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Heidi y el señor - Capítulo 54

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54: Capítulo 54 – Calidez – Parte 1 54: Capítulo 54 – Calidez – Parte 1 Editor: Nyoi-Bo Studio Cuando Heidi llegó a la mansión, estaba hecha un desastre, tanto física como mentalmente.

Incluso con la capa que Nicolás le había dado, sentía frío.

Al ver al señor y a la dama empapados, el mayordomo ordenó a las doncellas que prepararan baños para ambos.

Al ver a la criada cerrar las puertas del baño al salir, se quitó sus ropas antes de sumergirse en el agua caliente.

El temblor en su cuerpo se detuvo, el agua alivió sus músculos adoloridos y en el silencio absoluto, se sintió bien.

Demasiado cansada para mover los brazos, se sentó quieta en la amplia bañera mirando las palmas de sus manos.

Hoy había sido un arduo día para ella.

Su pequeña visita al pueblo había terminado en ella cayendo al agua.

Se alegró de que fuera ella la que había ido a buscar el libro en lugar del pequeño niño.

En los momentos en que quería salir de la corriente del río, ella había sentido a alguien tirar de su tobillo de la nada.

«¿Se lo había imaginado?», se preguntó antes de levantar la pierna por encima del agua para inspeccionarla.

Sentándose erguida en la bañera, se acercó la pierna.

No era evidente, pero habían tres tenues líneas rojas que se habían formado a un lado del tobillo.

El recuerdo de ella cayendo al agua era fresco y seguía repitiéndolo en su mente, preguntándose quién o qué la había arrastrado hacia abajo del río.

Pensar en ello le dio escalofríos a su cuerpo.

—No…

—negó susurrando, acercando sus rodillas para poder descansar su frente en ellas.

No era posible.

No se suponía que debería pasar y ella nunca había pensado en eso.

En el camino de vuelta, Heidi había intentado verificar y negar cómo se sentía en ese momento, pero parecía haber llegado a una conclusión: se sentía atraída por el Señor.

Su corazón se estremeció sin descanso una y otra vez cuando la había sostenido en sus brazos.

Estaba tan acostumbrada a que el señor siempre la molestara con sus palabras que estaba sorprendida cuando él había mostrado esa expresión de preocupación por ella.

Solo pensar en lo que pasó en el río hizo sonrojar sus mejillas, y que no puedo detener desde que se subieron al carruaje.

Pensando y con la esperanza de que esta sensación pasara después de una buena noche de descanso, se secó con la toalla que estaba puesta en un lado antes de salir de la habitación.

Desafortunadamente, ni siquiera un baño caliente la ayudó a aliviar los músculos de su cuerpo.

Colocando el dorso de su mano en su frente y en su cuello, suspiró.

Entonces se dio cuenta del porqué había estado cansada desde hacía un día.

Había contraído un resfriado, y caer al río solo había hecho que el resfriado fuera más evidente.

Warren regresó a la mansión después de llevar a los niños de vuelta al orfanato, no sin antes ir al río para comprobar si el señor y Heidi aún estaban allí.

Al escuchar lo que había sucedido de parte del señor, fue a visitar a Heidi a su habitación.

—Te ves cansada —comentóél observando su aspecto.

Tenía su espalda inclinada, mientras una manta cubría la parte inferior de su cuerpo.—Creo que sería mejor que un médico examine si sufriste alguna herida —dijo él, y Heidi negó con su cabeza rápidamente.

—No te preocupes, no hay necesidad de un médico.

No me lastimé.

Estaré bien mañana por la mañana —le aseguró con una sonrisa.

Parecía que hasta sonreír requería mucha de su energía.

Warren apretó los labios pero, sin embargo, aceptó tranquilamente.

Una doncella entró en la habitación con un carrito de comida para colocarlo junto a la cama de Heidi.

—Le pedí al mayordomo que enviara mi cena junto con la tuya.

Espero que no te moleste mi compañía —dijo Warren.

—Me vendría bien algo de compañía en estos momentos —le respondió Heidi.

Los músculos de su espalda le dolían, pero salió tranquilamente de la cama y tomó asiento en la mesa donde la criada estaba colocando los platos y la comida.

Durante la cena, ella lo escuchó decir su nombre:—Heidi —ella levantó la vista para mirarlo a los ojos.

—No tengo suficiente experiencia cuando se trata de escuchar y prestar atención a las mujeres, por lo tanto, me disculpo si parezco raro contigo.

Entiendo que este matrimonio es una tregua para traer paz a ambas especies, pero es un matrimonio.

Te prometo que, de ahora en adelante, seré una mejor pareja para ti —se comprometió con una cara seria y por una extraña razón, a pesar de que debería haber sido feliz, sintió que su corazón se hundía ante sus palabras.

Su consciente se burlaba de ella ante la culpa que se había comenzado a formar.

Sin poder decirle nada, logró hacer un pequeño gesto de afirmación con la cabeza antes de seguir comiendo su comida.

El sueño había llegado muy pronto cuando puso su cabeza en la almohada.

Por la mañana, Heidi se había despertado temprano, pero el cansancio aún permanecía en su cuerpo.

Su mente estaba nublada mientras se sentaba en la cama.

La fiebre no había disminuido, sino que solo había aumentado durante la noche.

Mirando el reloj de la pared, comenzó a alistarse y antes de que pudiera irse de la habitación para desayunar, se sintió mareada y perdió el conocimiento.

Cuando volvió a estar consciente, se dio cuenta de que estaba de vuelta en la cama, con un paño sobre la frente.

La doncella a la que se le pidió que cuidara de la señorita en la habitación, salió rápidamente.

Heidi suspiró, poniendo el paño que tenía sobre la frente encima de la mesa.

Sus pies se sentían fríos, como si los hubiera puesto en un balde de agua helada.

Mientras se abría la puerta de su habitación, vio que era su prometido quien vino y se sentó, poniendo una silla junto a su cama.

—Tengo fiebre —suspiró ella.

—Así es.

El doctor vino a verte en la mañana.

Dijo que quizás habías cogido un resfriado por haberte caído al río ayer.

También dijo te recuperarías con dos o tres días de descanso.

Debí haber llamado al médico ayer —dijo decepcionado de sí mismo.

—Por favor, no digas eso.

A decir verdad, nunca me he llevado bien con los doctores —dijo ella, no queriendo que él asumiera la culpa por su condición actual.

—¿Es debido a las agujas?

—le preguntó, a lo que ella asintió.

En el tiempo en el que Heidi apenas había empezado a vivir con la familia Curtis, un verano se había enfermado debido al cansancio.

Su madre, Helen, preocupada, había llevado a la niña al médico sólo para verla gritar en el rincón de la habitación del médico ante la visión de una aguja en su mano.

Era una reacción completamente normal tener miedo de una aguja a esa edad, pero había una historia mayor detrás de ello.

Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com

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