Heidi y el señor - Capítulo 59
- Inicio
- Todas las novelas
- Heidi y el señor
- Capítulo 59 - 59 Capítulo 59 - Asesinato - Parte 3
Tamaño de Fuente
Tipo de Fuente
Color de Fondo
59: Capítulo 59 – Asesinato – Parte 3 59: Capítulo 59 – Asesinato – Parte 3 Editor: Nyoi-Bo Studio Heidi no quería decepcionar a Warren y se había quedado dentro de la mansión.
Limpiando su habitación ella misma y organizando los objetos para matar el tiempo.
Más tarde, fue abajo preguntando por Stanley, ya que deseaba usar la biblioteca del Señor.
―¿Sabes cuál puede ser el libro más viejo de esta habitación?
―le preguntó al mayordomo para verlo asentir.
―Déjame traértelo ―dijo Stanley, yendo al extremo más alejado de la habitación y pasando la mano por los libros antes de sacar un libro de aspecto grueso.―No creo que le parezca interesante ―dijo agregando su opinión.
Al entregarle el libro, vio que las páginas se habían opacado y llenado de puntos y manchas.
―¿Hay algún registro de la existencia de los vampiros?
―le preguntó ella para verle negar con la cabeza.
―El maestro Nicholas los quemó hace mucho tiempo.
Incluso antes de que yo empezara a trabajar para él.
―¿Hubo alguna razón en particular para que fueran quemados?
―preguntó ella.
Stanley lo pensó un rato y se encogió de hombros para indicar que no lo sabía.
―Ya veo ―dijo Heidi.
―¿Hay algo específico que esté buscando, Señorita Curtis?
―dijo él.
El mayordomo era un hombre astuto y esa era una de las muchas razones por las que su amo lo mantenía a su lado.
―¿Podría molestarte con una pregunta entonces?
―le preguntó ella.
Viendo al mayordomo asentir con la cabeza, abrió la boca:―¿Hay algún libro que tenga registros de la familia Rune y la familia Lawson?
Como un árbol genealógico, y su origen ―y esperó a que él hablara.
―No creo que haya uno, milady.
Quizás le pueda preguntar a Lady Venetia sobre eso ―le sugirió el mayordomo.
―Está bien, no es necesario ―le dijo con una sonrisa.
―Me alegra ver que esté mucho mejor que ayer.
Debe haber descansado bien ―escuchó decir al mayordomo, quien había ido a colocar el libro, que había sacado previamente, de vuelta a su lugar original.
―Ah, sí lo hice ―dijo ella mirando otra sección en el vidrio.
No recordaba los detalles pero sabía que la noche anterior había estado en la recámara del señor.
«¿Stanley lo sabía?» Cuando se giró para mirarlo, se dio cuenta de que él la estaba mirando.
―¿Acaso tú…?
―se quedó pensando sin saber qué preguntarle exactamente.
Al ver que el mayordomo inclinó la cabeza ante la duda, ella sacudió la suya diciendo que no era nada.
Tomando prestado un libro de la biblioteca, lo llevó de vuelta a su habitación para leerlo, pero en vez de eso se quedó dormida debido al cansancio.
Los dos días siguientes, Heidi no encontró al Señor en la mansión y supuso que aún no había regresado desde la última vez que ella lo vio.
Warren se tomaba una hora más o menos para desayunar y cenar con ella, pero eso era todo.
No tenía todo su tiempo libre, pero se aseguraba de visitarla al menos una vez al día.
Su tiempo estaba bien empleado al tomar clases con Stanley, las que ahora incluían baile en sus estudios.
Sería una mentira si dijera que no lo disfrutaba.
A mediados de la semana, también intentó cortarse la parte delantera de su cabello, ya que el flequillo había crecido lo suficiente como para que pudiera atarlo con un listón.
Pero eso no funcionó muy bien debido en el momento en el que ella estaba sosteniendo las tijeras, estornudó.
Al final, el mayordomo había llamado a una dama de la ciudad para dar un corte apropiado a su cabello.
Aunque nunca volvió a entrar en la sala de pinturas del señor, sí se encontró con un piano de cola que se encontraba en una sala pobremente iluminada, y que estaba vacía a excepción del mismo piano.
El piano le trajo recuerdos de su hogar, cuando su madre aún estaba viva.
A pesar de que no sabía cómo tocarlo correctamente, a menudo se sentaba a su lado mientras su madre tocaba las teclas blancas y negras.
A veces su madre le pedía que pulsara una sola tecla, lo que la hacía muy feliz.
De niña, Heidi era la niña más callada y obediente, al contrario de Nora, quien no dejaba para adivinar.
Heidi había sido demasiado apegada a su madre, y su muerte le había causado una inmensa tristeza.
Desafortunadamente, Warren no tenía ningún interés en el instrumento, y por lo tanto, tampoco sabía tocarlo.
No queriendo molestar al mayordomo, hizo lo que pudo con su tiempo.
Pero Stanley siempre estaba al rescate, incluso durante el aburrimiento.
Ella estaba impresionada por Stanley, por lo bien equipado que estaba dentro de la mansión.
Una noche, cuando Heidi estaba repasando el tocar el piano con Stanley, intentó tocar la simple melodía que él le había enseñado hace dos días.
Justo cuando estaban practicando, llegó la voz de la persona que estaba de pie en la puerta.
―Finalmente hay alguien que está usando el piano.
―¡Amo!
― Stanley saltó de su asiento con tanto apuro para saludar a su Señor, que se terminó golpeando la rodilla contra la superficie de madera.
La cabeza de Heidi giró rápidamente para mirar al Señor, que estaba en la puerta descansando un brazo en la pared y con el otro en su bolsillo.
―Traje algunos recuerdos para ti y para los demás.
¿Podrías por favor desempacar y llevarlos al subsuelo?―le pidió Nicholas, con sus ojos fijos en Heidi quien había bajado la mirada después de terminar de mirarlo fijamente.
―Sí, amo.
Por favor, disculpen ―dijo el mayordomo inclinando su cabeza a ambos y dejó la habitación.
―Veo que tu salud está mejor ―dijo el señor.
Sin moverse de donde estaba, el Señor Nicholas notó que ella había perdido peso de nuevo.
―Lo estoy.
Tuve unos buenos ocho días de descanso con la comida recetada ―dijo ella para ver que sus las cejas se levantaban en señal de duda.
―¿Recetada?
―Warren había ido al médico para asegurarse de que yo estuviera mejor, y que no volviera a enfermarme.
Creo que también perdí algunos kilos ―dijo y se rió al final.
―¿Estás segura de eso?
Me parece a mí que él quiere una esposa delgada y está reduciendo su comida ―dijo dando un paso dentro de la habitación, caminando hacia el piano de cola donde ella estaba sentada ahora.
―¡Por supuesto que no!
―dijo Heidi antes de empezar a cuestionar lo que él había dicho.
«¿Sería verdad?» Warren no era ese tipo de hombre.
Al ver la confusión que comenzó a aparecer en sus ojos de avellana, los cuales lo miraban con la luz de las velas cayendo sobre su cara, sonrió.
―¿Sabes tocar el piano?
Siéntate, por favor ―dijo al verla levantarse.
Caminando, tomó el asiento que ocupaba Stanley hace unos momentos.
Ella siempre estaba tan lista para escapar, y el pensarlo lo hacía sonreír más.
―No mucho.
No soy exactamente una principiante tampoco.
Sin embargo, ¿quieres oír lo que aprendí de Stanley?
―él asintió con la cabeza rápidamente mientras la sostenía con el borde de la palma de su mano.
Fuente: Webnovel.com, actualizado en Leernovelas.com