Heidi y el señor - Capítulo 53
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- Capítulo 53 - 53 Capítulo 53 - Lago de huesos - Parte 3
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53: Capítulo 53 – Lago de huesos – Parte 3 53: Capítulo 53 – Lago de huesos – Parte 3 Editor: Nyoi-Bo Studio Yendo hacia donde estaban, trató de llamar su atención, lo que no funcionó ya que estaban demasiado ocupados tirándose del pelo y pateándose el uno al otro.
Al meterse dentro de sus asuntos infantiles, ella los empujó a ambos lejos del otro.
—¿Qué están haciendo niños, en vez de estar disfrutando su tiempo como los otros?
—dijo Heidi usando un tono más estricto para hablarle a los dos niños.
—¡Él me robó mi libro, el cual había querido darle a mi abuela!
—¡Tú no tienes ninguna abuela!
—dijo burlándose el otro chico.
—¡Sí tengo!
¡A diferencia de ti!
—intentaron agarrarse el uno al otro, pero Heidi volvió a tirar de ellos.
—Deténganse los dos si no quieren pasar la noche afuera con los sabuesos —amenazó ella, lo cual funcionó de maravilla haciendo que los dos chicos se quedaran quietos en su lugar.
Su padre generalmente usaba este truco para asustarla a ella y a sus hermanos cuando estaban a punto pasarse de la raya.
—¿Cómo te llamas?
—le preguntó a uno de los niños rubios.
—Guss, señora.
—Y tú debes ser Mark —dijo dándole una mirada inquisitiva al niño que tenía pecas alrededor de su nariz.
—Mark, robar u ocultar las pertenencias de alguien que no te pertenecen está mal.
Tus padres estarían muy decepcionados si lo supieran.
—¡A mis padres no les importa!
No están vivos.
No existen —respondió el niño enojado.
Por lo que ella había escuchado, «¿fue esa la razón por la que tomó el libro de otro niño?¿Porque no tenía familia cuando el otro niño todavía tenía a su abuela?», pensó ella.
Frunciendo sus labios por un momento, se sentó para ponerse a la altura de los chicos.
Suavizando su tono, les habló dulcemente: —No creo que eso sea correcto.
¿Sabías que la gente a la que apreciamos, y mantenemos cerca, se convierten en ángeles una vez que mueren?
Incluso si no podemos verlos, ellos siempre están cerca cuidando a sus seres queridos.
Las personas nunca se van, así que nunca deberías decir que no existen.
A veces, tendrás que mantenerlos aquí—dijo ella, tomando la mano del niño y colocándola en su pecho:—A salvo en tu corazón —y sonrió mirando al niño.
Enviando a los dos chicos a otro lado, Heidi los siguió, sólo para ser detenida por el Señor que había estado apoyado en un árbol.
—Esa es la mayor basura que he escuchado en mucho tiempo.
—Ah, escuchaste.
—Así es.
¿Eso fue lo que escuchabas mientras crecías?
—le preguntó con falso asombro.
Ella miró a los dos chicos, quienes mantenían una buena distancia entre ellos mientras caminaban.
—No, milord.
—¿Estás engañando a niños pequeños?
—¿Qué se supone que debería haber hecho?
—le preguntó levantando las cejas.
—Muy simple.
Las personas muertas se han ido y no volverán.
Pídele que se haga hombre y que siga adelante en vez de llorar por algo que no tiene.
Construir un falso castillo no siempre va a funcionar.
El niño llamado Guss se había dado la vuelta para correr hacia ella.—¿A dónde vas?
Pronto vamos a empezar a comer —dijo Heidi.
—Mark dijo que había tirado el libro por allí—declaró el niño, listo para pasar por su lado, pero ella sostuvo el brazo del niño.
—¿Por qué no te adelantas con el Señor mientras yo voy a buscarlo?
¿Sí?
—le dijo ella, y luego se puso frente al señor, indicándole que se llevara al niño con él.
Heidi regresó a donde había visto a los dos niños pelear entre sí, buscando el libro alrededor de los arbustos.
Al oír el aleteo de las páginas, siguió el sonido, solo para distraerse con un conejo marrón que iba saltando hacia la corriente de agua que fluía hacia abajo —Qué lindo —dijo mirando al conejo.
Mordiéndose el labio, decidió recoger el libro más tarde y acariciar al conejo primero.
Caminando despacio y siguiendo al conejo por detrás, intentó acercarse a él.
En el pasado, nunca se le permitía traer mascotas a casa, o no podía hacerlo.
Cuando eran jóvenes, Nora había traído una vez a casa un conejo del bosque como mascota, solo para encontrarlo al día siguiente cocinado y servido en la mesa para la cena.
Después de sostener el conejo y ponerlo de vuelta en el suelo, el conejo huyó sin mirar atrás, y ella sintió que su corazón se hundía.
Levantándose del suelo y desempolvando la parte de atrás de su vestido, miró desde el terreno elevado para ver el agua bajar a toda prisa.
Al darse cuenta de que había pasado bastante tiempo aquí, retrocedió y sintió el suelo sobre el que estaba parada suelto y tembloroso.
Algo no estaba bien, y justo cuando estaba a punto de dar un paso hacia atrás, el suelo se convirtió en barro arrastrándola en el río.
Fue empujada al gran río y cuando finalmente emergió del fondo, jadeó para tomar aire.
Tosió el agua que había entrado en sus pulmones.
Sus ojos ardían e intentó ajustarlos.
Buscando la orilla, se dio la vuelta mientras se mantenía sobre el agua.
Cuando apenas comenzó a nadar a través del río, sintió que los músculos de su pierna derecha empezaban molestarle con dolor.
«Ahora no», pensó para sí misma.
Mitad bebiendo el agua y mitad nadando, nadó diciéndose a sí misma: «sólo un poco más».
Mientras movía los brazos y las piernas, puso sus manos en la orilla del río cuando sintió que alguien le agarraba la pierna desde abajo.
Debido al impacto, sus brazos comenzaron a agitarse en el agua, pero no podía avanzar.
Quienquiera que fuera, la tiró hacia abajo, no dejándola escapar y arrastrándola hasta el fondo del río.
Warren, que acababa de regresar del orfanato, colocó las cajas en el suelo, por lo que la directora del orfanato le dio las gracias.
Mirando a los niños y a su primo sentarse en el manto de sábanas en el suelo, se encontró con que Heidi no estaba allí.
—¿Dónde está Heidi?
—no le preguntó a nadie en particular, para luego encontrarla caminando de vuelta del bosque, sosteniendo un libro en su mano.
Nicholas estaba comiendo las frutas que le habían dado y cuando levantó la vista para ver a su primo, volteó la cara para dejar de comer y levantarse.
—¿Qué es que lo pasa?
—preguntó Warren ante su acción tan repentina.
—Toma a los niños y váyanse ahora mismo —ordenó Nicholas sin mover sus ojos de Heidi, quien había dejado de caminar luego de que él se parara.
—Está bien — dijo Warren, obedeciendo sin hacer preguntas, llevando a los niños y a la directora de vuelta al carruaje antes de mirar a Nicholas y Heidi mientras abandonaba el lugar.
Nicholas no perdió ni un segundo más para sacar su arma y disparar sobre el brazo de Heidi.
Por un momento, sintió que la había confundido con otra cosa, pero entonces ella habló: —¿Cómo lo descubriste?
—dijo una voz que no le pertenecía a Heidi —¿El disfraz no está bien?
—¿Dónde está la chica?
—preguntóél.
—Un vampiro no puede vernos.
Ni siquiera un vampiro de sangre pura como tú—dijo —¿Cómo?
— Preguntó casi confundido.
Al entender que no iba a obtener una respuesta, le disparó dos balas más en la frente antes de que el cuerpo se disipara en polvo.
Fue a buscarla.
Miró a su alrededor sin encontrarla por ningún lado.
No podía sentirla, ni oír sus latidos.
«¿Qué demonios le pasó?» El pensamiento pasaba por su mente mientras la buscaba.
Viendo el suelo desalineado frente a él, sus cejas se arquearon.
Caminando hacia adelante encontró una sombra en el agua del río.
Al darse cuenta de que era Heidi, se zambulló en el agua para sacar el cuerpo lánguido de la chica.
Colocándola en el suelo, revisó su pulso, el cual estaba bien.
Sospechando que había bebido mucha agua, presionó su pecho para que el agua saliera de él.
Cuando empezó a toser agua, él dejó salir un suspiro de alivio.
La ayudó a sentarse, frotándole la espalda mientras tosía.
Su cara estaba pálida y sus ojos perdidos.
—¿En qué estabas pensando al alejarte tanto?
¿Y si no te hubiese encontrado?
—En lugar de consolarla, la regañó una vez que ella se había calmado.
Heidi se vio repentinamente envuelta en sus brazos, y sus ojos se ensancharon ante dicha acción.
—Maldita sea, me diste un susto de muerte.
En serio, ¿en qué estabas pensando?
Y por un estúpido libro.
¡Qué problemática!
—le escuchó hablar.
—Lo- Lo siento —se disculpó, sin saber qué más decir.
Cuando Nicolás se tiró hacia atrás, puso su mano sobre su mejilla y le preguntó preocupado:—¿Estás bien?
Heidi sintió las cuerdas invisibles de su corazón tirar de nuevo con fuerza cuando sus ojos rojos y oscuros miraron fijamente los suyos.
Cuando las cuerdas se rompieron, se dio cuenta de que estaba en serios problemas.
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