético —escuchó Stanley decir al hombre que estaba atrás de él.
Cuando lo empujó hacia el suelo, se alejó para levantarse con las manos listas para pelear otra vez.
Los prominentes ojos rojos en la cara del hombre le hicieron darse cuenta de que era un vampiro.
El hombre solo sonrió calmadamente, pero sus ojos penetrantes traicionaban su apariencia.
— Me llevaré a este —afirmó.
—¿Milord?
Pero la subasta no ha empezado y hay un-.
—¿Te hice una pregunta?
— le preguntó el hombre con la misma sonrisa, y luego volteó para mirarlo a él:—Nos iremos en menos de media hora — y diciendo eso, desapareció dentro del edificio que parecía una fortaleza.
Stanley sonrió al pensar en eso.
Debió haber sido el destino conocer al Señor Nicholas ese día.
Fue el mismo Señor quien lo había convertido en mitad vampiro, después de haberlo servido cuatro años ya que había probado su valor al hombre.
Cuando fue llevado a la mansión, él pensó que tendría que complacer al hombre, debido a lo que había visto y escuchado en el burdel donde había vampiros a quienes no les importaba tener varones como parejas.
—Aún siendo tan guapo como eres, debo pasar ya que no tengo ese tipo de interés en los varones —.
Eso fue lo que le dijo su Señor en su primer día en la mansión, mientras se reía entre dientes.
Stanley suspiró, tranquilo con cómo las cosas habían cambiado desde entonces, y sintiéndose agradecido con su Señor.
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