Heidi y el señor - Capítulo 37
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- Capítulo 37 - 37 Capítulo 37 - Coleccionista de libros - Parte 1
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37: Capítulo 37 – Coleccionista de libros – Parte 1 37: Capítulo 37 – Coleccionista de libros – Parte 1 Editor: Nyoi-Bo Studio Durante unos pocos segundos, Heidi sintió que el tiempo se detenía.
El viento frío del Imperio al que aún no estaba acostumbrada, soplaba a través del jardín donde se encontraban.
Ella seguía mirando al Señor mientras él le devolvía la mirada.
Estaba segura de no haberlo oído mal, especialmente cuando el Señor había hablado claramente, por lo que sus oídos lo habían escuchado sin ningún problema.
Ella buscó en sus ojos y en su cara algo de humor, pero era difícil distinguir alguna emoción.
No porque tuviera una expresión impasible.
Él tenía usualmente la misma expresión calmada y serena, con una sonrisa en su atractiva cara.
A veces se preguntaba si este es quién era realmente o si era una fachada que había construido para los demás.
Su sonrisa parecía sincera, pero no significaba que no hubiera visto la sonrisa engañosa que había desaparecido con la misma rapidez que había aparecido en sus labios previamente.
—Heidi —su voz suave llegó a sus oídos y ella se dio cuenta que él estaba más cerca de ella que antes y que ella no tenía más espacio para alejarse de él.
La sonrisa en sus labios se desvaneció lentamente para ser reemplazada por una expresión de apariencia plácida que la inquietaba en ese momento.
—Q-Qué estás- —¿Qué estoy haciendo?
—levantó la mano para recoger un mechón de su cabello que descansaba en su hombro, pasando y bajando los dedos por el mechón hasta encontrarse con las puntas, y soltándolo entonces.
—Te pedí que te casaras conmigo —dijo despreocupadamente, mirando de vuelta a sus ojos marrones que estaban ampliamente abiertos.
Heidi sintió que su corazón se detenía por un momento debido a sus acciones, y tragó saliva.
Ella sabía que el Señor solo la estaba molestando, pero eso no detuvo que su pequeño corazón reaccionara a sus actos.
El hombre que se paraba frente a ella era inquietantemente hermoso.
Su cabello castaño se veía negro debido al cielo nocturno que había aparecido, y su apariencia era un poco más intimidante que en la mañana.
Realmente era una criatura de la noche, y en el fondo, ella estaba consciente de que el hombre era una diablo disfrazado de ángel.
Aclarando su cabeza, ella dijo:—No creo que deberías bromear cuando se trata de cosas como el matrimonio, Señor Nicholas.
—¿Cuál de mis palabras te parece una broma?
—le preguntó—¿Te estás retractando de tus palabras?
Pensé que querías que escogiera a una mujer decente para establecerme.
—Lo quería, pero no la mujer con la que tu primo está a punto de casarse.
—Quieres decir que si no tuvieras que cumplir la tregua, ¿te casarías conmigo?
—la mirada en sus ojos era intensa e incapaz de manejarla, por lo que los ojos de Heidi se apartaron para mirar a los arbustos.
—Estás tergiversando mis palabras, milord —dijo ella.
Cuando él se inclinó más cerca, ella se echó hacia atrás, haciendo que él soltara una pequeña risa antes de alejarse de ella.
—Qué aburrida —dijo, dejando de molestarla.
Así que estaba en lo correcto.
El Señor solo la estaba molestando para ver la reacción que ella tendría.
—Si eso es todo, me gustaría volver a entrar, Señor Nicholas.
El clima se está enfriando —dijo Heidi.
Y de verdad que se estaba volviendo frío, como si fuera a nevar en cualquier momento.
No ayudaba que el vestido que usaba no fuera suficiente para protegerla del viento frío.
—Usa esto —dijo el Señor Nicholas, dándole el abrigo que él había estado usando.
—No te preocupes —dijo moviendo sus manos en protesta, pero sintió que lo empujaba hacia sus manos.
—Insisto —dijo convenciéndola —Es muy raro tener invitados en la mansión.
Ya estamos afuera, ¿por qué no caminamos un poco más?
Definitivamente disfrutaría de un poco de compañía.
—Eso no es cierto, milord.
Tienes al Sr.
Lawson y Lady Venetia que te visitan.
Y sin olvidar a tu acompañante, la señorita Frances.
—dijo Heidi, quien aún no olvidaba que la mujer había sido grosera con sus palabras.
—¿Algo celosa?
—dijo el Señor Nicholas sonriendo con deleite, haciéndola enojar.
—¡Po- Por supuesto que no!
¿Por qué tendría que estar celosa de ella?
—dijo Heidi.
A pesar de que ella no había sido criada en una familia de élite, o rodeada por la sociedad de clase alta, su madre la había criado con grandes valores morales.
—Por favor —dijo haciendo un gesto con la mano hacia el camino que continuaba en el jardín, y continuaron caminando.
Luego, él cambió el tema:—¿Cómo van tus estudios con la Srta.
Moate?
Escuché algunas cosas muy interesantes con respecto a tus clases —dijo con una sonrisa de complicidad.
«Pues bien, ¿qué significa eso?
Definitivamente no habían hecho nada más que escribir palabras y oraciones en un libro.
Espera.
¿Se refería a su escritura?» Un poco avergonzada, le preguntó: —¿Es realmente importante perfeccionarse cuando se trata de escritura?
He escrito así desde que puedo recordar, y no creo que vaya a cambiar en un futuro —mencionó Heidi.
Heidi siempre sintió que la escritura de una persona era como una segunda apariencia, que con los años se mantendría invariable.—¿Te puedo pedir un favor, milord?
—Por favor, hazlo —dijo el Señor Nicholas que la vio morder su labio inferior antes de que lo soltara para hablar.
—Si puedes pedirle a la Srta.
Moate saltarse la parte de escritura y empezar con los verdaderos estudios, estaría muy agradecida.
—Y, ¿qué obtengo yo de esto?
—Yo, ¿aprendiendo de vampiros rápidamente?
—dijo, oyéndole reírse entre dientes por su respuesta.
—Ya lo cogerás de todas formas.
Necesitas aprender que en este mundo, en el que te has involucrado, nada es gratis.
Y no importa si es un favor fácil o difícil, querida — y después de pensárselo un poco, dijo:—La señorita Eveline solo te puede enseñar sobre libros, pero yo creo que hay otras cosas en las que necesitarías práctica, a menos que ya lo sepas.
¿Sabes cómo montar a caballo?
Ella negó con su cabeza y dijo:—Creo que estoy bien sin eso —mostrándole una sonrisa nerviosa.
No era solo ella, incluso a su hermana Nora no le gustaba montar a caballo.
Su padre había intentado enseñarles cuando su madre todavía estaba viva, pero desafortunadamente, el caballo había estado bastante malhumorado como para tirar a ambas chicas al suelo, por lo cual nunca se volvieron a subir a uno de nuevo.
Ella recordaba que su trasero había estado adolorido debido al impacto al caer del caballo.
—Créeme, lo disfrutarás —dijo ignorando la preocupación que ensombrecía su cara.
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