Heidi y el señor - Capítulo 36
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- Capítulo 36 - 36 Capítulo 36 - Hora del té - Parte 4
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36: Capítulo 36 – Hora del té – Parte 4 36: Capítulo 36 – Hora del té – Parte 4 Editor: Nyoi-Bo Studio —Debería aplaudirla, Srta.
Curtis, por ser valiente —le dijo el mayordomo, sobrecogiéndola cuando estaba pasando por las escaleras.—¿Sabe quién es ella?
Es Frances Kennedy, la hija de la Condesa.
Su padre es uno de los miembros claves del Consejo.
—¿Y?
—preguntó Heidi.
—Verá, el Señor Nicholas estaba consiguiendo un trato, a través de la Srta.
Frances, con la ayuda de su padre, y ahora ella se ve molesta —dijo Stanley, mirando a la mujer entrar en el carruaje —le ha costado al Señor un buen trato en el que ha estado trabajando durante semanas.
—Oh…
—No sabemos qué fue lo que le dijo, pero creo que si yo pude escucharla desde esta distancia, entonces el maestro debió haberla escuchado mejor —dijo y sonrió, sus ojos arrugándose con un humor frío.
Hasta muy entrada la tarde, Heidi se había negado a dejar su habitación, fingiendo que estaba enferma y que quería descansar hasta sentirse mejor.
Alrededor de las seis en punto, escuchó un golpe en su puerta.
Era Warren, quien había venido a decirle que viajaría al este lejano por trabajo, y que regresaría dentro de dos semanas.
Pidiéndole que se cuidara, dejó su puerta.
«¿Era extraño que ella y Warren no se relacionaran mucho?
Claro, habían salido algunas veces, y habían almorzado, o cenado en ocasiones solo ellos dos.
Pero se sentía como si hubiera una línea, o tal vez una muralla entre él y Heidi.
Hablaba más con el mayordomo.
La mayoría de las veces, Warren se encontraba trabajando en algo afuera cuando debería estar en la mansión.
¿Era así como iba a ser después de que se casaran?» Como una niña que había cometido un error que no debió, Heidi bajó las escaleras sabiendo que no podía encerrarse en la habitación para siempre.
—Por fin te has mostrado.
Me preguntaba si es que ibas a hibernar hasta que regresara Warren —comentó Nicholas, quitándose la chaqueta y los guantes, dándoselos a la doncella.
—No soy un oso, Señor Nicholas.
—Soy muy consciente de ello, especialmente después de que abrieras la boca tan eficientemente con la Srta.
Kennedy —su molestia destellaba detrás de la sonrisa que mostraban sus labios —¿Por qué no salimos a caminar afuera, hm?
—.
Al ver que le daba una mirada escéptica, le dijo:—No te preocupes, no te mataré y tiraré en el lago después de cubrirte con tierra para que nadie sospeche.
Solo estoy bromeando —dijo con una sonrisa entre dientes, levantando su mano para que ella liderara el camino.
El cielo ya se había oscurecido, y la luna brillante y redonda había tomado el lugar del sol mientras caminaban bajo él.
Estaban rodeados por grillos y el crujido de la hojas en el viento.
Incapaz de soportar el silencio, Heidi comenzó: —Perdóname por lo que pasó.
No era mi intención hablarle así a la Srta.
Kennedy, pero estaba tan fuera de lugar hablando de -.
—No pedí tu explicación, Heidi —dijo el Señor deteniéndola.
—Pero quiero que escuches mi parte de la historia.
—¿Por qué?
No recuerdo haberte dicho que estoy escribiendo una historia en la que tienes que contribuir —le dijo mirando a su cara preocupada —Sé lo que escuché, así que no tengo que escucharlo dos veces.
Verás, tengo muy buenos oídos.
Lo he entendido.
—Tienes muy mal gusto con las mujeres —soltó ella; él dejó de caminar antes de voltearse, inclinando la cabeza hacia un lado.
—Y, ¿por qué dices eso?
—dijo mirándola directamente a los ojos hasta hacerla consciente de ello y hiciera apartarle la mirada.
Él elegía mujeres aburridas y fáciles a quiénes podría controlar fácilmente.
Incluso la mujer con quien lo había encontrado hablando por primera vez en su ciudad, era una elección fácil para él.
Sabiendo que ya había dicho lo suficiente por el día, mantuvo su boca cerrada.
«¿Quién sabía realmente si ese hombre la arrojaría al lago por hablar sobre lo que pensaba?» Dio un par de pasos adelante para que se pusieran uno frente al otro.
Él sonrió ante algo que ella no sabía, y eso la hizo sentir incómoda.
—¿Por qué tengo mal gusto en mujeres?
—dijo engatusando las palabras suavemente.
Escuchó las alarmas sonar dentro de su cabeza cuando el Señor dio otro paso hacia delante, e instintivamente, dio un paso hacia atrás.
Tragando saliva, dijo: —Sabes, lo que estás haciendo podría considerarse aterrorizante.
—Bueno, nosotros lo llamamos persuadir.
—Creo que no estás usando el vocabulario adecuado, milord.
—No respondiste mi pregunta —dijo de el Señor de forma persistente, y no parecía que lo fuera a dejar pasar.
Respirando profundamente, ella dijo luego: —No creo que tu excelencia pueda ser encontrada con mujeres de esa…naturaleza.
Un Señor como tú debería elegir a alguien de mejor carácter y calibre, y establecerse.
Elegir mujeres de mente superficial se verá mal en ti.
—Tú—dijo repentinamente.
—¿Huh?
No entiendo, Señor Nicholas —le dijo confundida, mientras le dedicaba una sonrisa tramposa.
—Entonces, cásate conmigo.
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